Revista Pedagogía y Saberes
Universidad Pedagógica Nacional
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Metáforas sobre la
existencia de la escuela
Metaphors about the Existence of School
Metáforas sobre a existência da escola
Para citar este artículo: Acevedo-Vásquez, L. D. (2024). Metáforas sobre la existencia de la escuela. Pedagogía y Saberes (60), 81–99. https://doi.org/10.17227/pys.num60-17973
Resumen
Este artículo reflexiona en torno a los usos que algunas posiciones hacen de la metáfora fabril y carcelaria para elaborar un
discurso legitimante de la objeción a la escuela colombiana, cuyos fundamentos, direcciones, efectos y fuentes se constituyen
en objeto de análisis. Se problematiza que tal discurso circule ligeramente en los medios de comunicación colombianos a modo
de información dirigida, principalmente, a los maestros(as) y directivos docentes, bajo naturalizaciones que se instalan en el
sentido común de muchos, toda vez que impera el silencio y no la discusión ni la deliberación pese al impacto nocivo que tal
perorata contra la escuela tiene en la profesión docente, en la praxis educativa y en las dinámicas escolares. Así, este trabajo es
producto de la revisión de la literatura que motivó una investigación doctoral11
1
Titulada Modos de configuración de la experiencia escolar en cuatro instituciones educativas de Antioquia. Un estudio sobre los sentidos
de existencia de la escuela en Colombia. Inscrita en la línea de Estudios en Pedagogía, Educación y Didáctica del programa de
Doctorado en Educación de la Universidad de Antioquia. orientada bajo el diseño cualitativo, el paradigma
hermenéutico y el enfoque estudio de caso múltiple. Se profundiza en cómo dichas metáforas explican las condiciones históricas
del surgimiento y funcionamiento de esta institución social y se propone el estudio de la experiencia escolar como camino
fértil en la búsqueda de referentes, metáforas, imágenes y figuras que permitan re-imaginar otras narrativas posibles para la
comprensión y revitalización de sus sentidos de existencia.
Palabras clave
escuela; experiencia escolar; enseñanza pública; educación
Abstract
This article reflects on the uses that some positions make of the factory and prison metaphor to develop a legitimizing discourse
of the objection to the Colombian school, whose foundations, directions, effects and sources become the object of analysis. Thus,
this study stems from the literature review that motivated a doctoral research oriented under the qualitative design, the hermeneutic
paradigm, and the multiple case study approach. It is problematic that such discourse circulates lightly in the Colombian
media as information directed, mainly, to teachers and educational directors, under naturalizations that are established in the
common sense of many, since silence and not discussion or deliberation despite the harmful impact that such a tirade against
the school has on the teaching profession, on educational praxis and on school dynamics. This work delves into how these metaphors
explain the historical conditions of the emergence and functioning of this social institution and proposes the study of the
school experience as a fertile path in the search for references, metaphors, images, and figures that allow re-imagining other
possible narratives for the understanding and revitalization of their senses of existence.
Keywords
school; school experience; public teaching; education
Resumo
Este artigo reflete sobre os usos que alguns posicionamentos fazem da metáfora fabril e da prisão para desenvolver um discurso
legitimador da objeção à escola colombiana, cujos fundamentos, direções, efeitos e fontes passam a ser objeto de análise. É
problemático que tal discurso circule levianamente na mídia colombiana como informação dirigida, principalmente, a professores
e diretores educacionais, sob naturalizações que se estabelecem no senso comum de muitos, já que o silêncio e não a discussão
ou deliberação apesar do impacto nocivo que tal O discurso contra a escola tem na profissão docente, na práxis educativa e na
dinâmica escolar. Assim, este trabalho decorre de uma revisão da literatura que motivou uma pesquisa de doutorado orientada
sob o desenho qualitativo, o paradigma hermenêutico e a abordagem do estudo de casos múltiplos. Neste estudo, aprofunda-se
como essas metáforas explicam as condições históricas de surgimento e funcionamento desta instituição social e propõe o estudo
da experiência escolar como um caminho fértil na busca de referências, metáforas, imagens e figuras que permitam reimaginar
outras narrativas possíveis para a compreensão e revitalização de seus sentidos de existência.
Palavras-chave
escola; experiência escolar; ensino público; educação
La institución escolar en tiempos de extrañeza: nuevas miradas a un viejo problema
Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado. ¿Cómo podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos? El más santo y el más poderoso que el mundo ha poseído se ha desangrado bajo nuestros cuchillos: ¿quién limpiará esta sangre de nosotros? ¿Qué agua nos limpiará? ¿Qué rito expiatorio, qué juegos sagrados deberíamos inventar? ¿No es la grandeza de este hecho demasiado grande para nosotros? ¿Debemos aparecer dignos de ella?
Friedrich Nietzsche (1882), La gaya ciencia
El escenario que contextualiza la problematización
de la que parte este artículo es el de los efectos de
una pandemia22
2
La Organización Mundial de la Salud (oms) declaró el 30 de
enero de 2020 la existencia de un riesgo de salud pública de
interés internacional derivado de la pandemia de covid-19
que, bajo las regulaciones del Reglamento Sanitario Internacional,
obligó a cerrar las escuelas. que paralizó al mundo en el 2020 y
llevó a accionar frenos de emergencia para activar
una inevitable desaceleración, la cual desencadenó
un movimiento de inflexión hacia la escuela como uno
de los puntos coyunturales de los debates educativos.
El proyecto escuela fue interpelado por las brechas de
desigualdad que se reafirmaron con tal contingencia,
por el modelo de la educación virtual y en casa que,
incluso desde antes del cierre de las escuelas, ya venía
cuestionando el sentido del currículo, de la organización
de la enseñanza, de las prácticas escolares y, en
general, de la existencia misma de esta institución.
La construcción del estado del arte mostró
que las discusiones académicas en este orden no
emergieron con la pandemia, esta solo erosionó los
síntomas de un viejo problema: ¿qué tan necesaria es
la escuela? Este cuestionamiento situó el debate en
un plano histórico donde la pregunta por el sentido
de la existencia y permanencia de esta institución,
conllevó a identificar discursos deslegitimadores en
torno a esta, soportados en dos metáforas: la fábrica
y la cárcel escuela.
En este trabajo, analizamos los fundamentos y efectos de un conjunto de discursos de corte internacional y nacional que han usado estas metáforas para atacar la esencia de la escuela misma y proponer su reinvención —o bien, su total desaparición— como parte de una perspectiva neoliberal. Para ello, proponemos, como plan de escritura, un primer momento descriptivo de los discursos que son foco de análisis; luego, argumentamos los ejes desde los cuales los problematizamos; y proponemos en un tercer momento, la experiencia escolar como ángulo fértil para resignificar el relato sobre la escuela desde fundamentos pedagógicos que habiliten comprensiones más democráticas acerca de sus sentidos de existencia.
Usos de la metáfora fabril y carcelaria. El punto de partida
Los discursos en cuestión hacen vehementes críticas a la escuela, fundamentadas en la relación de semejanza que existe entre esta y algunos componentes prácticos, temporales, materiales, arquitectónicos y simbólicos de dichas figuras metafóricas, los cuales describimos a continuación:
Figura 1. La metáfora fabril
![[Uncaptioned image]](https://revistas.upn.edu.co/index.php/PYS/article/download/17973/version/21643/14477/79910/fig1a17973.png)
Fuente: adaptado de Tonucci, 2008.
El modo en que se ilustran tales elementos (véase figura 1) equipara las prácticas escolares con las prácticas de producción que tienen lugar en una fábrica. En un primer momento, se observan niños y niñas (materia prima), con características diversas, entrar al edificio escuela (fábrica) y, durante su permanencia en los espacios escolares (plantas industriales), son sometidos a procesos de homogenización y estandarización, a través del uso de tecnologías y mediaciones escolares (maquinarias), que coartan sus singularidades; al salir, el resultado es la producción de sujetos que responden al ideal de ciudadano que el Estado y la sociedad le encargan a la escuela; los desechos de la producción son aquellos que no se acomodan a los estándares de los modelos hegemónicos.
Figura 2. La metáfora carcelaria
![[Uncaptioned image]](https://revistas.upn.edu.co/index.php/PYS/article/download/17973/version/21643/14477/79911/fig2a17973.png)
Fuente: adaptado de López y Enrique (2020).
En la metáfora carcelaria (véase figura 2) también
persisten los tres elementos temporales de entrada,
permanencia y salida en relación con las materialidades
que se hacen presentes: niños y niñas entran
a un edifico separado por rejas y muros, elementos
que —cuando se asocian a la arquitectura de las
cárceles— cumplen una función de aislamiento,
encierro y privación de la libertad; esta vez se equiparan
las prácticas escolares con aquellas prácticas de
individualización, masificación y hacinamiento que
se promueven en estas instituciones, mediante un
régimen de disciplinamiento y vigilancia que busca
moldear las conductas que todo buen ciudadano
(buen alumno) necesita para insertarse e integrarse
a la sociedad.
En el ámbito internacional, Reimer (1973), Illich
(1974) y Goodman (1976) ya habían decretado la
muerte de la escuela desde los años setenta, promovían
la des-educación y desescolarización obligatoria
por considerar a esta institución un efectivo instrumento
de control social y cómplice de los intereses
meritocráticos, competitivos y consumistas de la
promesa de progreso que hacía la sociedad capitalista.
Veían como causa de su ineficiencia el tener que
soportar a la vez cuatro funciones sociales: la de la
custodia de los niños(as), la de la selección del papel
social, la doctrinaria (promover valores) y la educativa
(desarrollo de destrezas cognitivas); planteaban
que, por cumplirlas, olvida la función de fomentar la
capacidad de invención y, por tanto, imposibilita el
trabajo creativo.
Posteriormente, disertaciones como las de
Tonucci (1997, 2008), 33
3
Ver también: Asociación Mundial de Educadores Infantiles
(amei-waece) (2019); Otras voces en educación cii-ove
(2020); Educación Bogotá (2020); El Mostrador (2020);
Ministerio de Educación Nacional (2020); Sarmiento (2020). Zavalloni (2011), Robinson
y Aronica (2015);44
4
Ver también: Condori (2019); Martínez (2020). Bazarra y Casanova (2016) y Menchén (2022) se suman a estas posiciones y la
denuncian por carecer de técnicas educativas idóneas
para desarrollar las actitudes naturales de los niños
y las niñas y por no responder a sus talentos individuales;
por el contrario, aseguran que la escuela
mata la creatividad con programas educativos que, en
analogía con lo que sucede en una fábrica, producen
sujetos mutilados de cualquier rasgo de diversidad.
En nuestro ámbito nacional, planteamientos como
los de Carvajal (2019)55
5
Ver también: Revista Semana (2019). resuenan con estas críticas,
incluso abogan por el cierre de la escuela al acusarla
de violenta y criminal, atributos que cultural
y socialmente se han asociado a las prisiones; también
en el documental Un crimen llamado educación
(Klaric, 2017) y la película La educación prohibida
(Doin, 2012), se difunden posturas de profesionales
colombianos que asocian los rasgos de producción
(fábrica) y criminalidad (cárcel) con los del formato
escolar, para soportar sus cuestionamientos acerca
de lo que —según sus puntos de vista— ha dejado de
tener sentido en la educación del siglo xxi.
El común denominador de estos discursos es que
declaran el fracaso de la escuela, y el crimen por el
cual la sentencian es el de no encajar con las exigencias
de la sociedad y la economía contemporáneas;
concluyen que esta ya no es un lugar con sentido y
para recuperarlo vuelcan su potencial en los conceptos
de aprendizaje e innovación. Los argumentos
que exponen los agrupamos en tres acusaciones
principales:
La primera es al modelo escolar. Lo conciben
como un modelo vertical, inflexible, desigual, autoritario,
disciplinario, jerárquico, esterilizante y nefasto,
de ningún modo, democrático; más bien, de obediencia,
sometimiento, idealización y adoctrinamiento;
en este, la imagen del maestro la plantean como la
de una caricatura con la que hay que romper, por
sostener durante años la tradición de pararse frente
a un tablero y dar la clase; persiste un fuerte rechazo
a la estructura tradicional de la escuela, por lo que la
señalan de superflua e insostenible.
La segunda es al componente temporal de la
escuela. La acusan de lenta, monótona, estática y
haberse quedado estancada, por no moverse en
sintonía con los ritmos vertiginosos de cambio del
conocimiento, la tecnología y la innovación; no conciben
que, en su estructura, permanezcan rituales,
prácticas y materialidades que corresponden al
formato arcaico de su surgimiento, se rehúsan a la
idea de continuidad de sus viejas y constantes formas.
La describen, además, como un espacio de tedio y aburrimiento, pues afirman que durante el tiempo
que los niños y las niñas permanecen tras sus rejas
y altos muros no son felices, pues se producen agresiones,
sufrimientos, desmotivación y violencia
emocional.
La tercera acusación tiene que ver con el incumplimiento a las funcionalidades y demandas de éxito educativo. Insatisfechos con los resultados de la escuela tradicional, deslegitiman el currículo que guía las prácticas de enseñanza y las nombradas “clases magistrales” por no responder a los principios de utilidad y autonomía del aprendizaje; cuestionan su efectividad al asegurar que se aprende mejor fuera de la escuela, en contacto directo con el medio y los expertos, pero no debido a esta.
Lo problemático: entre direcciones, efectos, fuentes y articulaciones metafóricas
Las metáforas fabril y carcelaria no son nuestro
objeto de crítica, no es nuestro interés reseñarlas
como buenas o malas metáforas de la escuela, situamos
el foco de análisis en los usos que las posiciones
del estado de discusión reseñado hacen de estas
para elaborar un discurso que denigra, deslegitima
y condena a la escuela; el cual circula ligeramente
en los medios de comunicación colombianos a modo
de información dirigida, principalmente, a los maestros(
as) y directivos docentes, este es aceptado por
muchos e instalado en el sentido común, toda vez
que impera el silencio y no la discusión ni la deliberación
pese al impacto nocivo que tiene en nuestra
profesión, en la praxis educativa y en las dinámicas
escolares en medio de las cuales la ejercemos.
Sin el ánimo de establecer conclusiones absolutas, nos permitimos presentar las interpretaciones desde las cuales problematizamos sus fundamentos, a partir de cuatro ejes analíticos clave: sus direcciones, sus efectos, sus fuentes y sus articulaciones metafóricas; esto con el fin de habilitar otros ángulos desde los cuales es preciso, también, mirar, pensar, disertar y tomar decisiones en y a propósito de la escuela.
Sus direcciones
Con todo pronóstico de muerte —lo predijo Nietzsche
(1882)— sobreviene para algunos un destino trágico
y desventurado, para otros la supuesta liberación de
las formas anquilosadas en las que estaban atrapados;
con el de la escuela acaece el rompimiento de la
fe y confianza en sus órdenes autónomas y clásicas,
el rechazo y la negación del valor de su existencia.
Para reconfortarse y aparecer dignos de tal aniquilamiento,
quienes han intentado privarle de su derecho
a existir inventan juegos que sacralizan la idea de dar
forma a una educación sin escolarización.
O de reemplazarla “por redes de objetos educativos,
modelos de habilidades y grupos de colegas”
(Reimer, 1973, p. 132) que operativicen alternativas
diferentes a la escuela tradicional, donde los educandos
puedan, entre otras cosas, “elegir, [por ejemplo],
qué habilidades quieren aprender, a qué edad utilizar
los recursos educativos y cómo hacerlo” (p. 140);
toda esta es la justificación que respalda el boom de
su transformación en escuelas creativas, productivas,
eficientes, expandidas, abiertas e innovadoras que
sirvan de chivos expiatorios y logren, de una vez
por todas, motivar a los estudiantes, beneficiar
el desarrollo humano y formar en competencias
de liderazgo para el progreso de la sociedad, la
economía y la ciencia.
Para promocionarlas, los discursos que están
bajo análisis citan, de manera explícita, nociones
inscritas en el paradigma económico actual:
desarrollo humano, progreso social, innovación
en ciencia y tecnología, eficiencia, productividad,
éxito, competencias individuales y utilidad del
aprendizaje; alinean, así, su concepción de escuela
y educación con los pilares básicos del neoliberalismo:
privatización, desregulación, liberalismo
progresista, reducción de lo público y globalización.
De ahí que sus fundamentos persigan propósitos
de reinvención para la escuela, pues tras su hipotético
colapso esperan, a través de estos, alcanzar los ideales
progresistas: le exigen renunciar a su tradicional
estructura para reinventarse bajo los parámetros
de la innovación, es decir, eliminar o modificar los
antiguos elementos del formato escolar para introducir
otros totalmente nuevos que permitan dirigir la
educación al cumplimiento de las metas del modelo
económico del siglo xxi. Brailovsky (2018; 2019)66
6
Ver también: Filosofía entre paréntesis (2020), Daniel
Brailovsky (2022).
advierte que esta oposición nueva-tradicional no
muestra un debate pedagógico transparente, sino el
camuflaje de una simplificación brutal de la escuela
en cuanto que empresa privada que sesga su razón de
ser a la satisfacción de las exigencias de los modelos
gerencialistas que le imponen.
Esta es la actualización de la fábrica moderna
a la concepción de escuela que promueve el Banco
Mundial, inspirada en lo que este autor cita como “el
(pseudo)escolanovismo de mercado” (2019, p. 43),
una de las corrientes que se asumen como críticas de lo tradicional; la otra está inspirada en el escolanovismo
del siglo xx, en la vieja escuela nueva que
impulsa principios plasmados en las pedagogías críticas
y el constructivismo. Ambas ponen de relieve el
supuesto efecto deshumanizante de la burocracia institucional,
para mimetizar “la novedad como disfraz”
(p. 31) en los discursos de modernización liberal, que
ponen en el centro el aprendizaje, en cuanto que meta
individual de los modelos cientificistas que están al
servicio del mercado laboral.
De hecho, la crítica que las posiciones objeto de
nuestros análisis hacen al comparar la escuela con
la fábrica no parece defender una imagen de escuela
neutra frente a las direcciones que le traza la política
de mercado actual, sino que, por el contrario, la fundamentan
en la poca correspondencia que perciben
entre los fines del modelo escolar y los del modelo
económico; esto se evidencia cuando reconocen
expresamente que “la escuela heredó el modelo de
la revolución industrial de la segunda mitad del siglo
xviii para que las personas aprendieran cómo trabajar
en las fábricas, pero hoy en esta nueva economía
no está funcionando” (Klaric, 2017, 2:30s).
El problema de fondo cuando afirman que la
estructura de la escuela está mal planteada no es,
entonces, su formato tradicional —como insisten—
sino que este no sirva a los propósitos y las direcciones
del sistema económico, por esto intentan persuadir
con su argumento de una escuela en déficit, para
mostrar, como panacea a sus carencias, el formato
innovador que amparan sus acusaciones. Tal como
lo anotan Martínez et al. (2020), no hay que perder
de vista que esta idea de reinvención es una de las
formas en que el neoliberalismo modula y aprovecha
la idea de una escuela en crisis para organizar y poner
a funcionar los dispositivos escolares alrededor del
proyecto escolarizador de la época.
Los de la actual operan y validan, por ejemplo,
tendencias de privatización educativa como el
homeschooling y los entornos de autoaprendizaje de
la era digital que, de acuerdo con Dussel (2018ab;
et al., 2020),77
7
Ver también: Canal isep (2020ab). erigen como autoridades discursivas
cuyos supuestos vale la pena desmontar; toda vez
que parecen tener la pretensión de sustituir la escuela
presencial con la promesa de ofrecer las libertades
que esta coarta. De lo que nos alerta esta autora es de
los costos que imponen los nuevos modos de sujeción
que traen esos supuestos liberalismos, los cuales
resultan ser equiparables con los cuestionados por
la crítica antiescolar.
Así, a través de discursos que niegan la escuela, el sistema neoliberal pone a circular “imperativos normativos del cambio” (Álvarez, 2016, p. 78), que le señalan como problema el mantener una imagen obsoleta para, de esta manera, promover propuestas restauradoras de su modelo convencional, cuyo afán reformista termina incidiendo en las políticas educativas a modo de directrices de cambios y mejoras graduales. En este punto, lo que percibimos problemático no es que ciertas formas de su funcionamiento sean sometidas a crítica para que mejore como institución social, tampoco es esta una apología de la escuela en resistencia a toda posibilidad de transición o variabilidad.
Sus efectos
Por supuesto que las críticas son necesarias en tanto
nos ponen en estado de alerta frente a prácticas que
merecen ser pensadas, pero, ¿reinventarla? repensarla
sí, ¡todo el tiempo!, de lo que sospechamos es
del tinte apocalíptico y alternativo, aparentemente
irrefutable, con el que estas posiciones de reinvención
seducen para incorporar las lógicas de mejoramiento
en la escuela, a través de las cuales el mecanismo de
mercado contemporáneo solapa sus direcciones. Con
esto no estamos diciendo que la escuela no pueda
contribuir a una mejor sociedad en cualquiera de sus
esferas: económica, cultural, política, etc.; claro que
como institución social la sostiene una proyección al
bienestar colectivo.
Lo que invitamos a problematizar son los efectos
de naturalización que estos discursos producen; nos
resulta cuestionable, por ejemplo, cómo se han difundido
en el periodismo colombiano y se han normalizado
en las comunidades educativas sin discrepar
de sus aseveraciones, más bien validándolas como
verdades absolutas. Lo que este tipo de posiciones
realizan, en principio, es la operación de reproducir
los lugares comunes de toda una perorata contra la
escuela que reduce sus posibilidades y sentidos en
tanto institución social.
Lo primero que se normaliza es una única concepción
de escuela posible: renovada, exitosa e innovadora
que legitima una imagen de excelencia a
alcanzar como ideal del deber ser, al punto que ya
no podemos pensar la escuela de otra manera; en
consecuencia, se produce una retórica dicotómica
que polariza las instituciones educativas en ranking
comparables de las mejores y las peores, en función
del cumplimiento o incumplimiento a las exigencias
que estas posiciones le adjudican. Lo segundo que se
nos volvió una verdad naturalizada fue el lenguaje tecnocrático de la calidad, a través del cual los llamados
“expertos” internacionales venden sus remedios
para elevar los estándares.
Así pues, las críticas a su supuesto fracaso no están
fundamentadas en lo que la escuela es en sí misma,
sino en los pedidos que le hacen de acuerdo con los
criterios desde donde la conciben; de modo que no
es la institución escolar la que ha muerto —por fortuna
se resiste a hacerlo— más bien, ha sido la idea
e imagen que sus detractores tienen en mente, y el
motivo de defunción no es otro que el de un listado
de requerimientos no cubiertos. Lo expuesto nos
permite clarificar que la escuela colombiana está de
cara a un problema de concepción más que de modelo,
estructura, formato y sentido, como lo afirma la crítica
demoledora, pues, en resonancia con Hunter (1998),
se le juzga desde perspectivas que habitualmente la
conciben como producto de grandes principios, funciones
y finalidades, en otras palabras, como expresión
de altos valores trascendentes y universales.
Concebirla de este modo trae consigo sus propios
costos e implicaciones, por lo menos para quienes
habitamos la escuela y disertamos académicamente
sobre esta en el campo pedagógico-educativo. El
primer costo tiene que ver con la intensificación del
trabajo y malestar docente, el cual repercute en consecuencias
severas de agotamiento laboral e incremento
del estrés de los maestros, pues, finalmente, es sobre
estos que recae gran parte de la responsabilidad de
conseguir o no los objetivos de mejoramiento; se les
mide en función de resultados que deben ser, además,
cuantificables y observables. Esto, tal como lo refuerza
el autor, se produce porque las teorías liberales que
soportan la crítica burocrática han ignorado la realidad
histórica de la escuela y, por tanto, de la subjetividad
de quien ha desempeñado la práctica de la enseñanza
desde los inicios de su institucionalización.
Ya señalaba Álvarez (1991) la necesidad de abordar
este viejo dilema desde el reconocimiento de la historia
que hizo posible la aparición del maestro durante
el siglo xix, esto ayudaría a comprender su configuración
como sujeto en relación con un saber que le es
propio, más allá de seguirlo juzgando infructuosa y
obstinadamente por sus omisiones a la multiplicidad
de encargos y obligaciones que le sobrevienen de
todos lados. Saldarriaga (2014, 2016) ha enfatizado,
también, en que estas fueron las problematizaciones
que abanderaron la lucha del Movimiento Pedagógico
Colombiano de los años ochenta,88
8
El cual “emergió en la década de 1980 y lanzó una lucha por la
recuperación de la Pedagogía como espacio identificador del
oficio de maestro, y acuñó dos conceptos: el de saber pedagógico
y el de práctica pedagógica” (Saldarriaga, 2016, p. 11). comprometido con la visibilización de la racionalidad que han construido
estos sujetos en términos de modos de ser y de hacer
escuela en medio de la hibridación de las matrices
clásica, moderna y contemporánea en que llevan a
cabo su labor; este, aún hoy, cobra vigencia ante el
estatuto subalterno que le asignan las propuestas
renovadoras que instrumentalizan y mercantilizan su
ejercicio profesional.
Asimismo, Runge y Murillo (2018) se apoyan en la
concepción de este sujeto como intelectual reflexivo,
ensalzada por Giroux (1990), en un horizonte emancipador
de la pedagogía crítica, para argumentar
cómo una postura que afirme la naturaleza política
y autónoma de un trabajo que encarna su identidad
o estatuto profesional, habría de actuar como una
barrera frente a dicho proceso de proletarización o de
precarización laboral que lo convierte en autómata o
programador. Plantean que el conocimiento práctico
que produce a medida que enseña, es el que le otorga
la capacidad de juicio o razonabilidad necesaria para
tomar decisiones que le permiten hacer frente a las
contingencias de la vida diaria y resistir, de este
modo, a los embates de las posturas que intentan
desplazarlo “como si el acto de enseñar no tuviera
ni historia ni futuro” (p. 404).
Y justo este es el segundo costo, ya que, como otro
de los efectos, se produce un “desplazamiento” —en
el sentido que da Echeverri et al., (2015, p. 149) al
término— del lugar que ocupa este sujeto y, por
tanto, de la enseñanza, pues ante supuestas metodologías
impertinentes de los maestros y de escuelas
que no están cumpliendo bien con las tareas que se
le asignan, desde hace algunas décadas se vienen
implementando programas para la “transformación
de la calidad e innovación educativa” (Ministerio de
Educación Nacional [men], 2010, 2018),99
9
Por ejemplo, los del Programa Todos a Aprender como uno de
los programas de desarrollo profesional situado implementados
desde el 2012 para la enseñanza de la lectoescritura y la
matemática inicial. inspirados
en iniciativas como las del Banco Interamericano de
Desarrollo (bid), empeñadas en destinar libros guía
a los maestros que pautan cómo debe ser el abc de
la planificación a seguir.
En estos se identifica una reducción de su rol a
la de un mero operador, técnico y administrador de
contenidos y recursos didácticos, que deviene de
la visión de la escuela como aparato ideológico del
Estado, inspirada en las teorías de la reproducción de
Bourdieu y Passeron (1977); la cual avala un currículo
estándar diseñado por “expertos” para alcanzar las
metas que se trazan en los planes de desarrollo de cada
gobierno de turno. En las guías se les entrega objetivos de aprendizaje ya establecidos y se especifican sus
funciones: “acompañar a los estudiantes motivando
y promoviendo el aprendizaje” (p. 10), “verificar las
fuentes, validar si las metodologías han sido puestas a
prueba [por estos] y si los resultados son consistentes”
(Ministerio de Educación, 2018, p. 11).
Tales programas, y el material que promueven
en las escuelas, se presentan articulados al discurso
centralizado del aprendizaje útil e independiente y
al desarrollo de competencias individualizadas, no
contienen el tratado de la enseñanza sino su total
ausencia teórica. Cuando se nombra es para aludir
a un concepto cooptado y reducido a un conjunto
de rasgos estructurales de un modelo instruccional
ajeno a todo tipo de variaciones y matices; el
cual, incluso podría ser aplicado por una persona
que, foránea al acto de enseñar, se entrene en capacitaciones
como las que reciben los maestros —a
manera de coaching—, como mecanismos de regulación
y monitoreo de su praxis y de las escuelas, aun
cuando el mismo discurso de la calidad educativa
promulga el hipotético respeto a la autonomía profesional
e institucional.
Venden la quimera de que mejoran la enseñanza
simplemente haciendo que los maestros transformemos
nuestra práctica, pero implícitamente lo
que conservan es la simplificación de una imagen
en tanto instructores, supervisores e inspectores,
solo que ahora bajo el nombre de “facilitadores del
aprendizaje” (men, 2018, p. 12), bien capacitados en
la utilización e implementación de programas prescriptivos,
más que en su creación u objeción crítica
y reflexiva. En efecto, con el declive de la escuela en
cuanto que espacio para aprender y no para enseñar,
aumenta la demanda de educadores-facilitadores,
pero lo que parece tornarse prescindible es su concepción
y presencia como sujetos profesionales de
la enseñanza.
Con lo dicho, lo que queremos dejar ver son las
implicaciones de las sumisiones con que viene camuflado
el engañoso discurso de novedad, las cuales
se evidencian en que a pesar de las cooptaciones
conceptuales que este efectúa, muchos maestros(as)
y directivos docentes no solo aplican los nuevos
recursos como si no hubiera pasado nada, sino que,
además, terminan posicionándose en los nuevos
lugares a los que hemos sido desplazados, donde
parece ser más cómodo padecer las presiones por el
aumento de los controles impuestos, que someterlos
a la reflexión crítica y la discusión pedagógica. Esto
más que un señalamiento es un llamado de atención
a percatarnos del recorte de las libertades con que
viene el preocupante cambio paradigmático que
hay de fondo, y una invitación a llevar a la discusión
pedagógica las decisiones que cotidianamente tomamos
para sortear las necesidades, situaciones de
incertidumbre y tensiones en que se debate nuestra
praxis profesional.
Por esto, insistimos en que lo riesgoso de aquellas
propuestas, que se presentan como novedosas,
es la perspicacia con que se encubren elementos
estructurales de los mismos asuntos que son el
objeto de crítica de las posiciones detractoras, en
este caso, lo innovador de los programas que buscan
la calidad educativa y que dicen responder a
las necesidades individuales de los estudiantes, por
soportarse en las teorías psicológicas del aprendizaje
y los presupuestos didácticos de la innovación
metodológica, y que conservan de fondo un modelo
escolar de idealización y moldeamiento, esta vez,
a los estándares de aprendizajes acordados en la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos (ocde). ¿Acaso es esta correspondencia
la que soluciona su supuesto carácter superfluo?
También, la vieja práctica de un maestro que se para
frente al tablero a dictar la clase, ¿acaso no persiste
la misma caricatura con la que quieren romper? Lo
que pasa es que, ahora, lo “innovador” parece ser el
contenido de los materiales actualizados al nuevo
orden global y las “estrategias efectivas” (men, 2018,
p. 21) que nos entregan a modo de recetario para
“garantizar el éxito académico” (p. 10), pero perdura
—por suerte— la imagen tradicional con la que han
querido romper.
Las propuestas renovadoras conservan, también, las exigencias que, por casi cincuenta años, han medido a la escuela bajo la fórmula: a instituciones más innovadoras, mejores resultados en las pruebas externas estandarizadas. ¿Acaso la promesa de la revolución educativa del siglo xxi ha redundado en el alcance de los más altos estándares a los que aspiraba? Las mismas estadísticas muestran que los parámetros con los que se le ha venido midiendo no mejoran; lo obsoleto parece ser, entonces, el indicador de calidad que se convirtió, para muchos, en el horizonte de sentido de la escuela.
Sus fuentes
En otras palabras, parece que el problema no es que
la existencia de la escuela colombiana en su esencia
y forma escolar haya dejado de tener sentido, más
bien, lo ha dejado de tener para las perspectivas que
la conciben y la miden en función de sus propias
motivaciones. Esto nos lleva directamente a indagar
por las fuentes de donde provienen tales posiciones; muchos de sus alegatos están motivados por la
mirada al objeto de estudio propio de las disciplinas
y ciencias que constituyen el campo de su formación
profesional, así, se identificaron cuatro fuentes
principales:
En la primera están las voces de psicólogos,
psicopedagogos, psicoeducadores, psicoanalistas,
neuropedagogos, neurocientíficos y psiquiatras
interesados en los procesos mentales, cognitivos,
comportamentales, terapéuticos y de aprendizaje
del ser humano, en relación con sus interacciones en
entornos físicos y sociales. En la segunda, las voces de
antropólogos estudiosos de los aspectos biológicos,
sociales y culturales de las comunidades humanas. En
la tercera, las de periodistas con sus opiniones acerca
de la educación, de representantes del gobierno con
las visiones de sus planes de desarrollo en el marco
de la política educativa y de inspectores escolares,
“líderes-expertos” en innovación y consultores que se
ocupan de asesorar y revisar la implementación de la
misma. Por último, las de conferencistas, educadores
y directores de fundaciones que soportan sus argumentos
en las mismas expectativas que tienen de la
escuela los profesionales mencionados.
Aquí lo cuestionable no son las reflexiones que
otros campos disciplinares hacen alrededor de los
fenómenos educativos; en correspondencia con
Runge et al. (2018), entendemos que la historicidad
de las teorías de otras disciplinas científicas aportan
a la exploración y profundización de los problemas
del campo pedagógico-educativo, cuyos contornos
flexibles y dinámicos hacen posible cierto régimen
de diálogos, continuidades, rupturas, quiebres, semejanzas
y vínculos con saberes de otros campos disciplinares.
Lo que percibimos preocupante es que en
los nexos que hacen posible tal pluralidad conceptual
se pierda la identidad pedagógica, toda vez que los
efectos de naturalización que producen los discursos
que son nuestro foco de análisis, traspasan las
fronteras de conocimiento que ha consolidado la
producción académica-pedagógica sobre la escuela
y la praxis educativa.
Reconocemos que el conjunto de interacciones
entre las teorías psicológicas, las perspectivas innovadoras,
por ejemplo, —desde las cuales se posicionan
algunos críticos de la escuela para emitir sus juicios
sobre esta— y las pedagógicas —desde las cuales
posicionamos nuestras reflexiones— dan cuenta de
“relaciones complejas y objetivas de alianza y conflicto,
de competencia o cooperación entre posiciones
diferentes, definidas e instituidas socialmente y que
existen de una manera independiente de los agentes
que las ocupan” (Runge et al., 2018, p. 236).
Si partimos de entender al campo, siguiendo
a Bourdieu y Wacquant (2005), como un espacio
jerárquico, social e histórico, de posicionamientos,
de tensiones y de ejercicio de poder, entendemos
que como toda postura dentro de este, tanto la de
aquellos profesionales —por defender una educación
acorde con las necesidades de aprendizaje de los
niños y las niñas— como la de los representantes de
la política educativa —por apuntar al mejoramiento
de la calidad educativa— está movida por sus propios
intereses; pues se ponen en juego bienes, reglas y las
prácticas mismas de las ciencias, disciplinas académicas
y del campo político en el que participan.
Tampoco la que aquí exponemos se presenta
exenta de intereses, los ocupantes de las diversas
posiciones acerca de la escuela detentamos el derecho
a hablar sobre esta en virtud de las representaciones
y concepciones que nos habilitan el lugar
desde el cual la pensamos y habitamos, en servicio
de los intereses que nos mueven. Es más, retomando
las palabras de Runge et al. (2018), “en esa lucha por
los posicionamientos hay un interés por salir airoso,
por posicionarse; ¡pero no de cualquier manera!”
(p. 232), es decir, no desprestigiando y reduciendo
el sentido de la escuela ni, mucho menos, invisibilizando
el trabajo intelectual que ha dado sustento a
la tradición académica desde la cual se ha indagado
por el sentido de su histórica existencia.
En nuestro país, la cronología bibliográfica del
Grupo Federici (Arango, 2015), desde su visión de la
pedagogía como disciplina, ofrece fuentes para pensar
las fronteras necesarias de la escuela en relación
con la coexistencia en el currículo de un saber escolar
y extraescolar. El Grupo de Historia de la Práctica
Pedagógica (ghpp) ha historiado las tensiones que
se producen al interior de la escuela, a partir de las
fuentes de conocimiento que Zuluaga et al. (1988),
Echeverri et al. (2015) y demás integrantes han estudiado
para construir una concepción de la pedagogía
en tanto “campo conceptual y narrativo” que, en su
diálogo con otros campos de las ciencias, la visibiliza
como lugar por excelencia donde el maestro hace
posible la enseñanza y se constituye en intelectual
productor de saber pedagógico.
Por su parte en el grupo de investigación Formación
y Antropología Pedagógica e Histórica
(formaph), Runge (2006; et al., 2015; et al., 2018;
Runge y Muñoz, 2012; 2018) y su colectivo, movidos
por sus intereses hacia una complejización del saber,
se sitúan en el punto de tensión entre la historia y las
ciencias humanas, para introducir a estos debates
la reflexión por la formación en clave de una antropología
histórico-pedagógica, mediante esfuerzos inter y transdisciplinarios por poner en relación:
la historicidad, culturalidad y relatividad social de
los fenómenos. Comprenden la pedagogía como
un “campo disciplinar y profesional”, que habilita
la reflexión sobre la praxis educativa y la sitúan en
un lugar estratégico para volver la mirada sobre la
escuela desde fuentes conceptuales que permiten
enfrentar las tensiones entre las dinámicas de su
institucionalización y el reconocimiento científico,
la profesionalidad y la regulación socioestatal de la
profesión docente.
Las distancias y los asuntos de debate que no
se han despejado entre unos grupos y otros no son
menores, de hecho, han posibilitado la configuración
de distintas líneas para las investigaciones contemporáneas,
los traemos a la conversación como clave para
comprender las diferenciaciones conceptuales que
son necesarias al momento de analizar el panorama
actual de la escuela colombiana; pues encontramos
en sus tradiciones elementos articuladores que convergen
en un interés común por pensar la escolarización
desde el rechazo a una interpretación excluyente,
instrumental y reducida del maestro, la enseñanza y
la institucionalidad que la ha hecho posible.
Con estas contextualizaciones queremos dejar ver que, como otro de sus efectos, las posturas de reinvención validan una idea de borrón y cuenta nueva que obedece a una suerte de lo que Rockwell y Caruso (en Ministerio de Educación, 2020a) llaman “amnesia histórica”, desde la cual se desconocen, o se referencian convenientemente, las circunstancias que históricamente la han hecho necesaria. Si de lo que se trata es de legitimar las posiciones en medio de las relaciones de dominación que se establecen entre unos campos y otros, lo que hemos buscado en este trabajo —y en la investigación de la que parte— es hacerla con la vigilancia discursiva, epistemológica y conceptual a la que nos habilita la autonomía del campo pedagógico-educativo. Es por esto que nos posicionamos dentro de este para desnaturalizar las posiciones que han dado por sentado una única concepción de escuela posible, y así mostrar otros lugares desde los cuales es preciso, también, situarse para concebirla y desvelar sus sentidos.
Producción académica a propósito de sus articulaciones metafóricas
Estudios que han hecho parte de la producción
del capital simbólico y social sobre la educación
en Colombia durante los últimos cuarenta años,
han aportado a la comprensión del fenómeno de la
escolarización en relación con las metáforas en cuestión.
Detengámonos un momento a esclarecer la
configuración histórica de los rasgos que llevan
a establecer dichas articulaciones:
López et al., (1993), Palacio y Salinas (1995),
Noguera (1997), Buitrago y Herrera (1999) y Palacios
(2013) muestran cómo la escuela surge en nuestro
país hacia la segunda mitad del siglo xviii dentro
de la estrategia iluminista de una reforma de las
costumbres, para civilizar la población a través de
un dispositivo de instrucción pública; el cual, en los
años treinta del siglo xx, organiza las prácticas escolares
alrededor de los principios de utilidad, rendimiento,
tecnologización y producción propios de la
taylorización educativa”1010
10
Proveniente del Taylorismo, entendido como la teoría de la
administración científica del trabajo industrial., la cual significó el control
estandarizado de procedimientos industriales que
garantizaban la optimización del trabajo para obtener
productos competitivos.
En este contexto, la institución escolar amalgamó
su funcionalidad en las lógicas meritocráticas, instrumentales,
tecnicistas y eficientistas del sistema
productivo que orientó el proceso de modernización;
luego, a partir de la masificación de la educación, por
acción del Estado desarrollista,1111
11
Forma de organización económica y política, por la cual se
combina la coordinación estatal y del mercado en las economías
capitalistas. se introduce una
preocupación por su calidad. Álvarez (2023ab) ha
incidido en las discusiones de la esfera pública para
mostrar cómo este concepto, asociado al control
que requería todo proceso de producción en serie
(toyotismo)1212
12
Modo de producción en cadena que reemplazó al fordismo en
los primeros años de la década de 1970., llevó —para el siglo xxi— a asemejar
la escuela a un proceso que podía ser controlado y
medido por indicadores de logro, objetivos instruccionales,
estándares curriculares y resultados de
aprendizaje; se consolida, así, la teoría de las competencias
como vía para medir y verificar los resultados
a los que se esperaba llegar.
Para garantizarlos, se generaliza en la política
educativa un discurso sobre el desarrollo, justificado en
la supuesta necesidad de cambiar la forma de enseñar
con herramientas tecnológicas que incentiven y
motiven las supuestas nuevas formas de aprender.
Así, con el afán de innovar a toda costa se espera
de las escuelas que persigan la excelencia, a través de
un currículo ya dado y agenciado en el criterio
de cualificación propio de lo que el mismo autor
nombra como la era del aprendizaje permanente.
Esto explica que en el marco de la revolución educativa
se expidan reformas para transformar la totalidad
del sistema educativo, las cuales presentan la
ciencia y la tecnología como base de los procesos de
innovación y conciben la escuela como facilitadora
del cambio.
Saldarriaga (2016) y Barragán (2017) exponen
cómo la masificación y la homogenización, en cuanto
que elementos estructurales de la matriz moderna de
la escuela, configuran procesos de subjetivación en
medio de las relaciones tensionales, que se generan
entre las formas de dominación, a través de las cuales
se busca cumplir con la función de producir —tal
como lo haría una máquina— sujetos idénticos y
competentes económicamente, y formas de resistencias
institucionales y cotidianas.
Este panorama muestra que en el marco de su
historicidad, la metáfora fabril (volver a Figura 1) ha
sido conceptualmente útil en el trabajo académico
sobre la escuela para entender sus dinámicas de
conservación y cambio, pues le otorga un valor
terrenal en términos de misiones sociales, al mostrar
cómo esta hereda atributos simbólicos del modelo
industrial para suplir la necesidad social que había
en aquel entonces: unificar la práctica escolar en
una simultaneidad generalizada. Utiliza la imagen
de la época para representar cómo el dispositivo de
producción educativa pone en marcha acciones que
conducen a la escuela a realizar la tarea que le encomiendan:
formar el capital humano necesario para
ser “mejores” permite, de esta manera, representar
una concepción de escuela como máquina de acreditación
centralizada en el (auto) aprendizaje útil,
productivo y basado en competencias.
Por su parte, la metáfora carcelaria (volver a
Figura 2) alude a la figura arquitectónica que ideó
Bentham a partir de planos de las fábricas de finales
del siglo xviii, la cual es considerada por Foucault
(1983) para explicar, desde la teoría del panóptico,
los procesos de disciplinamiento, control, domesticación
y normalización de la sociedad, fenómenos
que pululan en el seno del desarrollo de las tecnologías
que requiere el sistema económico-político
de la época moderna. Representa una máquina que
concentra su eficacia en la disociación del ver y el
ser visto, por tanto, sirve para mostrar los modos
en que la vigilancia se institucionaliza como dispositivo
de regulación de la producción del capital
económico y social.
Aquí, las articulaciones metafóricas escuela-encierro
parten de los rasgos institucionales que connotan
rigidez, restricción, represión, castigo y pérdida
de intimidad; el panóptico es útil a trabajos como los
de Rojas (2008) Álvarez (2009), Herrera (2013), Chavarriaga
y Ochoa (2015), Palacios y Herrera (2013),
Martínez (2018) y Di Deo (2018) para explicar cómo
el poder omnipresente y centralizado opera en la
estructura de la escuela, a través de un dispositivo
de disciplinamiento y normatización para mantener
el orden y escolarizar la infancia, categoría que,
siguiendo a Sacristán (2003), emerge como otra de
las invenciones de la modernidad.
Este dispositivo produce formas de gobierno
que configuran la geografía normativa sobre la
que se perfilan sus contornos, en la medida en que
establecen qué es y qué no es normal en la escuela,
qué se debe o no hacer en esta; se materializan en
tupidas redes de vigilancia y moldeamiento del ser
niño(a) en su devenir alumno(a) y, posteriormente,
en su constitución como ciudadano apto para estar
en la sociedad; y se institucionalizan bajo un modelo
generalizable de comportamiento e individualización,
que emite prescripciones para la regulación
del tiempo, el espacio y el cuerpo, las cuales son
constitutivas de los sujetos sociales.
Entender sus modos de funcionamiento en relación
con los fenómenos de conflicto y violencia escolar,
fue objeto de interés de investigaciones1313
13
Auspiciadas por la Fundación para la Educación Superior y
el Desarrollo Social (fes), el Centro de Investigaciones de la
Universidad Pedagógica Nacional (ciup) y por proyectos como
el Atlántida. como
las de Cajiao (1996, 2005, 2019) y Murcia (2004), las
cuales parten de análisis macro y microsociales de
las cotidianidades y coyunturas que atravesaban los
agentes en la escuela moderna, para reflexionar sobre
asuntos como la justicia, la autoridad, la disciplina, la
cultura del adolescente escolar, la homogeneidad, la
segmentación social, la diversidad cultural, la convivencia
y la formación ciudadana.
En especial, las de Parra (1986, 1996; et al.,
1997; et al., 2006) dan cuenta de la manera como la
institución escolar, en medio de la dinámica frenética
de la modernidad, cumple su papel de difundir
valores de libertad y autonomía y formar individuos
para la convivencia y participación activa, pacífica,
democrática y justa en la sociedad civil. En uno
de sus libros usa la nominación “escuela violenta”
(1992), no con la connotación peyorativa con que
la usan las posiciones que la acusan por reproducir
violencias físicas y simbólicas, sino con el ánimo de
llamar la atención sobre la violencia que afectó a la
sociedad colombiana en las décadas de los ochenta
y noventa, y comprender sus efectos en la historia
de lo educativo.
Particularmente, al mostrar los orígenes de las
formas de violencia que desde la sociedad se introducen
a la institución escolar, propone concebirla y
comprenderla inserta en un contexto social, económico
y cultural del cual es reflejo y recibe influencias,
pero al que contribuye con su especificidad. Sus
trabajos, junto con los de De Tezanos et al., (1983),
de fuerte tradición sociológica y pedagógica respectivamente,
han aportado conocimiento teórico
al estudio de la relación escuela-sociedad y escuela-
comunidad; constituyen antecedentes etnográficos
para documentar la realidad escolar en su devenir
diario y amplían las posibilidades explicativas de la
diversidad, multiplicidad y complejidad de la escuela
colombiana al proporcionar argumentos de su sentido
y pertinencia.
En este horizonte, lo que proponemos entender
es que, en la tradición intelectual colombiana, varios
de los autores que elaboran o trabajan con alguna de
las metáforas citadas, de ninguna manera arriban a
conclusiones que pongan en cuestión el sentido de
la escuela y exijan su reinvención, como sí lo hacen
las posturas detractoras. Sus estudios han permitido
comprender que estas metáforas sirvieron de imagen
para movilizar mucho más que expectativas y concepciones,
estas ilustraron lo que significó la emergencia
de esta institución en tanto proyecto moderno, y su
funcionamiento acorde con los encargos que le hizo
la sociedad de la época.
Las articulaciones metafóricas con la fábrica y la
cárcel han sido medios para comprender, en perspectiva
histórica, el surgimiento de eso que llamamos
escuela —con todos sus ires y venires, vicisitudes
y tensiones— y los modos en que sus dispositivos
modernos de producción y disciplinamiento organizaron
su formato escolar e hicieron posible su
institucionalización. Así las cosas, el hecho de que hoy
sean otros los modos de operar que estos agencian, y
otras las tareas que le encargan quienes declaran la
desaparición de la escuela por no estar respondiendo
a la concepción que tienen de esta, no significa que el
uso de aquellas articulaciones metafóricas justifique
la negación de sentido que proclaman.
Quizá hoy otras metáforas productivas acorde con los componentes del modelo económico vigente y de los intereses de su campo profesional les haría más sentido; no obstante, para hablar de la escuela desde viejas o nuevas metáforas es indispensable — insistimos— clarificar los límites entre las elecciones y exigencias intrínsecas a peticiones de principios de conservación del orden social, institucional, económico, científico y disciplinar propios de cada perspectiva desde donde se le mira, sin reproducirlos como naturalizaciones de deseos caprichosos del deber ser; para ello consideramos importante salirnos de los lugares cómodos de la crítica burocrática para atender a las condiciones materiales e históricas de su constitución e institucionalización.
Conclusión
Las metáforas sobre la existencia de la escuela han
servido a la comunidad académica e intelectual para
explicar los dispositivos de funcionamiento de esta
institución de acuerdo con las condiciones históricas
que han sido posibilidad de su existencia; son los usos
que se hacen de estas los que reducen su significado o
amplían sus sentidos a partir de los intereses y las motivaciones
de las perspectivas desde las cuales se posicionan
quienes disertan sobre esta. En nuestro contexto
colombiano, los usos metafóricos que exigen su condena
muestran agotamientos y reducciones problemáticas;
necesitamos continuar sumando argumentos en su
defensa, fundamentados no en idealizaciones o romanticismos,
sino en conceptualizaciones y comprensiones
pedagógicas de sus realidades cotidianas, por lo menos,
más justas, democráticas y esperanzadoras.
La experiencia escolar es uno de los posibles caminos fértiles para tal cometido. Invitamos a seguir teorizando acerca de su riqueza y amplitud conceptual desde tradiciones de pensamiento, campos científicos, disciplinares y profesionales que contribuyan a provocar más rupturas en los sobreentendidos circundantes sobre la escuela colombiana. Tanto los académicos del campo de la educación, como los maestros que habitan su escuela desde la reflexión y que buscan espacios formativos para pensársela o que están interesados en la investigación educativa, pues tienen mucho que aportar a las conversaciones que aquí dejamos abiertas.
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