Revista Pedagogía y Saberes
Universidad Pedagógica Nacional
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La gestión educativa
desde instancias y
procedimientos de control
en Colombia, 2003-2016
The device of Educational Management
Deployed from Instances and Procedures of
Social Control in Colombia, 2003-2016
O dispositivo de gestão educacional implantado
a partir de instâncias e procedimentos de
controle social na Colômbia, 2003-2016
Para citar este artículo: Arbeláez-Barrero, A. y Ossa-Montoya, A. F. (2024). La gestión educativa desde instancias y procedimientos de control en Colombia, 2003-2016Pedagogía y Saberes (60), 146–159. https://doi.org/10.17227/pys.num60-20050
Resumen
En el presente artículo de investigación se analiza la gestión educativa en Colombia, en la política educativa como dispositivo
desplegado, a partir de procedimientos e instancias de control social en las instituciones educativas, entre los años 2003 a
2016. La problematización se llevó a cabo a nivel metodológico, con base en la caja de herramientas arqueológica y genealógica,
desde la cual se visibilizaron ordenamientos, funcionamientos, transformaciones, relaciones y correlaciones de saber y poder,
en los procedimientos de planeación, organización, direccionamiento, inspección, vigilancia y evaluación. En dicho entramado,
emergieron instancias tales como racionalidades, formas de institucionalización, objetivos, sistemas de diferenciación y
modalidades instrumentales. El saber de la gestión educativa se materializó a partir de un dispositivo que, no sin tensiones, logró
sujeciones en las comunidades de las Instituciones Educativas del nivel de Básica y Media, a través de las relaciones de poder
instaladas y desarrolladas para apuntalar las transformaciones educativas construidas de manera intencional desde las políticas
educativas. Así, se configuraron sujetos y comunidades que por esta vía fueron disciplinadas, normalizadas y controladas y al
mismo tiempo acrecentadas desde múltiples formas de poder. De esta forma, el escrito hace la descripción de la transformación
vivida y visibiliza diversas retóricas que apuntalaron la política de calidad educativa instaurada, no sin resistencias.
Palabras clave
dispositivo; gestión; educación; control social
Abstract
This research article analyzes educational management in Colombia, in the country’s educational policy, as a device deployed, based
on procedures and instances of social control in educational institutions, between the years 2003 to 2016. The problematization
was carried out carried out at a methodological level, based on the archaeological and genealogical toolbox, from which
arrangements, functionings, transformations, relationships and correlations of knowledge and power were made visible, in the
procedures of planning, organization, direction, inspection, surveillance and assessment. In this framework, instances emerged,
such as rationalities, forms of institutionalization, objectives, differentiation systems and instrumental modalities. The knowledge
of educational management materialized from a device that, not without tensions, achieved support in the communities of
Educational Institutions at the Basic and Secondary level, through the power relations installed and developed to underpin
educational transformations. intentionally constructed from educational policies. Thus, subjects and communities were
configured that in this way were disciplined, normalized and controlled and at the same time increased from multiple forms of
power. In this way, the writing describes the transformation experienced and makes visible various rhetorics that underpinned
the educational quality policy established, not without resistance.
Keywords
device; management; education; social control
Resumo
Este artigo de pesquisa analisa a gestão educacional na Colômbia, na política educacional do país, como um dispositivo implantado,
a partir de procedimentos e instâncias de controle social nas instituições educativas, entre os anos de 2003 a 2016. A problematização
foi realizada em nível metodológico, a partir da caixa de ferramentas arqueológica e genealógica, a partir da qual se
tornaram visíveis arranjos, funcionamentos, transformações, relações e correlações de saberes e de poder, nos procedimentos de
planejamento, organização, direção, fiscalização, vigilância e avaliação. Neste quadro surgiram instâncias como racionalidades,
formas de institucionalização, objectivos, sistemas de diferenciação e modalidades instrumentais. O conhecimento da gestão
educacional materializou-se a partir de um dispositivo que, não isento de tensões, alcançou sustentação nas comunidades das
Instituições de Ensino de nível Básico e Secundário, por meio das relações de poder instaladas e desenvolvidas para sustentar
as transformações educacionais, construídas intencionalmente a partir de políticas educacionais. Assim, configuraram-se sujeitos
e comunidades que desta forma foram disciplinados, normalizados e controlados e ao mesmo tempo ampliados a partir de
múltiplas formas de poder. Dessa forma, o escrito descreve a transformação vivida e torna visíveis diversas retóricas que fundamentaram
a política de qualidade educacional estabelecida, não sem resistências.
Palavras-chave
dispositivo; gestão; educação; controle social
Introduccción
El presente de la gestión educativa en Colombia obedece
a la implementación, por parte del Ministerio
de Educación Nacional (MEN), de un dispositivo de
gestión entre los años 2003 y 2016. Al inicio de este
período, surge un nuevo modelo de gestión educativa
(MEN, 2003); al final del mismo, se obliga a las
escuelas de nivel básico y medio a medir su calidad
a través del Índice Sintético de la Calidad Educativa
(ISCE) (Departamento Administrativo de la Función
Pública [DAFP], 2016). Este dispositivo de gestión se
materializó a través de prácticas que permeaban a los
sujetos e instituciones educativas (IE) con el objetivo
de generar modos de acción y poder (Foucault, 1994).
En este ejercicio, se desplegaron instancias de control
integradas por: las racionalidades establecidas en
coherencia con las necesidades e intereses hegemónicos;
los objetivos perseguidos por el gobierno en
turno; la institucionalización a partir de las políticas
educativas; los sistemas de diferenciación estructurados
en lo jurídico, económico, cognitivo e informacional,
y las modalidades instrumentales que
se concretaron a través de discursos, vigilancia y
diversos registros de control (Dreyfus y Rabinow,
2001). Además, se utilizaron procedimientos de
control como la planeación, organización, dirección,
inspección, vigilancia y evaluación, que se reconfiguraron
con el fin de crear las condiciones necesarias
para el nuevo dispositivo de gestión. Estas instancias
y procedimientos instauraron un singular gobierno
de la vida en las IE.
El poder configurado se tejió de manera sigilosa
e instó, a través de la autoevaluación y la evaluación
permanente, al “mejoramiento” y la “calidad”
educativa. En esta madeja, se desplegó el dispositivo,
entendido como un conjunto heterogéneo de
instituciones, sujetos y prácticas discursivas o no
discursivas, configuradas históricamente e inscritas
en relaciones de poder (Schérer, 2005). El objetivo era
tejer un entramado que permitiera una racionalidad
productiva en la escuela, mediante la homogenización
de sus elementos (Varela y Álvarez, 1991). En la
expansión de su poder disciplinador y normalizador,
el dispositivo se adaptó a los cambios necesarios para
la acomodación del sistema educativo, sus sujetos y
discursos, frente a los nuevos escenarios solicitados
por las políticas educativas, en clara relación con la
eficacia demandada por organismos multilaterales.
Por lo anterior, la condición del dispositivo de la gestión educativa, en tanto acontecimiento presente en la gobernabilidad escolar, hizo relevante su problematización. Al ser una faltante, fue necesario develar la manera como se formó históricamente en relación con procedimientos e instancias de control (Restrepo, 2015) que, como mecanismos de poder, crearon modos de ser y actuar. Estas inquietudes llevaron a la decisión metodológica de describir y analizar los archivos a través de la caja de herramientas arqueológica y genealógica.
Metodología
A partir de la arqueología y la genealogía, se analizaron
las prácticas dispuestas en la superficie del
dispositivo. Para ello, con base en la arqueología, se
aislaron en la dispersión discursiva producida por
instituciones, sujetos y saberes, una multiplicidad de
enunciados en los cuales se relacionaron, a partir de
un análisis “crítico e histórico” (Chartier, 2015, p. 18),
objetos, conceptos y estrategias de poder (Foucault,
2004; Foucault, 2005). En el entramado anterior, se
desplegó una “lectura discursiva” (Zuluaga, 1999,
p. 240) con el fin de buscar regularidades, es decir,
ordenamientos, funcionamientos, transformaciones,
relaciones y estrategias en las series conceptuales
relacionadas con los procedimientos e instancias de
control.
La genealogía permitió entender las razones del saber construido y el poder que se puso en juego en el dispositivo. Contribución que amplía la forma como este se configura, los medios como se ejerce y la manera en que se confronta (Foucault, 2000).
La gestión educativa como dispositivo
En Colombia, el dispositivo de gestión se instauró a
partir del año 2003 con la llamada Revolución Educativa
(MEN, 2003), un plan sectorial que configuró
una guía basada en planes de mejoramiento (MEN,
2004). En estos planes se proyectó el Ciclo de la
Calidad Educativa, que incluye la autoevaluación, el
mejoramiento y la calidad. También se estableció el
funcionamiento de las instituciones educativas en
sus aspectos directivos, administrativos, pedagógicos
y comunitarios. En este contexto, surgen nuevas
elecciones estratégicas para la gestión educativa,
entendida como la selección y disposición de discursos
que organizan la red de cosas e individuos
para ordenar medios de ver y decir. Esto integra a los
sujetos y componentes de este dispositivo (Schérer,
2005) en función de un gobierno de la vida acorde a
los escenarios globales neoliberales y neoconservadores.
La gestión educativa se presenta a la sociedad
como la solución a la pobreza y la inequidad, pero
también se compone de manera intencionada y limitante (Torres, 2002) al despojar al maestro de su
práctica pedagógica y a la escuela de su historicidad,
“comportamientos, usos y categorías” (Martínez,
2004, p. 105). Este funcionamiento no está exento
de líneas de fuerza. En la gestión, como dispositivo
formado estratégicamente e inscrito en relaciones de
poder, se despliegan dos elementos constituyentes
de la naturaleza específica del poder: las instancias
de poder y los procedimientos de control (Dreyfus y
Rabinow, 2001), ya mencionados.
Desde ambos elementos se forja la política de calidad, a partir de la cual se despliegan los ordenamientos y funcionamientos del dispositivo en directivos y docentes. Los modos administrativos aportan elementos constitutivos de un verdadero mejoramiento en las dinámicas institucionales, lo que motiva su aceptación y reconocimiento. Sin embargo, como modos de control, también dejan una estela de efectos de poder (Bedoya, 2013), lo que constituye otra problemática presente en las instituciones. El modo en que se ejerce este poder limita la expresión de la vida institucional al encauzar las acciones de las comunidades educativas hacia el cumplimiento de metas ministeriales, articuladas a los intereses de los organismos internacionales (Fecode y ceid, 2013a). Este entramado transforma la visión pedagógica base del quehacer educativo en una racionalidad administrativa regulada por instancias y procedimientos de control, entre ellos, las evaluaciones estandarizadas con sus mediciones periódicas, en función de una retórica de la calidad educativa.
La configuración del dispositivo de la gestión educativa
Las instancias y procedimientos, en tanto tejido que configuró el dispositivo de gestión educativa, se desplegaron de manera religada así:
La planeación, procedimiento de instalación del dispositivo
Planear significó la intervención en la toma de decisiones
administrativas, basada en normas e instrumentos
de gestión que pronosticaban que “la nueva
institución escolar sería productiva” (MEN, 1996,
p. 6). Su configuración constituyó un entramado
de relaciones de poder fortalecidas con el discurso
del mejoramiento, componente de la planeación
estratégica (MEN, 2002; Presidencia de la República
de Colombia, 2015). Los planes y procesos de mejoramiento
para la “excelencia” educativa se llevaron
a cabo a través de la autoevaluación (MEN, 2004).
Este cerco fue un símbolo edificante de la escuela
productiva, en la que surgieron nuevas relaciones
de poder (Gabilondo, 1990). De esta manera, la
planeación, como procedimiento sobre el que se
construyó el dispositivo de gestión educativa, impuso
una “ley de verdad” (Dreyfus y Rabinow, 2001,
p. 245), en la que el propósito de la educación se
fusionó con el de la gestión empresarial, con el fin
de desarrollar “la lógica de la producción industrial
y la competencia del mercado” (Ball, 1990, p. 155),
basándose en estructuras jerárquicas y en escuelas
eficaces (Londoño, 2012).
La planeación da entrada, de igual forma, al Plan
Nacional de Formación Docente (Colprensa, 2013),
al Programa de Formación Profesional de Docentes
y Directivos (MEN, 2013) y a la caracterización de
los perfiles de rectores y directivos. Desde dichos
instrumentos, se perfilan capacidades y liderazgos
para afectar los modos de actuar en función de la
efectividad, situada en el “hacer y producir de moldes
identitarios” (Sisto, 2011, p. 179). Estas acciones
se complementaron con el debilitamiento de las
humanidades y las artes, maniobra de adaptación y
afinamiento de las conductas (Foucault, 2002), que
coadyuvaron a la modificación de las características
del docente. Además, con la promulgación del Estatuto
de Profesionalización Docente (MEN, 2002), se
afianzó la disciplina y el control.
Con la planeación, también surge el establecimiento
educativo integrado, materializado a partir
del Decreto 688 de 2002 (DAFP, 2002), que estableció
la autonomía escolar y la integración institucional. En
la nueva ie, se implementó la vigilancia y el registro
permanente de datos (Castro, 2004), como los generados
por las evaluaciones externas (MEN, 2008a), lo
que debilitó la reflexión pedagógica e instauró índices
de calidad como desempeño, progreso, ambiente
escolar y eficiencia (DAFP, 2016). Estas modalidades
instrumentales, desde un control constante, se
enfocaron en las pruebas nacionales periódicas para
evaluar el desarrollo de las competencias y activar
el Ciclo de Calidad Educativa. Todo esto se fusionó
y se materializó en el Proyecto Educativo Institucional
-pei-, que se presentó como una construcción
autónoma, participativa y democrática, pero que en
realidad se convirtió en un instrumento homogeneizante
con efectos sobre cada gobierno escolar y en
la formación de subjetividades.
En disputa con esta instrumentalización de la
vida escolar, emergieron discursos que reclamaban
una planeación construida entre los actores y que
fuera identitaria a la cultura escolar, con una discusión
democrática, participativa e intercultural. De
esta manera, circuló una verdad más cercana a las vivencias docentes, sin indicadores ni metas, con
otras formas de poder centradas en los directivos y
docentes. Estos últimos sumaron a su saber pedagógico
el administrativo y estadístico, enriqueciendo
su gestión en beneficio de los estudiantes. En este
sentido, el sector magisterial puso en circulación el
Proyecto Educativo y Pedagógico Alternativo (pepa),
que tensionó con un gestor al servicio de la burocracia
e impulsó un estilo profesional de enseñanza
(Ball, 1990).
En resumen, el dispositivo utilizó una racionalidad economicista en el proceso de planeación para establecer una tecnología de poder que se implementó en la vida escolar con el objetivo de promover los propósitos gubernamentales a través de la sujeción de los responsables de la planeación en cada institución educativa.
La organización, acción transformadora de la gestión educativa
La organización como procedimiento surgió como un
proceso que interrumpió la continuidad administrativa
característica de principios del siglo xxi. Estructuró
flujos, tejió una forma vigilada de gobierno y
manejó la conducta de los directivos y docentes, lo
que generó resistencia. El mecanismo para lograr la
transformación de la organización en una forma de
gobierno se pensó a partir de la adopción de políticas
educativas y planes, enfocados en la participación del
sector educativo.
El despliegue organizativo se fundamentó en
los derechos y garantías constitucionales de la
“descentralización como base para la consolidación
de establecimientos educativos autónomos” (MEN,
2008a, p. 13). Este enfoque sustentó la necesidad de
mejoramiento debido al insuficiente progreso en los
indicadores de calidad, eficiencia y cobertura (MEN,
2003). Como resultado, y en pos de un logro compartido,
se configuró una organización enfocada en
la aplicación de “todas las normas relativas a regular
los órganos, estructuras del sistema educativo (niveles),
estructuras administrativas e institucionales y
procedimientos” (Contreras Bello, 2011, p. 99) de
la educación básica y media. Este desplazamiento
del gobierno autónomo institucional provocó la
intensificación de las diferencias, destacándose el
movimiento de “contrarreforma educativa” (Pulido,
2008, p. 8).
Mediante la desconcentración, se transfirieron
la autoridad y los recursos administrativos
de forma piramidal en función de la conducción
de las instituciones educativas. La organización
se configuró de manera diferenciada, jerárquica
y funcional, distribuyendo las responsabilidades
coordinadas entre departamentos, municipios,
secretarías de educación e instituciones educativas.
Esto afinó la función panóptica del dispositivo
y cosificadora de los procesos de sujeción. Se
forjó, a través de esta vía, un “profesorado y una
dirección de los centros que rindan cuentas ante la
comunidad y las familias de cada escuela” (Rambla,
1998, p. 134); momento en el que se promovieron
escuelas eficaces y medibles como discurso
arraigado en organismos supranacionales. Este
ordenamiento se constituyó a partir de teorías y
estrategias de management. Por esta vía, se excluyó
“la crítica del escenario escolar” (Ramírez y Chica,
2017, p. 151) y se dio espacio a la incorporación
de formas de control, lenguajes no educativos y
esquemas organizacionales más productivos.
La gestión ingresa al contexto escolar, según Ball
(1990, p. 166), como “una forma de organización
que pone en lugar preferente la racionalidad”, en
función de la mejora de la productividad educativa,
impulsada por los planes sectoriales basados en la
Seguridad Democrática (Departamento Nacional
de Planeación [dnp], 2003, 2007) y la Prosperidad
Democrática (dnp, 2011).
La organización se visibilizó de igual manera en
la diferenciación configurada a partir de un liderazgo
jerárquico entre directivos y docentes. En ella se
afianzó, a nivel discursivo, el lenguaje empresarial,
propicio para el procedimiento de control, al homologarse
las funciones directivas con las de gerente
de empresa.
La racionalización de la organización como práctica gubernamental obedeció al “juego de las relaciones de poder” (Dreyfus y Rabinow, 2001, p. 265), en el cual se configuraron, a través de la vía jurídica, estructuras administrativas jerárquicas con el objetivo de favorecer un dominio que tensionaba con las líneas de fuerza. Desde el ordenamiento jurídico-político, se percibe una “curva de enunciación” (Deleuze, 2014, p. 240) hacia la instalación del dispositivo organizacional previsto.
El direccionamiento para la concreción del dispositivo de gestión
En las formas de direccionamiento, se encuentran los
cronogramas y despliegues empleados para transformar
las prácticas de los directivos docentes, a partir
de la relación entre las secretarías de educación y
ellos. Estos, al ser configurados como objetos de
gobierno, desencadenan líneas de fuga que tensan
con el poder de quien administra.
Este procedimiento se enfocó en la obtención de
resultados (MEN, 2007) y se articuló con la política de
calidad. Contó, por lo tanto, con normas y procedimientos
para dirigir las decisiones de ministros, secretarios,
rectores y gestores educativos, con el objetivo de
asegurar sus “fuerzas de producción” (Foucault, 2002,
p. 131) hacia la realización del “Plan de Mejoramiento
de la Calidad” (MEN, 2004). Se incluyeron medios
técnicos, como modalidades instrumentales, a través
de una variedad de formatos, registros y mediciones,
que formalizaron los procesos de dirección. Además,
se apoyó en la guía ministerial número 5 (MEN, 2004),
guía ministerial 34 (MEN, 2008a) y guía ministerial 33
(MEN, 2009), las cuales estuvieron relacionadas con el
Ciclo de la Calidad y se identificaron como la cadena
de valor de la gestión estratégica.
Se complementaron diferentes formas de medición
en la labor directiva, las cuales prestaron asistencia
en el seguimiento y rendición de cuentas, en
relación directa con el sistema de gestión de calidad
(MEN, 2009). Este sistema fue complementado con
el Índice Sintético (DAFP, 2016), cuyos resultados
involucraron a las comunidades educativas en el
cumplimiento de sus componentes, demostrando así
la excelencia educativa. De esta manera, el neoliberalismo
logró sus demandas de eficacia y productividad
en el sistema educativo (Romo, 1997).
En este proceso, el dispositivo se basó en recomendaciones
internacionales que establecieron: “Involucrar
a las secretarías de educación para respaldar
una agenda común para el cambio será esencial para
desarrollar satisfactoriamente la reforma en Colombia”
(Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos [OCDE] y Ministerio de Educación Nacional
[MEN], 2016, p. 46). Como instituciones, discursos,
construcciones arquitectónicas, normatividad y una
serie de situaciones (Congreso de la República de
Colombia, 2001; Martínez Posada, 2014) con acciones
administrativas cíclicas de diagnóstico, definición de
objetivos, metas medibles, asignación de recursos,
seguimiento y evaluación (Presidencia de la República
de Colombia, 2002), lograron involucrar a las comunidades
educativas a través del plan de desarrollo y los
planes operativos (MEN, 2008a), que se convirtieron en
puntos de partida y de llegada en el poder del discurso.
Como consecuencia, las instituciones educativas se
convirtieron en territorios a gobernar desde la soberanía
de las secretarías de educación, desde donde
se estableció un “saber gubernamental” (Martínez
Posada, 2014, p. 5).
El direccionamiento perfiló la diferenciación entre
los sujetos gobernantes y los gobernados con el fin
de intensificar la efectividad en el espacio real. Este
espacio irradió el “conjunto de cosas, enunciados,
poderes y saberes” (Tirado y Mora, 2002, p. 20), con
la finalidad de disciplinar y normalizar los cuerpos
(Rendón y Andureau, 2017).
Consecuente con las competencias a valorar, se
visibiliza una transformación vigilante del sujeto
directivo, a partir de una serie de ejercicios formativos
y evaluaciones de desempeño, ascenso, mejoramiento
salarial y rendición de cuentas (Congreso
de la República de Colombia, 2001), que limitaron
el papel y la influencia de este actor. Así delimitado,
el directivo se vio abocado a “reconstruir la competencia
docente” (Bolívar, 2005, p. 5), en espacios
en los cuales se debatió entre lo administrativo y lo
pedagógico, entre los maestros y los equipos directivos,
y entre el cumplimiento de sus funciones y su
sentir como directivo.
A partir de dichas tensiones, el directivo se vio
obligado a la “desmitificación de sus propios papeles
y funciones en el sistema educativo” (Egido, 2006,
p. 8) para ubicarse como sujeto y ciudadano que
reconoce su historicidad, la cual emana del contexto
sociocultural y del sistema educativo al que pertenece
(Sandoval et al., 2008). Esto generó líneas de
fuga en el debate con la dirección gerencial, que
cuestionaba la soberanía de la cultura institucional
(Maduro y Rietveldt, 2009). En la estrategia de
directivos y docentes se identificó el desenmascaramiento
de discursos y acciones basados en una
visión tecnocrática de la educación; la revelación del
marchitamiento de la pedagogía; la crítica a la gestión
curricular racional y tecnológica (FECODE y ceid,
2013a) y la crítica a las políticas educativas. Esto
demandó la formación de un sujeto directivo autónomo
que luchó contra la marginalidad intelectual y la
instrumentalización, mediante el uso de conocimientos.
A través de un liderazgo afirmativo, conciliador
y asertivo, se promovió una cultura colaborativa
(Blase, 1991), se flexibilizaron las estructuras formales
(Paredes, 2015) y se establecieron procesos
de gestión democráticos y autónomos, basados en la
investigación y el análisis contextual de la institución;
aspectos que permitieron un mejoramiento educativo
y social (Ball, 1994; Bacharach y Mitchell, 1987).
En síntesis, en la cotidianidad de las prácticas escolares, se encontró un lenguaje administrativo que perfeccionó desde el direccionamiento, la maniobra de la adquisición progresiva de un saber no escolar. Así, la programación de los sujetos e instituciones hacia el cumplimiento de la gestión traspasó sus cuerpos y se convirtió en una forma de administrar la vida individual y escolar. De esta forma, la programación de los sujetos e instituciones hacia el cumplimiento
La inspección y vigilancia como tecnologías de poder
Dicho procedimiento se llevó a cabo con el objetivo
de cumplir con los propósitos estratégicos establecidos
en la planificación. Estos propósitos debían ser
gestionados de acuerdo con la estructura organizacional,
dirigida a su cumplimiento, bajo la amenaza
de sanciones individuales o colectivas. Esta restricción
estableció un ambiente de vigilancia y control
en la vida institucional. Para lograrlo, fue necesario
integrar, diferenciar y reconfigurar las instancias
de control, como las formas institucionales, que se
convirtieron en la tecnología de control en cuestión.
La integración de fuerzas para la configuración
de la función de inspección y vigilancia se compuso
con los saberes de la planeación, la organización y el
direccionamiento, con el objetivo de producir la estratificación
necesaria para consolidar el dispositivo.
Esto aumentó el poder del procedimiento de control
en análisis, al hacerlo limitado, concreto, inamovible,
determinado, y con una “relación de vigilancia definida
y regulada” (Foucault, 2002, p. 176). De manera
estratégica, el Estado legalizó la concepción de la
vigilancia de los servicios públicos para garantizar
su calidad (Constitución Política de Colombia [cp],
1991). Desde esta fundamentación legal, la inspección
y la vigilancia se correlacionaron para ejecutar
un “poder relacional” (Foucault, 2002, p. 164).
La integración, según Deleuze (2014), es un
“proceso imperceptible y continuo” (p. 151). Este
proceso combinó las instancias de control con el
fin de favorecer la materialización de los objetivos
establecidos, a través de un mecanismo restrictivo
y sancionador. Una vez lograda la integración, el
sistema de diferenciación se convirtió en una maquinaria
articulada de coacción, donde unos ejercen
control sobre otros (Dreyfus y Rabinow, 2001). Este
sistema incluye al ministerio, las gobernaciones,
las alcaldías, las secretarías de educación certificadas
y no certificadas, así como las instituciones y
comunidades educativas (Congreso de la República,
1994; 2001; 2014; Presidencia de la República de
Colombia, 2015).
En esta estructura piramidal, el MEN tenía la
facultad de solicitar y verificar la información registrada
en documentos por las ie como un ejercicio de
comprobación del cumplimiento de fines y funciones
(Vélez White, 2005). A esta inspección se sumaba la
vigilancia, con el seguimiento y evaluación de las actividades
institucionales. Este proceso se completaba
con la recomendación de acciones de mejoramiento
y, en caso necesario, la imposición de sanciones institucionales
y personales.
La ejercitación, como acción agregada, dio forma
organizativa a las maniobras. De manera redundante,
la inspección y vigilancia controlaron la
gestión educativa a partir de los índices de calidad.
De igual manera, se desplegaron como “sistemas de
regulación de la educación” (Escallón, 2018, p. 146),
mediante la desconcentración y acompañadas del
discurso de la autonomía, promovido por las secretarías
de educación, instituciones responsables
de reconfigurar el procedimiento de la vigilancia
desde nuevas formas institucionales. Por esta vía,
se crearon equipos interdisciplinarios para los “procesos
de control de gestión de los establecimientos
educativos” (Vélez White, 2005, p. 2), se expidió un
Reglamento Territorial de Inspección y Vigilancia y
se formuló un Plan Anual de Inspección y Vigilancia,
que debía contener estrategias, metas, indicadores,
actividades y responsables (Vélez White, 2005).
Operativamente, desde las mencionadas herramientas
e instancias, la vigilancia, “como instrumento
anónimo y coextensivo del poder, que posibilita el
control de las tareas” (Yela e Hidalgo, 2010, p. 59),
desplegó el dispositivo en un ciclo de calidad que fijó
el mejoramiento de la calidad, en una correlación
anclada en varios frentes: los referentes de calidad,
las evaluaciones de desempeño y los planes de mejoramiento
(MEN, 2004). Este conjunto de operaciones
trajo como consecuencia la continuidad de una
perpetua caracterización (Foucault, 2002) de las
instituciones educativas, a partir de un discurso cercano
y supervisor. Por estas vías, el procedimiento
sesgó la vida escolar, al propiciar el “enganche
Estado-escuela” (Zuluaga et al., 1988), mediante una
supervisión por las secretarías del Índice Sintético
de la Calidad Educativa (DAFP, 2016).
Esta serie de acciones coaccionaron la formación del sistema de diferenciaciones y condujeron a que “cada sujeto se encuentre atrapado en una universalidad castigable-castigante” (Foucault, 2002, p. 295). Este mecanismo estableció el castigo como sanción para apoyar la ejercitación propia de la corrección y el encauzamiento de la conducta. La diferenciación en el sistema se acentuó con la multiplicidad de funcionarios ejecutores. Como resultado, aumentó la función punitiva pública en relación con aquellas prácticas pedagógicas y curriculares transgresoras (Presidencia de la República de Colombia, 2015).
La evaluación, concreción de las relaciones estratégicas para la regulación del dispositivo
de evaluación que, como se ha indicado, sirvió de
insumo para la elaboración de planes de mejoramiento
en función de la concreción de la calidad,
concebida en las políticas del plan sectorial correspondiente.
El sistema se difundió como un “instrumento
para el mejoramiento que permite obtener
información válida y confiable sobre las consecuencias
de acciones específicas, para así optimizar el
esfuerzo” (MEN, 2006a, p. 1). En él, se visibiliza una
discontinuidad entre una evaluación del aprendizaje
de los estudiantes y otra permanente a través
de pruebas censales, alineada con la enseñanza
de estándares por competencias y ampliada en su
acción y control sobre la “concepción y desarrollo
del currículo, el profesorado, los centros docentes y
la propia administración” (Martínez, 2004, p. 353).
En este despliegue, se devela un accionar biopolítico
y una gubernamentalidad para su logro.
La evaluación en el contexto anterior adquirió
relevancia a partir de áreas acordadas globalmente
para su muestreo y comparación, convirtiéndose
en una “práctica visible que puede ser observada,
analizada e interpretada por quienes son objeto
de evaluación” (MEN, 2006b, p. 1). Esto aplica tanto
para las pruebas nacionales Saber-icfes como para
las pruebas internacionales de referencia: pisa (Programme
for International Student Assessment),
serce (Estudio Regional Comparativo y Explicativo)
y timss (Trends in International Mathematics and
Science Study) (MEN, 2006c). Estas pruebas son
expuestas de forma pública.
Se desprende, de lo anterior, una centralidad en la
evaluación que reordena la gestión académica en su
tarea de enfocar las acciones para lograr resultados
en los estudiantes (MEN, 2008a). La necesidad de
mejorar anualmente los resultados en las pruebas
implicó que la estructura académica fuera coherente
con las demandas evaluativas y se movilizara hacia
los logros esperados.
En este troquel, se publicitaron, a partir de la
evaluación, las fortalezas y debilidades. Fue factible
vigilar el “impacto de los procesos educativos sobre
el desarrollo de competencias básicas por parte
de los estudiantes del país” (MEN, 2006a, p. 1). El
Estado evaluador, por esta vía, debilitó en el sistema
educativo “la autonomía profesional de los docentes,
quienes cedieron no solo la competencia exclusiva de
la evaluación, sino también la determinación de los
contenidos y los métodos” (Grinberg, 2015, p. 157).
La evaluación creó una sujeción y se centró en
“evaluar, medir, cuantificar, materializar y objetivar
los aprendizajes con el objetivo exclusivo de aumentar
la productividad del sistema” (Martínez, 2004,
p. 356). No se desplegó desde una visión integradora,
contextual, crítica, pluralista y pedagógica, sino
desde un enfoque que privilegió los mecanismos de
evaluación.
La evaluación, como una forma de institucionalización,
se ha vuelto habitual en las prácticas de directivos,
docentes y estudiantes. De esta manera, se ha
convertido en una constante fuente de conflicto entre
la libertad y la coacción, así como entre la resistencia
y el ejercicio del poder. En medio de estas tensiones,
se ha establecido como “una actividad permanente
que permite conocer la progresión y tendencia de un
proceso, para tomar decisiones informadas y oportunas
acerca de la confirmación o redireccionamiento
necesario en los procesos y lograr el nivel de avance
previsto” (MEN, 2006b, p. 1).
Las mediciones realizadas en la escuela colocaron
a cada institución educativa y a sus estudiantes en
una situación de inspección y vigilancia controlada,
como si estuvieran en un panóptico. En este laberinto
normativo de evaluación, se enfatizaba la diferencia,
se comparaba el desempeño, se premiaba el éxito, se
regulaban las acciones y se utilizaba la zozobra como
mecanismo de control.
El ordenamiento y funcionamiento de la evaluación
encontró en el cuerpo de los directivos y
docentes la estrategia para configurar una sociedad
controlada a través de la norma y mediante el diligenciamiento
de una diversidad de modalidades
instrumentales (Foucault, 2002) dispuestas para normalizar
la vida escolar. La regulación de los directivos y docentes estuvo en función de una articulación de
la gestión a la “reconvención de la escuela y los sistemas
educativos” (Martínez, 2004, p. 380) y de un
afianzamiento de la eficiencia y la eficacia (Fecode y
ceid, 2013a). Dichos elementos debieron ser demostrables
en las evaluaciones de ingreso, de período de
prueba, la anual de desempeño y la de competencias
para ascenso (MEN, 2008a), las cuales permitieron la
“constitución de un sistema comparativo” (Foucault,
2002, p. 177). Estas evaluaciones, signadas como un
protocolo y diferenciadas para directivos y docentes,
precisaron la medición del desempeño respecto a las
competencias desplegadas en cada una de las áreas
de la gestión. Como resultado, la condición personal
y profesional se hizo maleable (MEN, 2018) al ser
evaluado y categorizado el sujeto.
Durante trece años, las evaluaciones aplicadas han
sido confrontadas por Fecode, pero no han logrado
mayores efectos en su desestimación. Por el contrario,
la evaluación de docentes y directivos “hace de
cada individuo un ‘caso’: un caso que a la vez constituye
un objeto para un conocimiento y una presa
para un poder” (Foucault, 2002, p. 177).
Este último procedimiento de control fue un
eslabón definitivo en la concreción de un poder que
reclamaba, desde lo macro, la actualización del nivel
micro a nivel escolar. Esto trajo como resultado una
sujeción ya reconocida y divulgada, lejos de ser superada.
Ella produjo un efecto en red que fue como una
pantalla que se superpuso sobre el sistema educativo,
produciendo un flujo de normas, criterios, dictámenes,
reglamentaciones, recomendaciones y decisiones
que configuran un campo al que los docentes deben
ajustarse (Irigoyen, 2011, p. 35).
En el conjunto anterior de procedimientos e instancias
de control, se puede observar un dispositivo
de gestión educativa utilizado en las instituciones
oficiales de educación básica y media en Colombia.
Los trazos de este dispositivo se han configurado
históricamente a partir de verdades circuladas en las
políticas educativas, establecidas en las relaciones de
poder tejidas entre los años 2003 y 2016.
En la proliferación y dispersión discursiva correlacionada,
emergen componentes de la gestión educativa
que se despliegan estratégicamente en relación
con instancias de control para formar el dispositivo
de la gestión educativa. Estas instancias, como aquellos
aspectos que lograron la actualización del poder,
se activan en función del objetivo ministerial de
incorporar en las instituciones la forma de gestión
configurada. Desde allí, y en una integración de
fuerzas con los procedimientos de control, se crearon
acciones sobre los sujetos. Este entramado, en su
conjunto, deja ver lo que se llamó “contrarreforma
educativa” (Fecode y ceid, 2013b, p. 31), desde la
cual sistemáticamente se desplazó la autonomía
institucional, se impulsó la “coerción disciplinaria”
(Foucault, 2022, p. 127) y se afianzaron políticas de
regulación y control.
En la relación de instancias y procedimientos de
control, se encuentran los mecanismos de evaluación,
mejoramiento y calidad, con los que se construyeron
prácticas sociales que de manera intencionada
transformaron las instituciones educativas y a sus
sujetos. Es decir, durante el período en estudio, las
instituciones educativas experimentaron cambios en
su gestión educativa. Como resultado, la acción de la
gestión se convirtió en un dispositivo que coaccionó
la conducta de secretarios de educación, directivos
docentes y docentes, y por lo tanto, direccionó sus
prácticas (Martínez, 2014, p. 55). Esto resultó en un
constante enfrentamiento con el poder y en un saber
que encontró resistencia.
La gestión educativa en el periodo acentuó las
lógicas del poder, con el objetivo de impulsar una
escuela competitiva. En este sentido, el conocimiento
de la gestión educativa estableció reglas y procedimientos
de control, basados en la selección de instancias
de poder, para lograr una conexión constante en
el tiempo y en los distintos espacios educativos, y así
formar una institución escolar renovada. Esta transformación
se lleva a cabo a través de la institucionalización
de una escuela eficiente y competitiva, en la
que se distingue entre gobernantes y gobernados.
Se puede observar que el nuevo establecimiento
educativo es un espacio diseñado para promover la
transformación de la vida institucional y su gobierno.
Allí se demuestra el conocimiento de la gestión, con el
objetivo de estructurar un campo viable que permita
el gobierno de los demás. Se pueden encontrar las
presiones de poder que, como instancias, ponen en
marcha la condición y el efecto de la diferenciación
en los individuos, en una alteración planificada del
ejercicio participativo. De igual manera, se revela una
implementación de objetivos ministeriales y formas
de institucionalización que, en conjunto con los
medios para crear poder y lograr su racionalización,
facilitan la existencia y aparición de un dispositivo
de control.
El entramado anterior se teje a través del desplazamiento
de la sociedad educativa previa y las
resistencias de los sujetos, en una confrontación
que emerge paralelamente al dispositivo. En medio
de estas tensiones, se presentan puntos de fuga que
desafían la dirección estratégica que anula la creatividad,
perpetúa el statu quo y limita la experimentación en la vida escolar. El cambio y la resistencia se expresaron
desde la misma institución educativa y sus
miembros, con el objetivo de establecer un conocimiento
auténtico en la escuela que guiara las acciones
de sus directivos y docentes hacia la autonomía
institucional y el empoderamiento de los sujetos.
Desde esta perspectiva, se establecieron nuevas
relaciones de poder y conocimiento en la escuela,
diversas y posibles, creativas y soñadoras, respetuosas
y condescendientes, en un acto político legítimo
que permitió la inclusión de otros discursos. Estos,
al superar la estrategia de confrontación, abrieron el
camino hacia prácticas de libertad en la vida escolar,
basándose en un aprendizaje a partir de “las percepciones
próximas, moleculares, lectoras de flujos, que
podemos denominar micropolíticas” (Niedzwiecki,
2015, p. 135).
A pesar de las anteriores resistencias al dispositivo,
la actitud beligerante de la resistencia no logró
transformar los ordenamientos y funcionamientos
hegemónicos. El poder de una escuela establecida
convirtió las estructuras escolares formales en un
lugar de estabilidad para las prácticas de los sujetos,
lo que llevó a prácticas de disciplinamiento que
promovieron la normalización y la inmovilización de
sus cuerpos, evitando así cualquier valor que pudiera
fomentar una actitud de cambio. Por esta razón, el
control ejercido mediante la “técnica de castigo”
(Foucault, 2002, p. 121) minó la confianza en la
autoridad y la autonomía de la institución educativa,
generando dudas sobre sus valores como comunidad
y poniendo en tela de juicio su propio espacio de
trabajo (Paredes, 2015, p. 133). Debido a este tipo
de dominio, la escuela ha tenido dificultades para
avanzar desde entonces.
El juego de poder, conducido con templanza desde los niveles de autoridad estratégicos, basado en una disertación política gubernamental alineada y acompañado de una ordenación territorial, ha generado una gubernamentalidad explícita para las instituciones de educación básica y media del país. Sin embargo, este modelo de gestión no se presenta como una forma de mejoramiento institucional, sino como una forma planeada, revisada, seguida, evaluada y sancionada de materializarlo. A través de estas vías, el dispositivo ha integrado “relaciones de poder, relaciones de comunicación y capacidades” (Dreyfus y Rabinow, 2001, p. 250) para ejercer un control. La política educativa se muestra como un parámetro invariable a cumplir, presente en los caminos abiertos y enlazados del dispositivo. Sin embargo, en algún lugar queda lo importante para la escuela: lo no medido, lo no estandarizado, lo vivido y resuelto en su cotidianidad, en su gestión real y que no se suma dentro de la parametrización establecida por un instrumento detallado y cuidadosamente refinado. Por lo tanto, al ser la vida cotidiana de los sujetos directivos y docentes el punto de ataque del poder, resulta necesario establecer una relación disociada con los procedimientos e instancias de control. Esto permitiría desvelar su poder y, de esta forma, disminuir su capacidad de control a través de acciones creativas y alternativas que dialoguen con las normas y recreen su planteamiento inicial.
Conclusiones
El análisis de la formación de la gestión educativa
como dispositivo en la política educativa en
Colombia durante el periodo 2003-2016 reveló
cómo esta gestión fue un elemento clave en el
funcionamiento del sistema educativo, en línea con
las proyecciones de organismos internacionales. En
esta política sectorial se establecieron los métodos
de actuación y las formas de control discursivo, con
el objetivo de implementar el dispositivo a través de
procedimientos e instancias de control.
Problematizar los procedimientos permite concluir
que estos dieron coherencia al dispositivo. Ya
sea de manera individual o en grupo, impulsaron una
poderosa relación de fuerzas que impusieron saberes
y, a su vez, se alimentaron de ellos para actualizarlos
en el presente. Al ser institucionalizados por el men,
se evidenció una relación de poder con los sujetos
de la gestión educativa, que no estuvo exenta de
tensiones. En el despliegue de este tipo de poder, se
hizo visible la firmeza con la que se implementó la
normatividad para lograr el control desde las racionalidades
administrativa, jurídica, instrumental, economicista
y productivista. En ellas, se pudo observar
la institucionalidad en sus propósitos y la institución
educativa como espacio en el que se ejerció el poder.
Los procedimientos de control componen una
estructura de relaciones que establecen líneas precisas
para unir los saberes de los procedimientos en el
espacio de poder escolar, con las curvas impulsadas
desde las estructuras de poder. Estas líneas se pliegan
y repliegan para dirigir el poder hacia la sujeción de
directivos y docentes, en función de la implementación
del modelo de gestión educativa. De esta manera,
la secuencia de los procedimientos sigue un orden
administrativo empresarial en el que la planeación
determina los modos de acción para actuar sobre
los sujetos; la organización estructura la legalidad de
esos modos y formas de acción; el direccionamiento
establece una nueva forma de gobierno institucional y de control de la vida de cada sujeto; la inspección
y vigilancia se encarga del control para lograr el
disciplinamiento y la normalización; y la evaluación
funciona para generar sostenibilidad, actualizando
en sus acciones las formas de poder a través de la
retroalimentación, la sanción y el estímulo.
La relación armónica entre la planeación, organización
y dirección, como triada de poder y sustento
administrativo y productivo del modelo de gestión,
orientó el comportamiento en relación con los discursos
explícitos para cada procedimiento. A través
de la inspección, vigilancia y evaluación, se buscó la
sujeción de los sujetos. El cumplimiento de los procedimientos
conduce, de esta manera, a adquirir una
identidad con el modelo de gestión que se refuerza
con el control y se naturaliza el poder instituido en
cada instancia de control.
Cada procedimiento creó formas institucionales
y medios de control para establecer relaciones de
poder. Se utiliza la política de calidad como medio,
derivada de planes de mejoramiento, para presionar
a directivos docentes y docentes a través de la evaluación,
con el fin de lograr mejoras en el progreso,
desempeño, eficiencia y ambiente escolar.
Las modalidades instrumentales, como componentes
de las instancias de control, alimentaron los
medios para crear relaciones de poder. Esta acción
denotó una mayor fuerza en los procedimientos de
organización y direccionamiento, al establecer la
estructura base sobre la cual se gobernaba la institución
y sus sujetos a través de una diversidad de formatos
y reportes. Para afianzar el poder y su efecto de
control y dominación, utilizaron los procedimientos
de inspección, vigilancia y evaluación como campo de
posibilidades para la instrumentalización del poder
y para despejar las dudas frente a la obligatoriedad
de cumplimiento del modelo.
Las formas de cada instancia de control delimitaron,
en primer lugar, la sociedad sobre la cual ejercieron
la coacción. Esto se hizo con el objetivo de enraizar
su poder en las relaciones sociales y viabilizar su
reproducción. En segundo lugar, se limitó la libertad
de los sujetos y la soberanía de su saber mediante
las formas y situaciones de gobierno. Ambos efectos
se vincularon a la vida escolar, a través de las formas
gubernamentalizadas impuestas por el control estatal.
El análisis del despliegue de los procedimientos
y las instancias de control visibiliza la configuración
de un dispositivo de control que, detalladamente,
relaciona el saber y el poder, con el fin de establecer
relaciones de fuerza y poner en marcha procedimientos
e instancias para limitar la voluntad de los
participantes. Esta decisión pone en riesgo la
historicidad de las prácticas escolares y obliga a su
reescritura, con el objetivo de alcanzar márgenes de
libertad en relación con el poder presente.
Lo anterior crea condiciones para que emerjan estrategias que tensionen y que marchen en paralelo a la dominación. En este sentido, irrumpen la recuperación de la gobernabilidad escolar, la defensa de la autonomía institucional, el cumplimiento del mandato constitucional sin intencionalidades soterradas, la participación en franca democracia y en equidad de posibilidades, la construcción de políticas educativas a partir de apuestas emergentes y el acrecentamiento del poder del directivo y el docente, basado en su empoderamiento como sujetos políticos.
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