Revista Pedagogía y Saberes
Universidad Pedagógica Nacional
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Kant: la pedagogía y los
peligros del narcisismo
y el misticismo
Kant: Pedagogy and the Dangers of
Narcissism and Mysticism
Kant: a pedagogia e os perigos do
narcisismo e do misticismo
Para citar este artículo: Montoya-Duque, J. C. (2024). Kant: la pedagogía y los peligros del narcisismo y el misticismo. Pedagogía y Saberes, (60), 30–44. https://doi.org/10.17227/pys.num60-20111
Resumen
El presente artículo de reflexión expone una interpretación de la doctrina del método práctico (KPV) en Kant desde una perspectiva
fenomenológica, específicamente desde el concepto de intersubjetividad. Para ello, se destacan tres rasgos esenciales del método
práctico: primero, su carácter intrínsecamente pedagógico; segundo, su constitución histórica concreta; y tercero, su esencial carácter intersubjetivo. Este modo de interpretación nos permite entender los conceptos de “empirismo” y “misticismo” de la razón
desde una perspectiva nueva: como los peligros que acechan las relaciones humanas (en este caso, pedagógicas), y que las hacen
degenerar fácilmente en relaciones pseudointersubjetivas, más o menos narcisistas o mistificadoras.
Palabras clave
formación moral; pedagogía; ilusión trascendental; típica; intersubjetividad
Abstract
This reflective article presents an interpretation of Kant’s doctrine of the practical method (KPV) from a phenomenological
perspective, specifically through the concept of intersubjectivity. It highlights three essential features of the practical method:
first, its inherently pedagogical nature; second, its concrete historical constitution; and third, its fundamentally intersubjective
character. This mode of interpretation allows us to understand the concepts of “empiricism” and “mysticism” of reason from a
new perspective: as dangers that lurk within human relationships (in this case, pedagogical ones), which can easily degenerate
into pseudo-intersubjective relationships, either narcissistic or mystifying in nature.
Keywords
moral education; pedagogy; transcendental illusion; typical; intersubjectivity
Resumo
Este artigo reflexivo apresenta uma interpretação da doutrina kantiana do método prático (KPV) sob uma perspectiva fenomenológica, especificamente através do conceito de intersubjetividade. Destaca três características essenciais do método prático:
primeiro, sua natureza inerentemente pedagógica; segundo, sua constituição histórica concreta; e terceiro, seu caráter fundamentalmente intersubjetivo. Este modo de interpretação nos permite compreender os conceitos de “empirismo” e “misticismo”
da razão sob uma nova perspectiva: como perigos que se escondem dentro das relações humanas (neste caso, pedagógicas), que
podem facilmente degenerar em relações pseudointersubjetivas, de natureza narcisista ou mistificadora.
Palavras-chave
educação moral; pedagogia; ilusão transcendental; típica; intersubjetividade
Introducción
El objetivo principal del presente artículo es elaborar
una interpretación fenomenológica de la “Doctrina
del método” de la Crítica de la razón práctica de Kant.
Con este enfoque, buscamos resaltar al menos tres
aspectos esenciales del método práctico: en primer
lugar, este método cumple la función de regular los
procesos de formación moral, por lo que tiene un
carácter esencialmente pedagógico. En segundo
lugar, los procesos de formación moral se emplazan
estratégicamente en los mundos históricos y las relaciones humanas concretas. En tercer lugar, el método
práctico supone, al menos implícitamente, una teoría
de la intersubjetividad que, en cuanto tal, se ve amenazada por los peligros del narcisismo y la mistificación, que instauran “falsos” procesos intersubjetivos
(pseudointersubjetividad). En conjunto, desde la
interpretación que proponemos, estos tres aspectos
configuran la idea de un método práctico que sirve
para reflexionar sobre el carácter histórico, concreto
e intersubjetivo de los procesos de formación moral,
que tienen como objetivo, según Kant, el fomento de
la autonomía y el desarrollo de las capacidades causales libres. En este sentido, tomando como base la
segunda Crítica, nuestro interés se centra en el fundamento ético y filosófico de los procesos pedagógicos.
Metodológicamente, nuestra propuesta es llevar a cabo una lectura cruzada de la “Doctrina del método” con los capítulos de la “Típica de la facultad de juzgar práctica” y “De los móviles de la razón pura práctica”. Esto implica que abordamos cada uno de los capítulos no separadamente, sino como pertenecientes al conjunto. Nuestra metodología de lectura no es lineal, sino que pone en práctica resonancias y transparencias entre cada uno de los problemas abordados en estos capítulos. Por ejemplo, el método práctico deja trasparecer el procedimiento típico, y este, a su vez, deja ver la cuestión afectiva de los móviles. Sin embargo, no se trata de una lectura simplemente asociativa, sino que tiene un eje articulador: el concepto de formación moral. Este concepto se refiere a los procesos de inserción de la ley moral objetiva en las motivaciones subjetivas del ser humano, procesos que, para nosotros, son intrínsecamente intersubjetivos. Es el concepto de intersubjetividad, que para nosotros se declina en clave fenomenológica, el eje que permite integrar las tres problemáticas. Esta orientación fenomenológica de nuestro enfoque nos permitirá establecer una conexión fundamental entre la “apercepción analógica” de Husserl y el procedimiento “típico” de la segunda crítica kantiana, así como entre el concepto de “estructura de fantasma” en Marc Richir y las complejas nociones de “empirismo” y “misticismo” de la razón en Kant. Estas conexiones, más o menos sutiles, entre los conceptos kantianos y los conceptos fenomenológicos de Husserl y Richir, serán decisivas en nuestra argumentación. Sin embargo, nuestro enfoque no busca simplemente comparar la Crítica de la razón práctica con algunos conceptos fenomenológicos para traducir a un lenguaje actual lo que Kant dijo en su época. En cambio, nuestro objetivo es desentrañar la unidad de contenido que subyace a los capítulos de la segunda Crítica que tratan sobre la formación moral. Esta unidad de contenido es la siguiente: los procesos de formación moral, que involucran complejos procesos de intersubjetividad, están internamente articulados por el procedimiento típico y los estados afectivos del sentimiento moral (que Kant llama respeto). Esta articulación típica de los procesos intersubjetivos de la formación moral se relaciona con los conceptos fenomenológicos de una intersubjetividad organizada analógicamente, y las patologías de la intersubjetividad, que Kant denomina “empirismo” y “misticismo” de la razón práctica, consuenan a su vez con el concepto de “fantasma” en el sentido del fenomenólogo Marc Richir.
El método: la posibilidad de una formación moral
La “Doctrina del método” de la Crítica de la razón
práctica establece los lineamientos metódicos de
una educación y práctica morales cuyo objetivo es la
penetración de la ley moral objetiva en las motivaciones del sujeto (kpv, ak, V, 269; Kant, 2005, p. 177).
Esta doctrina señala un proceso de formación del
sujeto moral a través del ejercicio continuo del juicio
práctico, y en esta medida, mediante la subsunción
y determinación de la máxima de su acción bajo el
imperativo categórico. Este proceso de subsunción de
la máxima subjetiva en la ley objetiva implica un desarrollo progresivo, un aprendizaje y la constitución de
“un hábito” (kpv, ak, V, 284; Kant, 2005, p. 186) en el
juicio moral. Kant sitúa este proceso en el contexto
cotidiano del vínculo interhumano, que tiene lugar
en todo momento y es esencialmente ajeno a todo
intelectualismo y refinamiento artificial.
Esto último consuena con el concepto de libertad,
entendido en el contexto de la “Analítica de la razón
pura práctica” como un “hecho de la razón” (kpv, ak, V,
55; Kant, 2005, p.35), en la medida en que este “hecho”
racional penetra toda la existencia humana, antes de
cualquier postura intelectual. En esta línea, el enfoque metódico práctico es situado por Kant en el contexto de la vida cotidiana, y, de manera más específica, en el contexto de la educación moral, ya que esta
debería aprovechar el interés natural que todo ser
humano inscrito en el factum racional demuestra por
juzgar el valor moral de las acciones. La estrategia
metódica fundamental consiste en utilizar lo que
en la naturaleza humana no formada, en la “razón
humana común” (kpv, ak, V, 275; Kant, 2005, p. 180),
ya muestra una inclinación hacia lo moral, con el fin
de guiar esa misma naturaleza, a través de un proceso
formativo, hacia su liberación.
Sin la inclinación natural del ser humano hacia
lo moral, el proyecto práctico estaría condenado a
ser mecánico y policial (kpv, ak, V, 271; Kant, 2005,
p. 178), ya que la influencia de la ley sería totalmente
ajena a él. Una metódica maquinal y policial es la que
tiene lugar cuando se busca que las acciones presenten legalidad sin importar si tienen moralidad. Esta
solo se pone en juego mediante la convicción moral
y la formación de motivaciones subjetivas en un
proceso gradual de adopción de la ley, es decir, solo
se aplica en el contexto de la educación.
La distinción entre “legalidad” y “moralidad” (kpv,
ak, V, 271; Kant, 2005, p. 178) permite establecer una
separación entre las determinantes objetiva y subjetiva
de la acción, así como establecer un vínculo entre ellas
a través de la noción de una determinación objetiva de
la voluntad. Este vínculo siempre es asimétrico, ya que
la naturaleza humana no encuentra otro camino que
someterse voluntariamente al mandato de la ley. Aunque Kant considera que en lo práctico hay un motivo
subjetivo fundamental (el sentimiento de respeto hacia
la ley), evita cuidadosamente caer en la trampa del
sentimentalismo moral, donde se intenta hacer pasar
la ley como objeto de la propia inclinación. El motivo
subjetivo genuinamente moral es la convicción por
medio de la cual se considera obligatoria la observancia de la ley, en un movimiento de subordinación
que solo posteriormente se convertirá en liberación.
Esta última, entendida como el despertar de la propia
dignidad personal y suprasensible, se convierte en el
objetivo final de la formación moral. Y esta formación
se pone en juego en el vínculo interhumano más inmediato y originario: aquel en donde hay alguien que
enseña y alguien que aprende mediante cierta imitación. Desde la perspectiva de los “móviles de la razón
práctica”, la “imitación” (kpv, ak, V, 139; Kant, 2005,
p. 93) es un concepto importante, y, en la medida en
que estos móviles pasan por un proceso de formación,
dicho concepto también juega un papel central en la
práctica educativa (Granja, 2005).
El método de la razón práctica se fundamenta en
la posibilidad de formar juicios prácticos. De hecho,
se podría entender como el instrumento a través del
cual se puede realizar el juzgar moral en toda vida
humana compartida intersubjetivamente. El juicio
práctico encuentra en el método un instrumento
para cultivar la vida humana, vivida desde su nivel
más natural. De esta manera, la determinación racional de la voluntad no es simplemente un asunto de
refinamientos morales más o menos intelectuales, ni
tampoco la decisión heroica de una persona aislada.
Más bien, es el resultado de complejas operaciones
formativas que tienen lugar en el vínculo intersubjetivo. La doctrina del método permite enfocar el juicio
práctico en el contexto de la relación cotidiana, en
la que los seres humanos evalúan conjuntamente el
valor moral de las acciones de sus semejantes. En este
escenario cotidiano —coherente, como hemos dicho,
con el hecho racional moral (factum de la razón)— se
da una relación pedagógica, que abre permanentemente la posibilidad de formar el juicio práctico.
Ahora bien, ¿cuál es el lugar de la “Doctrina del
método” en la Crítica de la razón práctica? Recordemos, ante todo, que la “Doctrina trascendental del
método” en la Crítica de la razón pura es concebida
como una “Disciplina de la razón pura” (krv, A709/
B737), mediante la cual la razón se enfrenta, al menos
en su “uso polémico” (krv, A738/B766), y mediante
una práctica “estratégica” (Duque, 1985, p. 116) —
las metáforas militares son notables desde A756/
B784— a un ámbito de la razón natural en el que
predominan las ilusiones lógicas y las oposiciones
dogmáticas. La disciplina de la razón pura, en su uso
polémico, cumple su función crítica desde el combate
directo, cuerpo a cuerpo, en el dominio de la razón
común, donde nada está asegurado de antemano
frente a la ilusión, en la que cae constantemente la
razón. De la misma manera, en la Crítica de la razón
práctica, la “Doctrina del método” designa la necesidad de implementar una práctica estratégica en la
que la razón, en su dimensión moral, combata cuerpo
a cuerpo en el terreno de la razón natural, en el cual,
por cierta fatalidad de la ilusión —familia directa de
la “ilusión trascendental”, “ilusión inevitable”, “ilusión
natural” (krv, A297/B354)—, la razón no puede
asegurar de antemano la verdad de su uso. La razón
práctica, pues, está habitada también interiormente
por las ilusiones que emanan del uso natural de la
razón, y es por ello que se hace necesaria una doctrina
del método. Los peligros aquí, no obstante, no son los
mismos que en la primera Crítica, sino que están bien
diferenciados: el “empirismo” y el “misticismo” de la
razón práctica (kpv, ak, V, 125; Kant, 2005, p. 83), consistentes en confundir, cada uno a su manera, la ley
moral con los determinantes sensibles de la voluntad.
Por lo tanto, si la formación moral se basa en un
método que funciona en un ámbito estratégico de
confrontación entre la razón crítica y la razón natural,
este proceso formativo está constantemente amenazado por los peligros del narcisismo y la exaltación.
La cuestión del método pone en evidencia el riesgo
siempre presente de que la relación pedagógica se
degrade, influenciada por las ilusiones de la razón
natural, hacia una exaltación (Schwärmerei) mística
o, aún peor, hacia el narcisismo.
Nuestro interés, desde este punto, recaerá en este ámbito estratégico de la razón práctica, buscando mostrar cómo la razón combate, en el proceso pedagógico moral, con toda suerte de ilusiones que emanan del suelo natural en el que crece el ser humano. Daremos a este problema un enfoque fenomenológico, buscando señalar tres asuntos fundamentales: 1. Cómo el terreno estratégico del método en la Crítica de la razón práctica implica, de manera evidente, una teoría de la ilusión o apariencia (Schein). 2. Cómo la llamada “Típica de la facultad de juzgar práctica” de la segunda Crítica articula internamente el proceso formativo moral, mediante la puesta en juego de una “analogía formal” (Westra, 2016, p. 2), que está vinculada directamente con el terreno intersubjetivo. Es decir, cómo el “tipo” (kpv, ak, V, 122; Kant, 2005, p. 81) articula directa y espontáneamente la relación intersubjetiva de carácter moral, evitando los peligros del narcisismo y la exaltación mística. Este concepto se nos revela muy cercano a lo que Husserl llama “apercepción analógica”.
La apariencia, impulsora de la relación pedagógica
Teniendo en cuenta las ideas que hemos expuesto
sobre el papel que cumple el método de la razón
práctica en la segunda Crítica, debemos preguntarnos
ahora por el terreno de aplicación de este método.
Consideramos que para encontrar una respuesta es
fundamental retomar la cuestión de la ilusión en la
filosofía crítica kantiana, teniendo en cuenta que el
terreno polémico en el que se desarrolla el proceso
de formación moral está atravesado de principio a fin
por la posibilidad de la ilusión, el desvío y el fracaso.
La función del método en las dos primeras críticas es
caracterizar el procedimiento que debe emplear la
razón crítica en la confrontación con la razón natural,
con el fin de intentar doblegar las resistencias que
esta le opone constantemente. Quienes se enfrentan
cuerpo a cuerpo no son un sabio y un ignorante, sino
dos hombres de carne y hueso, igualmente expuestos
a los desvíos que por todas partes siembra la potencia
de la apariencia. El único recurso del filósofo en este
contexto es un método estratégico, no exento de
matices polémicos, por medio del cual busca conducir
críticamente el desarrollo de la confrontación.
La razón no puede liberarse llanamente (dogmáticamente) del poder activo de la apariencia que tiene
lugar en el seno de la razón natural. Esto implica que
Kant posee una concepción positiva de la apariencia,
la cual, en el contexto de la segunda crítica, posibilita
el vínculo pedagógico. Autores como Lebrun (1970),
Duque (1985) y Ramas (2015) enfatizan el carácter
crítico de la filosofía kantiana mediante una recuperación del concepto de apariencia. Siguiendo sus planteamientos, es necesario decir que, en el poder activo
de la apariencia, en su función inextinguible dentro
del vínculo interhumano, encuentra su justificación
el ejercicio de la filosofía crítica y sus objetivos éticos.
Esta necesidad de la apariencia se origina en la naturaleza humana no cultivada, y la práctica pedagógica
constituye también la expresión del hecho de que la
razón tiene que pasar por un proceso de formación
cuyo punto de partida son las imágenes.
En este contexto, la Crítica en cuanto tal, no está
destinada a darnos convicciones y verdades, sino a
enseñarnos a pensar de manera diferente (Lebrun,
1970, p. 11). Es decir, a pensar estratégicamente
en el combate cuerpo a cuerpo de la vida natural
del vínculo social, del cual la práctica pedagógica
constituye un aspecto fundamental. Las lecturas
positivistas de Kant, que sostienen que la Crítica
cumple una función de demolición científica de la
metafísica, aportando solo los fundamentos de las
condiciones de posibilidad de las ciencias, no tienen
en cuenta esta función positiva de la apariencia y el
carácter esencialmente crítico de la filosofía kantiana,
ni su articulación necesaria con los problemas del
ámbito práctico. Frente a estas lecturas, es necesario afirmar el carácter activo de la apariencia en
la filosofía crítica de Kant. Teniendo en cuenta que
la “ilusión trascendental”, en tanto que apariencia
necesaria, se caracteriza por hacer pasar lo subjetivo por objetivo, es importante destacar que “esa
falacia fundamental permite el campo de juego de la
vida humana: conocimiento y acción” (Duque, 1985,
p. 116). La relación entre la apariencia y el vínculo
social en Kant también puede explorarse mediante la
puesta en evidencia de la deuda que Marx tiene con
la filosofía crítica de Kant en torno a los conceptos
de fetichismo y mistificación, que son herederos de
los conceptos kantianos de empirismo y misticismo
de la razón práctica (Ramas, 2018). Esto último
abriría un campo de investigación muy interesante
en torno a la función crítico-social de los conceptos kantianos y marxistas que están relacionados.
Sin embargo, nuestro interés en este caso se centra
exclusivamente en el concepto de apariencia en el
método de la razón práctica, específicamente en su
caracterización como relación pedagógica en la que se
forman los jóvenes para el ejercicio de la vida moral.
Según Kant, el escenario del proceso de formación moral es el de “[…] las conversaciones mezcladas en sociedad, que no se componen tan solo de doctos y sutiles razonadores, sino también de hombres de negocios y de señoras […]” (kpv, ak, V, 273; Kant, 2005, p. 179). Sin embargo, este terreno social adulto encuentra “aguas arriba” un esencial carácter genético, y descubre unos procesos formativos de los hombres y de su vínculo social que hacen que el interés de Kant se centre en la educación de los jóvenes (kpv, ak, V, 275; Kant, 2005, p. 180), con miras al ejercicio de la vida civil futura. De esta manera, su concepción del método práctico adquiere un claro acento pedagógico, en un sentido platónico y socrático: el terreno de aplicación del método filosófico práctico tiene un marcado interés pedagógico, una orientación esencial hacia la polis, hacia la formación del ciudadano y el cultivo cuerpo a cuerpo del alma humana desde sus primeras etapas. El “método” en Kant es equivalente a lo que en el pensamiento platónico se conoce como retórica filosófica, que siempre se enfrenta estratégicamente con la retórica sofística (McCoy, 2008) en el contexto de la vida social. La doctrina del método en Kant recoge el espíritu de la retórica como arte cívico, de manera similar a la concepción de los antiguos atenienses. Para Kant, el interés de los “educadores de la juventud” (kpv, ak, V, 275; Kant, 2005, p. 180), al igual que el interés socrático, no se dirige a la positividad de un conocimiento adquirido, sino al cultivo recíproco del alma a través de la relación pedagógica. El interés de la razón práctica en el mundo social es pedagógico porque no se conforma con las realidades ya consolidadas, sino que establece las bases de los procesos formativos que preparan al ser humano para la vida en sociedad. En este sentido, la doctrina del método es un exhorto a los “educadores de la juventud” para que presenten ante los jóvenes “ejemplos de los deberes” (kpv, ak, V, 275; Kant, 2005, p. 180). En medio de la célebre frialdad del filósofo de Königsberg, resuenan claramente, en realidad, las tonalidades inspiradas del Sócrates del Fedro en su concepción ética de la pedagogía.
Entonces, mi joven oyente se verá elevado gradualmente de la simple aprobación a la admiración y de esta, al asombro, para llegar finalmente a la más grande veneración y a un vivo deseo de poder ser él también un hombre semejante. (kpv, ak, V, 278; Kant, 2005, p. 183)
Se puede decir que la doctrina del método de la
razón práctica es claramente afín a una ética erótica o
“ero-ética” (Mejía, 2010, p. 19) de raíz platónica. Esto
es así siempre y cuando se entienda este Eros como
“fecundidad del alma” (Mejía, 2010, p. 27). En Kant,
este concepto adquiere el sentido de una formación
moral que tiene como objetivo el sentimiento de la
dignidad suprasensible del hombre, alejándose de los
empirismos de la razón práctica de ayer, de hoy y de
siempre, que intentan atar la potencia del Eros con
las cadenas del mero interés corporal.
Con el fin de respaldar esta consideración, es
importante examinar dos características del proceso
formativo descrito en la doctrina del método en la
segunda Crítica: 1. El plus de “fuerza sobre el ánimo
humano” (kpv, ak, V, 270; Kant, 2005, p. 177), y 2. La
dirección de ascenso; ambas implicadas en el proceso
pedagógico que ocurre cuando un educador y un
joven se reúnen en torno a un ejemplo, con el objetivo
de despertar el deseo de ascender del segundo hacia
su destinación (Bestimmung) suprasensible. Estos
rasgos fenomenológicos de fuerza y ascenso se describen a lo largo de toda la doctrina del método y se
refieren al influjo que sobre el “ánimo” y “el corazón
humano” tiene la “representación pura de la virtud”
(kpv, ak, V, 272; Kant, 2005, p. 178) o la “representación pura del deber”, que Kant afirma es “el móvil
más poderoso” (kpv, ak, V, 272; Kant, 2005, p. 179)
para la acción moral. El objetivo de la relación pedagógica es elevar al joven (kpv, ak, V, 278; Kant, 2005,
p. 183) mediante una serie de pasos ascendentes que
comienzan con la “simple aprobación”, pasan por la
“admiración” y el “asombro”, y llegan a “la más grande
veneración y a un vivo deseo de poder ser él también
un hombre semejante” (kpv, ak, V, 278; Kant, 2005,
p. 183). Más adelante, Kant afirma que “por tal ejemplo sentimos nuestra alma fortalecida y elevada” (kpv,
ak, V, 283; Kant, 2005, p. 185) y que “la naturaleza
humana es capaz de una elevación tan grande más
allá de todos los móviles contrarios que la naturaleza
pueda proporcionar” (kpv, ak, V, 283; Kant, 2005,
p. 186). Estos rasgos fenomenológicos de la práctica
pedagógica, con claras raíces platónicas, describen
un aumento de la fuerza del corazón humano y una
elevación por encima de cualquier coacción de la
naturaleza, lo que en conjunto constituye un método
de elevación que comienza en el mundo de la sensibilidad y busca llegar, mediante la representación pura
del deber, hasta la ley moral pura. Y todo esto en el
contexto de una relación humana profundamente
afectiva. Se podría hacer un inventario de las diferentes formulaciones del imperativo categórico, desde
las más abstractas hasta las más concretas, como lo
hace Wood (2006), y sin embargo, no se encontraría
la misma fuerza positiva sobre el corazón humano
que tiene la ley en el encuentro pedagógico. Por lo
tanto, la doctrina del método, en su enfoque psicagógico, describe de manera positiva el influjo de la
ley en el alma humana, de una manera que no tiene
nada que ver con un supuesto formalismo y dogmatismo morales, apologéticos del estado de cosas que
se ha pretendido denunciar desde una perspectiva
marxista (Fernández, 2003). En cambio, es más
adecuado hablar de un Eros que está presente en la
concepción del método práctico en Kant.
La doctrina del método describe el ámbito de la relación pedagógica en la que, a través de un vínculo profundamente afectivo, el maestro y el alumno se encuentran en torno a un ejemplo con el objetivo de formar moralmente. Este método se enfoca en la posibilidad de formar el “corazón humano”, a través de un proceso de elevación desde sus estadios naturales, en los que predominan las apariencias, hasta un estadio superior en el que la ley moral, de manera pura, decide íntimamente en la elección de la voluntad. Podría decirse que la relación pedagógica tiene un marcado carácter de elevación y purificación de los sentimientos morales, con el fin de culminar en el ejercicio autónomo del juicio moral. Por lo tanto, el método se refiere a la estrategia que la razón utiliza para propiciar el influjo positivo de la ley moral en el “ánimo” del hombre, a través de un proceso gradual de cultivo de sus sentimientos morales. Esto nos permite afirmar que la ley moral no es soberana, sino que debe insertarse en el corazón de cada individuo, y que su instrumento, el juicio moral, no es un simple dato de la razón disponible en todo momento, sino que tiene un carácter histórico fundamental.
La típica del juicio práctico y la cuestión pedagógica
A pesar de la importancia del breve capítulo dedicado a la “típica de la facultad de juzgar práctica” (kpv, ak, V, 119; Kant, 2005, p. 79), no se ha prestado suficiente atención a él en la bibliografía secundaria. Además, la mayoría de los estudios dedicados a esta cuestión tienden a elaborar una interpretación del concepto a partir de la noción de “símbolo”, lo cual distorsiona el sentido de la cuestión. Nuestro propósito a continuación es doble: a. Precisar el sentido del concepto de “típica”, sin confundirlo con el de simbolismo (lo primero designa una analogía formal, lo segundo lo que podría llamarse una “analogía material”). b. Argumentar a favor de la idea de que el juicio práctico, regido por un “tipo”, encuentra su concreción histórica (es decir, su proceso formativo) en la relación pedagógica descrita por el método. Queremos, pues, presentar y sustentar la siguiente tesis: desde el punto de vista de las operaciones sintéticas de la subjetividad, la relación pedagógica está articulada típicamente. Y el proceso de formación moral está vehiculizado por el procedimiento de la analogía formal propio de la típica. En este carácter formal de la analogía se cifra su naturaleza propiamente moral.
El tipo no es un símbolo
En primer lugar, es necesario mencionar que en la filosofía crítica kantiana, el Juicio cumple una función de
enlace o transición (Übergang) entre las esferas de lo
sensible y lo suprasensible. Según Kant, de la facultad
del juicio “depende la correcta conexión de lo sensible
y lo suprasensible” (Cubo, 2008, p. 52). Esta función
de enlace se manifiesta por primera vez en la primera
Crítica, a través del procedimiento trascendental del
esquematismo, el cual consiste en vincular el concepto
puro (categoría) con las condiciones de la intuición
sensible. En el esquematismo, el “elemento” lógico
se enlaza con el “elemento” sensible para formar un
“esquema trascendental” (krv, A138/B177) que pueda
recibir una intuición empírica y así lograr una determinación objetiva del conocimiento. En la segunda
Crítica, esta misma función de transición reviste un
carácter objetivo, pero ya no desde un modo de juzgar
basado en el esquematismo para el conocimiento de
la naturaleza, sino desde un modo de juzgar típico en
el que la naturaleza se juzga de manera sutilmente
analógica. La tercera manifestación de esta facultad
de enlace se da, por antonomasia, en la tercera Crítica,
donde el Juicio cumple la función de mediar entre las
esferas de la naturaleza y la libertad. En este caso, el
tránsito es concebido por Kant como una forma de
pensar esencialmente no objetiva, como mera forma
de pensar, como dimensión mediadora de carácter
subjetivo-trascendental que se expresa en dos tipos
fundamentales de juicio: el estético y el teleológico. A
continuación, nos enfocaremos en la segunda de estas
modalidades del juicio.
La función de enlace del juicio práctico se produce
típicamente mediante el establecimiento de un “tipo
de la ley moral” (kpv, ak, V, 122; Kant, 2005, p. 81),
el cual tiene la función de exponer in concreto la ley
moral, es decir, determinar si la regla, en abstracto,
aplica o no in concreto a una acción específica. Aquí
se pone en juego la capacidad del juicio para enlazar
el objeto de la voluntad, lo moralmente bueno, con la
intuición sensible, es decir, “se pretende aplicar una
ley de la libertad a acciones en cuanto eventos que
acaecen en el mundo de los sentidos, y que, por lo
tanto, como tales, pertenecen a la naturaleza” (kpv,
ak, V, 121; Kant, 2005, p. 80). Lo decisivo en este
modo de enlace es que se produce mediante una
aplicación típica, no esquemática, de lo suprasensible
a lo sensible. La ley se expone in concreto en el mundo
de los sentidos, “pero solo en cuanto a la forma”,
solo “como ley para la facultad de juzgar” (kpv, ak,
V, 122; Kant, 2005, p. 81). El esquema enlaza la categoría y el fenómeno porque constituye un “tercero”
que permite relacionarlos “en homogeneidad” (krv,
A138/B177). Sin embargo, en el ámbito moral, el
tipo no establece esta homogeneidad, ya que enlaza
dos dominios esencialmente heterogéneos: la naturaleza y la libertad. La única forma de enlazarlos es
mediante una analogía que no establece una relación
de semejanza, sino una indicación indirecta de la ley
moral (suprasensible) en el dominio de los sentidos.
En esta indicación indirecta de la ley en el mundo
de los sentidos reside la clave para comprender cómo
funciona el juicio práctico y, como argumentaremos
a continuación, también el proceso pedagógico de
formación del juicio moral. Sin embargo, esta indicación ha generado confusión en la bibliografía secundaria en torno al importante concepto de “tipo”. La
aplicación indirecta de la ley en lo sensible ha sido
interpretada como simbolismo, lo cual pierde el
sentido genuino de lo que Kant designa aquí como
tipo. Bielefeldt, desde la perspectiva del liberalismo,
hace una interpretación del juicio moral en Kant
basándose en el concepto de una “representación
simbólica”, la cual “apunta indirectamente a una
dimensión que permanece fuera del ámbito de las
ciencias objetivantes” (2003, p. 5). Autores como
Shell (1980) y Paton (1947) interpretan el tipo como
“imagen sensible (Sinnbild)” (p. 82) y “prefiguración
simbólica” (p. 160) respectivamente. Paton asocia
además esa forma de “prefiguración simbólica” con
el contexto de la exégesis de las escrituras, dándole al concepto de tipo una orientación hacia un
simbolismo bíblico que no es claramente el interés
de Kant. El error de Shell, por su parte, consiste en
interpretar el tipo como una modalidad de la imagen,
cuando la intención de Kant es mostrar que, por el
contrario, se trata de una estructura representativa
abstracta y formal, no visible. Esto lleva a confundir
el tipo con el símbolo, ya que este último es, como lo
dice Kant en la Crítica del juicio, “solo un modo del
intuitivo” (KU, § 59). El problema de estas lecturas es
que, al interpretar el tipo como símbolo, descuidan
rápidamente su rasgo específico, es decir, que es una
representación abstracta y formal, no sensible como
una imagen (visible), aunque quizás sí a la manera del
(typus, tipo) griego, entendido como “carácter
grabado”. En este sentido, creemos que se trata de un
modo de representación más cercano a la escritura,
pero tampoco confundible con ella. Si decimos que
se trata de la inscripción de la ley moral en el ánimo
del hombre, sería, a lo sumo, una manera metafórica
de hablar, aunque no por ello sin valor heurístico.
Más recientemente, Westra (2016), en línea con
nuestro enfoque, propone aclarar el concepto de
tipo eliminando cualquier simbolismo, enfatizando
que se trata de una “representación de una estructura
relacional abstracta” (p. 70). De esta manera, el autor
interpreta lo que Kant llama “la forma de la legalidad
en general” (kpv, ak, V, 124; Kant, 2005, p. 82). Esta
manera de entender las cosas hace justicia al énfasis
de Kant en que el tipo no es una imagen, es decir, que
no es nada figurable. No otra cosa quiere decir Kant
cuando distingue explícitamente el esquema del tipo.
El primero se refiere al modo en que la imaginación
trascendental enlaza con el fin de unir el concepto
puro con las condiciones de la sensibilidad, mientras
que el segundo se refiere al modo en que el entendimiento une el concepto puro de una naturaleza con
la razón. En resumen, el esquema une el concepto
puro de causalidad con las condiciones de la naturaleza sensible,11
1
Mediante el concepto dinámico de sucesión de los fenómenos,
por ejemplo (Cfr. krv, A189/B232).
mientras que el tipo “liga el concepto
de causalidad con condiciones totalmente distintas
de las que constituyen la conexión de la naturaleza
[sensible]” (kpv, ak, V, 121; Kant, 2005, p. 81), esto
es, el tipo une el concepto de causalidad ya no con
una naturaleza sensiblemente condicionada sino
con un concepto de naturaleza que no tiene nada de
sensible. En el primer caso, la naturaleza se presenta
bajo las condiciones fenoménicas, mientras que en
el segundo, se presenta como una naturaleza que no
está sujeta a esas condiciones, como una naturaleza
que es objeto de una causalidad libre y nouménica.
En pocas palabras, el juicio práctico, como ejercicio
de la voluntad moral, juzga la naturaleza no como es,
sino como debe ser, no como objeto sensible (objeto
de los sentidos), sino como objeto suprasensible
(objeto de la acción) en el que debería realizarse el
bien supremo. En esta nueva forma de juicio, la naturaleza ha perdido todos sus rasgos sensibles y se ha
convertido en el objeto formal de una legislación pura
de la voluntad. Como señala Westra, la síntesis del
juicio aquí es “intelectual” (2016, p. 70). Ahora bien,
el procedimiento del juicio es el siguiente: se establece
una analogía formal entre la naturaleza suprasensible (natura archetypa), que sirve como modelo, y la
naturaleza sensible (natura ectypa) (kpv, ak, V, 75;
Kant, 2005, p. 51), o naturaleza-copia. Esta analogía
consiste en juzgar mi acción en el mundo, así como
la de todos los demás seres humanos, como si fuera
una ley universal de la naturaleza, es decir, como si mi
acción y la de mis congéneres tuviera la misma constancia universal y la misma necesidad que la causalidad de una ley de la naturaleza. De esta manera, juzgo
la acción moral (la mía y la de todos los seres humanos)
como si fuera universal y válida necesariamente en
todo momento y lugar, de la misma manera que en el
mundo natural todos los acontecimientos tienen
una causa. Esto es claramente una especie de “reducción intersubjetiva”, a través de la cual me descubro
como “parte” de una “ley de la naturaleza” (KpV, Ak, V,
123; Kant, 2005, p. 82). Esta reducción intersubjetiva
está implicada por el carácter formal de la analogía,
que consiste en que el concepto de causalidad no se
refiere al mundo sensible, sino que sirve como guía
para, analógicamente, determinar puramente (de
manera intersubjetiva) la voluntad. Se trata, por lo
tanto, de un uso intelectual del concepto de causalidad,
referido no a la sensibilidad a través del esquematismo,
sino a la razón a través del tipo. Como analogía formal
que subyace a la relación intersubjetiva, el tipo del
juicio moral coincide con lo que Husserl llama “apercepción analógica” [analogische Apperzeption] (Hua I,
p. 138) y, en general, con la “parificación” [Paarung]
(Hua I, p. 141), conceptos que buscan describir la
“modificación por el otro” que tiene lugar en el yo en
el auténtico encuentro intersubjetivo.
Ahora bien, hay dos cosas que Kant quiere evitar al introducir el concepto de tipo: 1. El empirismo de la razón práctica, que consiste en hacer que lo decisivo en el actuar sean las determinaciones sensibles. 2. El misticismo de la razón práctica, que consiste en “hacer un esquema de aquello que solo servía como símbolo”, fundando “la aplicación de los conceptos morales en intuiciones reales y, sin embargo, no sensibles (de un reino invisible de Dios)” (KpV, Ak, V, 125; Kant, 2005, p. 83). El empirismo hace que lo sensible (inclinaciones, placer, búsqueda del beneficio económico, la fama, la fortuna, etc.) determine la acción (narcisismo). Por otro lado, el misticismo, siendo un concepto más sutil y complejo, consiste en tomar los símbolos del reino de Dios (figuraciones del cielo, representaciones de Dios, etc.) como si fueran esquemas, es decir, como si correspondieran objetivamente a algo real, perdiendo así el sentido representativo y heurístico de esos símbolos religiosos. El misticismo de la razón previene contra la injerencia indebida del simbolismo religioso en el juicio moral. En ambos casos, el interés de Kant es evitar toda confusión entre lo sensible y lo inteligible. La forma de evitar esto no es, como hemos dicho, preservando el sentido de la “representación simbólica” (Bielefeldt), lo cual reduciría la cuestión a una mera crítica liberal de la religión, sino a través del concepto de tipo. Este busca erradicar de la determinación de la voluntad, primero, todo elemento sensible, y segundo, todo elemento que haga pasar subrepticiamente el simbolismo religioso (cuyo valor ilustrativo y alegórico Kant no desprecia) como esquema, es decir, erradicar todo lo que quiera hacer pasar como intuición real lo que en realidad es una intuición simbólica. Si se tienen en cuenta estas dos vertientes del error del juicio práctico, se evitará considerar la cuestión moral en Kant como un simple asunto formalista. Además, se podrá advertir la inmensa complejidad de la situación pedagógica o de la formación moral. Para exponerlo, digamos que la formación moral, como proceso de formación del juicio, se ve cercada por estos dos peligros: el empirismo y el misticismo de la razón. El pedagogo no solo debería conocer estos dos peligros, sino también saber cómo evitarlos en la práctica. Para ello, se requieren sutiles distinciones y una amplia sensibilidad humana y moral.
La intersubjetividad y sus peligros: el empirismo y el misticismo
La doctrina del método demuestra que la razón
práctica no se limita a un conocimiento objetivo
inmune a los errores, sino que se encuentra en un
terreno estratégico en el que debe luchar contra las
ilusiones de la razón natural. Con lo mencionado
anteriormente, estas ilusiones se perfilan de manera
específica y sutil: el empirismo y el misticismo de
la razón. El emplazamiento de la razón es lo que la
coloca en una situación pedagógica en la que se produce la formación del alma a través de los vínculos
cotidianos y cercanos entre seres humanos, en los que
se moldean unos a otros en complejos procesos de
intercambio cognitivo y emocional, dependientes
de cada época histórica, cultura y carácter individual. En este sentido, la doctrina del método representa la instancia genética del juicio moral, en la que
se entrega a los procesos históricos (personales y
colectivos) de formación del hombre por el hombre.
Este proceso histórico de formación del juicio moral
se ve amenazado por los peligros del empirismo
de la razón, que no es más que el narcisismo pedagógico
conocido desde la antigüedad22
2
Por ejemplo, criticado por Platón en el Banquete a través de la
sutil crítica socrática de la pedagogía guerrera de raíz arcaica.
(Cfr. Garagalza, 2014, p. 186).
y en el que, por ejemplo, el maestro intercambia virtud por favores sexuales.33
3
Concepción latente en el discurso de Pausanias en Banquete
(Cfr. Mejía, 2010).
Esta figura del error nos conduce directamente
a la figura del intercambio pedagógico, donde el
maestro se convierte de manera más o menos refinada en mercader. Más difícil de entender resulta
el misticismo de la razón práctica, pues no se logra
advertir fácilmente cómo él se expresaría en el contexto pedagógico de la formación moral. Toda su
sutileza reside en que el misticismo de la razón,
consistente en hacer pasar por esquema un símbolo,
alude en primer lugar a un contexto religioso en el
que se hace como si el símbolo (representaciones de
Dios, de la virtud, del reino de los cielos, etc.) fuera
una intuición real, es decir, como si el símbolo representara un estado de cosas efectivo, por medio de
cierta videncia supra natural. Pero esta situación del
misticismo aplica, en un segundo momento, también
para la relación intersubjetiva de la formación moral.
Estamos aquí frente a un complejísimo simulacro
que surge de una fe mistificada, pero que inerva
íntimamente la relación pedagógica. Este simulacro consiste en que la relación intersubjetiva, que
debería llevar hacia la purificación del sentimiento
moral, se convierte en un vínculo fantasmástico en
el que maestro y alumno tienden a reducirse a una
situación de elogio recíproco, en una situación de
mutua mistificación que impide que se produzca una
verdadera transferencia de sentido. A continuación,
proponemos analizar esta compleja situación a partir
de algunos conceptos fenomenológicos.
Como hemos mencionado, el objetivo de Kant al
establecer el tipo de juicio práctico es evitar el empirismo y el misticismo de la razón. A través del tipo
se establece un tránsito entre la naturaleza suprasensible (natura archetypa) y la naturaleza sensible
(natura ectypa), de manera que la naturaleza resultante, la naturaleza típica, solo se considera en su
aspecto formal o legal, es decir, excluyendo todo lo
que pertenece al ámbito de la figura y de lo figurable.
Tanto el empirismo como el misticismo marran esta
situación típica: el empirismo, al reemplazar la naturaleza suprasensible por las intuiciones de la naturaleza sensible, es decir, al sustituir la determinación
pura de la voluntad por la determinación sensible de
la misma; y el misticismo, por su parte, al trasladar a
la naturaleza sensible las intuiciones de la naturaleza
suprasensible, a través de una videncia supranatural,
en un proceso paradójico que podría denominarse
mistificación de las intuiciones sensibles. Según Kant,
en el misticismo se intenta “esforzar la imaginación
hasta llegar a intuiciones suprasensibles” (kpv, ak,
V, 126; Kant, 2005, p. 84). Esto nos permite afirmar
que se trata de una percepción fantasmática de un
objeto sensible, en la cual se ha evaporado en la indeterminación imaginativa el sentido efectivamente
compartido e intersubjetivo, siendo reemplazado por
la estructura del “fantasma: [que es una] estructura
intersubjetiva de significatividades sin otro [sans
autrui]” (Richir, 2012, p. 356), es decir, una pseudointersubjetividad. Esta estructura del fantasma,
tal como la concibe Richir, implica una serie de “significatividades imaginativas” (2012, p. 356) que se
superponen, como “pantallas”, al objeto percibido
y al otro ser humano. Estas significatividades imaginativas, al desanclarse del vínculo intersubjetivo,
dan cuenta de cierto tipo de narcisismo, no tanto en
el sentido de “amor propio”, sino de encantamiento
y “exaltación” (Schwärmerei) (kpv, ak, V, 125; Kant,
2005, p. 83), en el cual el otro en su verdadera alteridad tiende a evaporarse, debido a la mistificación
imaginativa que se produce de él.
De esta manera, creemos que debería entenderse el difícil concepto de misticismo de la razón. Como se ha intentado mostrar, se trata de una estructura intersubjetiva fantasmática que, si bien encuentra su génesis en el misticismo religioso, no es ajena a las relaciones humanas cotidianas. Entre ellas, se encuentra el vínculo pedagógico, en el que fácilmente se interpone la figura pseudointersubjetiva del fantasma.
Intersubjetividad: entre la mímesis especular y la mímesis crítica
La ventaja de leer la “Doctrina del método” y la “Típica
de la facultad de juzgar” de manera cruzada, como
lo hemos hecho, reside en que de esta manera se
hace evidente que el terreno estratégico de la razón,
es decir, el terreno de la relación pedagógica en su
historicidad esencial, cuenta con un instrumento fundamental proveniente de las estructuras subjetivotrascendentales: el procedimiento típico. A través
de este procedimiento, el juicio, ejercido correctamente, impide caer en las trampas del narcisismo y
del misticismo. Sin embargo, este ejercicio “correcto”
del juicio no consiste en la simple aplicación de
reglas objetivas, sino que requiere un conocimiento
práctico templado en las exigencias de las relaciones intersubjetivas y su historicidad constitutiva. El
objetivo central tanto de la típica del juicio práctico
como de la doctrina del método es establecer un
procedimiento de purificación moral de las relaciones interhumanas mediante la implementación
de una especie de reducción intersubjetiva. Esta
reducción consiste en que cada individuo se pregunte
“si la acción que tienes en mente ocurriera según
una ley de la naturaleza de la que tú mismo fueras
una parte, ¿podrías considerarla como posible por
tu voluntad?” (kpv, ak, V, 123; Kant, 2005, p. 82).
Esta pregunta lleva al agente moral a entenderse a sí mismo como parte y no como todo de una naturaleza, a pensarse a sí mismo como parte de una comunidad humana universal, en la que deberían desaparecer todas sus arbitrariedades subjetivo-patológicas, al determinar su voluntad como si fuera una ley natural (universal). Sin embargo, como señala Westra (2016):
Uno permanece consciente, cuando emplea el procedimiento típico, de que se está construyendo un escenario contrafáctico, como-si, bajo condiciones estipuladas, y no que se está pronosticando cómo el mundo debería ser probablemente si se pusiera universalmente en práctica una cierta forma de actuar. (p. 83)
Es evidente, como señala el autor, que se trata de
un procedimiento consciente que, en cierto sentido,
crea el escenario supuesto de una intersubjetividad
universal, y que en esta medida podría calificarse
como un “experimento de pensamiento” (2016,
p. 83). Nosotros entendemos este “experimento de
pensamiento” como una especie de reducción intersubjetiva, pero si se tiene en cuenta la “Doctrina del
método” como lo hemos hecho, se revela un carácter
histórico y estratégico que el autor no menciona.
Por lo tanto, el procedimiento típico, leído a través
de la “Doctrina del método”, deja de ser un proceso
meramente “mental” para convertirse en una práctica
intersubjetiva que solo requiere la aplicación de una
regla formal, sino también un conocimiento concreto
de las emociones y procesos cognitivos humanos en
su plena historicidad. Este conocimiento concreto
del hombre, exigido por el vínculo pedagógico, no
se limita a la aplicación de una regla mediante un
procedimiento mental, sino que también requiere
un saber estratégico, un dominio retórico y una
lógica de la apariencia, a través de los cuales se
pueda generar el proceso de elevación moral. En este
sentido, el “arte” pedagógico consiste en utilizar un
procedimiento típico encarnado, mediante el cual el
educador, evitando los sutiles peligros del empirismo
y el misticismo, es decir, del narcisismo y del vínculo
fantasmático, promueve el movimiento por el cual el
alumno se siente guiado hacia una comunidad intersubjetiva universal en un movimiento de elevación.
En este sentido, el procedimiento típico que da
forma al juicio no se ejecuta de manera solitaria
ni constituye un simple “experimento mental”. La
prueba de que es un procedimiento intersubjetivo
reside, primero, en la doctrina del método y la situación pedagógica que hemos descrito, y segundo, en
el capítulo “De los móviles de la razón pura práctica”
(kpv, ak, V, 127; Kant, 2005, p. 85), en el cual Kant
expone cómo la ley práctica, objetiva, se convierte
en motivo subjetivo, en móvil de un sujeto inserto
en una relación intersubjetiva, todo ello mediante
el “sentimiento moral” de “respeto” (kpv, ak, V, 133;
Kant, 2005, p. 89).
Como muestra Kant en el capítulo sobre los “móviles”, el influjo de la ley moral sobre el sujeto es, en un
primer momento, negativo, ya que “humilla”, “debilita”
y “constriñe” la naturaleza del sujeto, su “amor propio” (kpv, ak, V, 130; Kant, 2005, p. 87). Sin embargo,
al rebajar todo lo que en el sentimiento del sujeto es
naturaleza, la ley moral muestra un carácter sublime
fundamental, por medio del cual el sentimiento de
humillación se convierte en un sentimiento positivo
de respeto. Todo esto se logra, mediante cierta ilusión
trascendental que lleva a “confundir” lo negativo y lo
positivo, el deber y el placer (Duque, 1985, p. 119).
Esto demuestra cuán necesaria es la ilusión en la
configuración del mundo humano de la acción. El
respeto a la ley, entendido como auténtico móvil
moral, pone en juego un paradójico movimiento
del ánimo entre la humillación y la elevación, resumido en la expresión “sumisión libre” (kpv, ak, V, 143;
Kant, 2005, p. 95). Ahora bien, este sentimiento moral
no es empírico, sino que tiene un puro fundamento
intelectual, a saber, el ejercicio moral de la libre
causalidad. No tiene nada de “patológico” (kpv, ak, V,
133; Kant, 2005, p. 89) porque su fundamento no es
material, sino la mera forma de la ley que influye en
el ánimo. Lo que en principio es un rebajamiento de
la naturaleza del sujeto, se convierte en un segundo
momento, mediante cierta ilusión necesaria, en un
incremento de sus capacidades causales libres.
Este movimiento paradójico, por medio del cual la ley moral se convierte en un móvil del sujeto, conlleva tres elementos: 1. El proceso pedagógico descrito por el método, 2. El establecimiento de un tipo de ley moral, y 3. La relación intersubjetiva. Esto significa que el influjo de la ley moral en las motivaciones del sujeto (es decir, el sentimiento moral de respeto) no tiene lugar de manera aislada ni inmediata, sino que se desarrolla en un proceso de formación que hunde sus raíces en las complejas dinámicas de la vida intersubjetiva. Esta vida intersubjetiva, como hemos señalado, consiste fundamentalmente en la búsqueda de un tipo de ley moral por medio del cual se reduzcan las determinaciones de una voluntad individual a criterios de estricta universalidad. La reducción intersubjetiva, universalizante, tiene como objetivo elevar los motivos subjetivos de la acción a niveles morales, para lo cual es necesario un proceso de purificación de sus condicionantes materiales, es decir, una purificación de toda intención narcisista y de toda pasión mistificadora.
En este sentido, la orientación pedagógica tiene como objetivo producir esta reducción intersubjetiva por medio de la formación del sentimiento moral del alumno, para lo cual deberá fomentar, inicialmente, un sentimiento de humillación y de rebajamiento de su amor propio, y en un segundo momento, buscar producir el despertar de su dignidad suprasensible (su autonomía). Este movimiento anímico se produce exclusivamente en el contacto intersubjetivo, pues, como dice Kant, “[e]l respeto solo se refiere a las personas y no a las cosas” (kpv, ak, V, 136; Kant, 2005, p. 91). Que un ser humano sea objeto de respeto significa que el sentimiento que me produce tiene un fundamento moral, suprasensible, y que, por ello mismo, se convierte para mí en un objeto de “imitación” (kpv, ak, V, 139; Kant, 2005, p. 93), en la medida en que él representa un ejemplo vivo de la ley moral, la “posibilidad de practicarla” (kpv, ak, V, 136; Kant, 2005, p. 91). La ejemplaridad del otro para la propia acción en el mundo se ve articulada por un elemento suprasensible que, primero, rebaja mi narcisismo natural, y después incrementa el deseo de perfección moral mediante la imitación. Cuando este elemento modélico, mediante la presencia del otro, no tiene una fuente suprasensible, es decir, cuando no se basa en el respeto a la dignidad de la persona, la relación intersubjetiva degenera de maneras más o menos refinadas en cosificación. Esta se caracteriza por un predominio de la inclinación, ya sea positiva, como el amor, o ya sea negativa, como el temor, el miedo, e incluso la admiración (kpv, ak, V, 136; Kant, 2005, p. 91). Al afecto despertado de esta manera, mediante la inclinación, lo denomina Kant patológico (kpv, ak, V, 143; Kant, 2005, p. 96). En este caso, el vínculo con el otro no se ve articulado por el carácter formal del elemento típico, el cual es el único capaz de fortalecer la reducción intersubjetiva y la autonomía del sujeto por medio del ejercicio libre del juicio, sino que deriva de una forma de mímesis cuyo resorte interno es la inclinación. Lo patológico designa el estado afectivo que deriva de una forma truncada de intersubjetividad, aquella por medio de la cual el otro tiende a cosificarse. La distinción entre miedo, temor y amor, por un lado, y la admiración y el respeto, por otro, corresponde a la fundamental distinción kantiana de afectividad patológica y afectividad moral. Por medio de esta distinción se destaca el carácter moral de las formas de afectarse los seres humanos los unos a los otros en los vínculos cotidianos, a saber, aquellas que se basan en el respeto a la dignidad de la persona. Y a la vez se separa este modo moral de la intersubjetividad de todas aquellas formas de afección interhumana marcadas por un interés cosificador. Las formas de interacción humana que derivan de una auténtica relación moral se dirigen, mediante complejos procesos de imitación, hacia un elemento típico (suprasensible) que expresa un vínculo humano universal. Por su parte, las formas cosificadas de interacción humana se dirigen, también mediante complejos procesos de imitación, hacia intereses sensibles que tienden a obliterar el movimiento ascendente, formativo, de las relaciones humanas. En el primer caso se pone en juego un tipo de imitación ascendente, crítica, autónoma, mientras que en el segundo caso se pone en juego una imitación especular, dirigida al interior de los propios sujetos, obstaculizadora de la autonomía, fortalecedora de la dependencia y el dominio; todo ello en procesos intersubjetivos predominantemente narcisistas o mistificadores.44 4 La mímesis crítica, que constituye el corazón de los procesos de formación moral, se acerca de manera fundamental a la antigua concepción platónica de la mímesis y se aleja de concepciones contemporáneas de la “mímesis” como la de, por ejemplo, René Girard, para quien este concepto consuena con el de “violencia” (2006, p. 202). Girard piensa una mímesis que es instauradora de la rivalidad, de lo “conflictivo”, de la “apropiación” (2006, p. 204), y desencadenadora de relaciones intersubjetivas violentas. En este sentido, su pensamiento antropológico ubica la mímesis en un contexto que no es pedagógico y puede ofrecer un contraste interesante con respecto a la concepción kantiana.
Conclusión
El capítulo “Doctrina del método” de la Crítica de la
razón práctica dirige un exhorto a los “educadores
de la juventud” para que presenten ejemplos de
virtud a sus alumnos, con el fin de producir en ellos
la elevación anímica, el fomento de la autonomía, el
ejercicio del juicio y la acción libre en el mundo. En
un primer momento, hemos mostrado cómo este
método de la razón práctica conlleva un carácter
estratégico y pedagógico, ya que la razón práctica no
se ejerce de manera soberana y aislada de las relaciones humanas naturales, concretas e históricas. En
cambio, se enfrenta a la razón natural en su propio
terreno, combatiendo cuerpo a cuerpo las ilusiones
que constantemente emanan de ella. También hemos
demostrado que este carácter estratégico del método
de la razón práctica encuentra en la apariencia trascendental, entendida como una ilusión necesaria, un
elemento impulsor. En cierto sentido, podría decirse
que la apariencia trascendental cumple una función
racional, expresada al menos en el vínculo pedagógico en el que se ponen en marcha los procesos de
formación de la humanidad.
En un segundo momento, hemos mostrado que
el “tipo” del juicio práctico, lejos de ser una “imagen” o un “símbolo” como sostienen a menudo los
intérpretes, constituye más bien una representación
abstracta y formal. Esta síntesis intelectual permite
al juicio realizar una reducción intersubjetiva y universalizante de los vínculos con los demás y con el
mundo. El procedimiento básico del juicio práctico
es la operación típica, que hemos caracterizado como
una analogía formal, defendiendo abiertamente el
carácter formal de la ley moral en Kant. Sin embargo,
este carácter formal de la analogía típica, que es el
único que garantiza su contenido moral, no debe ser
interpretado como moralismo sacerdotal, formalismo
dogmático o defensa descarada del status quo político
y económico. El formalismo moral kantiano, que es
un hecho y por tanto no debe ser disimulado, no significa otra cosa que una reducción de las relaciones
humanas a su elemento universal. Este elemento
no se refiere a un universalismo abstracto ni a un
sujeto ideal, económica, política e históricamente
privilegiado, ni tampoco a la universalidad del hombre burgués que extrae su presunta soberanía de la
posesión del fetiche que es la mercancía. Más bien,
se trata de un índice de la pureza suprasensible
del Eros que inerva la existencia humana. Hemos
hecho referencia a la concepción platónica del Eros
para mostrar que, al menos en una de sus líneas, la
filosofía moral kantiana se inspira en esta tradición
antigua, aunque no se reduce a ella. De esta forma,
intentamos demostrar que el carácter formal de la ley
moral está relacionado con una tradición filosófica
antigua que pone lo moral (“el Bien”) por encima
de lo sensible (“el ser”) (Hadot, 2006, p. 39), sin que
esto implique una huida de ningún género de la vida
concreta. Por el contrario, hemos tratado de mostrar
que el procedimiento del juicio práctico, la operación
típica, encuentra su expresión concreta, viva e históricamente determinada, en la relación pedagógica.
Esta relación es, entendida como una interacción
intersubjetiva en la que los seres humanos se afectan,
influyen y forman mutuamente.
En un tercer momento, hemos propuesto el concepto de intersubjetividad para pensar, a partir de
él, no solo en la dimensión típica de la ley moral,
sino también en los “móviles” de la razón práctica.
El sentimiento moral de respeto, que no tiene nada
que ver con asumir posturas tibias y timoratas en lo
político y en la crítica social, articula interiormente la
relación intersubjetiva, más allá de cualquier interés
cosificador, narcisista y mistificador. En este sentido,
la filosofía moral kantiana es, de manera fundamental, crítica de todo fetichismo y mistificación, ya sea
de índole mercantil o religiosa. El “respeto”, en su
sentido preciso y técnico, designa un estado afectivo
pero autónomo del sujeto moral, una disposición
afectiva (el sentimiento moral por excelencia) purificada de las inclinaciones sensibles (“patológicas”)
que marran el encuentro intersubjetivo auténtico.
El sentimiento de respeto está más cerca del eros
platónico y de la virtud estoica que de una actitud
reaccionaria.
Finalmente, diremos que el concepto de intersubjetividad, con una clara afinidad fenomenológica, nos ha permitido pensar lo que la doctrina del método práctico pone en juego de manera implícita: la articulación concreta y viva del carácter formal del juicio práctico con la dimensión compartida, histórica y afectiva de los procesos de formación moral.
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