Gabriela Mistral: tácticas de una maestra viajera

Gabriela Mistral: Tactics by a Traveling Teacher

Gabriela Mistral: táticas de uma professora viajante

Carola Sepúlveda Vásquez*

*Alumna del Programa de Doctorado en Educación, Universidad Estadual de Campinas (Brasil). Becaria del Programa Becas Chile - Formación de capital humano avanzado en el extranjero (CONICYT, Gobierno de Chile).

Recibido: 01/ene/11, Arbitrado: 20/09/11


Resumen

En el presente artículo intentaremos conocer y comprender algunas de las experiencias vitales y laborales de Gabriela Mistral en cuanto poeta, maestra, intelectual y diplomática chilena. En un recorrido por su infancia, su carrera docente, sus viajes y sus relaciones con la política y los políticos de su época, intentaremos reconocer las tácticas (De Certeau, 2007) empleadas por Gabriela para desenvolverse y mantenerse conectada con Chile, mientras vivía en el extranjero.

Palabras Clave Gabriela Mistral, tácticas, viajes, género, política.


Abstract

This paper deals to know and understand some of life and work experiences by Gabriela Mistral as a Chilean poet, a teacher, a thinker and a diplomatic officer. Giving a glance on her childhood, teaching career, trips and relationships with politics and politicians of her time, we will try to recognize the tactics (De Certeau, 2007) used by Gabriela to manage and keep herself linked to Chile while she lived abroad.

Keywords Gabriela Mistral, tactics, trips, gender, politics.


Resumo

No presente artigo tentaremos conhecer e compreender algumas das experiências vitais e profissionais de Gabriela Mistral, enquanto poeta, professora, intelectual e diplomata chilena. Em um estudo sobre sua infância, sua carreira docente, suas viagens e suas relações com a política e os políticos de sua época, tentaremos reconhecer as táticas (De Certeau, 2007) empregadas por Gabriela para desenvolver-se e manter-se conectada ao Chile enquanto vivia no exterior.

Palavras chave Gabriela Mistral, táticas, viagens, gênero, política.


Estudiar a Gabriela Mistral en términos historiográficos es todo un desafío. Muchas veces hemos sentido que la historiografía no da cuenta de su existencia, menos aún de su propia producción. Al analizar esta situación, reconocemos que ella sería una más de esa gran cantidad de mujeres que han sido invisibilizadas y omitidas de este campo. Siguiendo la interpretación de Joan Scott, podríamos entender esta situación debido a que a muchas mujeres se les ha negado el estatus de sujetos históricos, como extensión de su posición social subordinada, interpretando los derechos que han ganado, no como fruto de su acción, sino como producto de una concesión hecha por hombres (Scott, 1989).

En las siguientes páginas, la invitación es a compartir algunas de las experiencias vitales y laborales de Gabriela Mistral, poeta, maestra, intelectual y diplomática chilena, a través de sus discursos, representaciones y acciones, esperando que estos relatos nos permitan acercarnos a la comprensión de los diferentes caminos, estrategias y tácticas que esta maestra viajera recorrió desde la soledad de su infancia hasta su coronación con el premio Nobel de Literatura.

Intentaremos comprender cómo Gabriela pudo establecer redes de colaboración con educadores, intelectuales y políticos en distintos países del mundo, definiéndose como una pensadora latinoamericana y en una relación compleja con su país natal, Chile.

Todas íbamos a ser reinas: Lucila1 con Soledad

En 1938, Gabriela Mistral publicó su libro Tala, donde se encuentra su poema Todas íbamos a ser reinas. En él cuatro niñas de siete años -Rosalía con Efigenia y Lucila con Soledad- en medio de juegos comparten con alegría sus sueños de convertirse en reinas2: «Todas íbamos a ser reinas,/ de cuatro reinos sobre el mar:/ Rosalía con Efigenia/ y Lucila con Soledad». Durante el transcurso del poema, las niñas van abandonando la alegría e ingenuidad inicial para dar lugar a un clima más melancólico, al constatar con los años que ninguna de ellas llegó a ser reina y que además ninguna encontró a ese rey que esperaba, al menos no como lo soñaban: «Todas íbamos a ser reinas,/ y de verídico reinar;/ pero ninguna ha sido reina/ ni en Arauco ni en Copán»3.

En una lectura autobiográfica, puedo entender que tal vez las últimas dos niñas nombradas por Gabriela -Lucila con Soledad- solo sean una, ella misma en su infancia, una Lucila con soledad. Parece ser que ella misma se definía así. Al analizar sus propios relatos sobre su infancia, nos parece que esta estuvo marcada por dos grandes temas: el abandono de su padre y sus traumáticas primeras experiencias como alumna de escuela.

Su familia estuvo compuesta por mujeres, ellas construyeron su hogar, la protegieron y educaron. Su abuela, su madre y su hermana fueron los referentes familiares y femeninos que marcaron su infancia. Su abuela la inició en la lectura de la Biblia, introduciéndola en lo religioso y lo literario de ésta; su madre la insertó en el mundo de la fantasía, la creación y la narración; su hermana, profesora como ella, se hizo cargo del sustento familiar y la inició en la docencia.

Por el lado paterno la acogida no fue igual; las constantes ausencias de su padre, también profesor, terminaron finalmente en el abandono. A pesar de eso, ella lo siente y lo recuerda, llegando incluso, según sus palabras, a sentir su influencia en lo literario:

Mi padre se fue cuando yo todavía era pequeñita. Revolviendo papeles, siguiendo huellas que me condujeron a este rincón que impresionaron de manera muy viva mi alma infantil. Esos versos de mi padre, los primeros que leí, despertamisterioso, encontré unos versos suyos, muy bonitos, ron mi pasión poética (Teitelboim, 1996, p. 21).

Pasados los años y a pesar del dolor, ella lo defendía y se defendía también de la herida que su abandono le provocaba «en país de chiste grueso no faltó un señor que hiciese chacota con mi padre. Ni mi padre se la merece» (Teitelboim, 1996, p. 24) y agregaba: «Así somos los Godoy: vagabundos del alma. Queremos vagar, mirar, conocer. ¡Que el mundo es tan bello!» (Ladrón de Guevara, 1999, p. 39). Así, Gabriela construyó una imagen de su padre, que a diferencia de él, la acompañaría durante su vida.

Por otra parte, en sus memorias, su etapa escolar estuvo definida por la herida que le significó una acusación injusta de una profesora que marcó sus futuras relaciones con las otras niñas y hasta con ella misma:

El nombre de Vicuña me acarrea a la memoria mi expulsión de la escuela local donde no duré más de unos seis meses, si acaso. Y fui expulsada de dicha escuela por mi madrina, una mujer ciega que en una cólera igualmente ciega me acusó de haber robado papel oficial (mi hermana, maestra como ella, me lo daba y el visitador de la escuela me lo regalaba cada vez que yo iba a verle). Mi extrema timidez y la exhibición que esa loca mujer hizo de mí (¡la culpable!) me valió una lapidación moral en la plaza de Vicuña, hecha por un grupo de las alumnas favoritas de la jefe y yo atravesé esa linda plaza -¡tan linda, sí!- con la cabeza ensangrentada (Ladrón de Guevara, 1999, p. 38).

A partir de ese momento, Lucila aparece en la obra de Gabriela como la que debió enfrentar el rechazo y las acusaciones que públicamente se hicieron de ella, además de que la lapidación se extendiera a otros espacios:

Luego, en una verdadera orgía de crueldad, aquella directora a quien no nombro por respeto a los muertos, llamó a mi madre y la convenció de que yo era una débil mental y de que se me pusiese a la cocina o al barrido de los cuartos (Ladrón de Guevara, 1999, p. 38).

Esas fueron, según Gabriela, las experiencias infantiles que se fijaron con mayor fuerza en su memoria. Esos fueron los primeros encuentros de Lucila con la soledad.

La que camina: de viaje hacia los centros

Es común en las narrativas de Gabriela Mistral, encontrar descripciones relativas a rechazos; al parecer era común que ella representara así muchas situaciones, sobre todo durante su vida en Chile y en sus relacionamientos con el país.

Esta situación se reconoce especialmente al analizar su formación y carrera docente. Su traumática experiencia escolar, la falta de oportunidades y la decepción comentadas acompañaron a Gabriela a lo largo de los años. Ella con dolor lo recordaba:

Mis estudios en la Normal de la Serena me los desbarató una intriga silenciosa con la que se buscó eliminarme por habérseme visto leyendo y haciendo leer algunas obras científicas que me facilitaba un estudioso de mi pueblo: Don Bernardo Ossandón, ex director del Instituto Comercial de Coquimbo. Ya escribía yo algo en el diario radical El Coquimbo y solía descubrir con excesiva sinceridad mis ideas no antirreligiosas, sino religiosas en otro sentido que el corriente (Teitelboim, 1996, p. 53).

Ella analizaría más tarde esta situación y terminaría concluyendo:

Achaqué lo que me ocurría a muchas cosas, menos a la verdadera. Hace muy poco la ex directora de la escuela, hoy mi amiga, me contaba que el profesor de religión del establecimiento fue quien pidió que se me eliminara como peligrosa. No salí expulsada; se me permitió rendir mis exámenes hasta finalizar mis estudios (Teitelboim, 1996, p.p. 53-54).

Al respecto me parece interesante observar que resulta común encontrar en los relatos de Gabriela también la percepción de fracaso, cuando señala por ejemplo «achaqué lo que me ocurría a muchas cosas», nos remite precisamente a su búsqueda por explicaciones, al parecer basadas en su inseguridad y no en lo real, donde emprendía cruzadas de cuestionamientos, motivada por la sensación frecuente de que las cosas estaban mal. Estos relatos de Gabriela me recuerdan Carta al Padre, de Kafka, donde se reconoce que por las experiencias vividas en algunas relaciones, la inseguridad y desconfianza en sí mismo terminan por ser aprendidas. Al parecer, ese fue un elemento común entre estos escritores.

A pesar de sentir los rechazos, sus proyectos no se extinguieron allí y favorablemente contó con la ayuda de algunas personas que hicieron más transitable su camino: «un amigo, viendo que era imposible que pudiera estudiar con provecho sin profesor, pidió a doña Ana Krusche, directora del Liceo, me diera una inspección con la condición de permitirme la asistencia a algunas clases. Fui nombrada inspectora y secretaria» (Teitelboim, 1996, p. 54). Así, a través de estos trabajos, Gabriela fue introduciéndose en las escuelas y aprendiendo la labor de maestra, convirtiéndose gracias a la experiencia en una de ellas. De esta forma, Gabriela, hija y hermana de maestros, se unía al magisterio.

Las dificultades que enfrentó en su formación alcanzaron sus tiempos de maestra y aumentaron cuando fue ascendiendo en los cargos. Ejemplo de ello fue que al asumir como Directora de liceo, cargo muy prestigioso para una mujer durante la época, debió enfrentar los cuestionamientos y rechazos por su formación autodidacta, lo que para muchos la hacía estar en falta frente a los saberes tradicionales:

Hace cursillos; obtiene certificados. Pero nunca faltará quien le reproche que no es una maestra regular, como aquellas que han hecho sus estudios según los reglamentos (Teitelboim, 1996, p. 59).

Nos parece interesante observar cómo esta situación se agudizó aún más en su avance hacia los centros: fuesen estos de poder y/o geográficos. Es decir, mientras ella más ascendía en sus cargos y mientras más se acercaba a Santiago (ciudad capital de Chile), mayor era el malestar que sentía generaba. Esto porque históricamente Santiago ha sido el centro político, económico y cultural del país, concentrando además un porcentaje mayoritario de su población.

Ejemplo de ello fue su primera designación como Directora de Liceo4 en Punta Arenas, hecha por el entonces Ministro de Instrucción Pública, Pedro Aguirre Cerda, quien sería un actor protagónico en la vida de Gabriela. Este profesor y abogado desarrolló una significativa carrera política en Chile como diputado y ministro de distintas carteras, en distintas épocas, llegando a convertirse en Presidente de la República el año 1938, cargo que desempeñaría hasta su muerte en 1941. Gabriela Mistral y Pedro Aguirre Cerda se conocieron cuando ella era profesora de geografía y de castellano en el liceo de niñas de Los Andes, donde él poseía algunas propiedades, llegando a convertirse en aliados en diversas materias, situación que se repetiría más tarde con Eduardo Frei Montalva.

Al asumir el cargo de Directora en la Patagonia chilena, Gabriela recibió como misión reorganizar el liceo y «chilenizar» la región, esto último argumentado en el hecho de que en la zona existían muchos inmigrantes. Trabajar en Punta Arenas, la ciudad más austral de Chile, no debe haber sido a inicios del siglo XX algo muy valorado: las condiciones climáticas, la Desolación (Gabriela escribe un libro llamado así durante la época) y la poca conectividad con los centros de poder y geográficos hacían del lugar una zona de valientes5. Desempeñaría este cargo hasta 1920, despidiéndose contenta y satisfecha del trabajo realizado y de las relaciones que logró establecer con la comunidad, donde contó con el apoyo de ésta en numerosas acciones que emprendió para mejorar las condiciones de estudio de sus alumnas. Ejemplo de ello fue la campaña que organizó para la formación de una biblioteca, en la cual recibió ayuda de los comerciantes y vecinos de Punta Arenas. Interesan

te es destacar también que Gabriela realizó una serie de conferencias sobre educación, invitada por Luis Aguirre Cerda, Presidente de la Sociedad de Instrucción Popular de Magallanes y hermano de su amigo ministro.

Después de Punta Arenas, debería enfrentarse nuevamente a las batallas de los nombramientos. En un principio, el Ministro de Instrucción Pública, Pedro Aguirre Cerda, le había propuesto para una Visitación de Liceos, puesto distinguido para una mujer en la época, pero apareció también como recomendada Amanda Labarca, profesora, escritora e intelectual chilena, y quien se convertiría más tarde en la primera catedrática mujer de la Universidad de Chile6 y la primera también en Latinoamérica.

Gabriela, según nos revelan sus escritos, sospechaba de algunas intrigas en su contra:

Me quiere mal y al reemplazarla yo, me hostilizaría a su modo: solapadamente. He dicho que me den Viña,7 colegio de igual categoría que éste. Si no sale eso, me voy a la Argentina sin duda alguna. Tengo allá muy buenas condiciones de trabajo (Teitelboim, 1996, p. 124).

Gabriela aceptaría finalmente el Liceo de Temuco8, que aunque de segunda categoría, le permitía hacer planes para pensar en una temprana jubilación. Tras un año trabajando allí, vendría lo que la misma Gabriela llamó la «batalla» por el Liceo 6 de Santiago. En esa disputa por el cargo, Gabriela sintió y declaró haber sufrido intrigas y conspiraciones por parte de la masonería y nuevamente de Amanda Labarca.

En Chile, Gabriela estuvo ubicada en disputas por cargos en espacios de prestigio en el ámbito educativo, donde se presentaba en una posición fragilizada por su falta de escolarización en una Escuela Normal. Según ella, recibió muchos reproches por no contar con una formación socialmente reconocida, a lo que en ocasiones ella hizo frente con incisivas respuestas. Ejemplo de ello fue una carta que envió a Josefina Ley de Castillo, también candidata a la Dirección:

Yo, y otros conmigo, pensamos que un título es una comprobación de cultura. Cuando esta comprobación se ha hecho de modo irredarguible, por dieciocho años de servicios y por una labor literaria pequeña, pero efectiva, se puede pedir sin que pedir sea impudicia o abuso (Teitelboim, 1996, p. 141).

Es interesante como ella misma construye el relato de su experiencia y lo comparte intentando comprobar su experticia para el cargo que pretende desempeñar, o podría pensarse también, intentando comprenderse ella misma: «Trabajé años antes en una colección de poesías escolares (y trabajo en una de cantos) para los textos de lectura que sirven en todos los colegios. Todo esto es labor escolar, no literaria» (Teitelboim, 1996, p. 142), y agrega:

Me dice usted, en el acápite final de su tarjeta, que "no abuse de mi gloria". No la tengo, mi distinguida compañera. Si la tuviera, no se me negaría el derecho a vivir, porque una gloria literaria es tan digna de la consideración de un país como una gloria pedagógica, y los pueblos cultos saben estimarla como un valor real, y saben defender a quien la tiene del hambre y del destierro (Teitelboim, 1996, p. 142).

Agrega:

He contribuido mucho a que en América no se siga creyendo que somos un país exclusiva y lamentablemente militar y minero, sino un país con sensibilidad, en el que existe el arte. Y el haber hecho esto por mi país creo que no me hace digna de ser excluida de la vida de una ciudad culta, después de dieciocho años de martirio9 en provincias (Teitelboim, 1996, p. 142).

Finalmente y a pesar de que Gabriela obtuvo la jefatura del Liceo N° 6, las rencillas continuaron. Al parecer todos estos enredos y disputas la afectaron e invadieron su vida, esto porque:

Gabriela Mistral en esos días se puso de moda, no por el reconocimiento a su poesía, sino por las denuncias, el barullo que se pretendió formar en torno a su nombramiento. Se sintió inhibida. Cuando volvió de Temuco a Santiago no quería salir de la casa. Advirtió que la gente la miraba con una curiosidad malsana y ella se dijo: no es por los Sonetos de la muerte ni por El ruego o Amo amor, sino por "el zarandeo de los diarios de todo este tiempo" (Teitelboim, 1996, p. 143).

Todo esto provocó en ella una mezcla de emociones que al parecer la llevaron a centrarse en un solo objetivo al llegar a Santiago:

"Me prometí al entrar a la casa, no durar sino el tiempo necesario para probar a mis enemigos que podía organizar un liceo, así como había reorganizado dos. Viví un año recibiendo anónimos de insultos y oyendo de tarde en tarde voces escaparadas de la campaña" (Saavedra, 1998, p. 101). 
Al acompañar los relatos de la carrera docente de Gabriela en Chile, se me aparece una imagen de ella como la de la mujer que ella misma describe en su poema La que camina (Lagar, 1954): «Otras palabras aprender no quiso/ y la que lleva es su propio sustento/ a más sola que va más la repite,/ pero no se la entienden sus caminos».

Gabriela, al igual que la mujer en su poema, siguió caminando, llevando sus saberes y experiencias, emprendiendo una búsqueda que la condujo finalmente fuera de Chile. Tal vez, todavía con la esperanza de que en alguno de los nuevos caminos la entendieran.

Gabriela errante

Durante su vida en Chile, Gabriela se sintió víctima de muchas exclusiones: por su género, su condición de provinciana, su educación no formal, su pobreza y lo que ella consideraba como aislamiento, marginalidad y hostilidad por parte de algunas personas influyentes, como la ya mencionada Amanda Labarca. Interesante me parece observar que esta situación puede ser ciertamente discutida y relativizada si tomamos en consideración, por ejemplo, sus epistolarios, donde es posible reconocer la presencia y colaboración de muchas personas.

Gabriela, a través de algunas tácticas, estableció numerosas relaciones que sin duda le permitieron mantenerse conectada y desarrollar su vida y su trabajo. Entenderemos tácticas como «buenas pasadas, artes de poner en práctica jugarretas, astucias de "cazadores", movilidades maniobreras, simulaciones polimorfas, hallazgos jubilosos, poéticos y guerreros» (De Certeau, 2007, p. 50). Una de estas tácticas sería para nosotros la búsqueda del autoexilio (como ella misma lo denominaba) y que finalmente la llevó a una condición de extranjería permanente, donde los viajes significaron para ella una posibilidad de desarrollo.

Dejó Chile y la docencia en 1922 y se dirigió a México, invitada por este gobierno a través de su Legación en Chile, para colaborar en la implementación de la Reforma Educativa propuesta por la Revolución Mexicana, especialmente en las temáticas de educación femenina y rural. Sus poemas e ideas circulaban con anterioridad en México gracias a la difusión que algunos escritores hicieron de su obra, entre los que se destaca Alfonso Reyes, poeta, intelectual y diplomático mexicano, y también debido a la visita que realizó en 1921 invitada por los Maestros Misioneros, educadores organizados durante la Revolución Mexicana. Allí, en un ambiente cálido y lleno de reconocimiento, vivió experiencias que la marcaron definitivamente. Después de México, Gabriela se convirtió en una ciudadana del mundo, recorriendo numerosos lugares, tanto en América como en Europa, siendo recibida con honores por las universidades y la intelectualidad de los distintos países. A lo largo de su trayectoria participó en distintas conferencias y congresos sobre infancia, educación y política, llegando a representar a Chile también en un Congreso de mujeres universitarias. En Estados Unidos fue invitada por la Universidad de Columbia, permaneciendo allí por un semestre, durante el cual dictó cursos de literatura e historia hispano-americana en el Barnard College y en Middlebury College. Fue conocida en este país gracias a la difusión que hizo de su obra Federico de Onís, profesor de la Universidad de Columbia y quien dio una conferencia en el Instituto de España sobre ella; motivó el interés por su trabajo hasta el punto de que su primer libro fue publicado en Nueva York.

En relación con los cargos que Gabriela ejerció en medio de esta itinerancia, podemos destacar su participación en el Instituto de Cooperación Intelectual de la Sociedad de las Naciones, donde representó oficialmente a América Latina, siendo miembro también del comité editorial de la Colección de los Clásicos Ibero-americanos y también de la Federación Internacional Universitaria de Madrid y del Consejo Administrativo del Instituto Internacional de Cinematografía Educativa.

En 1931 y viviendo fuera de Chile, el gobierno de este país le ofreció el cargo de Directora de Enseñanza Primaria, el cual rechazó. Al año siguiente, el mismo gobierno le otorgó un cargo consular, convirtiéndose en representante oficial del país. En 1935, el mismo gobierno aprobó una ley especial que le otorgó el cargo consular de modo vitalicio, por iniciativa propuesta por un grupo de intelectuales europeos, entre los que se encontraba Miguel de Unamuno.

En cuanto a su producción, Gabriela realizó diversas colaboraciones en prestigiosos periódicos, revistas y suplementos literarios del mundo hispánico y lusófono. La publicación de estos escritos representó para ella también la posibilidad de un sustento económico, debido a que en muchas ocasiones se quejó de tener más gastos que ingresos en su labor diplomática y de no recibir su pensión de jubilación de maestra, acusando de esta situación al propio Presidente de Chile, General Carlos Ibañez del Campo (1927-1931) a quien ella nombraba como «militarote» y que creía la castigaba porque ella «se iba de lengua» al criticar su dictadura.

Gabriela publicó también, en vida, cuatro libros: Desolación (Nueva York, 1922), Ternura (Madrid, 1924), Tala (Buenos Aires, 1938) -obra cuyos derechos de autor destinaría a los niños españoles víctimas de la Guerra Civil que sacudió ese país entre los años 1936 y 1939, tragedia que conocería bastante de cerca por su labor consular- y Lagar (Santiago de Chile, 1954). En el año 1967, a diez años de su fallecimiento, fue publicado el Poema de Chile, texto que según algunos estudiosos de su obra, acompañó a Gabriela durante muchos años, siendo escrito durante gran parte de su errancia por el mundo.

La pesadilla extranjera

En su texto Viajar (1927), Gabriela Mistral definía el viaje como escuela de humildades. Decía que éste se convertía también en «escuela para aprender quiénes verdaderamente nos hacen falta en el mar o el paisaje, el comentario de cuál amigo servía para las catedrales y cuál paciencia de compañera ayudaría en los "cuidados pequeños"» (Scarpa, 1978, p. 19).

Siguiendo la propia lectura de Gabriela sobre los viajes, podríamos preguntarnos entonces ¿Quiénes verdaderamente le hicieron falta durante ellos? ¿Qué comentarios pudieron haberla influido? ¿Quiénes la habrán acompañado, incluso en la distancia?

Estas preguntas cobran importancia también a la hora de intentar comprender a Gabriela como una mujer con contextos, inserta en una historia social de los círculos, redes y comunidades de intelectuales y políticos con los que se relacionó (Dosse, 2006). Es en este sentido que nos parece significativo detenernos en esta ocasión en las relaciones que Gabriela tuvo con dos políticos chilenos, que llegarían a convertirse en Presidentes de la República: Pedro Aguirre Cerda (1938-1941) y Eduardo Frei Montalva (1964-1970).

Pedro Aguirre Cerda designaría a Gabriela como Directora del Liceo de niñas de Punta Arenas. Ella lo reconoce diciendo:

Solo Aguirre Cerda es el único protector de mi carrera. Él sabe que hasta me habían hecho su amante, para justificar mi nombramiento. Ignora otras cosas iguales y peores. ¡Miserias de todas partes, y soportables cuando hay grandes cosas que compensen de eso! (Quezada, 2009, p. 56).

La relación entre ellos se dio en diferentes planos. Él, además de abogado, era profesor y compartía con Gabriela el interés por la tierra, la educación rural y los problemas sociales que afectaban a Chile. Compartieron al parecer bastantes conversaciones en los Andes, escenario cargado de simbolismo y que en la memoria de ellos también evocaba la presencia del profesor, intelectual y Presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento, quien a principios del siglo XIX vivió su exilio en Chile y enseñó en una escuelita de la zona.

Esta cercanía y complicidad de ideas quedarían plasmadas en las dedicatorias de los primeros libros de ambos. Gabriela escribiría Desolación (1922), donde entre otras cosas recoge una serie de poemas dedicados a la Patagonia chilena, tierra donde fue Directora de liceo, precisamente designada por Pedro Aguirre Cerda, quien en ese entonces se desempeñaba como Ministro de Instrucción Pública. Escribía: «A Don Pedro Aguirre Cerda y Juanita Aguirre de Cerda, a quienes debo la hora de paz en que vivo» (Mistral, 1922) y agregaba en una carta dirigida a él: «No he tenido nada que ofrecerle, como expresión de mi gratitud honda, fuerte y perdurable» (Quezada, 2009, p. 56). Más tarde, en 1929, desde París, el mismo Pedro Aguirre Cerda dedicaría a Gabriela su libro El Problema Agrario diciendo: «Permítame usted dedicarle este trabajo que usted ha inspirado» (Aguirre Cerda 1929, p. 8) y agregaba «Acepte, mi buena amiga, este recuerdo como el esfuerzo primero que hago por realizar sus aspiraciones» (Aguirre Cerda, 1929, p. 8).

Su estrecha amistad también se reconocía en el trabajo de ambos, por ejemplo, cuando Gabriela constantemente pedía a su amigo que interviniese por ella en alguna situación relacionada con los ministerios en los que se desempeñó (Instrucción Pública y Relaciones Exteriores), llegando incluso a autodefinirse al firmar sus peticiones como «su pesadilla extranjera».

De la misma forma, fue común entre ellos el intercambio de ideas, situación que queda de manifiesto en los extensivos epistolarios. Gabriela le dice en una de sus cartas: «Le mandaré después unos artículos sobre feminismo, en los que usted hallará su vieja idea-tan-sabia de las profesiones u oficios reservados a las mujeres. Han ido a una revista yanqui. Le será grato ver que sus ideas no se pierden» (Quezada, 2009, p. 79).

Por otra parte, en el plano más «cotidiano» también se dio una relación entre ellos; Gabriela constantemente recurría a él para solucionar problemas, por ejemplo de dinero: «Necesito 4000 pesos chilenos para mis gastos de vida y tengo que pedirlos a Ud., con pena, con mucha pena, porque Ud. anda fuera de su tierra, lo que no es situación propicia ni holgada» (Quezada, 2009, p. 57).

A un año de asumir como Presidente, Gabriela le dedicó a su amigo el siguiente Recado10:

Pedro Aguirre Cerda, El hombre del timón, donde va a hacer un reconocimiento público de sus valores: "El Presidente Aguirre se ha ganado el timón por su historia de buen marino y porque en esta hora del mundo los chilenos hemos querido una garantía contra los temporales sueltos que se llaman fascismo y comunismo. Queremos antes que una travesía famosa un viaje sin tragedia y un barco en el que podamos ir todos, sin que la mitad del equipaje pida que se eche al mar la otra mitad" (Quezada, 2009, p. 65).

Su relación con Pedro Aguirre Cerda se mantendría con los años, solo con algunos cambios cuando el profesor y amigo asumiera la Presidencia. En ese momento es cuando asumiría mayor protagonismo en su vida Eduardo Frei Montalva, el joven Frei, como ella le decía. Frei, de profesión abogado, fue también un político destacado que se desempeñó como senador en varias ocasiones y posteriormente como Presidente de la República entre los años 1964 y 1970, con su propuesta de «Revolución en Libertad» inspirada en principios del humanismo cristiano.

Al igual que con Pedro Aguirre Cerda, compartieron intereses y atenciones durante muchos años:

Ha sido para mí gran descanso saber que lo tengo a usted allá. Esa pobre persona errante, Frei, a quien van a ver 50 ó 70 señores y señoras por día cuando está en Santiago, desde lejos no sabe a quién dirigirse, no tiene más que un puñadito de amigos reales. Algunos de los míos, y más seguros, se me han muerto; otros han dejado de quererme; otros son comodones y no se dan molestias. Sea usted, Frei, mi Pedro, mi piedra sólida y durable de Chile (Quezada, 2009, p. 147).

Así, Eduardo Frei Montalva pasaría a ocupar el lugar de Pedro Aguirre Cerda en estas tácticas desarrolladas por Gabriela para mantenerse conectada. En 1939, le escribía en relación a su amistad con Pedro Aguirre Cerda:

Se me ocurre que sea bueno que Aguirre sepa de cerca nuestra amistad y ojalá que hable con Ud., lo sé muy ocupado. Va para él la carta adjunta. Como Ud. ve, caro Frei, voy a encomendarle mis asuntos reales, que son muy pobre cosa. Es un acto de cabal confianza. Me los manejaba Don Pedro (Quezada, 2009, p. 167).

Eduardo Frei le pediría también a Gabriela que hiciera el prólogo de su libro La política y el espíritu (Santiago, 1940). Gabriela accederá enviando para él un texto bastante más largo y analítico titulado Recado para Eduardo Frei Montalva, donde indica:

He leído la obra capítulo a capítulo, en un largo goce. Siento complacencia en el equilibrio que Dios le ha dado para manejar el tema social valerosamente y sin perder el tino necesario al que maneja fuego; me conmueve su radical honestidad en el trato del adversario, verdadero fenómeno en un ambiente como el nuestro, donde se niega al enemigo no ya la sal, sino aire y suelo, y me admira la capacidad de síntesis que le ha librado de la pulverización en que paró el análisis de los ensayistas en el siglo pasado (Quezada, 2009, p. 155).

Es interesante cómo en el mismo texto, a pesar de reconocer la grandeza moral e intelectual de su trabajo, Gabriela no puede evitar hacer públicamente algunos «cobros». Así, por ejemplo, le dice que le hubiese gustado encontrar referencias a la historia de la América española y al sufragio femenino, temas de sumo interés para ella y sin duda de extrema necesidad para reflexionar en la época en Chile.

Frei siempre estuvo muy interesado en que Gabriela volviera a Chile, por lo menos de visita; ella siempre respondía culpando a su salud, a las enemistades que le hacían sentir y a un sinfín de cosas que la alejaban del país. En 1940, Frei le decía en relación al tema:

¿Cómo es posible que no haya habido un gobierno capaz de llamarla a usted para que venga a estar entre nosotros? Puede que algún día la podamos tener en Chile, en una obra limpia y hermosa. Es nuestro sueño, como muchos otros que usted nos ayudaría a soñar mejor (Quezada, 2009, p. 153).

En 1964, Frei asumió el gobierno. Tres años después promulgó una ley que creaba una comisión destinada a preparar un programa para relevar la figura y la obra literaria de su amiga y destinó también fondos para habilitar la casa en que ella nació y formar allí un museo.

Probablemente estas obras lo acercaban a cumplir su sueño de tener a Gabriela en Chile. Ahora, en la memoria.

Coronación de una reina

Al acompañar los relatos de Gabriela Mistral acerca de sus distintas experiencias vitales y laborales, podemos reconocer que el dolor parece ser un elemento común y hasta movilizador en distintas situaciones.

En una infancia marcada por la soledad, por el abandono del padre y por la compañía de las mujeres de su familia, comenzó a formarse una mujer que sintió, soñó y trabajó por educarse y por educar a otros.

Esa Gabriela excluida de la escuela se volvió maestra, directora, intelectual y diplomática. Fue reconocida también con el Premio Nobel de Literatura, y con ella, por primera vez, Latinoamérica. Importante me parece destacar también que su nominación fue el resultado de una intensa campaña de intelectuales latinoamericanos que veían representado en ella lo mejor de sus letras. Solo 6 años después vendría el reconocimiento de Chile a través del Premio Nacional de Literatura -tampoco olvidemos- debido a la campaña de escritores e intelectuales.

Durante su vida, caminar buscando otros caminos significó para ella una necesidad vital, donde la extranjería permanente y el mantenerse conectada con diferentes personas, entre ellos sus amigos Aguirre Cerda y Frei, fueron algunas de sus tácticas. Sus redes le permitieron poner en circulación ideas, objetos y hasta su propia persona, todo lo cual se tradujo en su proyección internacional.

Gabriela murió en 1957 en Nueva York y nueve días después fue trasladada a Chile. El presidente Carlos Ibáñez del Campo, «el militarote», con el que se enfrentó tantas veces y quien la castigaba sin su pensión, fue el encargado de recibir su cuerpo y rendirle honores. Fue enterrada en Santiago y en 1960 su cuerpo fue trasladado a Montegrande, tierra de su infancia donde deseaba descansar, cerca de su Cordillera de los Andes.

En 1991, en el aniversario No. 102 del Natalicio de Gabriela Mistral, el pueblo de Montegrande rebautizó uno de sus cerros con su nombre. Me pregunto si habrá sido ese el reino que ella vaticinara en Todas íbamos a ser reinas, cuando decía: «Y Lucila, que hablaba a río,/ a montaña y cañaveral,/ en las lunas de la locura/ recibió reino de verdad». Pienso en si habrá sido esa la coronación de Lucila como reina.


Pie de página

1Lucila Godoy Alcayaga era el nombre real de Gabriela Mistral; el otro, el inventado, como decía, comenzó a ser utilizado por ella desde que ganó el concurso literario Juegos florales (Chile, 1914).
1Me parece interesante que a más de medio siglo de su publicación, este texto de Gabriela mantiene plena vigencia. Podríamos detenernos y reconocer cómo hoy en día, en el imaginario de muchas niñas de diferentes culturas y edades, aún aparece el sueño de convertirse en reinas como forma de autorrealización, notando además cómo muchas de ellas son socializadas en esta idea por parte de sus familias, amigos(as), escuela y medios de comunicación de masas, que las invitan a diario y sutilmente a identificarse, por ejemplo, con alguna de las Disney Princess.
1Arauco corresponde a la región donde se asienta, desde hace cientos de años, el pueblo mapuche en Chile, y Copán, hoy convertido en un centro arqueológico, fue centro ceremonial de la antigua cultura Maya.
2En Chile, establecimientos de educación secundaria.
3Interesante resulta observar que Punta Arenas fue fundada a mediados del siglo XIX como colonia penal.
4La Universidad de Chile es la universidad más antigua en funcionamiento en el país. Fundada en 1842, se ha caracterizado por su definición pluralista, laica y pública.
5Ciudad ubicada a 122 kilómetros de Santiago.
6Temuco es una ciudad chilena ubicada al sur del país, a más de 600 kilómetros de Santiago, centro de Arauco, zona mapuche. Véase nota No. 4.
7El énfasis es mío.
8Género de producción propia donde critica, felicita, entrega advertencias y tareas al lector, siempre en un tono íntimo y emotivo. En español, lengua materna de Gabriela, la palabra recado tiene entre sus acepciones la de regalo o presente.


Referencias

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