Revista Folios
Universidad Pedagógica Nacional
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Presencia y ausencia
del pueblo en dos películas
de José María Arzuaga
Presence and Absence
of the People in Two
Films by José María
Arzuaga …
Presença e ausência
do povo em dois filmes
de José María Arzuaga
Para citar este artículo: Villegas, A. y Lee Penagos, J. C. (2024). Presencia y ausencia del pueblo en dos películas de José María Arzuaga. Folios, (59), 184-197. https://doi.org/10.17227/folios.59-17271
1 Resumen
Este artículo de investigación analiza la forma en que las dos primeras películas del director español José María Arzuaga,
filmadas en Colombia en la década de 1960, construyen una mirada muy particular sobre la realidad social colombiana.
Arzuaga filmó estas obras en el lapso comprendido entre dos años que se han considerado apertura o cierre en las tendencias
cinematográficas nacionales: 1961 se concibe como el cierre de la renovación del cine colombiano a mitad del siglo; 1966
ha sido catalogado como el comienzo de la ruptura provocada por la cinematografía explícitamente militante. Además, el
director llegó a Colombia en 1960, en la primera etapa del Frente Nacional (1958-1974), una alianza entre los partidos liberal
y conservador, los más poderosos y tradicionales, que apuntaba a alternar la presidencia y distribuir milimétricamente la
burocracia. Por esto, Arzuaga se encontraba en tierra de nadie en lo político y cinematográfico. Este artículo muestra cómo
Arzuaga presenta la ausencia de conciencia política y social en aquellos que son explotados por el desarrollismo en el país,
y cómo esto es expresado estéticamente en la realización de sus obras.
Palabras clave
cine colombiano; José María Arzuaga; pueblo; cine y política
2 Abstract
This article analyzes the way the first two films by Spanish director José María Arzuaga, filmed in Colombia in 1960 decade,
build a very particular view of the Colombian social reality. Arzuaga filmed these works between two years, which have
been considered as ‘openings’ or ‘closings’ in cinematographic tendencies in Colombia: 1961 is considered as the closing
of the renewal of Colombian films at the middle of the century; 1966 has been understood as the beginning of the rupture
caused by the explicitly militant cinematography. Furthermore, the director arrived in Colombia in the year 1960, at the first
stage of the Frente Nacional (1958-1974), an alliance between the liberal and the conservative parties, the most powerful
and traditional ones, that pointed to alternate the presidency and meticulously distribute the bureaucracy. As a result,
Arzuaga was in ‘no man’s land’ politically and cinematographically. This article shows how Arzuaga indicates the absence of
political and social consciousness in those who are exploited by the ‘desarrollismo’ in the country, and how this is expressed
aesthetically in the realization of his works.
Keywords
Colombian cinema; José María Arzuaga; people; film and politics
3 Resumo
Este artigo analisará a maneira como os dois primeiros filmes do diretor espanhol José María Arzuaga, rodados na Colômbia
na década de 1960, constroem uma perspectiva muito particular sobre a realidade social colombiana. Arzuaga filmou essas
obras no período entre dois anos, que foram consideradas ‘aberturas’ ou ‘encerramentos’ nas tendências cinematográficas
da Colômbia: 1961 é considerado o encerramento da renovação do cinema colombiano em meados do século; O ano de
1966 tem sido entendido como o começo da ruptura provocada pela cinematografia explicitamente militante. Além disso,
o diretor chegou à Colômbia em 1960, na primeira fase do Frente Nacional (1958-1974), aliança entre os partidos liberais e
conservadores, os mais poderosos e tradicionais, que visava alternar a presidência e distribuir milimetricamente a burocracia.
Por esta razão, Arzuaga encontrou-se em “terra de ninguém” política e cinematograficamente. Este artigo mostra como
Arzuaga indica a ausência de consciência política e social daqueles que são explorados pelo ‘desenvolvimentismo’ no país,
e como isso se expressa esteticamente na realização de suas obras.
Palavras-chave
cinema colombiano; José Maria Arzuaga; povo; cinema e política
4 Introducción
La producción cinematográfica colombiana se
caracterizó durante el siglo XX por ser esporádica.
A mediados de ese siglo se produjo una relativa
renovación temática y estilística, aunque la producción no aumentó sustancialmente. Esta renovación
fue impulsada por películas como La langosta azul
(1954) de Álvaro Cepeda Samudio, Gabriel García
Márquez, Enrique Grau y Luis Vicens; La gran obsesión (1955) de Guillermo Ribón Alba; El milagro de
la sal (1958) de Luis Moya; Esta fue mi vereda (1960)
de Gonzalo Canal Ramírez, y Chambú (1961) de
Alejandro Kerk. Hernando Martínez Pardo, en su
historia canónica del cine colombiano, planteó que
estas películas se alejaban del cine que predominaba
en el país, al cual denominó “folclórico-paisajístico”,
al presentar una realidad distinta a la oficial; no
obstante, se trataba de un esfuerzo incipiente que a
su juicio debía ser profundizado en dos direcciones:
1) la reflexión sobre la “función social real” del cine
en Colombia y 2) su desarrollo como “lenguaje artístico” (1978, p. 235). El director español José María
Arzuaga (1930-1987) fue, probablemente, quien más
aportó al desarrollo de un lenguaje cinematográfico
en ambas direcciones.
Nacido en Madrid, Arzuaga adelantó estudios, sin llegar a graduarse, en el Instituto de
Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de
su ciudad natal y llegó a Colombia en 1960. Al año
siguiente dirigiría Raíces de piedra, película que solo
pudo ser estrenada en 1963 luego de la supresión
de varias escenas. En 1966 terminó su segundo largometraje Pasado el meridiano, el cual también fue
censurado y no tuvo un estreno comercial, aunque
fue visto en festivales y muestras. En 1969 rodó la
película inconclusa El cruce y en 1978 estrenó Pasos
en la niebla, película con una vocación comercial
mucho más marcada, aunque no contó con el favor
del público. A la par realizó numerosos cortometrajes por encargo, de los cuales el más destacable
es Rhapsody in blue – Rhapsody in Bogotá (1963),
conocido también como Rapsodia en Bogotá.
La crítica de la época coincidió en resaltar
las evidentes deficiencias técnicas de los dos primeros largometrajes de este director, al
tiempo que valoró positivamente la construcción
de los personajes y del espacio fílmico. Tres
artículos del primer número de la revista Ojo al
Cine, publicados en 1974, hacen evidente que
para el sector progresista de la crítica, tanto
Raíces de piedra como Pasado el meridiano trazaban
caminos por los cuales podían y debían transitar
los filmes colombianos posteriores, no tanto por
los resultados —condicionados por las deficiencias
mencionadas—, sino por el esfuerzo de realizar
un cine de autor comprometido con la realidad
colombiana (C. Álvarez, 1989, p. 31; Caicedo, 1974;
Caicedo y Ospina, 1974; Mayolo y Arbeláez, 1974). A
pesar de estas y otras opiniones positivas publicadas
a finales de la década de 1960 y comienzos de
siguiente por personas que ya habían dirigido
sus primeras películas como Luis Ospina, Carlos
Mayolo o Carlos Álvarez, el trabajo de Arzuaga
tuvo poca continuidad. Su siguiente largometraje
fue estrenado once años después de Pasado el
meridiano y el cine colombiano tomó varias vías, de
las cuales ninguna estuvo directamente relacionada
con su legado, a excepción de Rodrigo D. No futuro,
película a través de la cual Víctor Gaviria rinde un
homenaje a Pasado el meridiano (Suárez, 2009,
p. 145) y desarrolla los postulados que había
planteado en un escrito programático del cual fue
coautor, y en el cual se reivindicaba también el cine
de Arzuaga (Álvarez y Gaviria, 1982).
A partir de estas consideraciones sobre su obra,
es posible plantear la dimensión política de sus
películas. En este sentido, la posición de Arzuaga
fue bastante particular y él mismo afirmó que la
expresión de su punto de vista personal era per se una actitud política, pero que esta actitud era
muy distinta del “cine político” de realizadores
como Carlos Álvarez, Alberto Mejía, Diego León
Giraldo o Gabriela Samper (Rubiano et al., 1982).
Consideramos que la singular posición del cine de
Arzuaga se debe a la confluencia de tres factores:
1) el carácter autoral de su obra; 2) su condición de
extranjero y su edad, lo que no le impidió establecer
relaciones con otros cineastas, pero sí marcó una
distancia con los jóvenes que estaban comenzando a trabajar en el ámbito cinematográfico colombiano
de las décadas de 1960 y 1970, y que en su gran
mayoría eran 10 o 15 años menores que él, y 3) el
momento de recomposición sociopolítica y cultural
en que fueron rodadas Raíces de piedra y Pasado el
meridiano, punto sobre el que es necesario detenerse
antes de comenzar el análisis de ambas películas.
Trabajaremos sobre los puntos 1 y 3 en este artículo.
Arzuaga filmó sus dos primeros largos entre
dos años que han sido considerados hitos de cierre
o de inicio de nuevas tendencias cinematográficas
en Colombia: 1961 se concibe como el cierre de la
renovación del cine colombiano de mediados de
siglo, como se mencionó anteriormente (Martínez,
1978); 1966 ha sido catalogado como el inicio de la
ruptura propiciada por el cine explícitamente militante (Becerra, 2016). A esto se suma que el director
español llegó al país en 1960, a comienzos del Frente
Nacional (1958-1974), una alianza entre los partidos liberal y conservador, los dos más poderosos y
tradicionales, la cual tenía como fin la alternancia
en la presidencia de la república y la milimétrica
repartición burocrática. El Frente Nacional se había
forjado como un intento de estabilizar al país luego
de la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957)
y de La Violencia, periodo de conflicto armado no
declarado oficialmente entre ambos partidos que
produjo centenares de miles de muertos y que, si
bien comenzó años antes, creció en extensión e
intensidad luego del asesinato en las calles de Bogotá
del líder populista liberal Jorge Eliécer Gaitán en
1948. Esto hizo que Arzuaga quedara en tierra de
nadie tanto en el ámbito cinematográfico como en
el político. En el primero, confesó que llegó esperanzado por la supuesta facilidad que había en
Colombia para hacer cine, pero pronto se desengañó y se encontró, en sus palabras, “fabricando
basura comercial” para ganarse la vida (Caicedo y
Ospina, 1974, p. 57). En el campo político, su salida
de la España franquista lo llevó a un país tanto o
más rígido que el que abandonaba; un país que
atravesaba además un periodo de recomposición
hegemónica por parte de una alianza interpartidista
de élites, luego de la relativa pacificación de las
guerrillas liberales y de los agentes paraestatales conservadores, y del fin de las amenazas populistas
a través del asesinato de Gaitán y del destierro de
Rojas Pinilla. Esta hegemonía empezará a ser cuestionada por los movimientos estudiantiles, obreros,
campesinos y armados contrahegemónicos que irán
surgiendo o consolidándose durante el segundo
lustro de la década de 1960 y que confluirán en el
cine marginal de Carlos Álvarez y Julia de Álvarez,
Marta Rodríguez y Jorge Silva, entre otros.
A continuación, examinaremos sus dos primeros largometrajes Raíces de piedra y Pasado el meridiano porque dan cuenta de una perspectiva singular sobre los procesos políticos del país y de la manera en que se asumieron desde el cine. Esto se manifiesta en una creciente despolitización de los personajes que, de forma paradójica, expresa una potencialidad política al hacer visible la ausencia del pueblo; a esto se suma una reflexión sobre la historia de Bogotá y Colombia en particular, y sobre el ser humano moderno en general. Así mismo, recogeremos el concepto de imagen-tiempo de Gilles Deleuze para explicar algunas características de los filmes, siempre relacionando y matizando lo sugerido por el francés con las especificidades históricas de las películas.
5 Raíces de piedra
Como ya se ha comentado, Raíces de piedra fue
rodada en 1961, aunque solo pudo ser estrenada
en diversos festivales en 1963. La película fue
filmada en 35 milímetros en blanco y negro. José
María Arzuaga, además de director, fue montajista
y coguionista al lado de Julio Roberto Peña, quien
a su vez se desempeñó como productor y principal
promotor del proyecto. De acuerdo con Caicedo
(1974), la versión original tenía una duración de
100 minutos, pero para lograr pasar el filtro de la
censura se redujo a 79 minutos. El filme narra unos
pocos días en la vida de dos hombres: Clemente,
un honrado obrero de la construcción, y Firulais,
un ladronzuelo, quienes viven en el mismo barrio
marginal de Bogotá. La narración se desarrolla a
través de los trayectos de estos dos personajes, que
se encuentran en raras ocasiones, pero cuyas vidas
se entrelazan. La estructura está compuesta de tres partes claramente definidas: en la primera, se
presentan a los dos personajes principales a través
de un montaje alterno; la segunda, se concentra en
Clemente y su enfermedad; el segmento final se
ocupa de Firulais y sus intentos por conseguir los
medicamentos para su vecino.
Raíces de piedra es, en términos generales, una
película de recorridos: observamos el trayecto de los
obreros desde los chircales (lugares de extracción
de arcilla para la construcción) hasta la ciudad, el
de Firulais buscando sus víctimas, el de Clemente
tratando de emplearse, el de una mujer recorriendo
el chircal en pos de quien lea el periódico para ella,
al ladronzuelo de vuelta en la ciudad y luego tras
nuevas víctimas en solidaridad con el obrero. La
película retrata a los habitantes de los chircales recorriendo la distancia entre sus hogares y la ciudad, y
luego paseándose por diferentes motivos entre sus
calles. Los recorridos dentro del chircal son mucho
menos numerosos y vistosos, en el sentido de que
la descripción de sus espacios no es tan trabajada
como la de la ciudad. Sin embargo, el énfasis en las
labores de la construcción de los ladrillos es notable,
y sería de alguna manera el contrapeso que hace la
película frente a la nutrida cantidad de imágenes
del espacio urbano: mientras que de Bogotá nos
muestra sus calles, su arquitectura en construcción,
de los chircales nos ofrece la descripción de las
labores que se llevan a cabo allí. Cabe anotar, como
lo señala Mauricio Durán (2006), que el tema de la
película es precisamente la relación entre una ciudad
en construcción —Bogotá— y quienes dan su vida
y su cordura construyéndola —los residentes de los
chircales—, con la profunda contradicción de que
ellos nunca podrán habitarla.
Los primeros planos de Raíces de piedra muestran el viaje de Clemente en un camión, desde las
afueras de Bogotá hasta sus zonas consolidadas que
están en pleno auge de la construcción. En este recorrido pasa por un estadio; allí se encuentra Firulais,
quien se esconde en un baño para revisar una billetera que ha robado. Luego se mostrará de nuevo a
Clemente trabajando como obrero de construcción.
La contraposición entre las actividades ilícitas de uno y la laboriosidad de otro se repetirá luego,
pero, antes de esto la contraposición se transforma
en un conflicto directo, cuando los dos hombres
lleguen al barrio en que viven, más exactamente a
un establecimiento nocturno, en el cual Clemente
encuentra a su hija bailando con Firulais, quien le
ha regalado una pulsera:
—CLEMENTE: Deje tranquila a m’hija quiere, soy pobre pero honrao.
—FIRULAIS: Está bien, está bien, cuídese hermano, no trabaje tanto. Descanse como yo.
—C: ¿Como usted? No faltaba más. Le digo que soy un hombre honrao.
— F: Honrao, siga siendo honrao pue, ¿quién se lo impide? Siga siendo esclavo del barro, siga así hasta que se muera como un burro viejo
— C: ¿Y a usted qué le importa? (9 min 32 s)
De esta forma, Raíces de piedra presenta y
contrapone a los personajes principales en sus
primeros diez minutos. Muestra, así, una especie de
contradicción arquetípica en los habitantes
de los chircales: el honrado trabajador y el pillo de
poca monta, el disciplinado y el delincuente, y, si
se quiere usar una terminología marxista, el obrero
sin conciencia de clase y el lumpenproletario. Como
se verá, la película muestra la transformación de esta
relación de opuestos que se da a través de los recorridos de los personajes por la ciudad y sus espacios.
La frase de Firulais “hasta que se muera como un
burro viejo” —que se convierte en una predicción y
que el ladronzuelo pronuncia como burla— puede
ser la que posteriormente activa el vuelco en su
actitud, al ver el declive de la salud mental y física
del trabajador, y tal vez recordar la respuesta de este:
“¿y a usted qué le importa?”
Clemente es despedido de su trabajo porque “no sirve para nada”, y empieza su trasegar por diferentes espacios de la ciudad, en busca de una nueva oportunidad para laborar. La ciudad es presentada a través de los ojos del desempleado de la construcción: los planos de las fachadas, los edificios y las obras en la ciudad se alternan, a través de fundidos, con imágenes de Clemente caminando incansablemente, como indicando que lo que él ve, lo ve el espectador de la película: el personaje se convierte en espectador del espacio urbano. Cabe acá destacar los planos de la ciudad vista a través de los escombros u obras apenas empezadas —no se alcanza a discernir—, enfatizando así en el hecho de que Bogotá se encontraba, en los años en que fue rodada la película, a medio camino de una renovación urbanística que se había planteado como reconstrucción de los destrozos ocurridos en el levantamiento popular del 9 de abril de 1948, consecuencia del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, conocido como El Bogotazo:
Las consecuencias fueron múltiples. Se aprovecharon los destrozos para eliminar el tranvía y fomentar el transporte automotor. Las demoliciones no se hicieron esperar. En lo urbano se propusieron nuevos modos de manejo inmobiliario y de transformación física del centro histórico. El 9 de abril abrió la puerta a una avalancha de renovación urbana, predio a predio, que perduró durante varios años. (Saldarriaga, 2006, p. 261)
Como se verá, este es un dato muy importante
para tener en cuenta, puesto que el asesinato
de Gaitán y, en menor medida, la salida del país de
Rojas Pinilla, sumadas a las políticas del Frente
Nacional, dejarían en una especie de orfandad política precisamente a quienes nutrían el incremento
poblacional de Bogotá: “Además, a partir del Frente
Nacional, el clientelismo no solo fragmentaba la
política por abajo, sino que la despojaba de referencias partidistas” (Palacios, 2012, p. 34). Es decir, el
asesinato de Gaitán y sus consecuencias, al mismo
tiempo, provocarían el cambio urbanístico de la
ciudad y la despolitización de buena parte de sus
habitantes: los dos temas de Raíces de piedra. Si
bien se ha dicho en diferentes lugares que el asesinato de Gaitán exacerbó la violencia bipartidista,
esto no quiere decir necesariamente que se haya
incrementado la organización partidista o la movilización social. Por el contrario, con La Violencia y
el Frente Nacional, algunos autores afirman que los
movimientos sociales y la organización popular se debilitaron sensiblemente, debido a la cooptación
de la pasión política por parte de los partidos y las
estrategias despolitizadoras del Frente Nacional
(Sánchez, 1990). También a esto se sumaría, después
de 1958, la creciente desconfianza en los partidos y
en los órganos de representación política (Pizarro,
2015, p. 34).
De regreso a la representación fílmica de Bogotá, otros planos notables de la ciudad son aquellos que se hacen desde la parte alta de un edificio. En un principio parecen ser planos más o menos subjetivos de la ciudad desde la mirada de Clemente: una ciudad inmensa que se le abre a la contemplación, pero le cierra toda posibilidad de desarrollo personal. Sin embargo, el último plano parece desprenderse de la subjetividad y dar una mirada más objetiva: por la posición de la cámara, la mirada que se da sobre la ciudad es imposible para un testigo humano, pero al estar editada en yuxtaposición con la mirada de Clemente, da la impresión de objetivar su punto de vista sobre Bogotá: la verdadera ciudad es la que aparece frente a los ojos del trabajador desempleado, la del habitante marginal:
La extensión alarmante de los asentamientos [de masas campesinas inmigrantes] construidos entre 1950 y 1970 y su visibilidad en el paisaje urbano atrajeron la atención de los políticos y los investi gadores sociales […] Con inmigrantes y gamines, profesionales modernos y mujeres trabajadoras, las imágenes tradicionales de la ciudadanía bogotana comenzaron a diluirse después de 1950. (Saldarriaga, 2006, p. 266)
La mirada de Clemente sobre la ciudad es
precisamente la mirada de estas masas de nuevos
habitantes de la ciudad. Eso en cuanto a la historia de Clemente. A Firulais también lo vemos
recorriendo las calles bogotanas, pero en una
búsqueda bien diferente: está a la caza de carteras
y billeteras ajenas también para conseguir el pan
(y la cerveza y la prostituta y el rato de billar) de
cada día. Es interesante notar acá que si Clemente
se convierte en espectador de la ciudad mientras la recorre, es decir, es él quien observa, con
Firulais ocurre algo distinto: él no contempla la ciudad, sino que es contemplado por la cámara.
El plano de Firulais huyendo victorioso después
de hacerse con una cartera femenina no es, por
supuesto, un plano que nos muestre su mirada de
la propia situación, sino una mirada externa, que
deja ver cómo el ladrón se funde y se confunde con
los innumerables habitantes de la ciudad. Así, si
Clemente es caracterizado como alguien capaz de
una contemplación emotiva, que de alguna manera
expresa su precaria situación personal, el otro
personaje se construye sin esa profundidad en el
sentir. Es la misma contraposición que aparece en
la discusión previa entre los dos: Clemente encarna
una opción emotiva y compleja, mientras Firulais
una sencilla y hedonista. Finalmente, se podría
decir que los planos de contemplación de Bogotá
desde los ojos de Clemente, aunque nos muestran
calles, edificios, obras, son lentes que permiten
visualizar el interior del personaje de una manera
indefinida: son planos de Bogotá que representan
de manera difusa su emocionalidad. En cambio,
la emocionalidad de Firulais es presentada predominantemente por sus propias características
externas: gestos, actitudes, palabras.
En estos primeros recorridos —el de Firulais
y el de Clemente— se nos presenta, entonces, una
fractura entre los mismos habitantes de los chircales.
Su condición de fragmentación y de precariedad
se ratifica con el pequeño recorrido que hace una
mujer en busca de quien pueda leerle un periódico,
en donde aparece la información sobre el futuro del
chircal: en esos terrenos se construirá una urbanización, según dicen los topógrafos que le entregaron el
periódico. Ellos, invocando el progreso, se muestran
indiferentes frente a su angustia al intuir que será
desalojada de su rancho, y que este será destruido.
Los vecinos consultados resultan ser analfabetos,
con excepción de Clemente, que al leer prefiere
guardar silencio, confirmando así las terribles intuiciones de la mujer. No hay ningún indicio de una
posible organización para oponerse al despojo, ni
siquiera la opción de enterarse a través de los medios
masivos de comunicación de lo que le sucederá a sus
hogares. Clemente, que es quien podría transmitir
esa información, prefiere guardársela, en un gesto de profundo pesimismo y resignación. Como plantea
Simón Puerta (2015), el progreso aparece acá como
un proyecto fallido, que excluye a quienes lo hacen
posible. Y estos aparecen inermes e incapaces de
hacerle frente. Cabe destacar que no hay asomo
de ningún tipo de pasión política en los habitantes
de los chircales, siendo esto un síntoma más del
abandono en que se encuentran.
Luego, en su nuevo trabajo, Clemente tiene un
episodio de agotamiento, y es enviado de vuelta a
su casa, mientras Firulais está de juerga en un billar.
Empieza un nuevo recorrido del trabajador, ahora
en crisis psicológica y física: después de caminar
entre mareado y perdido hacia su hogar, Clemente
tiene un ataque y cae al piso en medio de alaridos
y aparentes convulsiones. Esta escena es de las más
significativas de la película, no solo porque marca
el inicio de la segunda parte, el nudo narrativo, sino
por su misma realización, y la manera en que se
relaciona con el resto del filme. Al tener el ataque
se nos muestran algunos planos subjetivos de los
edificios que rodean al personaje, con violentos contrapicados y edición rápida, que logran transmitir
cierta angustia y alteración en las percepciones de
Clemente. A continuación, vemos un plano fijo y
largo del personaje en el piso teniendo su crisis a
través de un vidrio: la cámara se sitúa —de manera
oculta— en el interior de un local de una agencia de
viajes —se alcanza a ver un avión de estantería—,
y la situación es algo así como un experimento
social, puesto que se registra la reacción real de los
viandantes de la ciudad, que no se saben filmados,
en su indiferencia o incredulidad frente al estado
del personaje. Así, mientras los planos en contrapicado de la ciudad son los más subjetivos de la
película, la situación de la crisis registra la reacción
de los habitantes reales de Bogotá. Nuevamente acá
aparecen muy relacionadas a través de la edición los
planos que expresan la mirada personal y emotiva
del trabajador, y las que tienen una intención más
objetiva o documental.
Después de esta secuencia, volvemos al chircal.
Vemos el proceso de fabricación de los ladrillos, y
fragmentos de lo que podría ser la vida cotidiana
de la comunidad. Decíamos que con la crisis de
Clemente comienza la segunda parte de la película por cuanto muestra el conflicto central del
argumento: su enfermedad. Así, junto con el plano
de cámara oculta que registra la reacción de los
transeúntes, tenemos también una secuencia en
donde se presenta de nuevo el barrio y las duras
condiciones de vida de sus pobladores, por medio de
una serie de planos generales de carácter descriptivo
y, se podría decir, de intenciones casi documentales.
Cabe rescatar que la construcción artesanal de ladrillos será luego también objeto fílmico privilegiado
en Chircales (1971) de Marta Rodríguez y Jorge Silva.
La segunda parte del filme comienza, entonces, con
planos y secuencias que buscan dar una imagen
menos ficcional de los habitantes de Bogotá y de
los chircales.
En la primera parte observábamos el quiebre
de los lazos comunitarios en el chircal. En la
segunda, por el contrario, el énfasis recae en las
formas de solidaridad que aparecen entre sus
habitantes. La preocupación de los vecinos por el
estado del trabajador es una de las muestras de la
mutua colaboración, y se expresa en concreto con
el intento de curarlo dejándolo toda la noche a la
intemperie, según dictan las creencias populares.
Pero la señal de solidaridad comunitaria que hace
parte central del argumento es la que da Firulais,
al decidir hacerse cargo de la búsqueda del dinero
para las medicinas de Clemente, después de que
este se lanzara, en medio de su desvarío, desde un
acantilado, quedando mal herido. Es de notar que
antes de caer, el agobiado trabajador sueña con
construir un palacio en donde solo vivirían él y su
hija: una casa propia para ellos, los constructores de
ajenas ciudades. Es curioso pensar que, por un lado,
cuando el trabajador expresa su anhelo de hacer
propio lo que él mismo construye, en la película se
expresa como delirio. Por otro, llama la atención
que esa declaración sea la que marque el declive
final de la locura, y que sea entonces cuando la
solidaridad de la comunidad pueda expresarse más
directamente, por lo menos en términos argumentales. Es decir que la idea de tener una residencia
propia solo aparece en el pensamiento y el sentir del trabajador cuando ha perdido la cordura: es un
imposible, que se relaciona con la creación de lazos
de solidaridad. El palacio que imagina Clemente
para su familia es precisamente la Bogotá soñada,
la Bogotá inexistente: un lugar para los excluidos.
Y cuando esta idea cobra la salud del trabajador,
surge la solidaridad.
Este ensueño, esta utopía, puede entenderse, en
parte, desde una mirada marxista clásica: el deseo
del trabajador de recuperar para sí mismo el producto de su trabajo, expropiado por los dueños de
los medios de producción. Sin embargo, el delirio de
Clemente no plantea el deseo de hacer propios tales
medios, ni de reformar las relaciones sociales de
producción, es decir no es revolucionario en sentido
estricto, y de hecho parece plantear que tal palacio
solo es alcanzable en el cielo o después de la muerte,
dejando por fuera la posibilidad de hacer real el
deseo de tener un lugar propio. En otros momentos
de crisis de Clemente veíamos que se relacionaban
las imágenes de Bogotá y su emotividad exacerbada.
Es notable que en el estado de delirio en que visualiza la posibilidad, aunque en forma de fantasía, de
mejorar su forma de vida a través de la construcción
de su propio hogar no exista ningún plano del cielo
o de los chircales que Clemente parece observar
mientras imagina su palacio: no hay una arquitectura, un lugar o un espacio existentes —es decir:
registrables por la cámara— que puedan servir como
ventanas o espejos —como lo eran las imágenes de
Bogotá— de la subjetividad delirante del trabajador
de la construcción que sueña con tener un hogar
propio. Los únicos planos posibles son los del propio
Clemente en su desvarío, y la de su hija y los vecinos
que intentan salvarlo.
Así, los planos de la ciudad estarían cargados con
la emotividad de una mirada que ni siquiera sueña
con alcanzarla, aun cuando es la mirada de quien
la construyó. La imagen objetiva de Bogotá es en
realidad la del objeto enajenado a quien realmente
pertenece, según el marxismo clásico: al trabajador. Bogotá nos es mostrada como un fetiche, por
cuanto aparece ante nosotros a través de la mirada
del trabajador que no reconoce en ella el producto de su propia labor. La subjetividad de Clemente es
construida y definida a través de las imágenes de
lo que, al mismo tiempo, construye y le es ajeno:
Bogotá. En este sentido, también se hace necesario
notar que durante la parte de la película que se desarrolla en el chircal, no existe en ningún momento la
edición a través de la cual se les da carga emocional
a los planos de lugares, arquitecturas o paisajes.
Al contrario, como se mencionaba, se registran
estas escenas a través de métodos que recuerdan el
género documental. No hay, pues, construcción de
emotividades a través de imágenes del chircal como
espacio. Los personajes son construidos en este
segmento a través de las relaciones de solidaridad
que mantienen entre ellos.
Así empieza la tercera y última parte de la
película. Firulais emprende, en un gesto solidario,
un nuevo recorrido hacia la ciudad para buscar el
dinero. Dos planos singulares muestran la transformación que vive Firulais: cuando Clemente al verlo
empeora y la comunidad lo insta a irse, el rostro de
Firulais palidece y se ve pensativo, como lamentado
su poca aceptación entre sus vecinos, o tal vez
recordando sus malas relaciones con el enfermo y su
frase “¿y a usted qué le importa?”. También, cuando
toma la prescripción de las medicinas para ir a conseguirlas. La búsqueda del dinero acentúa uno de los
aspectos más interesantes de la película, que hemos
mencionado: la exploración de la ciudad a través de
planos de diferente escala y de diversas angulaciones
y posiciones de cámara, lo cual no era común en la
cinematografía colombiana de la época. El periplo
de Firulais le permite al espectador recorrer una
Bogotá real filmada de una forma casi documental,
como han resaltado diversos autores (Álvarez y
Gaviria, 1982; Durán, 2006; Martínez, 1978). Pero
Arzuaga filma la Bogotá de la modernización desde
los habitantes que son excluidos, desde sus heridas
y cicatrices (Puerta, 2015). Hay que notar que en
este segmento tales imágenes ahora corresponden a
la travesía de Firulais, y que no funcionan ya como
constructoras de la emotividad de este personaje,
como lo hacían con Clemente. Firulais no contempla
la ciudad, y los planos de ella no hacen parte de la
mirada de ningún personaje.
Si Deleuze (2005a) propuso que la emergencia de
una nueva imagen cinematográfica estaba relacionada
con la crisis del sueño americano, en el cine
colombiano se podría plantear que lo está con la crisis
del modelo modernizador y desarrollista, la que se va
tornando visible desde comienzos de la década de
1960. Para Puerta (2015), Raíces de piedra será una de
las primeras películas en las cuales la narrativa
de una nación que se dirige hacia la modernidad
es cuestionada y aparece el personaje del mártir,
signado por su no contemporaneidad con el tiempo
del progreso. Esta nueva imagen de la que hablamos
no es otra que la imagen-tiempo, caracterizada por
“la situación dispersiva, los vínculos deliberadamente
débiles, la forma-vagabundeo, la toma de conciencia
de los tópicos, la denuncia del complot” (Deleuze,
2005a, p. 292). Si bien, en mayor o menor medida,
Raíces de piedra cumple estas cinco características,
será la forma-vagabundeo la más destacada, ya que
está presente en varios momentos del metraje: los
recorridos de los personajes.
La escena más significativa de este recorrido
es cuando el ladronzuelo entra en un edificio y
le comenta a quien sería el gerente de la empresa
que funciona allí que uno de los trabajadores que
construyeron el edificio se encuentra enfermo y
necesita medicina. El “doctor” le responde que él no
tiene nada que ver con aquellos constructores. Es,
finalmente, la manera de hacer explícito el conflicto
social que subyace en toda la película: los que gozan
de Bogotá se sienten completamente ajenos al destino de quienes la reconstruyeron. Sin embargo, cabe
indicar acá que, a pesar de cierta conciencia sobre
el panorama social por parte de Firulais al haber
ido a reclamar a los dueños de las edificaciones, no
hay claridad sobre el conflicto que ello conlleva.
Así, ninguno de los dos personajes principales de
la película adquiere una conciencia profunda de
lo que les sucede como habitantes de los chircales.
Ambos intuyen que hay una contradicción tácita,
pero ninguno actúa o reflexiona sobre cómo revertir
o cambiar tal situación.
La película, a través de su presentación de
personajes despolitizados —en el sentido de que se encuentran sin identidad partidaria y sin lazos
sociales para resistir los embates del desarrollismo
del Frente Nacional—, muestra de manera crítica las
consecuencias de la desigualdad social en Colombia
y la potencia de la solidaridad entre los habitantes
más vulnerables. Finalmente, cuando el ladrón
regresa al barrio, se encuentra con la procesión
que acompaña a Clemente a su tumba. Así, y a
pesar de cierto hiperquinetismo de la película, que
corresponde a la forma-vagabundeo, esta no concreta en una acción, si por tal entendemos aquellos
actos que logran transformar las situaciones. La
inacción política de los personajes está vinculada
a que la situación que observan, y en la que se
hallan inmersos, los excede, y no son capaces de
emprender ninguna acción, como se esperaría de
la imagen-tiempo planteada por el autor francés.
En Raíces de piedra, el pueblo11 1 Diversos autores (Badiou, 2014; Butler, 2014; Khiari, 2014; Laclau, 2005) han señalado que si bien el término pueblo es polisémico, remite a un colectivo que surge solo en medio de la oposición abierta o velada a otros grupos que buscan controlarlo, dirigirlo o dominarlo. En ese sentido el pueblo no es una entidad preexistente, sino un grupo que solo toma forma en cuanto se moviliza. En Raíces de piedra, la movilización para salvar a Clemente construye un pueblo, pero lo hace de forma paradójica, ya que fracasa en su intento de salvarlo; en este sentido la potentia no se transforma en actus. está presente, pero se trata de una presencia subordinada e impotente ante el impulso del desarrollo que hace que todo lo sólido se desvanezca en el aire: la transformación urbanística de Bogotá y la reconstrucción política de los partidos tradicionales después del Bogotazo. La impotencia del pueblo se expresa en la impotencia del mártir, Clemente, y en la del antihéroe popular, Firulais. Esto se acentuará en el segundo largometraje de José María Arzuaga, en el cual ya el pueblo desaparece del campo cinematográfico y el antihéroe y el mártir se fusionan en un solo personaje: un hombre sin atributos.
6 Pasado el meridiano
El segundo largometraje argumental de Arzuaga
fue filmado en blanco y negro y 16 milímetros en el
año de 1966. Arzuaga fue también el responsable del
guion y el montaje, y fue coproductor junto con Juan
Martín B. La película fue rodada durante los fines de semana dados los compromisos laborales y personales del equipo técnico (Mayolo y Arbeláez, 1974) y
fue planeada sin la intención de sincronizar sonido
e imagen. Esto hizo que los actores no tuvieran
diálogos preestablecidos, los cuales fueron escritos
para el doblaje, caracterizado por la homogeneidad
de su entonación y por la falta de sincronía con los
labios de los actores, que durante el rodaje hablaban
lo que se les viniera a la cabeza, tal como lo indica
Andrés Caicedo (1974). Las imperfecciones técnicas
impiden la transparencia del relato y dan forman
a una película antiespectacular, en una especie
de distanciamiento brechtiano involuntario. Para
Caicedo (1974), el método de Arzuaga es la negación
de cualquier método, aunque esto no excluye la
cuidadosa selección de los actores no profesionales
que condensan tipos sociales, más exactamente
al hombre subdesarrollado y a su mujer favorita,
de voluptuosidad obesa. La afortunada selección de
los actores, sumada a la construcción dramática, ha
hecho que los personajes de Augusto y Nuri sean
elogiados por autores como Carlos Álvarez (1989)
y Andrés Caicedo (1974).
La película relata la historia de Augusto, un
modesto ascensorista de una agencia de publicidad,
retratado el día en que se entera de la muerte de su
madre y debe pedirle permiso a su jefe para asistir
a su entierro en un pueblo cercano. Lo que sería un
simple trámite se torna una empresa casi imposible.
El relato transcurre en aproximadamente día y
medio y está fuertemente focalizado en el personaje
protagónico, salvo dos breves escenas que muestran
el velorio y entierro, las cuales no suman un minuto.
Además, se narra la efímera relación amorosa de
Augusto y Nuri a través de tres analepsis. A pesar
de su carácter desprolijo en ocasiones, intensamente
personal en otras, la película presenta una estructura
clásica con tres partes claramente definidas. En la
primera escena del segmento inicial, Augusto le
informa a la asistente de su jefe que su madre ha
muerto y que necesita que este le dé permiso para
ausentarse e ir a su pueblo natal donde va a ser enterrada. Esta parte de la película sirve para caracterizar
a Augusto y para introducir la primera analepsis
que muestra cómo conoce a Nuri en unos baños termales. El personaje protagónico es caracterizado
como alguien completamente pasivo: no ayuda a
un enfermo que convulsiona en los baños, en una
visita al sastre acepta como bueno un traje que aún
le queda mal y que había mandado a arreglar, y
es incapaz de hablar con su jefe o de presionar lo
suficiente a la asistente para que le sea otorgado el
permiso.
El nudo de la película se desarrolla en torno a
la realización de un comercial para un producto
alimenticio, que tiene como consumidor objetivo
la población más pobre. Este segmento está dividido en tres secuencias: la negociación del jefe de
la agencia con el jefe de la empresa que fabrica y
vende Alinutrina —el producto a ser publicitado—,
el intento fallido de filmar escenas del comercial
en un barrio marginal de Bogotá y el regreso a las
oficinas de la agencia, donde se muestra lo que se
ha filmado y se cierra la negociación al calor de una
película erótica que se proyecta para complacer al
cliente. Después de esto, por fin Augusto puede
salir de su trabajo hacia el funeral de su madre.
De alguna manera, Pasado el meridiano es una
reflexión no solo sobre el mundo de la publicidad, sino también, extrapolando un poco, de la
relación entre la representación audiovisual de la
realidad y la realidad representada. Esto debido a
que esa “realidad” que en la agencia de publicidad
se pretende representar es la vida de las clases
populares de Bogotá, y en este intento la película
desliza reflexiones sobre uno de los géneros más
discutidos en Latinoamérica durante la década
de los 60: “absoluto género documental” exclama
autosatisfecho el director de la agencia al referirse
al comercial que había realizado su empresa. Desde
comienzos de la década, cineastas como Fernando
Birri habían comenzado a expresar el interés en el
género documental como forma de denuncia social
y política, dado que presentaba la realidad “tal cual
es”. Para 1966, cuando se filma Pasado el meridiano,
el documental empieza a ser entendido como una
herramienta política de emancipación (León, 2013;
Paranágua, 2003). Sin embargo, la forma en que
este tipo de registro es utilizado en la agencia de
publicidad es totalmente opuesta a la planteada por estos cineastas del posteriormente llamado nuevo
cine latinoamericano (NCL).22
2
Sobre el nuevo cine latinoamericano, dice Michael Chanan: “Este
no fue un movimiento unificado por un conjunto de ideas estéticas
en común, ni siquiera un movimiento artístico en el sentido habitual
en que el término es utilizado para referir a corrientes dentro de
las culturas europeas modernas, las que generalmente se forman
alrededor de un modelo estilístico común expresado, a menudo,
bajo la forma de un manifiesto, una exposición colectiva o una
revista literaria que desempeña el papel de definir, incorporar y
excluir. En el caso del Nuevo Cine Latinoamericano hubo manifiestos, pero la única demanda estilística era una proscripción
—rechazar el modelo de Hollywood—; la identidad del movimiento
fue siempre, principalmente, política. Estaba guiado por un doble
imperativo: ser antiimperialista y nacionalista, crear un espacio
en la pantalla para un nuevo cine con contenido y raíces locales,
para oponerse a la dominación de Hollywood y sus imitadores
—películas comerciales del tipo que Solanas y Getino llaman
primer cine—” (Chanan, 2014, p. 16).
En el filme de Arzuaga, el género que es entendido como más revolucionario y potente políticamente aparece cooptado y utilizado por intereses
mercantiles. Las imágenes de la realidad social que
la agencia se interesa en captar no tienen la intención
de hacer una denuncia, provocar la indignación del
público o apoyar un movimiento social o político,
como se proponía desde el NCL. Por el contrario,
toda la potencia política de esa “realidad” queda
por supuesto anulada por la intención mercantil:
la pobreza se convierte en imagen para la venta;
en este sentido, se puede pensar esta parte de la
película como el antecedente directo de uno de los
mediometrajes colombianos más importantes de
la segunda mitad del siglo XX: Agarrando pueblo, y
encontrar en el dueño de la agencia un precursor del
documentalista que “agarra pueblo” para venderlo
en los festivales internacionales.
El fragmento de la película sobre la publicidad
es bastante largo, y parece desconectado de lo que
sería el conflicto central de la película: el entierro
de la madre de Augusto y el permiso solicitado
para asistir. Presenciamos los acontecimientos de
la agencia por cuanto el ascensorista es incapaz
de interrumpirlos para comunicar sus intereses y
necesidades. Puesto que es un personaje pusilánime,
tímido, cobarde, esta espera se prolonga bastante.
Así, la extensión del fragmento de algún modo
ayuda a construir el carácter del personaje. De la
misma manera, tanto la proyección del comercial como la fallida filmación funcionan como parte de
la estructura narrativa del filme, ya que muestran la
indiferencia del mundo de la publicidad frente a
esa realidad social de la que Augusto hace parte:
así como las pobres familias utilizadas para el
comercial solo son valoradas por su utilidad en la
agencia, Augusto solo es tenido en cuenta en cuanto
peón y no en relación con sus necesidades como
ser humano.
No es entonces gratuito que justamente después
de que le prohíben a Augusto continuar mirando el
comercial, la secretaria le da el permiso para ir al
entierro de su madre. Si hasta entonces el espectador de la película de alguna manera observaba lo
que ocurría en la agencia a través de los ojos del
trabajador —que está allí porque no puede irse—,
cuando vemos que una puerta se cierra en la cara de
Augusto, con un significativo cartel que dice “arte”,
prohibiéndole seguir observando, la secuencia en la
agencia termina y el personaje sale hacia el entierro.
Cuando se acaba la posibilidad de observar la falsa
representación de la realidad social colombiana, el
personaje, y con él los espectadores del filme, pueden
por fin acceder a una representación de esa misma
realidad que, por contraste, se puede entender
como más legítima. Es decir, el viaje de Augusto
hacia su pueblo, y lo que ocurre de allí en adelante
se puede interpretar como una representación más
verdadera de la realidad social, ya que se contrapone
a la falsedad del género documental utilizado en la
agencia de publicidad. Es interesante pensar que en
Pasado el meridiano se propone implícitamente la
ficción como género más adecuado para representar
la realidad, en contraposición con los postulados del
nuevo cine latinoamericano.
Esto puede estar directamente relacionado con
la posición de Arzuaga en el campo fílmico colombiano. Como hemos mencionado, él se consideraba
como más marginal aun que aquellos que eran
abanderados del propio cine marginal politizado
y documental. Además, es importantísimo tener
en cuenta que al filmar esta realidad a través de la
ficción se nos da una imagen de ese pueblo, que
desaparece como colectivo, pero que es encarnado
por Augusto, completamente despolitizada, pesimista, indiferente a su propia suerte. Es decir, una
construcción opuesta a la que se empezaba a esperar
de los cineastas desde posturas más radicales, como
los del cine marginal. Así, con este filme Arzuaga
quedaba de alguna manera, como se ha dicho, en
tierra de nadie: no se podría decir que era cine de
autor o “segundo cine” en términos de Pino Solanas
y Octavio Getino (1969), por sus características
técnicas deficientes y su reflexión sobre las representaciones de la pobreza, pero tampoco era un
cine politizado y radical, o “tercer cine”, por cuanto
no presentaba una denuncia o una posición política
clara, en el sentido de proponer una salida partidista
específica o militante, aunque es evidente que la
película tiene una mirada crítica de la situación
social del país.
En 1966 el panorama político y cultural en
Colombia y Latinoamérica es ya bien distinto del
que se vivía a comienzos de la década. Después del
entusiasmo continental por la Revolución cubana y
el apoyo en bloque que recibió de la intelectualidad
y de los artistas de la región, para el año en que se
filma la película, se empiezan a ver rupturas y distanciamientos frente a la dirigencia revolucionaria,
y los debates respecto a la labor del intelectual se
han intensificado. En el país, según Marco Palacios
(2012), la crisis no solo se vivió en las toldas revolucionarias e izquierdistas, sino también a nivel
gubernamental, más precisamente en la legitimidad siempre endeble de las propuestas del Frente
Nacional. Así, Pasado el meridiano habría sido
producida en medio de un profundo sentimiento de
derrota o desconcierto político. Si Raíces de piedra
alcanzaba a insinuar una posible conformación u
organización de las poblaciones vulnerables a través
de la solidaridad, esto ya no aparece en el Pasado
el meridiano.
La parte final de la película es, al igual que buena
parte de Raíces de piedra, un recorrido, o varios,
realizados por el personaje: Augusto va de la ciudad
a su pueblo, recuerda el paseo por unos edificios
en construcción con Nuri, recorre el cementerio
en busca de la tumba de su madre, emprende el
camino de vuelta hacia la ciudad. Estos recorridos
no tienen desenlace o problemática por resolver, no hay tensión o conflicto: sabemos que Augusto llegará
tarde, él es casi totalmente indiferente a la suerte
de su amante violada por desconocidos y su resignación, al ser burlado por unos jóvenes a quienes
ayudó a empujar un automóvil con la esperanza de
que lo llevarán a Bogotá, es notoria. Augusto pasa
por los paisajes y lugares con indiferencia, sin dejar
huella, sin tener iniciativa alguna. Solo en busca de
una relación sexual con Nuri se nota algún tipo de
interés de su parte, pero no la suficiente como para
que la defienda frente al asalto de los merodeadores.
Nuevamente encontramos un personaje que es superado por sus circunstancias, pero en esta ocasión
estas no parecen enmarcarse en un conflicto social
concreto, como la reconstrucción urbana de Bogotá
y el desarrollismo en el filme anterior. Augusto no
tiene idea del porqué de su abandono y su apatía,
y no parece interesarle saberlo. El personaje no
tiene un proceso de transformación o crisis, pues
es indiferente a su propia condición: son recorridos puramente visuales para el espectador, pues el
personaje no se transforma.
Augusto se presenta como “el hombre que termina por elegir ser un subordinado de cualquier otro” (Caicedo, 1974, p. 54), como la víctima, el cobarde y el amaestrado por un medio ambiente hostil (Martínez, 2006), como el hombre solo (C. Álvarez, 1989). Pero se trata, de nuevo, del hombre colombiano como un mártir del desarrollo desigual, un ser humano que presencia cómo el crecimiento económico representado en la expansión de la ciudad y el imperio de la imagen publicitaria pasa frente a sus ojos sin que se transformen sus posibilidades vitales. Una vez más estamos frente a la nueva imagen postulada por Deleuze:
He aquí que las situaciones ya no se prolongan en acción o reacción, tal como lo exigía la imagen-movimiento. Son puras situaciones ópticas y sonoras en las cuales el personaje no sabe cómo responder, espacios desafectados en los cuales el personaje cesa de experimentar y actuar y entre en fuga, en vagabundeo, en un ir y venir, vagamente indiferente a lo que le sucede, indeciso sobre lo que se debe hacer. Pero ha ganado en videncia lo que había perdido en acción o reacción. (2005b, p. 361).
Pasado el meridiano presenta una sucesión de
actos inconclusos: Augusto no consuma el acto
sexual con Nuri, no llega al entierro de su madre;
en donde Firulais luchaba, Augusto se resigna.
Es necesario recordar que tanto Clemente como
Firulais son seres plenamente sociales, hacen parte
de una comunidad, y aunque esta no logre sus objetivos, ellos poseen vínculos que los oponen pero que
también los pueden hacer solidarios. Pero en Pasado
el meridiano el personaje protagónico está aislado:
en su lugar de trabajo, en la ciudad en que vive e
incluso en su pueblo natal, en donde no tiene ya a
nadie. La ausencia de vínculos sociales, de pueblo,
hace imposible la presencia del antihéroe y mucho
más del héroe; en su lugar queda un hombre sin
atributos, un espectador de sí mismo y de los demás.
En este sentido, Arzuaga, a pesar de no realizar
una película militante políticamente, construye
una mirada crítica de la situación social colombiana
mostrando las subjetividades de personajes que
representan al pueblo.
7 Reflexiones finales
Como se ha planteado, los dos primeros largometrajes de Arzuaga están en tierra de nadie en términos
políticos y cinematográficos. En el campo político,
los movimientos de izquierda tanto armados como
civiles están apenas creciendo y articulándose, y el
Frente Nacional está en crisis de legitimidad. En el
campo cinematográfico, Arzuaga defiende un cine
personal, que podría inicialmente ser considerado
como “segundo cine”, pero lo hace en un país en
donde el carácter casi artesanal de la producción
hace imposible producir largometrajes de ficción
que tengan una calidad equiparable al cine de
autor europeo. No obstante, esta misma situación,
la ausencia de una política emancipatoria y contrahegemónica relativamente articulada y la imposibilidad de un cine crítico argumental, hacen que
Arzuaga llegue, sin ser plenamente consciente, a un
cine político singular, al hacer evidente que el pueblo
es justamente lo que falta en las pantallas y en la realidad colombiana de la década de 1960. Recordando
de nuevo a Deleuze: “En síntesis, si hubiera un cine político moderno, sería sobre la base: el pueblo ya no
existe, o no existe todavía… ‘el pueblo falta’ ” (2005b,
pp. 285-286). Esa ausencia abre la brecha por la cual
el pueblo podrá empezar a formarse de manera
discontinua, fragmentada y problemática en el cine
marginal a finales de esa década y a comienzos de
la siguiente, no en vano la mayoría de los cineastas
marginales y realistas posteriores reivindicaron a
Arzuaga y su construcción de un ser humano que
no estaba representado ni fílmica ni políticamente
por quienes decían representarlo.
Estas características se ven con diferentes matices en cada una de estas dos películas. En Raíces de piedra, es claro el contexto urbano tras El Bogotazo, y esto hace que la reflexión histórica y política concreta sea más notoria, incluso cuando no es del todo explícita. De manera un poco más abstracta, pero contundente, en Pasado el meridiano podemos encontrar una reflexión sobre el antihéroe colombiano, sobre la falta de motivaciones y lazos sociales del personaje principal, haciendo explícita esa ausencia de pueblo de la que habla Deleuze y que Arzuaga muestra para el contexto político colombiano que observa a mediados de la década de 1960.
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