Aportes de Lacan a una teoría del discurso
Lacan's Contributions to the Discourse Theory
Karina Savio1
1 Universidad de Buenos Aires UNAJ, CONICET Buenos Aires, Argentina. Correo electrónico: karinasavio@fibertel.com.ar
Artículo recibido el 16 de septiembre de 2014 y aprobado el 7 de abril de 2015
Resumen
El análisis del discurso es un campo heterogéneo de investigaciones en el que convergen diferentes posiciones teóricas. El psicoanálisis es un campo de saberes que ha participado de su nacimiento, en particular, en la perspectiva discursiva de Michel Pêcheux. El propósito de este artículo es el de revisar los planteos de Jacques Lacan en torno al discurso con el objetivo último de reflexionar sobre este término y sus implicancias teóricas para el análisis del discurso. En este sentido, nos interesa adoptar los elementos de la enseñanza de Lacan que nos permiten repensar y redimensionar la complejidad que el término discurso entraña. Para tal fin, abordaremos el Seminario XVII del psicoanalista, seminario que comienza a dictar en 1969, y en el que formaliza su teoría sobre esta noción; aunque nos remitiremos, también, a otros momentos de su enseñanza.
Palabras clave: Discurso, psicoanálisis, análisis del discurso.
Abstract
Discourse Analysis is a heterogeneous field of research in which different theoretical positions meet. Psychoanalysis is a field of knowledge that has participated since its origin, in particular, in the discursive perspective of Michel Pêcheux. The purpose of this article is to review the proposals of Jacques Lacan about the discourse with the ultimate objective to consider this term and its theoretical implications to Discourse Analysis. In this sense, we intend to adopt those elements of Lacan's teaching that allow us to rethink and resize the complexity that the term discourse implies. To this end, we shall present the Seminar XVII of the psychoanalyst, which begins to dictate in 1969 and in which he formalizes his theory of this notion, although we shall also refer to other moments of his teaching.
Key words: Discourse, psychoanalysis, discourse analysis.
Introducción
1969. Jacques Lacan, luego de que el rector de la École Normale Supérieure le retirara la sala Dussane, comienza, el 26 de noviembre, a dictar su seminario "El reverso del psicoanálisis" en el anfiteatro de la Facultad de Derecho (Lacan, 1975a/2006).2 Allí permanecerá hasta 1978. Este año —marcado no solamente por una nueva espacialización de la palabra— sella el inicio de la formalización de lo que se conocerá como la "teoría de los cuatro discursos". En efecto, el psicoanalista francés desarrolla en este seminario la noción de discurso y elabora una tipología discursiva. Pero, también, en este año, Francia es protagonista del nacimiento de dos obras que resonarán en la historia de las ciencias del lenguaje: La arqueología del saber, de Michel Foucault (1969a/2005), y "Analyse automatique du discours", de Michel Pêcheux (1990). Tres miradas diferentes interrogan, al mismo tiempo, lo que podría pensarse como un mismo objeto: el discurso irrumpe con vigor en el escenario intelectual francés.
El fin de estas líneas es retomar los planteos teóricos de Lacan en torno al discurso, con el objetivo último de reflexionar acerca de este término y sus implicancias para el análisis del discurso (en adelante, AD). En este sentido, no pretendemos totalizar el saber psicoanalítico sobre esta noción, ni establecer las bases de un análisis lacaniano del discurso-espacio de investigación emergente en los últimos años que erige la referencia lacaniana como un modo de abordaje de distintas manifestaciones sociales discursivas (Parker y Pavón-Cuéllar, 2013). Tampoco buscamos migrar la definición que el psicoanalista propone a un campo cuya extraterritorialidad revela la ajenidad de su práctica. Por el contrario, nos interesa adoptar los elementos de la enseñanza de Lacan que nos permiten repensar y redimensionar la complejidad que el término discurso entraña.
Dos son las razones primordiales que nos conducen a realizar tal emprendimiento. Por un lado, el AD es un campo heterogéneo de investigaciones en el que convergen diferentes posiciones teóricas. De ahí que, al no conformar un conjunto estable de saberes, adopte, al decir de Orlandi (1987, p. 11), un carácter "nómade". Esta visión crítica permanente sobre su propio devenir implica problematizar sus lineamientos y sus prácticas, e interrogar aquellas concepciones que la fundan. Es uno de los objetos inherentes al AD lo que nos proponemos abordar en estas páginas.
Por el otro, debemos recordar que los desarrollos teóricos lacanianos han sido medulares en la constitución del AD, en especial, en los trabajos que se enmarcan dentro de la perspectiva de Michel Pêcheux3 La preeminencia del lenguaje en su articulación con el sujeto, el inconsciente y el Otro, que clama el psicoanalista y que lo ha convocado a valerse de nociones surgidas en el ámbito de la lingüística,4 no ha sido, en tal sentido, indiferente a la mirada de otras áreas del saber, que comenzaron a concebir un sujeto que ya no es dueño de su palabra, sino que es hablado por un otro.
Ahora bien, el propio Lacan (1975b/2006) reconoce el hermetismo discursivo por el que atraviesan sus escritos e, inclusive, sus seminarios; hermetismo que presenta un valor de formación.5 De este modo, en sus dichos, aparece un saber que está a medio-decir, un saber enunciado entre líneas. El enigma que ubica en la interpretación se traslada, también, a su enseñanza, lo que genera que la dificultad en la legibilidad y en la comprensión del interlocutor promuevan su producción: en efecto, es el otro el que debe "poner de su parte". En este contexto discursivo, señala Lacan, nadie está obligado a comprender sus escritos: "Si no los comprenden, tanto mejor, pues tendrán así la oportunidad de explicarlos" (Lacan 1975b/2006, p. 46). Es el comentario, entonces, la práctica que conviene a esta lógica de transmisión, en la que coexiste un potencial de significaciones. Sin embargo, no es nuestra intención interrogar en estas páginas lo no-hablado que "duerme en la palabra" (Foucault, 1963/2006, p. 11), ni tampoco buscamos traducir el significado que se encuentra detrás de los significantes. Procuramos, por el contrario, ensayar ciertas relaciones que se pueden entablar entre las formulaciones de este psicoanalista y el AD, que permiten contribuir a un estudio en torno a los diferentes objetos construidos sobre el significante discurso.
Con el propósito, entonces, de analizar esta noción en Lacan presentamos, en primer lugar, una breve revisión de este término en los trabajos de Michel Foucault y de Michel Pêcheux que se publican en 1969, no con la pretensión de establecer un análisis pormenorizado de estos textos ni de entablar lazos entre ellos, sino con el objetivo de esbozar el horizonte discursivo en el que se desenvuelve el seminario de Lacan.6 En segundo lugar, nos adentramos a la teoría lacaniana sobre el discurso, para lo cual abordamos su relación con el Otro, el sentido y la estructura, y caracterizamos la tipología que elabora el psicoanalista. Finalmente, interrogamos el discurso a la luz de lo desarrollado en los apartados anteriores.
1969 y el discurso
Antes de recuperar las nociones de discurso que proponen Foucault y Pêcheux en este año, simultáneas al desarrollo lacaniano, nos interesa resaltar la significativa polisemia de este significante. En efecto, este término irrumpe en las ciencias del lenguaje desde múltiples usos que dan cuenta, según Maingueneau (1976/1989), de su inestabilidad teórica y que impiden un consenso unánime en torno a su significado. Es interesante, en este sentido, leer la entrada que corresponde al término "discurso" que figura en el Diccionario de análisis del discurso (Maingueneau y Charaudeau, 2002/2005). Este diccionario inicia su trayecto señalando que se propone como un "instrumento de trabajo para todos aquellos que, en número creciente, trabajan sobre las producciones verbales desde una perspectiva de análisis del discurso" (Maingueneau y Charaudeau, 2002/2005, p. VII). En la entrada "discurso", advertimos que Maingueneau —su autor— no desarrolla una definición de este término; en su lugar, arma su texto en torno a dos apartados: en el primero de ellos recupera ciertas oposiciones clásicas, en las que el discurso se contrapone con la oración, la lengua, el texto y el enunciado; en el segundo, se enumeran algunas ideas básicas que lo identifican, a saber, el discurso supone una organización transoracional, está orientado, es una forma de acción, es interactivo, es contextualizado, es tomado a cargo, está regido por normas y está captado en un interdiscurso. Ideas que se privilegian en algunas corrientes pragmáticas, que caracterizan el discurso, pero que, en suma, no lo definen. Podría pensarse, entonces, que la clausura conceptual que aspira a realizar el lingüista en relación con este término falla: el discurso escapa a este intento de sujeción.
Ahora bien, esta pluralidad de sentidos ya se desliza en los trabajos de Foucault y de Pêcheux. Ambos autores establecen una definición de discurso que presenta una especificidad asociada a los desarrollos teóricos que cada uno construye.7
En La arqueología del saber (Foucault, 1969a/2005), este término aparece en permanente diálogo con el de formación discursiva, lo que conduce a que en algunos lugares de esta obra se perciba cierta oscilación conceptual. Foucault (1969a/2005, p. 181) define allí el discurso como un conjunto de enunciados, a los que se les puede asignar modalidades particulares de existencia. El discurso clínico, el discurso de la historia natural, el discurso psiquiátrico y el discurso económico deben, entonces, entenderse en este sentido. Pero, también, el filósofo describe el concepto de formación discursiva —entre otras definiciones que despliega a lo largo de todo su trabajo— como grupos de enunciados (Foucault, 1969a/2005, pp. 194-195). Estas dos enunciaciones podrían orientarnos a establecer una relación de sinonimia entre el discurso y la formación discursiva.
Sin embargo, en otro lugar del texto, el autor aclara que los enunciados que el discurso reúne dependen de la misma formación discursiva (Foucault, 1969a/2005, p. 198). Esta precisión nos permite establecer, pues, una correlación entre discurso, enunciado y formación discursiva: la noción de discurso articula el aspecto material de los enunciados, su existencia efectiva, sus modalidades de aparición, con el aspecto potencial y posibilitador del sistema de formación, entendido como un sistema de reglas que forman los objetos, las modalidades enunciativas, los conceptos y las estrategias presentes en los enunciados. Será partiendo de la descripción y de la relación de los enunciados lo que permitirá individualizar cada formación discursiva. Por ello, será necesario definir el modo en que se forman los objetos —es decir, aquello de lo que se habla—, la posición desde la que el sujeto enuncia, la configuración del campo enunciativo y la función que los enunciados cumplen en las prácticas no discursivas. De esta manera, se desprende que el discurso anuda dos caras: la cara material de los enunciados y la cara virtual de su sistema de formación.
A esta conclusión arriba, también, Courtine (1981) a partir de la relectura que realiza del texto de Foucault. En este caso, el autor sostiene que la formación discursiva puede ser interpretada, por un lado, en términos potenciales, en la medida en que refiere al sistema de formación de los enunciados. Y, por el otro, plantea que la formación discursiva puede ser pensada en términos empíricos, aludiendo a los enunciados efectivamente pronunciados. Por tal razón, considera necesario distinguir dos niveles: el nivel del enunciado, que se corresponde con el primer sentido de la noción, y el nivel de la formulación, implicado en la segunda interpretación. Toda secuencia discursiva o discurso concreto existe, por lo tanto, al interior de una red compleja de relaciones de un sistema de formación, sistema donde se constituye la matriz de sentido.
La resonancia que adquirieron los diversos trabajos de Foucault en el escenario intelectual francés y en el surgimiento de aquello que se comenzaba a conocer en la década de los sesenta y de los setenta como análisis del discurso es indiscutible. Estos desarrollos abrieron las puertas, entre otros estudios, a numerosas investigaciones lingüístic-odiscursivas, en especial, sobre un corpus vinculado a la esfera política: es al discurso político a lo que los analistas del discurso de aquellos años se aproximarán en primer lugar.
Por su parte, en "Analyse automatique du discours", Michel Pêcheux (1990) también recurre a este término. Allí, el autor, discutiendo con el esquema de la comunicación de Jakobson (1985) y con los enfoques conductistas, plantea que el discurso no se trata necesariamente de una trasmisión de información entre A y B, sino de un "efecto de sentido" (Pêcheux, 1990, p. 118). En esta definición, A y B no designan la presencia física de individuos, sino los lugares determinados por la estructura de una formación social. Estos lugares son representados en el proceso discursivo en el que ellos son puestos en juego. En otras palabras, lo que funciona dentro del proceso discursivo es una serie de formaciones imaginarias que designan el lugar que A y B se atribuyen cada uno a sí mismo y al otro, la imagen que se hacen de su propio lugar y del lugar del otro. De esta forma, el discurso se define como efecto de sentidos entre interlocutores, que parte de un funcionamiento social. Las condiciones de producción constituyen el sentido de la secuencia verbal producida. Por este motivo, la exterioridad es entendida como constitutiva del proceso. A pesar de que en este texto Pêcheux todavía no refiere aún ni a la noción de formación discursiva ni a la de formación ideológica, propone denominar el conjunto que mecanismos formales que produce un tipo de discurso, en un momento dado, procesos de producción. Así, señala que el discurso pertenece a un sistema de reglas que no son ni universales ni individuales y que, por tanto, parte de un mecanismo en funcionamiento.
Advertimos, entonces, que ni Foucault ni Pêcheux reenvían en sus definiciones a la categoría de hablante como causa y origen del discurso, un hablante dueño de la palabra, con libertad en su decir.8 Foucault refiere, por un lado, a la relación entre el enunciado y la posición del sujeto. En este punto, no aborda el lazo entre la persona que profirió el enunciado, la conciencia parlante, y lo efectivamente dicho, sino que le interesa determinar cuál es la posición que ocupa para ser su sujeto (Foucault, 1969a/2005, p. 160). Una posición puede, de esta manera, ser ocupada por distintos individuos. Por el otro, Pêcheux, en esta misma línea, alude al destinador como un lugar, pero, a diferencia de Foucault, incluye al otro, al destinatario, al que ubica como lugar también.
Asimismo, reparamos que ambos autores relevan la relación entre el discurso y su formación. Mientras que para Foucault es la formación discursiva la matriz potencial que forma series de enunciados, para Pêcheux, en este texto, son los procesos de producción (asociados a las condiciones de producción) el mecanismo generador de discursos. El sentido del discurso en los dos casos debe pensarse, por tanto, no como un sentido inmanente a lo dicho, emancipado de la exterioridad que rodea la palabra. Por el contrario, el sentido se constituye a partir de estos sistemas formadores.
El discurso, el otro y el sentido
Alrededor de 1968, Jacques Lacan comienza a reflexionar sobre la noción de discurso en sus seminarios. Esto no significa que previamente este término no figurase en el desarrollo teórico del psicoanalista francés; por el contrario, aparece en innumerables ocasiones, pero con un sentido amplio, corriente, sin una formalización precisa. Incluso, en determinada etapa de su enseñanza conceptualiza el inconsciente en términos discursivos. En efecto, lo define como: "el discurso del Otro" (Lacan, 1966b/2008, p. 525). Sin embargo, en esta época todavía no especifica el significado de la noción.
Diversos psicoanalistas (entre ellos, Allouch, 1984/1993; Eidelsztein, 2007) han advertido los puntos en contacto entre la formalización del discurso en Lacan y los postulados foucaultianos. Es cierto, no podemos olvidar que Lacan había asistido a la conferencia "¿Qué es un autor?" de Foucault (1969b/1984), desde la que él legitima su "retorno a Freud"9 y que el seminario en el que elabora su tipología discursiva comienza a fines de 1969, lo que habilita suponer que el psicoanalista sabía de la publicación de La arqueología del saber y que, muy probablemente, la había leído. No obstante, es en el Seminario XVI, dictado en 1968, en el que el discurso empieza a recobrar en la palabra de Lacan un relieve fundamental. De hecho, en este seminario, aborda el goce y el objeto a como plus-de-goce. También, refiere al sujeto, al otro, al saber y a la verdad, entre otros conceptos. Estos elementos ocuparán un lugar central en la constitución de los discursos.
Es interesante resaltar el título de este seminario: "De un Otro al otro". En este sentido, el nombre del seminario en el que algo sobre el discurso comienza a explorarse marca una relación, que, en principio, no podría pensarse como desprendida del esquema comunicacional de Jakobson (1985), lingüista con el que Lacan dialoga y discute.10 En efecto, este esquema es objetado por el psicoanalista, ya que según él es el sujeto el que recibe del otro el mensaje en forma invertida (Lacan, 1966a/2008, p. 287). Podría pensarse que esta relación -—de un Otro al otro—-, en verdad, anticipa la centralidad que la idea de lazo adquirirá en la conformación del discurso.
Lacan abre su primera clase escribiendo en el pizarrón: "La esencia de la teoría psicoanalítica es un discurso sin palabras". De esta frase se infieren dos proposiciones: en primer lugar, la teoría psicoanalítica es un discurso; en segundo lugar, hay discursos sin palabras. La primera anunciará lo que será uno de los objetos de estudio en el seminario siguiente: el discurso del analista. La segunda adelantará la definición del término discurso que se desplegará en ese mismo seminario. Esta concepción del discurso no es sin consecuencias. De ella, se desprende que, para Lacan, el discurso excede la palabra. De esta forma, el discurso no se puede homologar al enunciado, a lo efectivamente dicho, al mensaje, en términos de Jakobson (1985). Un año después, reforzando este mismo sentido, articulará el discurso con la estructura.
Es la relación entre el discurso y el Otro (A) aquello que nos convoca a retomar este seminario; en particular, la relación entre el discurso y el Ootro barrado (A). Para contextualizar este lazo, señalemos que, según Lacan, es el otro el lugar en el que se produce la emergencia del sentido en el marco de las necesidades. Los gritos del niño son leídos a través del otro materno, quien en este acto los significa (Lacan, 1973/2001). En 1960, en su texto "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano", en el que Lacan (1966c/2008) formaliza el grafo del deseo, el psicoanalista señala que el otro, la alteridad radical, es el lugar de la batería significante, el tesoro del significante, es el lugar de la palabra. Aquí, retoma la idea de que "es del Otro de quien el sujeto recibe incluso el mensaje que emite" (Lacan, 1966c/2008, p. 767). A su vez, en este texto determina un elemento clave de su teoría: no hay otro del otro. Es decir, el otro no es absoluto, es un otro barrado y afirma que, por esta razón, falta un significante en el Otro: S().
En el Seminario XVI, según Miller (2009, p. 8), Lacan retoma las formulaciones sobre la falta en el Otro en términos lógicos. Pero, también, —podemos agregar nosotros— en términos discursivos. En efecto, en estas clases, Lacan (2006a/2008, p. 74) concibe que el campo del Otro es el campo de inscripción de lo que se articula en el discurso y reitera que este campo no es consistente. Es por tal razón que manifiesta, ya desde la primera clase, que "no hay cierre del discurso" (Lacan, 2006a/2008, p. 14). En otras palabras, si es en el Otro en donde algo del discurso se articula y si, además, este Otro no está completo, entonces, podemos pensar que no es posible concebir la existencia de un discurso absoluto, un discurso que agrupe el total de los discursos. En este sentido, se puede interpretar aquello que Lacan desarrolla en torno a los significantes: no puede totalizarse la configuración entera (Lacan, 2006a/2008, p. 181).
Siguiendo esta línea, Lacan (2006a/2008, p. 14) asegura: "no hay universo de discurso". Mientras que Jakobson (1985, p. 349) indica que la lingüística podría abordar los problemas entre el discurso y el "universo de discurso": "qué es lo que un discurso dado verbaliza, y cómo lo verbaliza", el psicoanalista descarta la posibilidad de que este universo exista como conjunto cerrado.11 Si no hay garante del Otro, no hay, entonces, un conjunto que agrupe el total de los referentes de un campo determinado.
La estructura del discurso
Al año siguiente, en 1969, en su seminario titulado "El reverso del psicoanálisis", Lacan retoma la noción de discurso y la desarrolla con mayor precisión.12 Aquí, Lacan define este concepto de diversas maneras. A diferencia del seminario anterior, en estas clases lo caracteriza como una "estructura" (Lacan, 1975a/2006, p. 10), también lo denomina aparato: un aparato de "cuatro patas, con cuatro posiciones" (p. 18). No obstante, reitera que el discurso excede la palabra, "puede subsistir muy bien sin palabras" (p. 10): "Mediante el instrumento del lenguaje se instaura cierto número de relaciones estables, en las que puede ciertamente inscribirse algo mucho más amplio, algo que va mucho más lejos que las enunciaciones efectivas" (p. 10). Vemos, entonces, que para que haya discurso es necesario primero el lenguaje. Es a través del lenguaje que se instalan estas relaciones estables que lo configuran. La idea de instrumento que figura en esta cita no supone la visión de que el sujeto lo emplee libremente. Por el contrario, según el psicoanalista, "nosotros somos sus empleados. El lenguaje nos emplea, y por ese motivo eso goza" (Lacan, 1975a/2006, p. 70).
Como ya hemos indicado, los discursos presentan una particularidad: no están hechos de palabras y, por ende, apelan a trascender el contenido que se propaga en la comunicación. Son, entonces, discursos vacíos de significado, pero con un armazón o estructura que implica términos y lugares, matriz de cualquier acto en el que se tome la palabra: "Los discursos de que se trata no son nada más que la articulación significante, el dispositivo, cuya sola presencia, el hecho de que exista, domina y gobierna todas las palabras que eventualmente puedan surgir" (Lacan, 1975a/2006, p. 180). De esta forma, mientras que para Foucault (1969a/2005) los discursos articulan los enunciados con la formación discursiva, y para Pêcheux (1990) emergen de mecanismos de producción, es la estructura del discurso, según el psicoanalista, la matriz generadora de enunciados.
Por otra parte, los discursos encarnan una relación fundamental de la que se deriva un particular vínculo social. Cada discurso determina, en efecto, un lazo social diferente (Lacan, 1977, p. 90); lazo que no se refiere, en verdad, a la relación entre el sujeto y el otro. Este nivel de abstracción que propone Lacan —insistimos— es del orden formal en cuanto que su preocupación está centrada en los enlaces entre los elementos que componen los discursos y no en el contenido.
Ahora bien, Lacan elabora una tipología discursiva en la que incluye cuatro discursos; esto es, cuatro tipos posibles de lazo social, a saber: el discurso del amo, el discurso de la histérica, el discurso del analista y el discurso de la universidad. A pesar de que considera que son cuatro discursos básicos, no pretende, en realidad, tipificar todos los discursos existentes. Según Eidelsztein (2007), esta tipología podría corresponderse a las funciones sociales del discurso en torno al saber: en otras palabras, las modalidades que adopta el saber en Occidente actual. Nosotros podríamos agregar: en el trabajo clínico.
Estos discursos presentan cuatro posiciones o lugares diferentes, a los que el psicoanalista denomina agente, otro,13 producción y verdad:
En la figura 1, veamos, entonces, estos lugares. Parecería, en una primera aproximación, que este esquema conserva ciertos resabios del vínculo entre el emisor y el receptor. En este sentido, aparece, en primer término, un agente que se dirige a un otro. Notamos que esta relación entre el agente y el otro no está mediada por el mensaje. La situación de discurso implica, en este marco, la ilusión de plenitud y totalidad (Jurnaville, 1992, p. 278). Sin embargo, Lacan toma distancia de esta concepción. En efecto, aquello que se encuentra por encima de las barras — que operan, pues, como barreras— es lo manifiesto, lo visible; en cambio, lo que se encuentra por debajo es lo latente, lo que se encuentra oculto, lo que se esconde tras el discurso.
Según el psicoanalista, el agente es el lugar donde se apoya el discurso, por lo que, en un momento dado, lo llama "puesto de mando" (Lacan, 1975a/2006, p. 112). No obstante, en el Seminario XVIII especifica que el discurso no se puede situar a partir de un sujeto y que el agente es un "falso agente": es "el lugar del semblante" (Lacan, 2006b/2014, p. 25).
Este agente se dirige a un otro, entendido, también, en términos de lugar. El otro, por ende, no es un otro exterior al discurso, sino que es un lugar, una parte del engranaje discursivo. Está situado por dentro de esta maquinaria.
La verdad, por su parte, es el motor del discurso, que se encuentra por debajo del agente. Para Lacan, la verdad guarda relación con el decir: solo puede decirse a medias, porque es imposible decir toda la verdad. Esta imposibilidad es estructural, ya que, como notamos, la verdad se ubica en el plano de lo latente (Alemán y Larriera, 1996, p. 165). En el Seminario XVI, relaciona las nociones de verdad y de saber. Allí señala que la verdad tiene estructura de ficción, es una verdad que no se sabe: "Eso dice algo sin saber lo que dice" (Lacan, 2006a/2008, p. 184).
Por último, el lugar de la producción se encuentra por debajo del otro. Este lugar es el lugar del efecto, del producto engendrado por el discurso. En tanto que para Lacan, todo discurso "se presenta rico en consecuencias, pero oscuras" (Lacan, 2006a/2008, p. 31), este efecto nunca es alcanzado en su plenitud. De allí que la relación entre verdad y efecto es una relación de disyunción: el fin del discurso nunca es logrado (Jurnaville, 1992, p. 279).
Los cuatro discursos
Luego de desplegar brevemente los lugares de la estructura discursiva, incorporemos las fórmulas de los cuatro discursos:
De estas fórmulas se desprende que los cuatro términos que ocupan las diferentes posiciones del discurso son los siguientes: S1 (el significante amo), S2 (el saber), a (el objeto a), S (el sujeto). En primer lugar, señalemos que, según Lacan, el significante amo es aquel vaciado de significación y es el que designa la batería significante. En cambio, el saber, a diferencia de este, liga los significantes en una relación de red (Rabinovich, 1979, p. 35). En segundo lugar, recordemos que, para el psicoanalista, el sujeto es un sujeto dividido, es el sujeto del inconsciente, producto de la irrupción del significante amo en la batería significante. La barra marca la división, la escisión. En este sentido, no se concibe una unidad del sujeto. Por último, aclaremos que la noción de objeto a es una noción compleja en la teoría lacaniana. En efecto, en algunos momentos de su enseñanza, refiere al objeto causa del deseo, en otros, al objeto plus-de-goce. En el primer caso, el psicoanálisis entiende que el objeto no es el objeto del deseo, el fin del deseo, sino que es aquel que lo causa. En el segundo caso, el objeto a surge de la falta en el Otro, es el resto que se produce en la intersección entre el Otro y el sujeto.
Ahora bien, retomando las fórmulas observamos que estos términos poseen una relación secuencial fija. El orden no cambia, pero ocupan las diferentes posiciones del discurso, dando lugar a las cuatro formas ya mencionadas a partir de una rotación de cuarto de vuelta. Veamos, entonces, brevemente cada uno de los cuatro discursos.
El discurso de la universidad, cuya circulación no se restringe a la institución a la que hace referencia, es aquel que representa la hegemonía del saber, en cuanto que en esta estructura discursiva es el saber (S2) el que ocupa la posición de agente, es decir, la posición de mando. Este saber es denominado un todo-saber y se lo asocia a la burocracia. Según Lacan, el discurso de la universidad es una regresión del discurso del amo y, en este sentido, implica su modernización. El saber, en efecto, ocupa el lugar que antes tenía el amo en el discurso. En este caso, el significante amo se encuentra en la posición de la verdad; lugar que, como ya destacamos, es en realidad el motor y el punto de partida de todos los discursos. En el discurso universitario, el amo funciona como garante formal del saber. "Precisamente por este signo, porque el signo del amo ocupa ese lugar, toda pregunta por la verdad resulta, hablando con propiedad, aplastada" (Lacan, 1975a/2006, p. 110). De esta manera, el universitario —que se encuentra en el lugar del otro y que obedece al mandato del amo sintetizado en el imperativo categórico sigue sabiendo— aparece como conservador y transmisor del saber de los "grandes autores" (Juranville, 1992). El producto del discurso no demuestra más que su fracaso, puesto que de él solo resulta un sujeto dividido. Le hace sentir al otro su "falta" respecto de la impotencia del discurso universitario. "Como sujeto, en su producción, ni hablar de que pueda percibirse en algún momento como amo del saber" (Lacan, 1975a/2006, p. 189).
En el discurso del amo, por su parte, nos encontramos que el significante amo se sitúa en el lugar del agente, sobre el que se apoya la esencia del amo. Allí se sitúa la ley. El amo desconoce la verdad de su determinación: la división del sujeto. Por esta razón, el sujeto barrado se advierte por debajo de la fórmula. El discurso del amo oculta su secreto: el amo está castrado (Rabinovich, 1979, p. 43). De esta forma, intenta borrar la barra que es constitutiva del Otro. En la posición del otro, se ubica el esclavo, dueño del saber, posee un saber hacer. El esclavo se presenta como aquel que sabe por haber perdido su cuerpo al que ha querido conservar en su acceso al goce. Por tal motivo, el objeto a, el plus-de-goce, es el efecto, producto del discurso.
En el discurso de la histérica, el deseo de saber es el que lo instituye. El saber es efecto del discurso, es el discurso que "conduce al saber" (Lacan, 1975a/2006, p. 22). El discurso funda, de esta forma, un saber provocado en el otro: "el histérico es el sujeto dividido, dicho de otra manera, es el inconsciente en ejercicio, que pone al amo al pie del muro de producir un saber" (Lacan, 1977/1983, p. 57). Vemos, sin embargo, que el saber nunca alcanza su verdad. En la posición de agente, se ubica el sujeto barrado, al que se lo relaciona con el síntoma, y, en el lugar del otro, el significante amo. Lo que la histérica busca es el significante amo, "clave de su destino" (Rabinovich, 1979, p. 45). Ella quiere un amo para reinar: "Ella reina y él no gobierna" (Lacan, 1975a/2006, p. 137). En el lugar de la verdad, se presenta el objeto a, ya que es la histérica la que deviene en causa del deseo para el otro. Según Lacan, la ciencia toma su impulso del discurso de la histérica.
Finalmente, en el discurso del analista,14 el analista ocupa el lugar de agente bajo la forma de a, se presenta como la causa del deseo. De allí que el psicoanalista se compromete "a seguir la huella del deseo de saber" (Lacan, 1975a/2006, p. 112). Para Lacan, el analista es un sujeto supuesto saber, dado que no transmite saber. De la fórmula se desprende que el saber no está en el lugar del analista, sino en el lugar de la verdad: "Lo que se espera de un psicoanalista es, como dije la última vez, que haga funcionar su saber como término de verdad. Precisamente por eso es por lo que se encierra en un medio decir" (p. 56). Por otra parte, Lacan afirma que el sujeto no sabe lo que dice. El saber habla solo, esto es el inconsciente (p. 74) y es por ello que se encuentra en el lugar de la verdad. El discurso del analista se encuentra en el punto opuesto a toda voluntad de dominio: el reverso del psicoanálisis es, por ello, el discurso del amo. La producción es el significante amo, ya que dará al sujeto la clave de su división (Rabinovich, 1979, p. 48). El discurso que emplea Lacan tanto en sus seminarios como en sus escritos se corresponde con la estructura del discurso analítico. Por tal razón, el psicoanalista manifiesta que dado que su palabra rehúye del sentido, se produce un desplazamiento incesante de significaciones (Lacan, 1975a/2006, p. 157).
El discurso en el análisis del discurso
El AD es, en definitiva, siguiendo los lineamientos lacanianos, un discurso. En cuanto que discurso, interroga otros discursos, con el propósito de generar saber, un saber que está latente en la palabra, que se esconde tras lo enunciado. El discurso de la histérica es, por ende, aquel que más le aviene. El síntoma es el significante que aparenta ser el agente del discurso. Es la falla, el equívoco e, incluso, la repetición lo que el analista desaloja de su enclave, aunque, en verdad, es el objeto causa del deseo lo que motoriza su búsqueda. Es por ello que el AD tiene un compromiso con lo fragmentario, lo múltiple, lo provisorio (Orlandi, 1987, p. 10). Aquello que interpela es el discurso en términos absolutos, es el discurso entendido como S1, como significante amo, con el fin de producir un saber, que, en suma, no devela la verdad que oculta. Plantea Lacan:
¿No resuena esta cita a la labor del analista del discurso?
El discurso, aquello que el analista desea alcanzar, es, en contrapartida, un objeto a construir (Courtine, 1981, p. 34). Según Orlandi (1987), mientras que el texto es una unidad de análisis, es una unidad de significación en relación con una situación, el discurso es un concepto teórico y metodológico, por lo que no pueden establecerse sus límites de manera precisa. Retomando el pensamiento lacaniano, es un dispositivo que excede la materialidad de los enunciados que agrupa.
Este objeto a construir —el discurso— cobra cuerpo a través del sentido. Es, de esta forma, el sentido, cuya matriz nace, siguiendo a Foucault (1969a/2005) y a Pêcheux (1990), en la articulación con su formación y, siguiendo a Lacan (1973/2001), con el Otro, aquello que lo sustancia. Este lazo, que une el discurso con el sentido, no escapa, en términos lacanianos, al registro imaginario. En efecto, en el Seminario XXII (1974-1975), el psicoanalista ubica el sentido entre lo imaginario y lo simbólico: el sentido es aquello con lo que el imaginario responde a lo simbólico. Recordemos que lo imaginario tiene por función proporcionar consistencia, dar la ilusión de totalidad, de autonomía. De allí que podamos inferir, entonces, que el proceso de construcción discursiva se inscribe dentro de un imaginario que restringe no solamente el contenido de los enunciados sino también las modalidades que estos enunciados adoptan.
Esta relación entre el imaginario y el discurso se visibiliza en la elaboración de ciertas tipologías discursivas. El AD, entre otras problemáticas, procura tipificar los discursos con el fin de ubicar constantes en el lugar en que lo lingüístico y social se enlazan (Orlandi, 1987). Marandin (1979), por ejemplo, señala tempranamente que un tipo de discurso es una configuración de rasgos formales asociados a un efecto de sentido que caracterizan la actitud del locutor hacia su discurso y a través de él hacia el destinatario. El sentido, entonces, que se cristaliza en las tipologías que clasifican los discursos según los campos del saber —discurso médico, discurso literario, discurso científico, etc.—, o según las instituciones —discurso político, discurso religioso, discurso jurídico, etc.—, o según los sectores de actividad social —discurso administrativo, por ejemplo—, estabiliza el movimiento dinámico discursivo y le da una ilusión de homogeneidad. Estas tipologías son, en verdad, construcciones abstractas, que parten de distinciones concebidas a priori y que, por lo tanto, desconocen el lugar de la falla constitutiva de los discursos.15 Se presentan desde lo ya dado, como categorías autónomas, exteriores y anteriores al enunciado. En este sentido, se corporalizan como objetos preexistentes, portando, en cierto modo, un alto grado de evidencia, localizado y localizable. De acuerdo a la reflexión que realiza Courtine (1981, p. 64) en torno al discurso comunista, podríamos señalar que estas tipologías denotan un bloque de inmovilidad: el término borra su dimensión histórica, su identidad cambiante, ignorando su imposibilidad de clausura.
Por otra parte, el discurso en Lacan es pensado en términos estructurales, lo que nos podría erróneamente conducir a la idea de sistema en Saussure (2007). En efecto, ya hemos enfatizado la naturaleza relacional de los lugares o posiciones que lo configuran. No obstante, la dimensión velada tanto de la verdad como del efecto es lo que, en realidad, comanda el devenir discursivo. Mientras que los lugares del agente y del otro se manifiestan en y por el discurso —ya lo había determinado Foucault (1969a) en relación a la posición sujeto y el propio Pêcheux (1990)— y pueden ser ejercidos por diferentes significantes, la verdad y el efecto no pueden ser plenamente alcanzados. Son lugares del discurso que escapan a lo enunciado, que no pueden ser aprehendidos en su integridad. A su vez, entre la verdad que subyace al agente y el producto que se encuentra latente tras el otro no hay más que división. Verdad y efecto no pueden ser homologados, ni homologables. Como ambos están incorporados al engranaje discursivo, no pueden entenderse en términos de exterioridad: la verdad no puede ser confundida con la intencionalidad y el producto, con sus consecuencias positivas.
Palabras finales
En este artículo, nos hemos propuesto realizar un recorrido por Lacan con el fin de presentar su visión respecto del discurso, en particular, aquella que se desarrolla en el Seminario XVII. La teoría sobre los cuatro discursos del psicoanalista es una teoría vigente en la actualidad que permite problematizar la clínica del inconsciente y ubicar las coordenadas que se despliegan en las cuatro paredes de un consultorio. Sin embargo, este andamiaje teórico no es ajeno a los trabajos emergentes de otros campos del saber realizados en torno a esta noción. Como ya hemos advertido, el pensamiento lacaniano se encuentra nutrido de otros saberes, entre los que la lingüística asoma.
En el AD, la enseñanza lacaniana ha permitido, por su parte, redimensionar la categoría de hablante, intencional y voluntario, sobre la que ha desplazado la noción de sujeto, sujeto-sujetado, sujeto-barrado, a la que ha extendido a su decir. Esta enseñanza, cuya causa está orientada al tratamiento del dolor psíquico, introduce términos que aún hoy siguen habilitando a interrogar nociones claves sobre las que se asienta. Este fue el fin de estas páginas: revisar el discurso a la luz del lenguaje lacaniano. El sentido, el Otro, el Otro barrado, la estructura son elementos que contribuyen a interpelar el discurso desde una lectura que no es extraña al AD.
Notas
2 Frente a la expulsión de Lacan de la International Psychoanalytical Association (IPA), a la que él se refiere en uno de sus seminarios como su "excomunión" (Lacan, 1973/2001), aludiendo irónicamente al dogmatismo religioso presente en esta institución psicoanalítica, es la universidad la que acoge sus enseñanzas gracias a su amistad con Althusser y con Lévi-Strauss. De esta forma, la École Pratique des Hautes Études le encarga una serie de conferencias.
3 Siguiendo a Courtine (2005), preferimos evitar la denominación "escuela francesa de análisis del discurso", ya que esta encubre las divergencias teóricas y conceptuales que se presentan entre los analistas del discurso en Francia.
4 Para una ampliación de la relación entre la lingüística y Lacan, véase Arrivé (2001) y Milner (1995, 2002).
5 Para una ampliación, véase Savio (2009).
6 No incluiremos aquí los trabajos de Althusser (1993), debido a que abordaremos solamente el año 1969, año en el que comienza a dictarse el Seminario XVII de Lacan.
7 Para una ampliación de la emergencia de la noción de discurso en Francia, véase Puech (2005).
8 Recordemos que Saussure (2007, p. 63) afirma que el habla es un "acto individual de voluntad e inteligencia".
9 Lacan refiere a esta conferencia en el Seminario XVI (2006a/2008, p. 174).
10 Incluso, Lacan adopta la definición de metáfora y metonimia propuesta por Jakobson (1985).
11 Kerbrat-Orecchioni (1997, p. 25) también discute con Jakobson a propósito de su esquema comunicacional. Entre otros aspectos, la lingüista considera que el emisor no es un sujeto libre de elegir cualquier ítem léxico o cualquier estructura sintáctica. Aparecen, según ella, limitaciones suplementarias, a las que engloba en el universo de discurso. Este conjunto reúne tanto la situación de comunicación como las limitaciones estilístico-temáticas.
12 Para una ampliación acerca de los cuatro discursos, véase Alemán y Barriera (1996), Álvarez (2006), Jurnaville (1992), Rabinovich (1979), Verhaeghe (1999).
13 Mientras que en el Seminario XVII (1975a/2006) Lacan refiere a este lugar como el lugar del trabajo, en Psicoanálisis, radiofonía y televisión (1977/1983) ubica aquí el otro.
14 Incluso, Lacan conceptualiza la experiencia analítica como una "experiencia de discurso" (Lacan, 1975a/2006, p. 17).
15 Véase Orlandi (1987, p. 224) y Courtine (1981, p. 64).
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