Pensamiento palabra y obra
2011-804X
Facultad de Bellas Artes Universidad Pedagógica Nacional
https://doi.org/10.17227/ppo.num26-14379

Áyax, en clave de masculinidad


Ajax in Terms of Masculinity


Ajax na chave da masculinidade

D. Ariza Gómez, *I. Hernández Madrid, **

Profesor Titular del Departamento de Artes Escénicas de la Universidad de Caldas. Doctor en Diseño y Creación de la Universidad de Caldas. Correo electrónico: daniel.ariza@ucaldas.edu.co. Orcid: https://orcid.org/0000-0002-9803-7463 Universidad de Caldas Universidad de Caldas Colombia
Profesora Departamento de Estudios de Familia de la Universidad de Caldas. Magistra en Familia de la Universidad Javeriana de Cali. Correo electrónico: isabel.hernandez@ucaldas.edu.co. Orcid: https://orcid.org/0000-0002-7288-295X Universidad de Caldas Universidad de Caldas Colombia

Resumen

El presente artículo corresponde a uno de los resultados de la investigación "Áyax el Hombre. Visibilización de las violencias basadas en género experimentadas por varones", proyecto financiado por Minciencias1 en el marco de la convocatoria InvestigARTE 2019. Tomando como eje de discusión la situación a la que se ve abocado el héroe Áyax en la tragedia homónima escrita por Sófocles, este manuscrito intentará provocar una mirada sobre la manera en que las Violencias Basadas en Género (VBG) han impactado la educación, comportamientos y las formas en que se configura la masculinidad y, en extenso, los hombres. La estructura del texto está compuesta por tres apartados: el primero de ellos, desde una voz intimista, ofrece las motivaciones que se tuvieron para trabajar el tema de las VBG; en segundo término y a partir de datos estadísticos sobre el panorama de las VBG en Colombia, se ubica el contexto en el cual se desarrolla la investigación, al tiempo que se expone la realidad problemática que dio origen al proyecto de investigación creación que tiene como propósito fundamental la creación de una obra escénica; el último apartado instala el discurso en la comprensión de la tragedia de Áyax en clave de masculinidad y su relación con las VBG.

Palabras clave:

Áyax, Masculinidades, Violencias Basadas en Género.

Abstract

This article corresponds to one of the results of the investigation "Ajax the men. Making visible the gender-based violence experienced by men", a project funded by Minciencias within the framework of the InvestigARTE 2019 call. Taking as the axis of discussion the situation to which the hero Ajax is led in the homonymous tragedy written by Sophocles, the manuscript will try to provoke a look at the way in which Gender-Based Violence (GBV) has impacted education, behaviors and the ways in which masculinity and, to a large extent, men are configured. The structure of the text is made up of three sections. The first of them, from an intimate voice, offers the motivations that were had to work on the subject of GBV. Second, and based on statistical data on the panorama of GBV in Colombia, the context in which the research is developed is located, at the same time that the problematic reality that gave rise to the creation research project is exposed, whose fundamental purpose is the creation of a scenic work. Finally, the last section installs the speech in the understanding of the tragedy of Ajax in terms of masculinity and his relationship with GBV.

Keywords:

Ajax, gender-based violence, masculinities.

Resumo

Este artigo corresponde a um dos resultados da investigação "Ajax el Hombre. Tornar visível a violência de gênero vivida pelos homens", projeto financiado por Minciencias no âmbito da convocatória InvestigARTE 2019. Tomando como eixo de discussão a situação a que o herói Ajax é conduzido na tragédia homônima escrita por Sófocles, a O manuscrito tentará provocar um olhar sobre a maneira como a Violência Baseada em Gênero (VBG) impactou a educação, os comportamentos e as formas como a masculinidade e, em grande medida, os homens se configuram. A estrutura do texto é composta por três seções. O primeiro deles, de uma voz íntima, oferece as motivações que tivemos para trabalhar o tema da VBG. Em segundo lugar, e com base em dados estatísticos sobre o panorama da VBG na Colômbia, situa-se o contexto em que se desenvolve a pesquisa, ao mesmo tempo em que se expõe a problemática realidade que deu origem ao projeto de pesquisa de criação que tem como objetivo fundamental a criação de uma obra cênica. Por fim, a última seção instala o discurso na compreensão da tragédia de Ajax em termos de masculinidade e sua relação com a VBG.

Palavras-chave:

Ajax, masculinidades, violência de gênero.

Introducción

Al recorrer cada uno de los pasajes del primer y comienzos del segundo cuadro2 de la tragedia "Áyax" de Sófocles, es claro que hay una gran coincidencia entre la situación que debe enfrentar el héroe, quien finalmente se suicida, y las Violencias Basadas en Género (VBG) experimentadas por los hombres. En este sentido, Áyax convertido incluso en un héroe de culto (Jones, 1968), bien podría tomarse como arquetipo de varón que experimenta, durante su curso de vida, una serie de violencias que se han hecho invisibles de los contextos sociales y políticos y que, por ello, han motivado constantes afectaciones que enfrentan los hombres en términos de seguridad humana.

Por lo anterior, la tragedia Sofoclea ha sido tomada tal como lo expone Schlesinger (1950), de manera ontológica. El poeta griego ha logrado a través de sus obras y sus personajes hablar de la existencia humana. Descifrar a través de Edipo, Antigona y, para este caso, Áyax la naturaleza humana era, según lo expone Schlesinger (1950), uno de los intereses centrales de Sófocles. Bajo este principio, comprender a Áyax en clave de masculinidad es el interés del presente texto.

De acuerdo con Nelli (2002), Áyax ha sido objeto de estudio sobre la justicia (Morales, 2012), desde una visión política y social (Miralles, 1968; Davis, 1986; Meier, 1988; Nelli, 2002) o para el estudio sobre el drama antiguo (Balasch, 1967; Sariol, 1968; Fuentes, 2007; Saravia, 2009). Es por ello que ver la tragedia, desde la orilla de lo que representa la construcción de la masculinidad ofrece una mirada diferente sobre lo documentado hasta el momento y los resultados que aquí se exponen pretenden constituirse en un aporte al conocimiento que relaciona el arte con las ciencias humanas y sociales.

La motivación para el estudio de las VBG experimentadas por hombres

El interés sobre el estudio de las masculinidades surge de un recorrido empírico que hace la psicóloga Isabel Hernández -coautora de este artículo y coinvestigadora del proyecto de Minciencias-, a través de su trabajo durante 18 años, en la atención de niños, niñas y adolescentes víctimas de violencia y a sus victimarios, en el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF)3. Durante ese tiempo, encontró que la violencia intrafamiliar no es un asunto que aqueja exclusivamente a niñas y mujeres. Identificó, a través de numerosas intervenciones, que violencias como la negligencia parental, el maltrato físico y psicológico, afectan más a los niños que a las niñas durante sus primeros 10 años de vida. Asimismo, encontró que la situación de vida en calle y las peores formas de trabajo infantil4 se presentan con mayor frecuencia en los niños durante la infancia y la adolescencia. Por esta razón, los siguientes párrafos de este primer apartado están escritos en primera persona gramatical. Con el ánimo de entender que es a través de la voz de Isabel Hernández en interacción con las voces de numerosos niños, adolescentes varones y hombres, que se puede dimensionar la potencia de una investigación que habla sobre las VBG y su experiencia en la población masculina.

Trabajar con adolescentes consumidores de sustancias psicoactivas (SPA) o vinculados al Sistema de Responsabilidad Penal Adolescente (SRPA)5, implicó toparme a diario con rostros masculinos marcados por las huellas del abandono y el maltrato, que, las más de las veces, son señales de "hombría", pero que esconden un dolor innombrable6. Un dolor que se reflejaba, en medio del silencio, en el niño maltratado; ese que no denunciaba porque le dijeron que los varones "aguantan", o este que trabajaba en la delincuencia para mantener a "la cucha", o aquel que estaba privado de la libertad por asesinar para ganar un puesto en "el parche".

En este panorama plagado de señales corporales y psicológicas visibles, también aparecía el otro: el victimario adulto, el que violó a la niña indefensa, el que mató a su hijastra, el que comercializaba con niñas, el que golpeó su compañera delante de sus hijas. Ese otro que con machete desmembró a su esposa para luego intentar suicidarse.

Estar frente a ellos y ver sus rostros en la consulta, en un juicio o en la cárcel, me generaba al comienzo sensaciones de rabia y rechazo. Pero posteriormente, a pesar de que el objetivo principal de mi atención era que se lograra la aplicación de una sanción o una condena, empecé a cuestionarme tres asuntos: el primero, si la violencia hacia a la mujer se resolvía condenando a sus victimarios (en su mayoría hombres); el segundo, si el respeto hacia la mujer se podría lograr a través de la educación y, finalmente, si lo que debería hacerse era empoderar a las mujeres para que se protegieran de los hombres. Lo que me interpeló en cada uno de estos cuestionamientos fue reconocer que quien estaba al frente de mí era un ser humano igual a mí. Detenerme a ver sus rostros con una pausa de humanidad y compasión me permitió escuchar sus historias, sus vidas relacionales y sus experiencias, muchas de ellas enmarcadas en un universo simbólico7 patriarcal. Por tanto, consideré que cuidar a la mujer, labor a la que he orientado la mayor parte de vida profesional, implicaba cuidar igualmente de los hombres y tal vez "cuidarlos" del mismo orden social patriarcal.

Pensar en acciones de cuidado para los hombres llevaría a comprender8, en principio, cómo estos se implican en una realidad objetiva que legitima el orden patriarcal, pero, además, cómo objetivan su vida cotidiana y cómo se reproduce el universo simbólico patriarcal en los sistemas humanos, principalmente en la familia.

Fue esta experiencia de vida la que detonó pensar en la masculinidad y, al mismo tiempo, buscar que fuera el arte, a través de la configuración de una experiencia, con el que se buscara visibilizar una realidad que ha afectado a los hombres y, seguramente, también a las mujeres. El cuidado por el hombre debe convertirse en una misión desde la política pública para permitir con ello el despliegue de una serie de acciones que hagan posible eliminar las violencias que deben enfrentar los varones quienes, como las mujeres, se han visto inmersos en una forma de vida patriarcal que en nada ha contribuido a su libre desarrollo personal, familiar y social.

Las VBG masculinas en Colombia como marco para visualizar el Áyax, de Sófocles

El proyecto de investigación, del que aquí se ofrece este manuscrito como uno de sus resultados9, se ubica en la realidad problemática de las VBG en Colombia. Es por ello, que se consideró de gran importancia, antes de abordar la tragedia griega en clave de masculinidad, ofrecer un panorama sobre la manera en que las VBG han afectado a los hombres con el ánimo de dar cuenta de una realidad invisibilizada.

La evidencia estadística en Colombia permite observar que los fenómenos como el maltrato infantil -entre los 0 y 9 años- afectan con mayor frecuencia a los niños. Igual sucede con la situación de vida en calle, la muerte por causas externas, el suicidio, el homicidio, la vinculación al Sistema de Responsabilidad Penal (SRP) y otros eventos de carácter psicológico, como, por ejemplo, los problemas de comportamiento. Esta situación se mantiene, dramáticamente, en la vida adulta de los varones, sumando otros fenómenos como la violencia intrafa-miliar. A continuación, se hace un recorrido por cada uno de estos aspectos para tener una dimensión de la situación actual de las VBG en relación con la población masculina en Colombia.

En el caso de Sistema de Responsabilidad Penal para el Adolescente (SRPA), el ICBF reportó que para el año 2016, hubo 22 263 adolescentes vinculados al SRPA de los cuales el 87,16 % fueron hombres y el 12,83 % mujeres. Para el año 2017, el comportamiento fue similar, de 19 052 adolescentes vinculados, el 86,79 % correspondió a hombres y el 13,20 % a mujeres; para el 2018 el fenómeno observa el mismo patrón, pues, aunque según el Observatorio del Bienestar de la Niñez del ICBF reporta una reducción de un 51,94 % de adolescentes vinculados al SRPA, la proporción de vinculación por sexo continuó igual: el 86,93 % de los vinculados fueron hombres y el 13,07 % fueron mujeres.

Con respecto a la población privada de la libertad, el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec) reporta a mayo de 202010, una población intramural de 81 154 personas adultas condenadas, de las cuales 75 715 (93,3 %) son hombres y 5439 (6,7 %) son mujeres. Este porcentaje se mantiene estable a mayo de 2019 (76 630 hombres y 5443 mujeres) y a mayo de 2018 (75 411 hombres y 5257 mujeres).

En relación con el homicidio, el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses (INML y CF), reportó que para 2016 en Colombia hubo 11 515 homicidios, de los cuales el 91,34 % correspondieron a hombres y el 8,66 % mujeres. En el año 2017 se observa un patrón similar, pues de 11 347 homicidios, el 91,16 % correspondió a hombres y el 8,83 % a mujeres. En 2018 las cifras no fueron diferentes, ya que, de los 12 116 casos, el 91,39 % de las víctimas fueron hombres y el 8,60 % mujeres. En relación con la edad, INML y CF en 2018 informó que el rango de mayor riesgo de ser asesinado tanto para hombres y mujeres es de los 20 a los 39 años (Forensis, 2017).

En relación con el suicidio, la distribución porcentual del fenómeno entre hombres y mujeres es igual que con los fenómenos antes citados. Para el año 2016, según el informe del INML y CF, de los 2310 suicidios presentados en Colombia, el 81,73 % fueron hombres y el 18,26 % mujeres. En los años 2017 y 2018, el comportamiento no presentó importantes cambios; ya que de los 2571 (2017) y 2220 (2018) casos reportados, el 81,48 % y el 82,34 %, respectivamente, fueron hombres (Forensis, 2017).

Como se puede observar en las cifras mostradas hasta aquí, los varones sufren un impacto mayor en diferentes formas de violencia, sin embargo -y esto es lo central de la formulación del problema-, es que han sido las prácticas discursivas las que han invisibilizado esta realidad. Al respecto, consideramos importante mencionar que las prácticas discursivas configuran "las relaciones sociales, las identidades y los conflictos" (Calsamiglia y Tusón, 1999, p. 16). A través de las prácticas discursivas se pueden evidenciar las narrativas de los actores y grupos sociales en un determinado momento histórico y sociocultural. Por consiguiente, la práctica discursiva es "un conjunto de reglas anónimas, históricas, siempre determinadas en el tiempo y el espacio que han definido en una época dada, y para un área social, económica geográfica y lingüística, las condiciones del ejercicio de la función enunciativa" (Foucault, 2005, p. 154). De manera que el discurso, entendido como práctica social nombra las cosas y las conceptualiza lingüísticamente, lo que tiene repercusiones en las formas de concebir, pensar y actuar en el mundo.

En este orden de ideas, las prácticas discursivas socialmente consensuadas, además de definir cómo es ser y comportarse un hombre como hombre, invisibilizan las VBG que ellos experimentan. Lo anterior supone que los varones experimentan dos formas de opresión: la que surge de la experiencia misma de las violencias y la que resulta de la invisibilización de dicha experiencia.

Esta situación opresiva constituye un escenario que presenta al varón en una condición de vulnerabilidad. Una vulnerabilidad que no ha sido fácil ver por cuanto el varón se identifica como un actor de acciones agresivas, violentas, de fuerza o riesgo, como si fueran exclusivas de lo que significa ser hombre, pero que, en definitiva, lo ponen en una situación de vulnerabilidad que se traduce, por ejemplo, en una desventaja vital desde la esperanza de vida que, además, es invisibilizada como asunto de la acción política. Es por ello que consideramos que el problema de las VBG experimentadas por los hombres debe ser abordado e involucrar el reconocimiento de la vulnerabilidad, a manera de "categoría para construir la relación con la alteridad" (Cavarero, 2014, p. 19). La misma Cavarero desarrolla el concepto de vulnerabilidad a partir de la compasión etimológica de la palabra; en esta, señala que la raíz latina "vulnus" apela en sus dos significados relacionados: la piel, el significado primario que hace referencia "a la rotura de la 'derma, a la laceración traumática de la piel" (2014, p. 25). Leída históricamente, nos ubica en el contexto de la violencia y la guerra; hace referencia a la muerte violenta, a las heridas mutuas que se infligen los guerreros, es decir, nos ubica en la mortalidad y la matabilidad. El significado secundario de "vulnus" -circunscrito a la raíz "vel"- alude a la piel depilada, lisa, desnuda y, por ello, expuesta en grado máximo (Cavarero, 2014).

Como podrá leerse en el siguiente apartado, Áyax, asumido aquí como arquetipo de hombre, es vulnerable a pesar de su condición de guerrero. Su inclinación ante la espada, más allá de herir su piel, lo deja desnudo y expuesto en su condición de hombre.

Áyax, en clave de la masculinidad

La tragedia de Áyax comienza con la presencia de Atenea en el escenario. La diosa de la sabiduría y de la guerra -mejor sería decir, de la estrategia-, invisible para el héroe, se hace visible para Ulises y, por extensión, a todos los espectadores, expone la desgracia en la cual ha caído el guerrero. En tono irónico, describe el estado delirante11 de Áyax, mientras los espectadores, a través de la mirada de Ulises, ven el poder de la divinidad encarnada en un etéreo cuerpo femenino.

Atenea: Yo, fui yo misma. Le aluciné los ojos con visiones de regocijada lucha y lo empujé a los rebaños y todo género de bestias aún no distribuidas, producto del botín guerrero. Estaban vigilando sus guardianes. La ilusión lo hacía creer que estaba acribillando a los dos Atridas con su mano sanguinaria. Luego imaginaba que eran otros capitanes. Y cuanto Más frenético se hallaba, más encendía yo en sus entrañas el rabioso afán de extermino. (Sófocles, 2001, p. 10)

El guerrero, que ha librado mil batallas y que ha buscado la honra a través de su fiereza y del cumplimiento de su mandato viril, ahora aparece en deshonra frente a los ojos de Ulises, pero también, al frente del público que impávido reconoce el poder de la divinidad sobre el varón12. Ella, la fémina/diosa, se ensaña contra la figura del héroe, quien hace evidente la brutalidad de la agresión y la violencia. Comportamientos aceptados en momentos de guerra, de la cual son excluidos los niños, ancianos y mujeres, pero no así los hombres, quienes por su honra y valentía deben batallar a muerte. Nacer hombre, cultural y socialmente significa no temer, demostrar fortaleza, enfrentar el dolor y la muerte, en palabras de Cavarero (2014) una verticalidad que no acepta la inclinación13.

Es como si la actitud hacia la violencia y la agresión hicieran parte de la programación con la cual el género masculino llegara al mundo. Dotación que luego es cuidadosamente moldeada por la familia, la escuela o la sociedad. Al respecto, Hardy y Jiménez afirman:

La familia, la escuela, los medios de comunicación y la sociedad en general le enseñan explícita e implícitamente la forma en que debe pensar, sentir y actuar como "hombre" Por ejemplo, no puede llorar, debe ser fuerte, no debe mostrar sus sentimientos, no puede tener miedo, y debe ser viril. (2001, pp. 79-80)

Frente a la exposición de los niños y niñas al maltrato, se encuentra que los niños tienden a desarrollar conductas agresivas, mientras que las niñas presentan, con mayor frecuencia, expresiones de angustia y preocupación. Dichas reacciones se pueden clasificar como externalizantes e internalizantes. La evidencia científica demuestra que los niños tienden a desarrollar alteraciones de comportamiento externalizantes tales como: agresiones, impulsividad o hiperquinesia; mientras que las niñas tienden a presentar alteraciones internalizantes como: ansiedad, depresión o preocupación. Dichos comportamientos se tienden a acentuar o a presentar cuando los niños y niñas se exponen a situaciones de violencia.

De otro lado, los niños, como ya se dijo aquí, son más maltratados por sus padres y madres durante la primera infancia y la infancia, momentos de la vida en que se construye la confianza básica, la cual permite vincularse afectivamente con las figuras protectoras y desarrollar conductas de apego. Como se puede observar en lo dicho hasta aquí, la formación de la masculinidad desde la primera infancia coincide de manera precisa con lo planteado por Sófocles en su tragedia de "Áyax". Podría decirse, incluso, que la historia de Áyax, en la que los varones han sido enfrentados a la relación entre violencia y masculinidad, se repite sin distingo de época, raza o edad. Esta idea va en consonancia con lo que plantea Verano, al hablar de los héroes trágicos que hacen parte de la Odisea y la Iliada. En su estudio de la Odisea en relación con el conflicto y el posconflicto colombiano, menciona que "la trayectoria que impone el desarrollo de este tipo de masculinidad conduce a los personajes que encarnan el arquetipo a un callejón sin salida frente a la muerte" (2019, p. 4).

Es por ello que Javier Ruiz invita a trabajar sobre las masculinidades y afirma que "hay una realidad que de por sí hace contundente la necesidad de trabajar críticamente las masculinidades: la de crecientes estadísticas de violencia asociadas a las maneras como los hombres viven y ejercen su hombría" (Ruiz, 2015, p. 14). En el mismo sentido, INML y CF concluye que:

La violencia, y la masculinidad construida alrededor de ejercer la violencia sobre las mujeres son aprendizajes de una cultura que ha validado estas formas de ser hombre. Y allí es donde la prevención de los feminicidios debe empezar, en cuestionar esas masculinidades y empezar a construir unas nuevas donde la idea de lo que debe ser un hombre no esté asociada al ejercicio de la violencia y a su supremacía sobre la mujer. (2019, p. 71)

Puede decirse que la educación de la masculinidad incluye diversas presiones; entre ellas, la del padre, quien jerárquicamente ejerce el rol; pero que, además, transmite las cualidades que debe tener un hombre y la de los demás hombres, es decir, sus pares, quienes se ven sometidos a la dura regla de cumplir con la presión de la virilidad. Es a ello a lo que más le teme Áyax. El guerrero no deja de lamentarse, no encuentra congoja al darse cuenta, una vez Atenea le ha devuelto su mirada, lo que ha hecho con las velludas bestias; ya que, para su padre y sus pares, él se convertirá en un ser despreciable y deshonroso

Áyax: ¡Ay, ay. .ay, mi nombre présago de desventuras hubo de ser! ¡Llegó el momento de decirlo dos y tres veces dando ayes, cuando la desgracia me oprime. Mi padre desde estos montes de Idea regresa a su hogar cargado de trofeos gloriosos después de haber logrado las más gloriosas victorias. Y yo también llegué a la tierra de Troya, ni menos valeroso, ni menos fuerte que mi padre: ¡hazañas similares a las suyas he llevado a término... y he de fenecer ahora sin honra, con ignominia entre los argivos! Ah, pero estoy seguro: ¡so viviera Aquiles, si se le preguntara a quién competía que fueran cedidas sus armas, a nadie hubiera designado, sino es a mí! (Sófocles, 2001, p. 18)

Este monólogo de Áyax evidencia la angustia antes de suicidarse, entre otras cosas, porque el guerrero ha sido valorado como gran compañero y aliado en el campo de batalla. Lo anterior se reafirma por lo que dice Emilia Morales:

su rol principal es el de ser el supremo protector en el campo de batalla. A él se acude en los momentos de peligro extremo, pues siempre responde solidariamente. Esto se evidencia especialmente en el rescate del cadáver de Patroclo, al que preserva de los ataques frigios cubriéndolo con su escudo primeramente (Ilíada, XVII, 132-137), luego logra revertir la lucha con sabias indicaciones estratégicas a sus compañeros exhaustos (Ilíada, XVII, 356-360). (2013, p. 383)

Justamente en el canto IX de la Ilíada, Áyax deja ver su posición de héroe y amigo, que desea ir al combate. Recuerda a Aquiles el sentido del honor del guerrero y menciona:

¡Cruel! En nada aprecia la amistad de sus compañeros, con la cual lo honrábamos en el campamento más que a otro alguno (Homero, 2013, p. 200).

Con base en el monólogo anterior y en los textos que hablan de él en la Ilíada, ese Áyax honorable y triunfal es presentado por Sófocles como un ser débil, frágil, que se lamenta como un niño, que reclama las armas del más valeroso guerrero Aquiles, que las ha perdido en una disputa de oratoria contra Ulises, según lo relata Ovidio en su obra La Metamorfosis (2003). En el relato de Ovidio, es la pérdida de la disputa lo que lleva a Áyax al suicidio; en la tragedia de Sófocles, es el conocimiento de su error. En ambos casos, el héroe, como tantos otros hombres comunes optan por acabar con su vida como salida a la vergüenza, al deshonor, al ver que han incumplido, de cierta manera, con su rol de varones.

Un rol que está mediado, en el caso de Áyax y en muchas ocasiones por la hibris, es decir, por la desmesura, es el impulso irracional que lleva a los hombres a un final trágico. Al respecto, Bettelheim afirma:

En la Ilíada la raza humana no aparece dividida en héroes victoriosos y víctimas. Si salieran héroes conquistadores, podría parecer que la violencia estaba justificada, al menos podría parecérselo a los vencedores. Pero en el curso de la Iliada, si los griegos ganan hoy, los troyanos mañana; al final, perecen tanto Héctor como Aquiles. (1998, pp. 90-91)

A pesar del deseo de poder a ultranza y la actitud guerrera del hombre (actos que lo llevarán de manera inminente a la muerte), la educación de la masculinidad debe continuar en un destino que no puede detenerse. Es por esta razón que el mismo Áyax, antes de enterrarse la espada hasta morir, le indica a su hijo el "deber ser" del guerrero, del varón que ahora será deudor de su escudo. De ese niño, que a pesar de ver sobre el suelo un río de sangre de su propio padre y protector, no debe "inmutarse". Es una alusión directa al ser humano sin voz -infante- que no puede expresar verbalmente ninguna emoción ante el horror de los actos violentos. Allí, de nuevo, está la falla trágica del héroe, su hibris que pone de presente la vulnerabilidad del hombre mayor y del niño. Ambos en la misma situación, un ahoga-miento de sus palabras, un silencio que perturba la escena.

Llega el esclavo con el niño. La madre lo toma y pone en brazos de Áyax

Áyax: Álzalo, álzalo bien y dámelo. No, no ha de inmutarse a la vista de tanta sangre derramada, si en verdad es mi hijo. Sea desde infante educado en las duras formas de su padre: pollino que se ajuste a los módulos de su progenitor. (Sófocles, 2001, p. 20)

Los sentimientos de miedo le son también negados al niño porque está en medio de una educación dura en la que un asomo de ternura, temor o dolor, acercará al hombre a su ser niño, acto que será repudiado por sus padres y pares. Este texto se instala en un marco social en el cual se genera -y se sigue generando- la formación del ser varón que debe cumplirse de generación en generación. Es por ello que puede decirse que la frase de Áyax a Eurisaces significa, como lo afirman Maglia y Cabrero, enfrentarlo a las duras pruebas de la virilidad y por ello a "la muerte de futuros enemigos, endureciendo su corazón, preparándolo a sufrir" (2005, p. 62).

Un comportamiento que tiene la impronta de una ley que impide el sentimiento de dolor para los varones, situación que lo acompaña el resto de su vida y que se va volviendo más fuerte a medida que avanza la edad. Tal como lo mencionan Hardy y Jiménez, "El varón llega a temer que si experimenta y demuestra sentimientos de ternura y afecto puede transformarse nuevamente en un niño dependiente" (2001, p. 80). Esto se ve de forma clara cuando Áyax dice a Tecmesa, en reproche a la insistencia de ella para que no se suicide: "Loca... ¿Intentas moldear mi alma? ¿crees que soy un niño?" (Sófocles, 2001, p. 21).

La constitución de la masculinidad correspondería, de acuerdo con lo descrito, a una especie de mutilación de los sentimientos, a una combinación entre poder y dolor que se deben asumir como parte del andamiaje de lo que constituye el ser hombre. El nacimiento de un varón, culturalmente apreciado -más si es el primogénito-, trae consigo una carga social que se transfiere de manera automática y que luego tiene que demostrar, al tiempo que va creciendo, que es el digno sucesor de su padre. Este posicionamiento, como lo afirma María Cristina Palacio, hace que se genere una sobreexigencia, desde el momento mismo del nacimiento y en cumplimiento de los roles asignados por el padre, quien se convierte en el vigilante patriarca "respecto a la responsabilidad de protección y cuidado de las personas consideradas más débiles, de su fortaleza y capacidad de defensa como también de sus patrones de comportamiento y orientación sexual" (1999, p. 168).

Por ello, el incumplimiento de esas responsabilidades traerá una sensación contraria, ligada a la falta de poder, a la angustia que le producirá la desprotección de sus seres débiles. En este sentido, se puede interpretar el siguiente texto de Áyax previo al suicidio:

Áyax: ¡Miradme a mí: el duro, el implacable, cual acero que se ablanda, he sido dominado por el sentimiento de esta mujer! ¡Ahora siento amargura y compasión profunda cuando pienso en dejarla abandonada, viuda ya, y al niño, al hijo mío, en manos enemigas.! (Sófocles, 2001, p. 22)

Como bien continúa Palacio, el objetivo de alcanzar el poder no corresponde, estrictamente, a una necesidad intrínseca de protección; sino que, contrario a ello, tal accionar se vincula a un "ejercicio de poder" (1999, p. 168), a una lucha para alcanzar el poder a través de la negación de "las debilidades y fragilidades humanas porque al tejerse alrededor del éxito, la competencia, la guerra, la fuerza y el control, niega las posibilidades de expresar los sentimientos y ocultar las emociones" (Palacio, 1999, p. 168).

Con el suicidio de Áyax empieza la segunda parte de la tragedia, que, como los pasajes aquí citados, muestra el paso del héroe, de la violencia propia de la masculinidad del guerrero, hasta la soledad y la ignominia, movilización que lo lleva a la acción de acabar con su propia vida.

Según Schadewaldt, citado por Saravia, el carácter de sufrimiento de los héroes sofocleos está marcado "por su soledad y por la aparente desesperanza de su posición" (2009, p. 156).

¿Es esa ignominia la que lleva a Áyax al suicidio? Esta pregunta se formula en un panorama, también desolador, en la formación de la masculinidad. Dejar de lado el honor y la memoria, hace ver a un Áyax vulnerado que se puede convertir, muy posiblemente, en el arquetipo de la masculinidad violentada y llevada al exceso, movilizadas por pensamientos sociales, políticos y educativos que no han sabido comprender, en su complejidad, la naturaleza de ser varón.

El texto final del monólogo dedicado al suicidio permite ver la angustia del guerrero frente a la deshonra. Es interesante notar que expresa miedo por la muerte, toda vez que desplaza sus afectos frente a un gesto de debilidad, de inclinación. La despedida de su pueblo, de su familia, la hace a través de una corporalidad que se arroja al inframundo sin mayor gloria.

¡Oh reverbero de mi postrer día, oh sol en tu carroza voladora... una vez más -¡la última! - yo te saludo... ¡nunca más, nunca más! ¡oh luz, oh sacro suelo de Salamina, mi tierra natal, hogar de mis mayores! ¡Oh Atena gloriosa, oh mi progenie y parentela toda! ¡Fuentes y ríos y campos de esta región troyana, adiós, adiós, los que sostuvisteis mis días! Es la palabra última que Áyax os dirige. Ya no he de hablar sino en las profundidades del Hades. (Sófocles, 2001, p. 28)

Por lo dicho, es importante reconocer la vulnerabilidad masculina e invitar a no naturalizar la invulnerabilidad impuesta por los órdenes de género que han regido en occidente. Negar, minimizar, justificar o desaparecer la vulnerabilidad que hacen parte de la condición del varón es una forma de opresión que limita su aparición como sujeto vulnerable, es decir, "que necesita del otro" (Cavarero, 2014, p. 17). Es justo el cuerpo atravesado por la espada de Áyax, como se dijo antes, la imagen que debe provocar una mirada sobre la vulnerabilidad de los hombres.

Comprender a Áyax desde el prisma de la masculinidad abre así, como bien se ha expuesto aquí, una oportunidad para hablar de los hombres y la manera como las VBG han sido invisibilizadas dejando una realidad oculta. Con ello, su desatención de las políticas públicas, de las prácticas discursivas y de la misma condición de una masculinidad hegemónica asociada a la anti-feminidad, el estatus, la inexpresividad e independencia, la audacia y la agresividad, cualidades que bien se pueden leer a través de los sucesos de Áyax.

Queremos finalizar, motivando la imagen de Áyax, cualquier hombre, frente a la decisión de acabar con una vida que para él se centra en el paso de la heroicidad a la violación de las expectativas que se vinculan al discurso de la masculinidad hegemónica. El borramiento de la voz por su propia mano acentúa una situación dramática de los varones, como lo es el silencio de estos ante la violencia experimentada, tal como lo han estudiado Sinacore et ál. (2017). El suicidio de Áyax se configura así como una acción metafórica que puede visibilizar -ayudar en la comprensión- de la compleja configuración de la masculinidad.