Recibido: 23 de marzo de 2021; Aceptado: 26 de abril de 2021
Voces de ellas: una aproximación literaria a la fenomenología del sufrimiento en la respuesta ética
Her Voices: A Literary Approach to the Phenomenology of Suffering in the Ethical Response
Vozes delas: uma abordagem literária da fenomenologia do sofrimento na resposta ética
Resumen
El fenómeno del sufrimiento se retrata a través de la palabra hecha relatos, poesía e ilustración, en donde es posible identi ficar su dolor como una vivencia narrada en presente continuo. Para este artículo se tomará en cuenta la obra de tres escri toras colombianas: María Mercedes Carranza, Patricia Nieto y Mery Yolanda Sánchez. De aquello que se relata en los textos, se pueden descubrir aquellas huellas como una marca hecha memoria en las voces de sus protagonistas, cuyas líneas lo describen como una imborrable cicatriz. La palabra como respuesta ética le permite al sufriente catalizar el dolor, con ella puede volver en el tiempo mediante el relato, con una voz y una historia por contar. De esta manera, surge este artículo, el cual es producto de la investigación doctoral titulada: Fenomenología del sufrimiento, las voces en la respuesta ética del rostro, en donde se hace uso de las herramientas propias de la investigación cualitativa de tipo fenomenológica, realizando un abor daje desde una metodología que hace que el factor experiencia a través de las voces presentes en la creación literaria, sea a su vez el recurso central de la fenomenología de la ética. De lo anterior surge la siguiente inquietud: ¿cómo contribuye la feno menología al reconocimiento de las voces, presentes en la literatura del sufrimiento en Colombia? El desafío que aquí se presenta, permanece en el marco de la discusión en donde es necesario el diálogo de saberes entre la filosofía y la literatura como una forma de reflexión que permita el reconocimiento de aquellas voces.
Palabras clave:
ética, sufrimiento, fenomenología.Abstract
The phenomenon of suffering is portrayed through the words made into stories, poetry, and illustration, making it possible to identify their pain as an experience narrated in the present. For this article, the work of three Colombian writers will be taken into account: María Mercedes Carranza, Patricia Nieto, and Mery Yolanda Sánchez. Those traces can be discovered as a mark turn memory in the voices of its characters where lines describe it as an indelible scar. The word as an ethical response allows the sufferer to catalyze the pain by turning the story back in time, with a voice and a story to tell. In this way, this article arises as the product of the doctoral research entitled: “Phenomenology of suffering, voices in the ethical responsibility of the face”, where the tools of qualitative phenomenological research are used, carrying out an approach from a methodology that makes the experience factor through the voices present in literary creation, in turn, the central resource of the phenomenology of ethics. From the above, the following concern arises: how can phenomenology contribute to the recognition of voices, present in the literature of suffering in Colombia? The challenge presented here remains within the framework of the discussion where the dialogue of knowledge between philosophy and literature is necessary as a form of reflection that allows the recognition of those voices.
Keywords:
ethical, suffering, phenomenology.Resumo
O fenômeno do sofrimento é retratado por meio da palavra transformada em histórias, poesia e ilustração, onde é possível identificar a dor como uma experiência narrada no presente contínuo, na obra de três escritoras colombianas: María Mercedes Carranza, Patricia Nieto e Mery Yolanda Sanchez. Daquilo que é relatado, se podem descobrir aqueles rastros como uma marca feita memória, as vozes das protagonistas, cujas linhas o descrevem como uma cicatriz indelével. A palavra como resposta ética permite ao sofredor catalisar a dor, com ela pode voltar no tempo através do relato, com uma voz e uma história para contar. Desse modo, surge este artigo, produto da pesquisa de doutorado intitulada: Fenomenologia do sofrimento, as Vozes na Resposta Ética do Rosto. Na qual se faz uso das ferramentas próprias da pesquisa qualitativa de tipo fenomenológica, realizando uma abordagem a partir de uma metodologia que faz com que o fator experiência através das vozes presentes na criação literária seja por sua vez o recurso central da fenomenologia da ética. Do exposto surge o seguinte questionamento: Como contribui a fenomenologia para o reconhecimento das vozes, presentes na literatura do sofrimento na Colômbia? O desafio que aqui se apresenta, permanece no marco da discussão onode é necessário o diálogo de saberes entre a filosofia e a literatura como uma forma de reflexão que permita o reconhecimento daquelas vozes.
Palavras-chave:
ética, sofrimento, fenomenología.Introducción
Se ha escrito más sobre el sufrimiento que sobre el amor… y las historias que escucho también.
El presente artículo hace parte de los resultados de la inves tigación doctoral titulada: Fenomenología del sufrimiento, las voces en la respuesta ética del rostro. Por medio del uso de la metodología cualitativa de tipo fenomenológica se busca identificar el papel de la fenomenología en el recono cimiento de las voces que se encuentran presentes en tres experiencias de tres mujeres desde la literatura colombiana donde el sufrimiento es protagonista.
El fenómeno del sufrimiento se retrata a través de las voces de estas tres escritoras, de sus vivencias hecha relatos, poesía e ilustración, en donde es posible identificar la realidad violenta existente en Colombia como una circuns tancia narrada en presente continuo.
De aquello que se relata se pueden descubrir las huellas en su rostro como una marca hecha memoria; para Mèlich, en su libro La lectura como plegaria: fragmentos filo sóficos I, “el rostro no se ve, es una voz” (2015, p. 80) por lo que, en este caso, las voces presentes en la narrativa de las autoras citadas son los rostros protagonistas, cuyas líneas describen aquello innombrable como una imborrable cica triz. El papel de la palabra en este caso es el medio de la respuesta ética, que le permite a los sufrientes catalizar el dolor, con ella se puede volver en el tiempo mediante el relato, con una voz y una historia por contar.
En primer lugar, se hará una breve introducción a la fenomenología del sufrimiento, cuya experiencia se estu diará en las obras literarias de las escritoras colombianas ya enunciadas: María Mercedes Carranza, con su obra El Canto de las moscas (2001), Patricia Nieto y los relatos del libro Los escogidos (2015) y la obra El Atajo (2012), de Mery
Yolanda Sánchez, para finalmente cerrar la reflexión con la metodología, resultados y conclusiones.
De lo anterior, cabe afirmar que lo inesperado del sufrimiento hace las veces de un punto de giro en la historia de sus protagonistas: la vida antes de ese acontecimiento parece no esperar su llegada. Y, de repente, sucede aquello que deja grieta. Muchos la llaman la tragedia; otros, la desventura de la vida que hace su aparición. Sin importar cómo se nombre, en este caso serán las voces de ellas quienes contarán esa narrativa del desamparo a través de ese estilo único que tiene la transmisión del rostro feme nino. “La historia de ellas cuando sufren tiene las marcas del pasado, un rostro que narra desde el dolor que no termina” (Alexiévich, 2015, p. 23), su sufrimiento es un dolor sin tiempo.
La palabra en este caso es el instrumento que permite al lector acercarse a una experiencia dirigida a brindarle reconocimiento a las voces que son ilustradas en el testi monio de aquello que ha pasado; cabe resaltar que otros artistas, por su parte, acuden a la pintura o a la fotografía porque las palabras son insuficientes para retratar el fenó meno del sufrimiento.
Sufrimiento y palabra, una experiencia desde la fenomenología
La experiencia es el elemento central de la fenomeno logía, cuyo estudio dirige su mirada en el sujeto, en aquello que le pasa, en sus vivencias y sus percepciones. Lo que resulta ser el objeto fundamental de las preguntas que fundan su pensamiento y su método. Desde su análisis es posible comprender aquello que sucede en el mundo de la vida y cómo los sujetos se enfrentan a esos sucesos desde las múltiples fibras de su subjetividad. Como en el caso del pensamiento de “Husserl en donde hay un poder del que piensa sobre lo pensado, y en ese poder, lo otro se desvanece como Otro como extraño. Es lo que se llama conciencia intencional” (Mèlich, 2016, p. 31). Esta lectura de las realidades ocupa un lugar desde la óptica de la parti cularidad de los relatos, de la percepción de las cosas ordi narias, “que parte de la relación entre la subjetividad del actor individual, la sociedad y la realidad” (De la Garza, 2012, p. 20)
Lo que pasa en la cotidianidad se convierte en fuente de inspiración y de comprensión, en donde inicialmente resulta tan simple que pasa inadvertido por el ojo. Detrás de la actitud fenomenológica, o en primera persona, está el intento de presentar la experiencia de un yo como única y auténtica, “o en todo caso como la única privilegiada, la única en dar acceso a la cosa misma” (Castoriadis, 1998, p. 279). Hasta que estas vivencias inconscientes y familiares, pasan a ser estudio por parte de la filosofía fenomenológica, reflexión que intenta descubrir la forma en como el hombre se relaciona con el mundo.
Esto permite nombrar y hacer concepto a partir de la vivencia como suceso único de un yo que representa la esencia de las cosas, en cuyo estudio desde Husserl es posible identificar una relación directa de la experiencia y la palabra como acontecimiento.
Por el contrario, para Levinas la identidad de la conciencia no se define por este regreso así tan característico de la filosofía moderna; la conciencia no es interioridad ni saber. Sólo cabe hablar de conciencia cuando se introduce la alteridad. (De la Garza, 2012, p. 147)
Acontecimiento ético, cuyo punto de partida, de acuerdo con el pensamiento de Emmanuel Levinas, esta blece que es necesario salir del centro para el ver el mundo a partir de la óptica del Otro; no como un lado de la moneda, sino como un momento en el que dicho encuentro se convierte en una epifanía. Aquí, “la relación con el otro es lo único que introduce a una dimensión de trascen dencia y nos lleva hacia una relación totalmente dife rente de la experiencia, en el sentido sensible del término” (Levinas, 2012, p. 214). Una correspondencia en clave de la fenomenología de la ética.
Desde esta otra mirada al pensamiento fenómenológico se pueden comprender las experiencias del amor, la memoria y, en este caso, del sufrimiento; cuyo punto de partida comienza con esa fibra que conecta al yo con el otro a partir de la acción inicial o llamado de aquel que sufre. Relación que ocurre desde la alteridad como respuesta de un yo ante eso que le ocurre al Otro, cuyo encuentro se constituye en palabras del autor como epifanía del rostro, un “Otro que permanece siendo infinitamente trascen dente, infinitamente extranjero; pero su rostro en donde se produce su epifanía y que me llama, rompe con el mundo que puede sernos común” (Levinas, 2012, p. 215).
Cabe afirmar que hay una respuesta ante el sufrimiento, el cual es un acon tecimiento terrible, el grito apabullante que sucede en el tiempo, cuando este se detiene para hacer de ese instante un eterno presente progresivo. Se sufre porque hace parte la vida, y porque en ella el mal, el dolor y la muerte están presentes. “Todo el mundo sufre, ha sufrido y sufrirá. Ineludiblemente. Además, la experiencia del sufrimiento nos libera del antropocentrismo” (Mélich, 2010, p. 194).
Ante la ocurrencia del sufrimiento en el mundo de la vida, la palabra les permite a los protagonistas de los acon tecimientos hacer uso de su voz, la cual, en muchos casos, es enmudecida por eso que sucede. De esta manera, el lenguaje recrea aquello que le pasa al otro, le permite exteriorizar a partir de su subje tividad, aquellos elementos propios de un acontecimiento, lo que se nombra y lo que se calla “el papel de la escritura en la investigación fenomenológica, permite volver a la voz y al fenómeno” (Van Manen, 2016, p. 418).
Nombrar el sufrimiento y hacerlo relato literario permite que la palabra pueda plasmar las escenas dantescas descritas por sus personajes: la desa parición, la muerte, la desgracia y la pérdida de los seres amados, para liberar una conciencia de la fragilidad humana de la posible aparición de una contin gencia inesperada y del surgimiento de un hecho o acontecimiento que le dé un giro a la historia narrada. Por ello, la ética es “la respuesta al sufrimiento del Otro” (Mèlich, 2015, p. 30).
De la selección que aquí se presenta cabe resaltar que, en su conjunto, esta voz poética representa la experiencia vital del sufrimiento, lo que implica narrar la vida en sus movimientos y en sus más terribles caídas; en sus encuentros y desventuras.
Eso es lo que hacen las voces de estas escritoras colombianas con sus obras, en momentos en los que la cruda realidad tan solo permite a la palabra una pequeña concesión.
El sufrimiento desde el canto de las moscas
El espacio testimonia la realización de la historia, siendo, al mismo tiempo, pasado, presente y futuro del sufrimiento
El canto de las moscas, de María Mercedes Carranza, cuya primera edición aparece en el 2001, busca retratar el sufrimiento de las víctimas de la violencia en Colombia durante la década de los 90, situación frente a la cual la misma autora fue víctima y sufriente. Ella fue testigo en carne propia de los acontecimientos victimizantes que afectaron directamente la vida de familiares y amigos en manos de grupos paramilitares. Su poesía es la respuesta ante aquel silencio apabu llante, ante la presencia de una violencia desga rradora y del mal. Este es el caso del poema titulado “Oración”.
Oración No más amaneceres ni costumbres, no más luz, no más oficios, no más instantes. Sólo tierra, tierra en los ojos, entre la boca y los oídos; tierra sobre los pechos aplastados; tierra entre el vientre seco; tierra apretada a la espalda; a lo largo de las piernas entrea biertas, tierra; tierra entre las manos ahí dejadas. Tierra y olvido. (Carranza, 2004, p. 181)
Su dolor responde a modo de canto o plegaria, el gemido presente en breves versos que denuncian la realidad social, lo que la llevó incluso a tomar partido como Constituyente en la redacción de la Constitución Política de 1991, la cual se presentaba como carta de navegación que prometía marcar el camino hacia la anhelada paz y transformación de la imagen del país a nivel mundial.
Este estilo de escritura de la obra en versos breves tipo haiku fue inspi rado en acontecimientos sucedidos en las poblaciones de Necoclí, Dabeiba, El Doncello, Pájaro, Ituango, Soacha, por solo mencionar algunas. El objeto de su recorrido es parte de aquella materia prima que sirvieron de base para obra poética, usado para delinear la ruta que conlleva a recrear muerte en el terri torio, el cual se sirve de punto de partida; pues al recorrer aquellos territo rios bañados con la sangre, queda en su atmósfera los gritos desesperados de las víctimas y la mudez apabullante de los testigos de aquellos sucesos atroces. Acontecimientos en los cuales las mujeres “no podemos cruzar las puertas del paraíso y liberarnos del sufrimiento” (Mèlich, 2010, p. 195), será en este caso la madre tierra; la hija, la esposa, la amiga que habla por su ser querido, aquella voz de ella que grita al ver sus hijos destrozados y al ser testigo de la indife rencia de un país que cambia de canal para no enfrentarse a la realidad y resistir ante la crudeza de la violencia.
María Mercedes es la voz de la mujer que habla por el territorio. Ella acude a los cuatro elementos desde donde se relata eso que pasó: el fuego, el aire, la tierra y el agua como testigos de las atrocidades, El canto de las moscas se alimenta de la experiencia. En cada poema, el lector puede concluir al final de la obra que la realidad sí supera a la ficción, y este es el realismo mimetizado de metáforas e imágenes, la tendencia más marcada de esta obra poética. Una voz que “está presente en el silencio de las palabras de los sobrevivientes” (Mèlich, 2016, p. 102), de los testigos y de los lectores.
Esta también es una experiencia de la lectura de las realidades presentes en este texto, la cual “requiere de nosotros una apertura, una capacidad de ser afectados; y porque nos solicita, a veces, una respuesta” (Larrosa, 2013, p. 613). En cada una de sus páginas y con unas pocas palabras es posible recrear los acontecimientos y así contar el paso de la muerte por las regiones desoladas y olvidadas por el Estado colombiano.
Palabras que constituyen un tejido de acontecimientos en donde el viento sopla contando la historia de dolor, la tierra maldita por la sangre derramada, el fuego que alumbra y hace cenizas los cuerpos de los sufrientes desapare cidos y el agua vestida de rojo escarlata. Lo que permite recrear más allá de lo anunciado por los medios de comunicación. En este caso, “la experiencia del narrador se torna, a su vez, en experiencia para el que escucha, para el oyente. El que escucha vive otra vez la experiencia” (Mèlich, 2010, p. 26).
Frente a esto, el papel del arte como resistencia a la amnesia social permite reconocer y denunciar aquello que no se permite decir. La poesía desde su pers pectiva artística es la narrativa por excelencia y la mejor expresión del habla justa, de la inconformidad que caracterizó a María Mercedes Carranza. El canto de las moscas como obra poética es fruto de la memoria y el recuerdo, matices que distinguen su obra como la mejor expresión de la resistencia, de la denuncia
y del no olvido. La discusión entre la memoria y la historia comienza en medio de críticas, ya que esta siempre fue escrita por los vencedores: porque el derecho de escribir la historia era uno de los privilegios que acordaba la victoria y a los vencidos tan solo les quedan los recuerdos.
Los historiadores indagan por la naturaleza del sentido del pasado a través de la mera descripción de sus cambios y transformaciones, pero sin percibir las cicatrices de los pueblos. “La profesión de historiador ha sido ejercida mayoritariamente por una serie de personas cuyo principal interés consistía en servir y justificar a sus respectivos regímenes” (Hobsbawn, 1998, p. 18).
La memoria histórica en el contexto colombiano resulta ser un tema protago nista con el paso del tiempo; son pocos quienes tienen las agallas de adentrarse en él para conocer y construir la realidad colombiana a partir de las narrativas de las historias construidas en el mundo de la vida. “El buen uso de la memoria es aquel que sirve a una causa justa, no el que se conforma con reproducir el pasado” (De Souza, 2010). No es aquel que solo enuncia una y otra vez lo que pasó revictimizando al otro, la memoria debe ser el espacio para el reconocimiento del rostro del territorio desde su sufrimiento. Tal es el caso del siguiente poema:
Necoclí Quizás el próximo instante de noche tarde o mañana en Necoclí se oirá nada más el canto de las moscas. (Carranza, 2001, p. 13)
El canto de las moscas es un poemario que invita a recorrer el país, a conocer Colombia desde su sufrimiento, desde la mirada de aquellos ojos que padecen a diario el olvido de la sociedad colombiana. Este diálogo con María Mercedes Carranza transcurre en un viaje al interior de Colombia, el tránsito por la tierra, lugar por donde viajan las moscas, atravesando el país de las tres cordilleras que han sido testigos de las heridas agrietadas que ha padecido cada lugar de este precioso país. El propósito de este viaje es conocer un poco la real historia de esta tierra, pues de la mano de las moscas se puede llegar a lugares que tal vez la publi cidad pretende borrar.
Cabe aquí entablar un diálogo con la poeta, cuestionarla y preguntarle por el significado de las moscas como una figura literaria que representa no solo al insecto, a lo despreciable, pues las moscas producen asco, representan lo podrido, lo escondido, lo que huele mal, lo que se descompuso, lo que duró poco y no tiene remedio, lo que está más cerca de la muerte que de la vida. Hoy la cuestión es esta: ¿por qué escogió la mosca? Y la respuesta, quizás, se encuentra en el ciclo vital; una mosca dura poco, solo siete días de vida, como los recuerdos de la sociedad colom biana que prolongan el sufrimiento de sus víctimas y luego se olvida.
Cuando una mosca canta, se escucha la voz de la muerte, un desagradable zumbido y un aleteo insoportable. Su canto a baja voz representa el murmullo de lo oculto y lo desagradable, ellas abundan en los cementerios, en los basureros, habitan con los muertos. La mosca solo zumba al oído un desagradable sonido, un aleteo imparable y atrevido vuelo que choca adrede, que roza con intención, deja una desagra dable comezón. Ellas no descansan y dejan su suciedad invisible. Unas moscas, unos bichos, ellos viajan y son testigos, ellos cantan y nadie los oye. Con pocas palabras ella pudo decir aquello en cuya caja de resonancia no encuentra las palabras que permitan denunciar el horror de un sufri miento cuyas huellas no están dispuestas a desaparecer.
El sufrimiento desde los escogidos
Sobre la mesa de la morgue todos somos iguales (Nieto,2015)
Joan-Carles Mèlich cuenta en su obra, La lección de Auschwitz, que:
Auschwitz nos enseña que el ser humano es un ser capaz de lo mejor y de lo peor, y que lo más monstruoso de los monstruos es su «normalidad». Por eso hay que estar al acecho y pensar que, en cualquier momento, en el interior de un mundo civilizado, puede aparecer el horror. (2004, p. 129)
El sufrimiento que narra Patricia Nieto en Los escogidos cuenta cómo Colombia ha tirado los muertos al río. Relata esa relación con la pérdida de la inocencia: muestra como el niño dejó de ser niño por lo que encontró en el río, porque no encontró peces ni tesoros; encontró la muerte flotando sobre el agua. Desde estos relatos se cuenta como el río Magdalena ha hecho las veces de un campo de exterminio y desaparición.
Lo rodeó a nado y lo exploró. Era el cuerpo de un hombre boca arriba, desnudo, con la cabellera revuelta y los dedos descarnados. Solo en la superficie, cuando recuperó el aliento, se dio cuenta de que lloraba como el niño que era. (Nieto, 2015, p. 11)
El drama de la desaparición forzada narra la presencia del mal en la tierra, de la violencia en todas sus expresiones en Colombia y frente al horror cabe afirmar que “estamos éticamente compro metidos a transmitir su recuerdo” (Mèlich, 2004, p. 3). Desde la obra Los escogidos se escucha la voz de los que van encontrando aquellos que han sido señalados como nn1. Ya sea en una trocha, carretera o recorriendo un río deja la sensación del castigo, del peor de todas las condenas: ser borrado de la faz de la tierra, quizás se trate de otro Polinices que fue condenado a nunca ser enterrado. Un sufriente sin voz con una marca imborrable y el castigo de nunca poder ser hallado y ente rrado, cada página narra la desventura de encontrar a los desaparecidos en Colombia.
La desaparición forzada va más allá de ser un simple tema de coyuntura, no es suficiente con echar un vistazo a las normas y ubicar a las víctimas desde el panorama meramente jurídico: Desde la Constitución Política de 1991 que indica en su Artículo 12° Nadie será sometido a desaparición forzada, a torturas ni a tratos o penas crueles, inhumanos o degra dantes. Respecto a este artículo, la Comunidad Wayuu establece lo siguiente: Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie, ni hacerle mal en su persona, aunque piense y diga diferente. (Pérez, 2020a, p. 80)
Para el mundo jurídico, un NN en Colombia es un problema; la Ley 906/2004 establece en su artículo 254 la finalidad y regulación a la cadena de custodia, ley que se convierte en un obstáculo más en este camino tormentoso, pues aquel que tenga contacto con la evidencia física y los elementos materiales probatorios quedará vinculado a un laberinto legal, a un innombrable cadáver. Es la razón por la cual, ante la aparición de los cuerpos, la respuesta es pasar de largo y procurar olvidar aquella escena dantesca. Para la sociedad, un NN resulta ser un concepto despreciable, encubre una historia y la presume; la morbosidad del cotidiano vivir no permite darle ningún reconocimiento, y mucho más si se trata de los cuerpos que han sido borrados por los efectos del agua dulce del río.
Los relatos de Los escogidos retratan el sufrimiento detrás del drama de la desaparición, la respuesta de la comunidad ante la aparición de aquellos que son buscados, la cual encierra una mística y una tradición en torno al tema de la muerte y de los muertos sin nombre. En algunos relatos aparece la respuesta como una hospitalidad parti cular, se relata la conversación con los escogidos, las promesas y los pactos, las plegarias y la adopción de uno de ellos cuando se cree que se trata de las ánimas benditas, suerte de misticismo a modo de realismo mágico.
De esta manera, cada escogido viene con un pasado a cuestas y, en su camino, un largo y tormentoso reco rrido: carga un pasado, una familia, una vida, un amor, un sin fin de historias que hacen de la desaparición un sufri miento sin tiempo. “Todos lo conocían, pero nadie sabía su nombre, el que pronunció un cura al momento del bautizo, el que registró su madre al dejarlo por primera vez en la escuela” (Nieto, 2015, p. 230).
El tipo de muerte deja un mensaje, eso cuenta el relato de “Los escogidos”, una nota de alerta que llegará a los oídos de todos: “serás borrado y nunca podrán encon trarte”. No solo les quitaron la vida, también les quitaron la identidad. Los innombrables, los fantasmas sin rostro, las ánimas benditas, los muertos sin tumba, la pena del perdido que padece la desesperanza de ser una ficha extra viada en este rompecabezas inconcluso.
Los pedazos que faltaban cuentan la historia en un presente continuo, nunca volverán a ver el rostro de su madre, ya no escucharán la voz de su padre. Todos sus seres queridos quedan atrapados en el pasado, esperando respuestas. Además del drama de padecer el murmullo de los conocidos al pasar, con el tiempo esas voces murmurantes guardarán silencio, dejarán de hablar del desaparecido, pues alguien más no ha regresado a casa. La cruda realidad de no poder vivir la realidad y bajo la desgracia de vivir siempre de nostalgia; de vivir siempre en el ayer, esperando un cuerpo que tal vez nunca llegará.
En el diálogo con la obra de Patricia Nieto y sus escogidos, cabe afirmar que la presencia de la lógica de la crueldad2 en la tierra, deja a sus víctimas un desenlace fatal, el peor castigo de todos a manos de quienes justifican el genocidio y la desaparición: la maldición de dejar de ser, de ser borrado de la faz de la tierra.
El sufrimiento desde el atajo
Allí, en el territorio de infantes que olvidaron inclusive cómo se llora, cargan sus huesos y su hambre en la piel del llanto
Cada pueblo cuenta una historia y cada hombre tiene mucho que decir; parece que los recuerdos hablaran por sí solos y salieran a las calles, se sentaran en las plazas de los pueblos esperando ser escuchados. No se necesita una política pública para contar la historia de los pueblos olvidados, la tradición oral ha servido de legado para dejar en las generaciones las imborrables huellas de los relatos. Desde adentro, en la casa y lo que extrañamos de ella y de quienes la habitan; o desde afuera, en el calvario como el espacio del sufrimiento, donde quedan las huellas de aquellos pasos que transitaron con dolor dejando rastros imborrables en el camino.
En este caso, al hablar del sufrimiento en la obra El atajo, la tierra vuelve a ser el lugar de referencia. Para esta escritora no solo se trata de un espacio geográfico que muchas veces ni aparece en los registros de los mapas oficiales, sino aquel escenario donde habitan los recuerdos ya sea para reconstruir las memorias de un país o para narrar la experiencia de los sufrientes. Lo que pasó en el pueblo o en la vereda, en el barrio o en la comuna, en la calle o en la carretera.
Mery Yolanda Sánchez usa su voz para narrar y poetizar acerca de sus vivencias plasmadas a través de su novela El Atajo. Allí cuenta su travesía por 21 días en los municipios olvidados del Pacífico sur, dicho viaje le permitió aproximarse a una realidad no muy lejana. Ella solo contaba con tres horas de encuentro en cada municipio; suficientes o no, finalmente lo que buscaba era encantar con la lectura a la población condenada al olvido.
El rostro del sufrimiento se revela a través del Señor A. Una voz que acompaña en cada una de sus páginas, un personaje constante en el relato: él no era un extranjero en aquellos parajes, hace mucho él llegó para quedarse. Parece que se tratara de la muerte, de un fantasma o incluso de su propia voz como mujer que se viste de Señor A. Aún no queda clara la identidad de dicho personaje que habla de manera transversal y en letra cursiva. El rostro de dicha voz representa su voz como sufriente, la voz del sufrimiento en sus viajes y en los territorios, la voz como un clamor, la voz de la muerte. A propósito de dicha voz en letra cursiva presente en el texto:
Abro los brazos y ahora soy una cruz enclavada a la puerta. En el patio de atrás silban los niños muertos en la hora de la madre. Escupo una y mil veces hasta queda sin saliva. Encuentro mi pasado pegado a mi espalda. (Sánchez, 2012, p. 10)
El Pacífico se convirtió en su casa, en un fragmento de su vida; y la experiencia de la literatura, como la única fuente para narrar sus vivencias, como testigo del sufrimiento que habitaba en los territorios del Pacífico. Afirma ella: “Atravieso cortinas de fuego. En una habitación encuentro al señor A. La sangre sale de su boca y salpica mi ropa (…) Allí se quedaron los rencores sin gritar, los besos sin dar” (Sánchez, 2012, p. 11).
En la búsqueda por la narrativa de esta novela corta es imposible no encontrarse con la voz encantadora que construye el viaje. La travesía por el Pacífico es un pretexto perfecto de la conciencia para encontrarse con su experiencia desgarradora, pero también sirve para tejer un legado y dar a conocer como suya la historia de muchos; de sus vivencias, las de los otros y las de lo otro. A propósito, se menciona en la obra:
En las casas, otros habitantes. Las tierras cambian de propietario. Los pastos ahora son palmas, aceite, lujuria de poder. Los ríos traen otro color. Ya no bajan cerdos, son humanos henchidos de olvido. Los gritos se juntan, se meten en el tímpano y en las carreteras bailan sombras que buscan alivio. (Sánchez, 2012, p. 27)
Más que hablar del territorio como ese elemento del Estado donde habitan los ciudadanos, lo que se pretende aquí es dar cuenta de algo que lleva consigo un significado cargado de realidad. Resulta imposible trazar en esta obra la línea que divide la realidad de lo imaginario, ya que en esta oportunidad se presenta, por un lado, el espacio en el que se habita, como el lugar donde moran los recuerdos de la realidad del ayer y de los imaginarios; por otro lado, el lugar del presente, donde mora el cuerpo y de donde se pretende escapar: “Ser vivo matriculado dentro del orden y el sistema” (Sánchez, 2012, p. 13). Aquí se decide acudir al espacio como la mejor manera de acercar al lector a un problema que trasciende y va más allá de una mancha geográfica o un territorio borrado del mapa de Colombia, completa mente suprimido de la conciencia de sus ciudadanos.
Una consideración inicial es el territorio como lugar físico, pero también simbólico; el cual puede encubrir en sí mismo la esencia de muchos sentimientos encontrados y los recuerdos que buenos o malos acompañan a eso humano presente en sus espacios. A partir de allí se cuenta lo que pasó, ya sea narrado desde la historia o desde la intimidad de la memoria, pues en este caso la vivencia se acompaña de una experiencia cargada de un arraigo narrado desde la historicidad (de un pueblo y de la voz que narra), y sumergida por completo en una realidad desgarradora.
No se trata de una anécdota, se puede pensar por momentos que lo que se encuentra aquí es una especie de crónica y por otros, una especie de poesía en prosa; la pura vida reflejada en cada momento del libro, resumida en momentos de pesada experiencia y por otros, refleja un texto cargado no solo de vivencias sino de sentimientos. Finalmente, los relatos cobran vida en la voz de aquel que narra el destino y traza los senderos que conducen a la fatalidad. “El miedo corre por las aceras, se detiene en las puertas de las casas y a veces vacila en el aire. Vuelvo al oído y espero su explosión” (Sánchez, 2012, p. 38).
La voz de Mery Yolanda en cada una de sus líneas en cursiva representa esa voz de aquel que sufre, el cual “se hace presente con la epifanía del rostro, lo cual es la puerta de entrada al mundo de la ética porque desde allí un yo decide ir hacia a Otro que reclama la atención” (Pérez, 2020b, p. 87).
Se podría decir que la vida misma es un viaje que va desde el nacimiento hasta llegar a la muerte. Un viaje que comienza desde lo profundo de unas entrañas y sale hacia una cruda realidad; el sufrimiento de ser destrozado, y morir una y mil veces. Luego del óbito solo queda caer para volver al polvo de la tierra donde cada uno pertenece. El destino de la vida es la muerte, de lo cual surge el siguiente inte rrogante: ¿A dónde van las almas? ¿Al cielo o al infierno? Pero ¿qué pasaría si el trayecto es el infierno mismo?
Luego emerge la cuestión que inquieta: ¿con qué se va a encontrar la viajera en el camino? Las miradas, las palabras, la enfermedad, la vergüenza y la desven tura estaban esperándola para salirle al paso, la encontraron y decidieron nunca soltarla. Sus marcas imborrables penetraron los espacios más oscuros de su alma. Se sienten los huesos, se padecen las miradas, los juicios y el asombro. Frente al dolor y la desventura nunca se deja de ser extranjera, es imposible acostumbrarse a la podredumbre.
¿Para dónde va Mery Yolanda usando la voz del Señor A? Una cuestión difícil de responder, la pregunta del millón. Nadie puede escapar del viaje, es un camino largo que espera a todos los que nacen, ya sea por avión o por tierra, en lancha o en chalupa, con destino a San Andrés de Tumaco, Bocas de Santinga, Olaya Herrera, Mosquera, entre otros territorios; la vida le tiene preparado a todo ser humano un largo recorrido cuyo destino final es la muerte.
El señor A. leyó en una hoja que cayó en sus pies sobre alguien que viajó en una máquina y cruzó el miedo entre la realidad y la ficción. Que en adelante no tuvo preocupaciones porque sabía que cualquier día quedaría en el fondo, con una ostra en el fuego del agua o en la lectura de nuevas rutas por la jungla. (Sánchez, 2012, p. 22)
Parece que finalmente la voz de ella enfrenta al lector con la mayor encrucijada, la cual consiste en viajar hacia dentro, al centro de su existencia para reconocer su esencia, padecer su calamidad, su monstruosidad, su finitud. “Aquí las atarrayas atrapan humanos que perdieron sus nombres y quedan sin huella ni pasado” (Sánchez, 2012, p. 26).
La invitación del texto puede llevar al lector a sumer girse en una experiencia onírica que nunca será rosa, siempre será desgarradora, el sueño como la mejor forma de tejer los puentes de la desventurada certeza de saber que se puede volver a entrar en aquel lugar impenetrable, la inevitable cruzada de volver al pasado, la desventura de salir de la realidad. “La voz del sufrimiento obliga a invertir la atención en ese Otro que sufre, esta es la respuesta como acontecimiento ético” (Pérez, 2020b, p. 89).
La experiencia del sufrimiento se ha agudizado con la presencia del silencio y la indiferencia ante hechos innom brables que constituyen serias violaciones a los derechos humanos.
Metodología
La ruta metodológica de la investigación que tiene como uno de sus productos esta reflexión tuvo varios momentos, los cuales encuentran su fundamento en la experiencia cualitativa de tipo fenomenológica. Experiencia como concepto y como ejercicio de reflexión desde la praxis, cuya forma representativa se constituye a partir de la metáfora del viaje en donde a través de las voces de ellas: María Mercedes, Patricia y Mery es posible reconocer el sufrimiento que habita los territorios colombianos. Es el testimonio de ellas hecha literatura, a través de la poesía y narración “testimonio del relato, por la ausencia del testimonio que ofrece la palabra narrada, la subjetividad humana que no puede sino formarse éticamente” (Mèlich, 2001, p. 15).
Al emprender este viaje por el mundo de la ética en busca del rostro de estos sufrientes a través de la voz de estas mujeres escritoras, se establece el trayecto que le permite al lector conocer y recorrer los territorios colom bianos y finalmente develar que solo a partir de estas experiencias y formas de lectura se puede reflexionar y conceptualizar acerca de este fenómeno. Pues, “no podemos conocer el mundo tal como es en sí, solo cono cemos sus fenómenos. A este conocimiento fenoménico del mundo, Schopenhauer lo denominará ‘representación’ (Vorstellung)” (Mèlich, 2010, p. 197), y es el fundamento de esta metodología.
Cumplir dicho propósito fue posible gracias al rastreo bibliográfico en bases de datos, lectura de los textos, rastreo de artículos de revistas especializadas en el tema con el fin de definir esa respuesta ética desde la perspectiva filosófica en diálogo con la fenomenología del rostro como ética de la exterioridad.
Resultados
Al recolectar y analizar los datos e información, al consi derar que lo más significativo para responder este interro gante planteado es la escritura, el espacio para resignificar y representar cada una de las categorías de análisis presentes en el texto donde los hallazgos se tejen con los conceptos y en un diálogo permanente con las tres obras propuestas.
De esta investigación y de este proceso de escritura queda el aporte conceptual en la que se analizó, en primer lugar, el concepto respuesta ética para el reconocimiento del sufriente. El papel de la fenomenología del rostro para la resignificación del dolor de aquel que sufre y la compren sión de los matices de las realidades de los sufrientes; como lo es el caso de las víctimas del conflicto, los desaparecidos y los discriminados
De todo este viaje, queda la reflexión y el diálogo de estos conceptos propios de la realidad colombiana en rela ción con la filosofía y sus aportes conceptuales, lo que permite elevar las reflexiones propias de las narrativas de los relatos de los que sufren y en sintonía con el cruce de caminos propio del pensamiento filosófico. Lo que contri buye al campo conceptual de la ética como filosofía primera, como praxis y como vivencia en la prosa de la vida.
Conclusiones: apuntes finales de ellas ante un telón que no termina de bajar
Para concluir, es importante resaltar el papel de la feno menología en el reconocimiento de las voces presentes en la literatura del sufrimiento en Colombia. De este estudio se acude a ellas para retratar el duelo, para el reconoci miento del rostro de aquel que sufre o el de aquel que ha sido borrado a través de hechos innombrables, como en el caso de la desaparición forzada, el despojo y el exterminio. La palabra ha sido la herramienta que sirve como una forma de resistencia ante el lenguaje hegemónico y opresor, palabra para narrar y no olvidar la historia de indignación y así poder escribir una historia de transformación.
Las reflexiones que surgen como parte de esta inves tigación contribuyen a los estudios de la ética como un ejercicio de reflexión del pensamiento filosófico en la vida cotidiana, en la comprensión de la contingencia y de los grandes dilemas del día a día frente al dolor del Otro. “Esto implica asumir una postura incluso política, pero por encima de todo, tomar una posición ética en defensa de lo humano, de su dignidad, de su rostro y revelación a través de la palabra” (Pérez, 2017, p. 238).
Palabras que tejen relaciones con el Otro, pero que, por el escalamiento del conflicto, han sido portadoras de violencias, lo que obliga a repensar acerca de las posibi lidades que tiene el sujeto en tiempos de censura. Esto permite reflexionar sobre la importancia de reconocer al otro a través de su voz. El gesto también se presenta en la escritura, en su puntación, en el tono y en el uso de las pala bras que le sirven como catalizador de las emociones. En estas tensiones hay momentos de censura, de silencio en donde solo a través de la palabra escrita es posible la expre sión, una forma de liberar el dolor y la impotencia.
Al compartir fragmentos de las obras de estas tres autoras en la sesión de clase de lectura crítica el lunes 11 de marzo de 2019, una de las alumnas me hizo entrega de
una carta donde narra la muerte violenta de su abuelo por parte de un grupo armado. Ella repite una y otra vez: “—yo merezco más que esto…yo merezco más que esto”. Luego de leer la carta, la respuesta se hizo palabra a través de este poema porque ante lo innombrable solo queda la voz poética:
Plegaria a la niña que merece más que esto
A la niña de la carta que la violencia le arrebató las piedritas del rio. a la niña que merece más que esto.
Es el despojo de la amada es el grito de la sangre el llanto de la madre y el eco de su espectro.
Silencio
Una madre está llorando.
La veladora de la abuela todavía alumbra y yo debería salir a abrazarte, pero solo me habita el silencio.
Una palabra tras otra, y solo me habita el silencio.
El instante en el que todo se detiene, no es por los que partieron,
el tiempo se detuvo por los que se quedan.
Silencio.
Al tendido le quedaron huecos y sale la abuela con la aguja a remendar la herida que supura un recuerdo. El dedo en la llaga y el retazo queda lento.
Había una vez que corre y el silencio no me abandona. Es verdad niña bonita mereces más que esto. Tus palabras son las pepitas del rosario que cuelga del cuello del santo: ruega por nosotros, ruega por nosotros...ruega… y solo se escucha el silencio, era un último disparo. (Pérez, 2021)
Antes de que baje el telón, queda la resignificación de la palabra, tomando forma a partir de la voz poética como aquella respuesta ante el silencio apabullante que deja la violencia