Colombia: el paradigma existencial de la violencia
Colombia: The Existential Paradigm of Violence
Colômbia: O paradigma existencial da violência
William Almonacid González*
* Licenciado en Música de la Universidad Pedagógica Nacional. Docente Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Facultad de Artes - ASAB. Docente Secretaría de Educación de Bogotá D.C., Colombia william.almonacidmusic@gmail.com.
Artículo recibido el 2 de septiembre de 2016 y aceptado el 30 de septiembre de 2016.
Resumen
El siguiente artículo es un compendio de reflexiones en torno a los acuerdos de paz alcanzados entre el Gobierno colombiano y las Farc, y el papel que cumplen las ciudadanías al construir ambientes que se traduzcan en una paz elaborada desde las bases de la sociedad y que trasciendan los acuerdos ya mencionados. En dichas reflexiones se demuestra que una gran mayoría de la población ha insertado en sus habitus los modos violentos de relación con el mundo, lo que significa dirigir esfuerzos para poder superar los paradigmas de la violencia y la destrucción. En este escenario de superación de dichos paradigmas, el arte y la educación artística cobran un papel fundamental ya que brindan mayores posibilidades para la reconfiguración de las subjetividades particulares y colectivas que permitirán a la sociedad colombiana construir verdaderos ambientes de paz, en los que los ciudadanos dejarán de ser actores activos de la violencia para convertirse en generadores de paz.
Palabras clave: paradigma existencial de la violencia, ciudadanías violentas, arte y educación artística, paz, cultura.
Abstract
This article is a compendium of reflections on the peace agreements reached between the Colombian government and FARC and the role of citizenships in the building of environments that can translate into peace elaborated from the bases of society and that transcend the aforementioned agreements; reflections which demonstrate that a large majority ofthe population included in their habitus violent ways of relating to the world, which means directing efforts to make possible that Colombians overcome the paradigms of violence and destruction. In this scenario of overcoming said paradigms, art and art education take on a key role as they provide some of the greatest possibilities to reconfigure individual and collective subjectivities that will allow Colombian society to build real environments of peace, in which citizens will no longer be active actors of violence but they will become generators of peace.
Keywords: existential paradigm of violence; violent citizenships; art and art education; peace; culture.
Resumo
O seguinte artigo é um compendio de reflexões em volta aos Acordos de Paz alcançados entre o governo colombiano e as Farc, e o papel que exercem as cidadanias ao construir ambientes que se traduzam numa paz elaborada desde as bases da sociedade e que transcendam os acordos já mencionados; reflexões em que se demonstra que uma grande maioria da população há inserido em seus habitus os modos violentos de relação com o mundo, o que significa dirigir esforços para que a população colombiana possa superar os paradigmas da violência e a destruição. Neste cenário de superação destes paradigmas, a arte e a educação artística, cobram um papel fundamental já que brindam umas das maiores possibilidades para a reconfiguração das subjetividades particulares e coletivas que permitirão à sociedade colombiana construir verdadeiros ambientes de paz nos que as e os cidadãos deixarão de ser atores ativos da violência para virar geradores de paz.
Palavras chave: Paradigma existencial da violência, cidadanias violentas, arte e educação artística, paz, cultura.
A Carolina...
Eterna fuente de mi inspiración.
Estas representan la síntesis de reflexiones que durante años ha realizado el autor, las cuales han estado nutridas de experiencias en el campo de la movilización social, del contacto con el mundo educativo y la labor docente, de la firme creencia en una utopía: que en el arte y la educación artística reposan unas de las mayores esperanzas en lo concerniente a la construcción de nuevas generaciones de seres humanos que trasciendan lo que se ha dominado el paradigma existencial de la violencia y la destrucción.
Colombia se encuentra en un proceso que a todas luces está poniendo a prueba las miradas de mundo de las ciudadanías que, en el caso específico de la coyuntura histórica, están profundamente polarizadas entre aquellas personas que aprueban o desaprueban los acuerdos de paz firmados entre el Gobierno colombiano y las Farc; el debate es álgido y está ampliamente reseñado, por lo que cabe decir que este artículo tratará de abordar parte del mismo contexto sociopolítico desde otras perspectivas.
Más acá del escenario de los acuerdos de paz firmados entre las élites de las Farc y del Gobierno colombiano, se libra otra batalla contra la violencia, esa que ha sido naturalizada por gran parte de la población colombiana, asumiendo la guerra, las muertes, los discursos intolerantes y guerreristas, y todo lo que trae consigo el ejercicio de la violencia, como una posibilidad válida para relacionarse con el mundo. Una guerra como la colombiana que ha estado vigente durante tantos años, acompañada de inmensas atrocidades, ha permitido que la mayoría de ciudadanos inserten en sus habitus1 el discurso de la violencia (Bourdieu, 1998).
Es importante reconocer que el ambiente por el que atraviesa el país, gracias a la firma de acuerdos de paz con el grupo guerrillero más antiguo del continente, ha abierto también la puerta para que una gran parte de la sociedad empiece a discutir lo que podría llegar a significar alcanzar una paz que, durante décadas, millones de personas han anhelado. Y es precisamente en esa brecha en la que cobra sentido mirar críticamente el papel que cumplen unas ciudadanías que, desde la infancia hasta la tercera edad, han estado inmersas en ambientes de violencia, haciendo de las ciudadanías reproductoras y legitimadoras del existir y coexistir violento. Al hablar del paradigma existencial de la violencia en Colombia, se hace referencia a esos límites de los conocimientos y las prácticas sociales que se han insertado en el habitus de los colombiano, la población colombiana se ha acostumbrado tanto a la violencia, que se ha vuelto violenta, aspecto que en un escenario de acuerdos de paz debería ser tratado desde las mismas bases culturales sobre las que se construyen las multiplicidades de existencia que habitan en Colombia. Bastantes ejemplos dan razón a la hipótesis planteada, cifras de los mismos entes del Estado demuestran que desde la infancia gran parte de la ciudadanía colombiana se encuentra en un ambiente de violencia. Así, según el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), en el periodo comprendido entre febrero de 2015 y febrero de 2016 se reportaron 7732 casos de violencia contra la infancia, los cuales se presentan de la siguiente manera:
Según el ICBF el rango de edad donde hay mayor afectación es para los niños y niñas que están entre los 0 a 6 años, donde se notificaron 3061 casos, mientras que en los niños de 6 a 12 años se registran 2508 maltratos y en los menores de 12 a 18 años se reportaron 2096 casos (ICBF, 2016).
A lo anterior se deben sumar las cifras de abandono y violencia sexual contra la infancia. Según la Defensoría del Pueblo (2016) se registraron 1297 casos de abandono durante 2015, mientras que en el periodo que va entre enero y febrero de 2016 se reportaron 2594 casos de presunto abuso sexual, de los cuales 84 % se registraron en niñas (Defensoría del Pueblo, 2016). Estas cifras, sumadas a las de años anteriores, demuestran que Colombia es un país con decenas, y muy probablemente, cientos de miles de niños y adolescentes violentados; una problemática que se debe solucionar urgentemente si se quiere hablar de un país en paz.
A lo anterior se debe sumar otro componente igualmente preocupante: decenas de miles de familias se han convertido en semilleros de violencia. De acuerdo con guarismos de la Policía Nacional (El Universal, 2015), durante el año 2015 se registraron 54.936 denuncias por este hecho, mientras que 40.106 denuncias se presentaron en 2014 , cifras que se agrandan al adherir los casos de violencia contra la mujer, que entre 2007 y 2014 se presentaron en 827.000 ocasiones (El Espectador, 2015).
La tasa de homicidios genera también gran preocupación. De acuerdo con el portal Verdad Abierta (2013):
Si se compara la cantidad de homicidios registrados entre 1990 y 2013 en Colombia, el número de muertes (532.474) sería casi igual al de los habitantes del área metropolitana de Pereira. La mayor cantidad de homicidios que se ha registrado en estos últimos 23 años ha sido el 2002 con 28.775 fallecimientos de forma violenta, desde esa fecha la curva de asesinatos ha ido descendiendo con un leve aumento desde el 2011, cuando se cometieron 14.721 crímenes, comparados con los 15.038 del 2012 y los 15.234 de 2013 .
La superación del paradigma existencial de la violencia debe iniciar necesariamente con el reconocimiento de las causas y los escenarios en los que esta se desarrolla, quiénes son sus precursores y sus cómplices. Construir un país en paz demanda que se dé prioridad a cambios profundamente necesarios en las producciones y consumos culturales; demanda el compromiso de todas las capas de la sociedad, las instituciones del Estado, los sistemas productivos y de consumo que alientan el desarrollo de la intolerancia y el accionar violento en la cotidianidad de la población.
Los medios masivos de comunicación, al cumplir un papel importante en la construcción de la opinión pública, deben comprometerse de manera particular en el asunto de la paz. Los programas que emiten deben cambiar radicalmente su orientación de culto a la violencia, las narconovelas, los noticieros que están cargados con contenidos violentos y que son transmitidos en horas en las que la gran mayoría de personas toman su almuerzo o su cena, así como noticieros que entregan información polarizada que pretende generar repudio e intolerancia por los sujetos que encarnan ideas y visiones de mundo diferentes, representan un pilar sobre el que se erige ese paradigma existencial de la violencia.
Los comportamientos dotados de fanatismos se pueden configurar como otro generador de violencia, sea válido el ejemplo de los seguidores de equipos de fútbol que se enfrentan dejando heridos y muertos por defender la idea, el color o el escudo del equipo al que siguen; o los seguidores de corrientes políticas radicales que siembran discursos de intolerancia que se han traducido en cientos de miles de muertes, como en el conflicto armado en el que lleva sumida Colombia hace décadas2; e incluso en las miradas religiosas del mundo que desacreditan unas creencias y legitiman otras, generando roces sociales y componiéndose como un ejercicio de intolerancia, son casos en los que los sujetos que dan vida a todos estos escenarios deben iniciar un proceso de reflexión, reconocerse como sujetos generadores de violencia e iniciar un proceso de desarme de sus discursos y sus acciones sociales violentas si el verdadero deseo es el de alcanzar una paz que trascienda el marco político de los acuerdos logrados entre el Gobierno y las Farc. Los comportamientos irracionalmente violentos demuestran que el ambiente social en gran parte del territorio colombiano está mediado por la violencia. Solo durante los meses de enero a junio de 2015, en Colombia se habían reportado 1725 muertes a causa de las riñas, mientras que en 2014 se presentaron 72.228 riñas (Ávila, 2015); a lo anterior se pueden sumar los enfrentamientos que a diario se presentan en las calles entre conductores y peatones, o entre usuarios de medios masivos de transporte público que reafirman la hipótesis central de este artículo: la sociedad colombiana, por lo general, se relaciona con el mundo a través de la violencia, aspecto social que debe transformarse si se quiere alcanzar una verdadera paz.
Ahora bien, otro aspecto que vale la pena mencionar es el que por experiencia propia este autor ha tenido que observar de primera mano: los ambientes educativos son un claro ejemplo de cómo opera el paradigma existencial de la violencia. El análisis se puede dar en dos aspectos: el primero, en los modos de relaciones que se dan entre los estudiantes de colegio en donde se denota una profunda problemática en lo que tiene que ver con el bullying, o matoneo,
(...) de acuerdo con estadísticas de la Uniandes, en el país el 60 por ciento de los jóvenes y niños en los centros educativos de primaria y secundaria son las víctimas directas de todo tipo de violencia sin que sus padres o acudientes lo sepan (Arana, 2016).
Estos casos de violencia que, según la fundación Friends United Foundation, se dividen de la siguiente manera:
Entre los datos revelados se evidenció que una de las clases más comunes de matoneo son a causa de la homofobia con un 30 %, seguida de "bullying" racial (25 %), barrista -es decir el ataque a una persona hincha del equipo contrario- (20 %), rechazo o matoneo por alguna discapacidad con un 10 % y el matoneo por aspecto físico, con un 10 %. El "bullying" por alguna otra condición diferente a las nombradas ocupó un 5% en la encuesta (El Espectador.com, 2013).
Otro elemento que se puede observar frecuentemente en los estudiantes, tanto de colegios como de universidades, es la práctica de la trampa, problemática que extrapolada a los demás ambientes sociales genera inmensos problemas de convivencia como hurtos, riñas y sus nefastas consecuencias y falta de confianza en el otro, ejercicios sociales que han permitido la descomposición del tejido social durante décadas y hasta la actualidad, tiempo en el que siguen operando.
El segundo aspecto a analizar tiene que ver con la reproducción de intolerancias por parte de las esferas de poder o establishments que se configuran dentro de los colegios. No será posible construir una verdadera paz cuando se tiene un sistema educativo que castiga toda iniciativa de pensamiento divergente, que desde el cuerpo estudiantil cuestiona las decisiones de profesores, coordinadores o rectores.
Por la experiencia vivida, se puede decir que el sistema educativo es punitivo, que estigmatiza y busca la supresión de toda iniciativa estudiantil que mira críticamente a los docentes. Más allá de los discursos utópicos con los que se presenta el ejercicio de la educación, gran parte del sistema educativo en realidad busca la formación de jóvenes obedientes y fácilmente manejables, proceso en el que las esferas de poder de gran cantidad de colegios desempeñan un papel determinante al asumir el rol de perseguidores de aquellos que se atreven a cuestionarles y a abrir una brecha para el pensamiento crítico.
Una gran mayoría de colegios no busca la construcción de jóvenes críticos y con capacidades de liderazgo que por iniciativa propia busquen fortalecerse argumentativamente para cuestionar a los microestablishments que se constituyen en el interior de los colegios y, luego, a las políticas que afectan la vida de las personas y el medio ambiente. Los colegios deberían incluso enseñar a sus estudiantes a protestar y a proponer soluciones.
Las problemáticas abordadas representan tan solo una parte de todo el entramado social que hace que gran parte de la ciudadanía colombiana (niños, adultos y ancianos), sean actores activos de parte del conflicto social que carcome a Colombia. Las ciudadanías han sido víctimas y victimarias por cuenta de la violencia en la que se acostumbraron a vivir y actuar. La guerra se ha naturalizado como un discurso y modos de existencia que legitiman la operación de mecanismos de control cuidadosamente diseñados para sustentar la adjudicación de inmensas cantidades de dinero a través de la idea de garantizar la seguridad, y en un sistema que continuamente está moldeando la opinión pública de las ciudadanías, dando apoyo a la creación y reproducción de músicas y programas de televisión que insertan en la población el deseo de conseguir poder y dinero fácil a través de armas y narcotráfico (sea el caso de las narconovelas y algunos cantantes de música vallenata y "música popular"3), bajo la mirada pasiva y sin control del Estado4, así como la construcción de discursos sobre el otro que legitiman el accionar violento del Estado a través de instituciones como el ESMAD, de la Policía, y el ejército para no extenderse en ejemplos, pueden demostrar, si no menos generar sospechas, en que el Estado mismo crea y permite que pululen los gérmenes de la violencia para luego vender la idea de la cura de dicha enfermedad.
En síntesis, existen como mínimo hipótesis en las que se sospecha que el Estado mismo ha sido generador de violencia y permite que otras violencias se reproduzcan para así legitimar el gasto en seguridad, que entre otras cosas es uno de los países que más gastan en defensa en el mundo. En el periodo va desde 2004 hasta 2014, el Estado colombiano gastó 230 billones de pesos en guerra. Únicamente en 2014 el gasto en guerra fue de 27,7 billones de pesos, 80.000 veces superior al gasto en cultura, 101.000 veces superior al gasto en recreación y deporte, y 120.000 superior al gasto en empleo público (Semana.com, 2014). Pese a todo lo anterior, los vientos de cambio que se han empezado a sentir y que con toda esperanza se sentirán cada vez más, motivados por los Acuerdo de Paz entre el Gobierno colombiano y las Farc, significarán una brecha en la cotidianidad política y social del país en el que las artes y la educación artística pueden cumplir el papel que se ha mencionado con anterioridad: contribuir a la construcción de nuevas ciudadanías que sean más sensibles y rechacen toda forma de violencia; permitir la reconstrucción de los diversos tejidos sociales que durante décadas se han venido descomponiendo en este país; trabajar en pro de la construcción de la confianza en el otro, del respeto a la multiplicidad de existencias, pero más que nada a superar el paradigma existencial de la violencia y la destrucción.
Las artes y la educación artística como posibilidad de construcción de nuevas ciudadanías
Más allá de las diversas postulaciones que se pueden encontrar acerca de la pregunta "¿qué es el arte?", existe una que puede ayudar a acercarnos al problema del discurso artístico, la creación y la coyuntura política y social que se vive en Colombia. Si bien se entiende que la intolerancia es una de las mayores causas que permiten la operación del paradigma existencial de la violencia, existe una postura frente al arte que puede dar algunas respuestas sobre cómo el arte y la educación artística pueden cumplir un papel determinante en la construcción de nuevas subjetividades que puedan superar el ejercicio social violento.
La postura en consideración frente al arte es la desarrollada por Jacques Rancière (citado por Cuartas, 2015) quien en el marco de sus reflexiones y producción académica ha sugerido que el arte, o propiamente dicho,
[...] la revolución artística que la academia llama "arte moderno" y "vanguardia" consistiría en introducir una ruptura en nuestras formas de experiencia de la vida cotidiana y crear un espacio y un tiempo en el que puede aflorar el desacuerdo [...] el arte puede orientarse hacia la configuración de aquellos espacios del desacuerdo, donde el orden de nuestra existencia es puesto en juego y replanteado (Cuartas, 2015).
La ruptura de nuestro orden de existencia, como dice Rancière, representa uno de los ejercicios primarios que se deben iniciar para la reconstrucción de las bases culturales que han posibilitado la consolidación de ciudadanías violentas. Poner en juego nuestras posturas, entender el desacuerdo como una posibilidad para replantear continuamente lo que somos, se constituiría como uno de los primeros pasos para reedificar las subjetividades particulares y colectivas.
Sin embargo, el ejercicio anterior debe ir acompañado necesariamente de la concepción ética de las relaciones humanas y con el medio ambiente. Iniciar un ejercicio en el que se de-construyan los paradigmas violentos de la sociedad colombiana, demanda no solo una necesidad de reconfigurar los modos éticos de relación con el mundo, sino también los modos sensibles con los que la población colombiana se relaciona. La problemática cobra más que sentido si se mira desde la perspectiva del arte y la cultura y obliga a ingresar en discusiones en las que gran parte de la sociedad colombiana nunca se ha visto inmersa, pero que en el contexto actual dejan de ser cuestiones meramente abstractas para adoptar matices prácticos que una buena mayoría de la sociedad comprendería. Los acuerdos de paz han abierto la brecha para que las discusiones sobre arte, educación artística, cultura, ética y estética cobren el mayor sentido en toda la historia del país.
Susan Buck-Morss insiste que la estética no solamente contempla la esfera del arte, como parte importante de lo sensible, sino que lo sensible se extiende a la esfera de lo social y por ende de lo político, es decir una visión más amplia de la cultura (Arcos-Palma, 2008, p. 3).
Una vez conscientes de la amplitud de escenarios que abarca hablar de arte como posibilidad de quiebre de la cotidianidad, de florecimiento del desacuerdo como elemento esencial para replantear las existencias, pero a la vez de escenarios en los que las diversas reflexiones sobre la ética y la estética son necesarias para reconfigurar las bases culturales de las ciudadanías colombianas, es necesario construir ambientes en los que se aprenda a sentir de maneras diferentes, ambientes en donde las producciones audiovisuales, las músicas y los discursos reproducidos en masa, propendan por entregar a los públicos creaciones que permitan generar cuestionamientos y continuas transformaciones a las subjetividades, siempre en procura de evitar la continuidad de la guerra y la violencia.
...el enfoque excesivo de los medios de comunicación en la sociedad actual consiste en desconocer totalmente la funcionalidad del oído humano, el cual, según él, es fundamental para el buen funcionamiento de una sociedad. Además, si se educara permitiría formar seres humanos más aptos para escuchar y comprender varios puntos de vista al mismo tiempo, seres que puedan valorar su origen histórico y al tiempo tolerar similitudes y diferencias de otras culturas, lo cual, según el autor, ayudaría a solucionar muchos problemas que se presentan hoy en día. (Barenboim (2008), citado por Sandoval, 2015)
Los elementos y creaciones de consumo cultural están intrínsecamente ligados al ejercicio social y político, reelaborar una repartición de los sensible significaría la oportunidad para que la población colombiana empiece a sentir diferente, a escuchar diferente, a mirar y relacionarse con el otro y con el mundo de manera diferente, sin ver en el otro una amenaza sino una posibilidad para reelaborar, o no, preceptos de la existencia misma. Una población que desde sus posturas críticas decida escuchar músicas dotadas de riquezas musicales y conceptuales por encima de músicas que hagan apología al crimen o a las violencias, es una población que siente, escucha y piensa diferente, y por tanto es una población cuya dimensión estética y ética está mejor constituida. Bien se dice que una persona escucha como piensa y piensa como escucha.
El arte y la esfera de lo sensible vendrá marcado ya no solamente por un saber hacer (tékcné) sino por saber qué hacemos con lo que hemos hecho (ethos). La ética se convierte en un punto esencial donde la crítica deviene el vínculo entre el arte y la política (Arcos-Palma, 2008, p. 3).
En el marco del reto que supone la construcción de ambientes en los que el arte, la ética y la estética puedan transformar y superar el paradigma existencial de la violencia, la educación artística desempeña un papel de gran importancia; está llamada a ser el tapiz sobre el que será posible llevar estos procesos de cambio a la sociedad en general. Dichos procesos de construcción de nuevas ciudadanías van desde la formación de seres humanos capaces de reconocer la multiplicidad de existencias y miradas de mundo como algo válido, pasando por la formación de públicos y personas que le apuesten a la creación, hasta la reconstrucción del tejido social, escenario en el que el mismo Estado colombiano, a través de proyectos como el Plan Nacional de Música para la Convivencia, ha demostrado su confianza en la educación artística para generar procesos de fortalecimiento de los vínculos sociales entre los niños y los jóvenes, así como en procesos de resiliencia entre niños, jóvenes y adultos víctimas del conflicto armado (muertes, desplazamientos, entre otros) y víctimas de desastres naturales.
En un eventual escenario de posconflicto, el Estado debería dar un fuerte impulso a las artes y la educación artística, ya que, como se ha dicho anteriormente, es a través de estos dos ejercicios en los que se podrán cambiar las concepciones éticas y estéticas de la población colombiana, que de una u otra manera hacen del país un escenario de violencia y lo seguirán haciendo de no prestarse atención a la violencia ejercida por los ciudadanos de a pie, y de no aprovecharse la coyuntura histórica para superar de una vez por todas ese paradigma existencial de la violencia. Uno de los últimos elementos que este artículo busca abordar es el de la concepción del arte y la educación artística como antítesis del sistema destructivo. Después de unas cuantas reflexiones, discusiones y clases, tanto tomadas como ofrecidas, existe una hipótesis que pone continuamente a prueba este autor y es que, si el arte, más allá de algunas propuestas que han sido indiscutiblemente destructivas, usa como elemento principal el ejercicio de la creación, puede entonces constituirse como un real escenario de resistencia y contra-poder al sistema destructivo que se ha instaurado globalmente.
El sistema económico y político global capitalista se ha impulsado, entre muchas cosas, sobre el ejercicio de la producción y consumo de bienes y productos de manera descontrolada e irracional, abriendo paso a todo un engranaje mundial que, sin importar las consecuencias, explota los recursos naturales indiscriminadamente, sin importar el daño a la naturaleza que genera. Bajo el ideario de que el bien justifica los medios, en Colombia, por ejemplo, se ha dado vía libre a la explotación minera a gran escala, lo que ha significado y significará daños irreparables al medio ambiente.
La contaminación de los ríos y fuentes hídricas con sustancias como el cianuro o el mercurio, usados para la extracción de oro y plata, representa tan solo uno de los daños irreparables a la naturaleza. A lo largo y ancho del planeta, la destrucción de la fauna y la flora, la caza legal e ilegal de animales que ha llevado a muchas especies al borde de la extinción, los efectos causados por la industrialización y modos de vida excesivos que han decantado en problemáticas como el calentamiento global; así como las guerras auspiciadas para obtener tierras, recursos naturales, fósiles o mineros, o para controlar rutas de valor estratégico para el comercio o el accionar militar y que se traducen en cientos de miles de muertes, son evidencia suficiente de un sistema que se ha consolidado a través de la destrucción.
En términos aterrizados a este artículo, la destrucción también se edifica como un paradigma existencial, uno que por el bien del planeta y de todos los que lo habitamos, debe ser reemplazado con urgencia. El arte y la educación artística deberían propender por insertar la creación como manera válida de existencia en el habitus de los seres humanos, esto como búsqueda efectiva de construir relaciones pacíficas tanto entre seres humanos, como entre estos y la naturaleza. En Colombia el ambiente está dado para que las bases culturales sobre las que se han edificado las subjetividades particulares y colectivas puedan transformarse, ejercicio que requiere de un trabajo arduo y disciplinado, de propuestas y apuestas serias y realizables; demanda el compromiso estatal y el accionar de artistas, académicos, educadores y demás miembros de la sociedad que trabajen conjuntamente en la consolidación de una paz que vaya más allá de lo acordado entre el Gobierno y las Farc, y pueda traducirse en una paz construida por todos los miembros de la sociedad.
La firma de los acuerdos de paz ya ha generado hechos positivos, por un lado se han detenido los enfrentamientos armados entre el ejército y las Farc, lo que se traduce en cero muertes por esta causa, algo que en las últimas cinco décadas nunca se había visto. Por otro lado, las poblaciones que se han encontrado en medio del fuego cruzado de un bando y otro, llevan meses viviendo sin escuchar los terribles sonidos de la guerra; de a pocos están aprendiendo a caminar y a dormir con la tranquilidad de saber que esta vez hay altas probabilidades de poner fin a esa parte del conflicto, están saboreando la calma de ver que muy probablemente esta no será un tregua pasajera sino que será un hecho que perdurará en el tiempo, algo que en más de cincuenta años nunca habíamos experimentado.
Por último, la paz es un asunto que se construye entre todos los sujetos de la sociedad, una sociedad que es violenta y sobre la que se debe trabajar para reconstruir unas bases culturales en las que los elementos esenciales sean la tolerancia, el respeto por la multiplicidad de existencias, la creación, la honestidad y finalmente la paz. Los acuerdos alcanzados entre el gobierno y las Farc para poner fin a un conflicto de más de cincuenta años, no representan el fin de los problemas, representan el inicio de las soluciones.
Notas
1 El habitus es uno de los conceptos desarrollados por Pierre Bourdieu en su teoría sociológica. Con este concepto se refiere a "el modo de conducir la vida y la ética, las maneras incorporadas en el 'cuerpo'" (Boudieu, 1998). De esta manera es posible observar una población colombiana que, tras décadas de estar expuesta a ambientes de violencia, ha asumido un rol violento en sus modos de relación con el mundo.
2 Si bien el autor reconoce que la violencia se relaciona con unas pugnas intrínsecamente ligadas al ejercicio del poder, la economía y la política, para efectos de este artículo el tema a tratar es la violencia como ejercicio común en buena parte de la sociedad, razón por la que dichas pugnas no se tratarán a profundidad.
3 La expresión música popular colombiana (de la actualidad) hace referencia a la mezcla de músicas como ranchera, corridos y valses sobre los que se dio origen a una corriente musical de gran difusión (Vallejo, 2014), fácil asimilación por sus contenidos, mayormente de despecho y con fuertes tendencias a hacer culto a los modos de vida extravagantes de narcotraficantes, y a presentar estructuras musicales sencillas.
4 Seguramente lo que se dice puede ser confundido con ejercicios que vayan en contra de la libertad de expresión, sin embargo, lo que se busca es que se abra el espacio a nuevas posibilidades de producciones audiovisuales que superen el paradigma de violencia y destrucción en el que vive sumida Colombia.
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