Editorial
Entender que el arte es otro tipo de conocimiento significa revolucionar epistemológica y pedagógicamente la educación artística; implica entrar en diálogo con otras áreas del conocimiento y con las otras artes, lo cual supone, entonces, indisciplinarizarse, o sea, no encerrarse en su propia disciplina, sino disponerse para la integración de las artes y la interdisciplinariedad, máxime si el centro de dicho conocimiento es el hombre mismo. Para entrar en esta dimensión humana del arte se requiere no solo la participación de las ciencias humanas y naturales, sino un hombre comprendido en su triple dimensión, como cuerpo, mente y espíritu, no escindido, pues está en juego la formación integral del ser humano, su comprensión del mundo y sus posibilidades de transformación social.
Para ello el arte debe ser asumido más allá de toda consideración técnica, intelectual o sensible, sin llegar a desconocer cada una de estas dimensiones dentro de los procesos artísticos. Sin embargo, la labor pedagógica de formar educadores artistas va más allá de la simple formación de artistas, al articularse con la formación ciudadana; a una sociedad le interesa y conviene más formar educadores artistas que formar exclusivamente artistas, lo cual se logrará con el tiempo, pero formar educadores es formar la gente que va a construir el país.
La educación artística revoluciona porque le da cabida a la imaginación, la creatividad y los afectos. Es pasar de entender la educación artística como la posibilidad de formar el carácter y la personalidad, a comprender que el arte crea sentidos en torno a la identidad nacional y a la pertenencia; es entender la educación artística como la construcción de sujetos interesados en la transformación social o de sus condiciones de vida; en fin, es ver el arte como formación ciudadana.
No nos hemos preguntado lo suficiente por qué fue en el terreno del arte en donde primero se removieron las estructuras sólidas de la modernidad, el primer espacio en el cual se hizo evidente que esta llevaba en sus entrañas a su propio crítico, la posmodernidad. ¿Será que esa sensibilidad que sugiere pensar los procesos de adquisición de conocimiento a través del cuerpo y sus emociones, esto es, a través de la experiencia, no remueve estructuras viejas de pensamiento? ¿Qué implica tener la certeza de la existencia de otras inteligencias, además de la lógico-matemática y la lingüística? ¿Qué implica, además de entender que el conocimiento o saber cambia según el ojo del observador, lo cual sugiere que el conocimiento no es uno, ni la verdad una sola, y que el conocimiento es producto de una construcción colectiva y permanente, antes que de una transmisión unidireccional?
El arte está en capacidad de dar estas respuestas, pues fueron sus supuestos para transformar y remover dichas estructuras caducas de pensamiento y se convierten en puntos de partida para ampliar la mirada a la hora de pensar la formación integral del ser humano, sus concepciones de mundo y sus posibilidades de transformación social.