Tómese un café con Pensamiento, Palabra y Obra y hablemos de la relación entre arte y paz
DOI:
https://doi.org/10.17227/ppo.num20-8163Resumen
Pensamiento, Palabra y Obra les agradece su acompañamiento al lanzamiento de su número 19. Retomamos el tema del único monográfico que la revista ha tenido, dado que pensar la relación entre arte y paz nunca ser suficiente, mucho menos en un momento tan aciago del país
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Esperanza Londoño
Pensamiento, Palabra y Obra les agradece su acompañamiento al lanzamiento de su número 19. Retomamos el tema del único monográfico que la revista ha tenido, dado que pensar la relación entre arte y paz nunca será suficiente, mucho menos en un momento tan aciago del país, abonado por tanta polarización, odio y violencia. Sentimos que nuestro compromiso y responsabilidad como revista de una facultad de Artes, en una universidad pedagógica, nacional y además, pública, es pensar, decir y hacer, en cuanto a qué posibilidades reales tiene el arte de construir ese relato nacional que el país requiere; si es posible reconstruir el tejido social roto; en últimas, indagar por el papel del arte en la transformación social e individual. Este es el verdadero papel de una revista, más allá de las exigencias de indexación que el Estado hace.
Cuando hablamos de arte, decimos: territorio, subjetividades, identidades, sensibilidades, cultura, construcción de sentido, memoria, acercamiento al otro, etc., palabras que nos remiten inmediatamente a la paz. Por eso nos preguntamos qué papel desempeña el arte en la transformación social y personal. Si este tiene que ver con la resignificación del trauma a través de catarsis de superación del dolor y el duelo; con la reparación individual y colectiva, con la paz interior, dado que, se le asocia a infinidad de terapéuticas de sanación, constelaciones familiares, musicoterapia y teatro comunitario, entre otras.
Por eso quiero dejar sobre la mesa, para provocar a nuestros invitados, preguntas como: El arte al imaginar y crear mundos posibles, ¿se convierte en un acto en potencia? ¿Cómo puede viabilizar esa potencia en la construcción de futuros y presentes? ¿Cuál es su papel real en la construcción de memoria y resignificación? ¿Cómo lograr que el arte nos permita a todos habitar el mundo de manera estética? ¿Cuáles son el papel, la función y los usos del arte, y qué es eso de las zonas grises en el arte? ¿No le estamos adjudicando demasiado poder al arte en procesos de sanación, catarsis y trauma?
Nuestros invitados son dos profesores y dos estudiantes. Paola ha escrito, pensado y estudiado esa relación del arte con procesos de transformación social y personal; Alejandro ha hablado del arte en relación con su función y usos, y tiene una postura interesante con respecto al arte como zona gris. Carolina se ha acercado como artista a las zonas veredales. Bien... tienen la palabra.
Paola H. Acosta
Me gustaría para esta charla centrarme en el proceso de superación de trauma y su relación con las artes, sin desconocer que no es la única conexión que se pueda hacer entre las artes y la paz.
Dice Víctor Viviescas que el arte es un lugar privilegiado para preguntarse por los ausentes. Bataille plantea que el espectador de una obra de arte ve imágenes en movimiento que van construyendo una narrativa para contar un acontecimiento que es percibido por los sentidos, el cual va a afectar mi entendimiento de este acontecimiento. Por lo tanto, una obra se puede vincular a diferentes acontecimientos como experiencias traumáticas que se han vivido, y puede actuar como efecto reparador para la superación del trauma, en la medida en que permite modificar el sentido de lo ocurrido, lo cual no quiere decir sanación ni superación real del trauma (no existe desde la psicología), sino que hay procesos mentales que se logran volver a encauzar, o la comprensión del acontecimiento traumático que posibilita la enunciación y la construcción de sentido, y que afectan directamente los procesos de desubjetivación, destemporalización y desrrealización. Por lo tanto, en la investigación que realizo se da el entrecruzamiento entre el campo político y el estético para analizar de qué forma el arte actúa como factor de transformación social y política en las víctimas, que era una de las preguntas con las que iniciaba Esperanza. Solo es una posibilidad de tantas otras que estudio, como la relación entre el arte y la pedagogía de la memoria, o las políticas del recuerdo y los lugares de la memoria.
Galtung plantea que existen tres tipos de violencia: la cultural, que asienta las violencias y es transmitida por los medios de comunicación y diferentes medios culturales; la estructural, que se pasa de generación en generación (25 años) y que se constituye a partir de tres violencias: de género, de raza y económica; y la directa, que se propicia a otro, ya sea física o psicológicamente. Todos somos víctimas de violencia en algún sentido, de alguna forma de violencia. En Colombia la violencia estructural es tan compleja que ha determinado una violencia directa de la cual resultan muchas víctimas.
Ante una violencia directa, por ejemplo, se espera un proceso de verdad y de pedir perdón, porque la dignidad del ser humano se encuentra mancillada. Si esto no ocurre, es posible continuar en un círculo de la violencia (en el que está el país, porque no hay un sistema justo, etc.). Huhle (2005, p.35) plantea que "cuando la justicia no cumple con su tarea de restituir la parte dañada por derecho legítimo, el regreso a la venganza como una expresión primitiva de necesidad de purgar el dolor injusto, por la pena, cobra fuerza y queda como posibilidad y peligro"1. La pregunta entonces es ¿de qué forma se unen las artes con estos procesos que van a vincularse con el reconocimiento, la no-venganza y el perdón, con el rompimiento del círculo de la violencia al que estamos advocados?
De acuerdo con Veena Das una masacre es un acontecimiento porque instituye una nueva modalidad de acción histórica. Slavoj Zizek plantea que es una experiencia nueva que no está dentro de nuestra cotidianidad, y la transforma; en consecuencia, ante un acontecimiento no tenemos cómo referirnos a él. Tenemos un lenguaje que nos permite referirnos a la realidad en la cual vivimos, pero las masacres se salen de los procesos de lenguaje. No hay lenguaje posible para referenciar lo que se vive o lo que se siente en cualquier trauma social.
La pérdida de sentido es un efecto común entre víctimas de acontecimientos altamente traumáticos, que conlleva procesos de desterritorialización, desubjetivación y destemporalización; es una consecuencia lógica de las transformaciones radicales que estos hechos acarrean en la vida de los individuos y las comunidades. Pero, ¿por qué? Este acontecimiento no es transmisible, no existen conceptos que lo expliquen; esto hace suponer que este hecho traumático no lo puedo comunicar o expresar con las palabras que tengo para vivir en el mundo anterior al acontecimiento. Por lo tanto, no lo puedo expresar, se hace inexplicable e innombrable y se da una crisis de la representación; no puedo expresar ni lo que vi ni lo que siento, además de las lagunas y los bloqueos, lo que Freud llama fantasmas.
Muchos investigadores (LaCapra, Ortega, Caruth, Wittgenstein, Das) trabajan en la necesidad imperante de encontrar un medio de expresión que vehicule los hechos traumáticos y que posibilite la expresión de aquel dolor que Das ha denominado conocimiento envenenado, para referirse a las experiencias de dolor, porque envenena y no se puede sacar, poco a poco consume a la persona que lo posee.
El arte es un excelente vehículo de comunicación del hecho traumático, gracias a la construcción de sentido que se da porque los símbolos a partir de los cuales está construido el arte o la obra cobran sentido en el contexto en el que se intercambian e interpretan, como en los contextos sociales en los que hay un significado de ese símbolo. Al suceder esto, el espectador está advocado por el símbolo a un proceso de interpretación de este. Hay un proceso mental que es imposible negar o eludir cuando la obra es percibida por los sentidos, que es el de interpretar, dar sentido y comunicar. Por lo tanto, al estar frente a una obra cuya base de creación está en relación con un hecho traumático, a partir de la visualización e interpretación de dicho evento, se dan procesos de intercambio simbólico de los procesos de subjetivación, es decir, simbolización y dialogización, que son el primer paso para superar el trauma.
Esto como una primera relación del arte que permita entender de qué forma este puede estar vinculado a la consolidación de la paz, para romper el círculo de la violencia. Sin embargo, se puede pensar desde muchos ángulos -como lo dije anteriormente-; por ejemplo, la construcción de memoria (no histórica, no adiestrada), cómo me puedo narrar de una manera diferente al pasado historizado. Aquí, evidentemente, entra en juego un tema importantísimo que es la pedagogía de la memoria o la educación para la cultura de paz, por ejemplo. Es eso, pero tocará hablar al respecto con otro café. Muchas gracias.
Alejandro Gamboa
Para comenzar mí intervención quiero expresar todo mi respeto y agradecimiento por el trabajo de edición de esta revista, trabajo que a pesar de las grandes dificultades que acarrea se ha mantenido muy constante, muy chévere y de hecho, muy reconocido.
Bueno, para entrar en materia, deseo explicitar rápidamente mi punto de vista, plantear un poco mi origen de indagación: en la actualidad desarrollo reflexiones alrededor de las relaciones entre arte, memoria y posconflicto, pero la vía por la cual llegué a esto fueron revisiones anteriores en torno a la relación entre arte y política. ¿Por qué menciono esto?, porque mi vinculación actual a la reflexión entre arte y memoria viene desde una genealogía diferente a la expresada por la maestra Paola, (no contradictoria, solo diferente), impulsada por reflexiones en torno a las potencialidades del arte, específicamente su potencial crítico en el contexto actual.
Con esto en mente empiezo señalando que en la actualidad se percibe una discusión que, creo, merece ser abordada de manera explícita: en los debates académicos, los discursos políticos y hasta en nuestra habla cotidiana, frecuentemente se equiparan conceptos disímiles: por un lado, la función del arte, entendida como el papel del arte en el posconflicto. Por otro lado, las potencias del arte, entendidas como las posibilidades del arte en el postconflicto. La diferencia entre las potencias y las funciones, aunque sutil, es relevante: cuando hablamos de las funciones estamos hablando de un papel social específico que se le asigna a una práctica, un imperativo, un "deber ser" ineludible.
La pregunta en este tipo de espacios de debate casi siempre es: ¿cuál es la función del arte en el marco del posconflicto? Y a esa pregunta generalmente se le da una respuesta completamente válida, como la que la maestra Paula acaba de exponer de manera muy profunda y muy sistemática, y que de manera muy escueta puede resumirse en la posibilidad que tienen las artes para tramitar el trauma; es decir, por medio de las artes se pueden verbalizar diferentes situaciones que escapan de la puesta en discurso, en la medida en que el hecho traumático, por la intensidad y disruptividad de la experiencia, interrumpe para la víctima la posibilidad de simbolizar el hecho victimizante. En este tópico las artes tienen un papel muy importante, porque por medio de ellas está más que comprobado que se brinda una posibilidad de tramitar el trauma en comunidades y en individuos que no tienen otra posibilidad de reparación, o que necesitan de alguna forma reconstituir los hilos de su tejido social para poder continuar su vida en comunidad. Eso es fundamental, y afortunadamente hay muchísimas experiencias en el contexto colombiano que desarrollan esa perspectiva, hay muchísima reflexión sobre las posibilidades pedagógicas del arte y sobre la pertinencia del uso de prácticas artísticas en comunidades vulneradas.
Entonces, si reconozco la importancia de esta perspectiva, ¿cuál es mi "raye"?. Académicamente, yo me trato de inscribir en una tradición de aguafiestas: imagínense en una fiesta todos bailando, yo soy de los que dicen, "vé, acuérdense que mañana hay que madrugar", "oiga, ¿y la plata para el aguardiente?", o "paremos, no podemos gastarnos hoy toda la quincena". Con estos ejemplos coloquiales quiero señalar un posicionamiento crítico, que junto con otros investigadores e investigadoras, intentamos asumir respecto a las nociones y prácticas dominantes: propendemos por intervenciones académicas que señalen los puntos ciegos, que interrumpan los sentidos comunes y desnaturalicen aquellos discursos naturalizados. En este caso, el discurso del papel del arte en el postconflicto: estamos de acuerdo en que las practicas artísticas sirven para tramitar el trauma, pero .esa es la única función del arte?, ¿estamos solo para sanar y reconciliar?
Quiero en este punto retomar el hilo de la argumentación que propuse hace un rato, la diferencia entre función y potencia. Al plantear la función del arte estamos hablando de un lugar específico, una tarea que socialmente se le asigna a las practicas artísticas. Una especie de imperativo según el cual los artistas y pedagogos “debemos” ayudar a reconciliar y sanar, imperativo que asigna también formas de actuar cercanas a las prácticas de apoyo psicosocial. La manera como este imperativo se construyó y las implicaciones prácticas que esta desencadenando en la comunidad de artistas y pedagogos harían parte de otra conversación a futuro.
Por otro lado, cuando hablo de las potencias del arte me refiero a las posibilidades que se despliegan a partir de las prácticas artísticas, de los universos que abren y la pluralidad de lugares que pueden ocupar. Las artes no son una “herramienta para algo”, son un conjunto de prácticas desde las cuales participamos en la construcción de sentido de realidad, donde la pluralidad, la crítica y el disenso son constitutivos. Si pensamos en que el arte tiene múltiples potencias, y no una única función, se abren posibilidades de actuación más allá de las reparadoras y sanadoras.
Es frecuente que se reconozca que las practicas artísticas sirven para para fomentar la puesta en discurso de la situación traumática y de esa manera poder tramitarla, eso es completamente valido, pero es infrecuente que despleguemos prácticas artísticas en donde nos preguntemos por que fue víctima?, ¿por qué lo desplazaron?, .quienes se apropiaron de las fanegadas que esta persona dejo abandonadas cuando se desplazó, .por que la situación de esta víctima es la misma que la de muchas otras personas?
Según el discurso dominante, mientras que se le da reconocimiento a la función "sanadora" del arte, se le da mucha menor visibilidad a las prácticas artísticas que cuestionan el por qué de la guerra. Pareciese que lo único legítimo fuera buscar la "sanación", que ese es nuestro deber, pero no ejercer una función crítica. Por supuesto que la superación de la situación de guerra es una necesidad urgente a la que como artistas pedagogos nos debemos vincular, pero esta superación no se logrará únicamente por la "sanación" del trauma (individual o colectivo). Todos sabemos que la guerra es un fenómeno complejo que obedece a unas estructuras culturales, económicas, ideológicas, etc, que responde a unas "violencias culturales" como las que retomó la maestra Paola del sociólogo Johan Galtung, en las que también nos involucramos como sujetos urbanos y pacíficos. O sea, nosotros como buenas personas, burguesía ilustrada, que vivimos en la ciudad, no podemos simplemente abstraernos de la guerra y pensar ¡pobres víctimas! Debemos pensar ¿Cuál carajos es nuestro lugar dentro de la guerra? ¿Por qué nosotros la hemos permitido.? ¿Qué hacemos o qué dejamos de hacer nosotros para mantener, para fomentar, para preservar, o transformar, las estructuras que dan pie a la guerra en Colombia? ¿Cuáles son las determinantes que le dieron origen y que hasta hoy día tal vez se mantienen en nuestra realidad social?.
Y ahí es donde que pareciera, según el medio ambiente discursivo, que las funciones críticas del arte se han quedado un poquito al lado, como si hubiese una voz en el oído que nos interpelara: ¡ustedes tienen que sanar!, ¡ustedes tienen que ayudar a la restitución del tejido social! Yo digo: ¡no siempre, no solamente!
Yo también soy artista pedagogo y también quiero denunciar, también quiero "puyar", también quiero transgredir; y no acepto que de manera implícita o explícita se anuncie una supuesta renuncia a esa posibilidad. No tengo reparos frente aquellas personas que, con intensiones sinceras y compromiso profundo, ponen sus prácticas artísticas, su saber y su experiencia al servicio de la "sanación" de comunidades vulneradas o que apuntan al trámite del trauma de las comunidades (sea este también un reconocimiento a la importancia y honestidad de su labor). Mi preocupación es por lo que en cierta medida hemos dejado de hacer: mantener y fomentar esa potencialidad crítica del arte que nos permite no solamente cuestionar el hecho individual del trauma, sino el hecho colectivo de la estructura de la guerra.
Carolina Gaona
Estamos en un momento donde todos hablan de paz, donde está la esperanza viva de transformar momentos de violencia que han sido dolorosos; en un momento de búsqueda de un respiro donde rijan la tranquilidad, la quietud y el equilibrio. Estamos en nuevos tiempos; muchos países han optado por buscar nuevos horizontes, nuevas formas de conciliar sin necesidad de agredir. La escucha, el perdón, la reincorporación y la construcción social son nuevas alternativas para construir paz, interpretando el conflicto como una oportunidad para aprender a escuchar, respetar y llegar a un acuerdo mutuo generando una "cultura de paz".
Sin embargo, no es algo tan fácil arriesgarse al cambio, a la incertidumbre de eso nuevo que estamos construyendo. ¿A dónde nos va a llevar? De pasar del rencor a la conciliación, de la competencia a la ayuda mutua, del desasosiego al sosiego, del miedo a la seguridad, de limitarse a hablar de paz a vivir la paz; y para esto, considero que es importante partir desde uno mismo, desde cada uno de nosotros, y para eso hay que ser consciente de los pensamientos. ¿Qué tanta disposición mental tengo para lograr paz desde la escucha? ¿Tengo la capacidad de perdonar? ¿Dónde tengo mi mente, y para qué?
Me gustaría recitar una corta historia con relación a esto: "Un tren va cruzando por la noche una de las inmensas tierras de India. Llega el momento de que todos los pasajeros duerman, y alguien apaga la luz. Media hora después comienza a escucharse una vocecita '¡Ay, qué sed tengo!' '¡Ay, qué sed tengo!. Uno de los pasajeros del tren se levanta, recoge agua y se la lleva al pasajero sediento, que bebe el agua. Vuelven a apagar la luz. Todo queda en silencio y diez minutos después vuelve la misma voz a decir '¡Ay, qué sed tenía!. '¡Pero qué sed tenía!'". Y Esa es la mente, que nunca está satisfecha. Tal vez sea nuestro caso.
Y es que no está mal recordar. Pero hay que saber cómo hacerlo y para qué hacerlo; utilizar la memoria no como una consigna de odio, sino como como una herramienta para transformar, construir, inventar y cambiar paradigmas, partiendo desde cada uno y ayudándonos entre todos para lograrlo. No esperar que el futuro presidente nos arregle todo. Claro, hay que saber escoger una persona que viva la paz y le aporte a la paz, pero nosotros también debemos vivir una cultura de paz.
Quiero resaltar una frase de nuestra querida pedagoga María Montessori: "Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz. La gente educa para la competencia y la competencia es el principio de cualquier guerra". Bueno, y ahora el tema es ¿cómo lo vamos hacer? ¿Cómo vamos a hacer para disponer la mente? Hay muchas maneras, entre ellas la capacidad de escucharse y escuchar conscientemente, y el arte como herramienta transformadora.
¿Por qué? Porque el arte tiene la capacidad de comunicar, de dar voz, de recuperar la memoria con el fin de educar y avanzar buscando no repetir; de influir drásticamente en los pensamientos y sentimientos de las personas de una manera creativa. Puede llegar a cambiar nuestra mirada, haciéndonos reflexionar sobre nosotros mismos.
Leeré un fragmento de un artículo de Isabel López Obando2, artista y directora de LA CASA DE TODOS, que me pareció muy interesante:
Por naturaleza y por herencia, los artistas tenemos la tarea de humanizar [...] (Alvarrosamena, citado por López Obando, párr. 1).
En un país que necesita reconciliarse, la mejor manera de volver a hacer tejido social y de volver a generar confianza es a través de los procesos culturales que lo que hacen, básicamente, es fortalecer identidades... Sabemos que la cultura va a jugar un papel importantísimo en el posconflicto. (Garcés, citado por López Obando, párr. 4)
Yo cambiaría posconflicto por cultura de paz, y Sugiero consultar algunas muestras artísticas que han estado ligadas al proceso de paz:
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Las tejedoras de Mampuján. La fuerza femenina del perdón que busca plasmar la historia, mientras las mujeres expresan y sanan su dolor. Ahora lo hacen para buscar y plasmar sus raíces. Disponible en https://youtu.be/QmWE7GIebug, recuperado en febrero de 2018.
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Sensosfera. Teatro sensorial. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=S4PUBktXUqo&t=53s.
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Voluntariado de paz.
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Inty Maleywa. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=znFG2HFRxwu
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Reconstrucción y dignificación de la memoria colectiva por medio del arte en la comunidad de El Salado. Disponible http://PDFpolux.unipiloto.edu.co, recuperado en febrero de 2018
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Estrategia al posconflicto, un diálogo entre artistas. Disponible en https://www.google.com.co/amp/s/amp.elespectador.com/noticias/cultura/estrategia-al-posconflicto-un-dialogo-entre-artis-tas-articulo-656562
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