Lo único necesario de Comenio como testamento pedagógico. Algunas claves de lectura
DOI:
https://doi.org/10.17227/pys.num60-19944Palabras clave:
Comenius, pansofía, filosofía de la educación, pedagogíaResumen
Este artículo resulta de la revisión del escrito Lo único necesario de John Amos Comenius, entendido como su testamento pedagógico. Se identifican tres mitos centrales: el mito del laberinto de Creta, de las rocas de Sísifo y de las necesidades de Tántalo. Estas imágenes se articulan para mostrar la problemática existencial de los seres humanos y la necesidad de plantearse lo que es realmente necesario en su camino en la vida. Comenio aboga por la centralidad de la trascendencia, en un marco cristiano, a la cual se llega a través del estudio del conocimiento pansófico, en un proceso que implica el autoconocimiento y el desarrollo de la libertad y voluntad, expresadas en los esfuerzos del ser humano por el mejoramiento de la humanidad.
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Recibido: 22 de julio de 2023; Aceptado: 13 de septiembre de 2023
Resumen
Este artículo resulta de la revisión del escrito Lo único necesario de John Amos Comenius, entendido como su testamento pedagógico. Se identifican tres mitos centrales: el mito del laberinto de Creta, de las rocas de Sísifo y de las necesidades de Tántalo. Estas imágenes se articulan para mostrar la problemática existencial de los seres humanos y la necesidad de plantearse lo que es realmente necesario en su camino en la vida. Comenio aboga por la centralidad de la trascendencia, en un marco cristiano, a la cual se llega a través del estudio del conocimiento pansófico, en un proceso que implica el autoconocimiento y el desarrollo de la libertad y voluntad, expresadas en los esfuerzos del ser humano por el mejoramiento de la humanidad.
Palabras clave:
Comenius, pansofía, filosofía de la educación, pedagogía.Abstract
This paper results from the review of the text The One Thing Necessary by John Amos Comenius, which is understood as his pedagogical testament. In this way, three central myths are identified: the myth of the Cretan labyrinth, the myth of the rocks of Sisyphus, and the myth of the needs of Tantalus. These images are articulated to show the existential issues of human beings and the need to consider what is really necessary in the path of life. Comenius advocates for the centrality of transcendence, within a Christian framework, which is reached through the study of pansophical knowledge, in a process that considers self-knowledge and the development of freedom and will, which are expressed in the activity of human in his efforts for the betterment of humanity.
Keywords:
Comenius, pansophy, philosophy of education, pedagogy.Resumo
Este artigo é o resultado de uma resenha do escrito O Único Necessário de John Amos Comenius, que é entendida como seu testamento pedagógico. Desta forma, três mitos centrais são identificados: o mito do labirinto de Creta, das rochas de Sísifo e das necessidades de Tântalo. Essas imagens são articuladas para mostrar os problemas existenciais dos seres humanos e a necessidade de considerar o que é realmente necessário em seu caminho na vida. Comenius defende a centralidade da transcendência, dentro de um quadro cristão, que se alcança através do estudo do conhecimento pansófico, em um processo que considera o autoconhecimento e o desenvolvimento da liberdade e da vontade, que se expressam na atividade do ser humano no seu esforço de aperfeiçoamento da humanidade.
Palavras-chave:
Comenius, pansofia, filosofia da educação, pedagogía.Introducción
Jan Amós Comenio (1592-1670) es usualmente asociado al estudio de la didáctica. Sin embargo, como ya señalaba Piaget (1993) , y como ha sido claramente expuesto por Aguirre (2009, 2017) y Runge-Peña (2012), entre otros, su obra debe ser vista desde una perspectiva más amplia, que engloba disciplinas como la filosofía, la teología, la literatura y la física. Sin olvidar, por cierto, su preocupación por la reforma social.
Comenio fue contemporáneo de figuras relevantes como Bacon (1561-1626), Galileo (1564-1642), Descartes (1592-1650), Newton (1642-1747), Robert Fludd (1574-1637) y Jakob Böhme (1575-1624), entre otros, y pertenece a una época donde los esfuerzos de muchos pensadores se centraron en construir sistemas de pensamiento (Aguirre, 2009) caracterizados por su complejidad y su tendencia a explicar el orden del mundo o de algunas de sus partes.
En esta amplitud de disciplinas, es importante evocar la idea de pansofía utilizada por Comenius, que puede ser entendida como el intento de unificar filosofía y teología, y que, sin ser un saber enciclopédico, tiene vocación de un saber universal que permite al hombre llegar a su perfección más elevada (Runge-Peña, 2012). Esta sabiduría universal constituye una búsqueda de conciliación con el todo, donde se plantea “la unicidad del conocimiento, sustrato filosófico-teológico del vasto proyecto de enmienda social de Comenius” (Aguirre, 2009, p. 31). Esta noción no es exclusiva de Comenio y tiene que ver con la construcción de sistemas unificados, como se comentó anteriormente. De acuerdo con Cizek (2019) , el término pansofía se encuentra en trabajos de filósofos antiguos como Platón y Filón de Alejandría, pero popularizado hasta los siglos xvi y xvii. Durante la vida de Comenio, círculos ligados al misticismo alemán, en particular en torno a la figura de Jakob Böhme, desarrollaron esta noción y seguramente lo influenciaron. Se trata de un concepto central constante en distintas obras, como El pódromo de la pansofía —publicado en Londres por Samuel Hartlib, sin el consentimiento de Comenio (Jaume, 2014; Limiti, 1983 citado por Piaget, 1993)— o la Consulta general para el mejoramiento de las cosas humanas (Cauly 1995; González y Perera, 2021). Así, si bien es cierto que la didáctica es un elemento central, esta aparece en el marco de la búsqueda por articular distintos aspectos del conocimiento, dejando claro que su finalidad no es un saber por el saber, sino que su objetivo es el perfeccionamiento del ser humano. Por ejemplo, Sitarska (2020) ha argumentado que es posible relacionar la pansofía con la educación a lo largo de toda la vida. En efecto, Comenio creía que —más allá de estar asociado a la escuela o a los jóvenes— las personas debían intentar conocerse a sí mismas a lo largo de toda su vida con el fin de alcanzar la felicidad y la perfección; meta que implica esfuerzo y creatividad en el desarrollo de la persona (Sitarska, 2020).
Para Comenio, el perfeccionamiento humano permite que el hombre reconozca su relación con lo divino. Como lo indica Jaume (2014) : “La sabiduría o el conocimiento es algo necesario para el hombre tanto desde un punto de vista práctico como soteriológico. No solo nos permite desenvolvernos en el mundo, sino también alcanzar a Dios, fin último, según Comenius, de nuestras vidas” (p. 159).
De esta manera, si bien es innegable que la educación fue una preocupación central de este autor, esta tiene un sentido que va mucho más allá que la transmisión de un conocimiento libresco. Según Piaget (1993) , en Comenio se genera una tensión importante entre una base sistemática para la educación y la especulación filosófica, a tal punto que el epistemólogo suizo afirma que Comenius busca “una filosofía basada en la educación” (Piaget, 1993, p. 3).
En este contexto, parece relevante analizar el escrito de Comenio: Lo único necesario, publicado en 1668 en Ámsterdam en latín, dos años antes de su muerte. Esto lo transforma en una suerte de testamento pedagógico, que Fleischl (2009) no duda en denominar testamento espiritual.
En nuestro análisis hemos utilizado la traducción al inglés realizada por Vernon Nelson en 1958 y la traducción al francés realizada por Christian Fleischl en 2009. Para las citas del texto nos referiremos a los capítulos y las secciones identificadas por Comenio. De esta manera, (I, 3), por ejemplo, significa que se trata de la sección 3 del capítulo I de la obra.
Tres mitos centrales en Lo único necesario
Siguiendo a Piaget (1993) , el sistema de Comenio es internamente consistente y su significación para nuestro tiempo se debe buscar identificando ciertos ejes. Esto es particularmente interesante en Lo único necesario dado que fue escrito al final de la vida del autor, de modo que es posible inferir que englobe elementos de una importancia particular.
Hay tres imágenes recurrentes y que el autor evoca a partir de su definición de la felicidad. Desarrollemos primero este punto. Tres serían los deberes del ser humano sobre la tierra: a) examinar las cosas para conocerlas; b) trabajar sobre ellas haciéndolas útiles; y c) utilizarlas y disfrutarlas (I,1). Podríamos decir que se trata entonces del conocimiento del mundo (episteme), de la creación (poiesis) y de la acción en el mundo a través de las cosas creadas (la praxis, utilizando lo creado). Así, a partir de esta tríada, el autor identifica lo que sería la felicidad: a) poseer un intelecto claro; b) el logro en el desarrollo de sus obras; y c) disfrutar sanamente de los bienes de la vida para la satisfacción y la tranquilidad de su mente. De esto se deduce también una triple infelicidad, puesto que: a) la razón no está protegida de la alucinación, del error y la confusión; b) las acciones son muchas veces inestables, dudosas y poco rigurosas; y c) existe frustración por las necesidades de las cosas, al padecer hambre y sed de ellas (I,2).
De esta manera, Comenio nos indica tres fábulas o alegorías de origen griego que reflejan estas mismas reflexiones, o “viejas leyendas”, tal como menciona el autor (I, 4), que permiten comprender nuestros propios sufrimientos y guiarnos en la búsqueda de su solución. A saber: a) el laberinto de Creta; b) las rocas de Sísifo; y c) los placeres de Tántalo. Estas aparecerán a lo largo de todo su escrito y son utilizadas por el autor como representaciones del drama humano.
El laberinto
Comenio nos recuerda la historia del laberinto que el rey Minos había hecho construir en Creta para encerrar al Minotauro. Este fue concebido por su esposa Pasifae, quien había mantenido relaciones con un toro. Allí eran enviados jóvenes para que sirvieran de alimento al monstruo. Solo Teseo, hijo del rey de Atenas, logró salir ileso gracias a la madeja de hilo que le entregó Ariadna, hija del mismo rey Minos. Esta historia legendaria, nos dice Comenio, es comparada con la vida humana, en la que se nos presentan problemas incomprensibles de los que solo por la sabiduría divina podemos escapar (I, 6). De hecho, indica el autor, es posible interpretar el mito identificando al rey Minos como Dios, a Pasifae como el hombre y al Toro como Satán; al Minotauro como la sabiduría terrestre, resultado de la mezcla entre la semilla divina y la infernal; y al laberinto como el mundo en donde los hombres debemos peregrinar (I, 6).
Como ya se comentó, la imagen del laberinto fue utilizada por Comenio desde su escrito de juventud El laberinto del mundo y el paraíso del corazón, publicado por primera vez en 1631, y también ha sido analizada frecuentemente (Aguirre, 2009, 2021; Cagnolati, 2009). Aguirre (2009) llama la atención sobre este escrito pues contiene imágenes a las que el autor vuelve insistentemente a lo largo de su vida: en estas se entreteje la crítica social y sus proyectos de reforma, sin olvidar la relevancia que da al desarrollo del hombre interior y espiritual, como eje de estos procesos sociales.
Dado que se relaciona directamente con Lo único necesario, vale recordar algunos de sus elementos centrales. En la obra, se describe la alegoría del camino de un peregrino, quien ingresa a un laberinto que refleja las relaciones entre distintos estratos sociales, ocupaciones y lugares. Como indica Cagnolati (2009) , el escrito de Comenio nos muestra cómo el Peregrino —que potencialmente somos todos nosotros— se enfrenta a un “mundo al revés” en la búsqueda de su vocación o lugar en la existencia.
Desde el inicio de su viaje, el Peregrino es acompañado por dos guías: el Fisgalotodo Omnipresente, quien recorre y explora todos los rincones del mundo informándose de las palabras y pensamientos de los hombres, y el Espejismo, figura que se presenta ominosamente con una capucha y rodeada de niebla. Esta última figura se presenta como la “traductora de la reina del mundo”, la cual no es otra que la sabiduría. Notemos, eso sí, que se trata de la sabiduría mundana, pues Comenio señala que otro nombre de esta sabiduría es la vanidad, tal como la nombra el Fisgalotodo en el segundo capítulo de la obra (Comenius, 2009).
Por otra parte, estos dos personajes entregan al Peregrino un arnés “zurcido con tiras de cuero de la vana curiosidad”, el bozal, “forjado con el hierro de la obstinación” (Comenius, 2009, p. 103) y unas gafas que le entrega Espejismo a través de las cuales deberá contemplar la realidad. Con estas gafas, dice, “uno veía hermoso lo feo y lo feo hermoso; lo negro blanco y lo blanco negro, y así todo (…) Más tarde me di cuenta de que estas gafas estaban biseladas con el vidrio de las creencias, y su montura tallada en la asta conocida por el nombre de costumbre” (Comenius, 2009, p. 104). A pesar de esto, el Espejismo le pone las gafas un poco torcidas, lo que le permite, moviendo la cabeza de cierta manera, contemplar las cosas al natural. De esta manera, el Peregrino reflexiona y lo expresa al inicio de su viaje: “aunque me amordacéis la boca y me hayáis nublado los ojos, confío en mi Dios, que no enturbiará mi entendimiento ni mi corazón” (Comenius, 2009, p. 104), lo que se puede entender como su búsqueda de la verdad.
Nuestro autor presenta distintos ámbitos del mundo de su época, siempre teñido por la idea de la vanidad y el sin sentido de las cosas. Examina el mundo familiar y de los oficios; el estamento de los artesanos, los filósofos, los médicos, los juzgados, los maestros y docentes, etc., y no encuentra la respuesta a su búsqueda de una vocación que dé sentido. Sobre todo, cuando es consciente de que la muerte aniquila a todos, que “a cada cual lo echaba del mundo de un modo muy peculiar” (Comenius, 2009, p. 213). Luego, sus guías lo llevan al Castillo de la sabiduría, donde tampoco encuentra respuesta, incluso es testigo de cómo el rey Salomón es derrotado junto con sus seguidores, sin antes dejar de proclamar que en el mundo todo es vanidad de vanidades. Finalmente, frente a todo este horror, escucha una voz profunda que le muestra la clave de su búsqueda: “Date vuelta al lugar de donde saliste, regresa a la casa de tu corazón, y cierra la puerta detrás de ti” (Comenius, 2009, p. 241). Entonces, el Peregrino se entrega completamente a Cristo y encuentra el sentido que buscaba al deambular por el laberinto del mundo. Así, de acuerdo con Comenio, el verdadero cristiano goza de sobreabundancia, seguridad, paz y alegría.
Como señala Aguirre (2009) , el laberinto se recrea simbólicamente en la Edad Media: pasa de ser un lugar donde el transeúnte se desvía por un conjunto de encrucijadas que le dificultan llegar al centro donde se encuentra un monstruo o un misterio, a ser una alegoría del hombre viajero que debe encontrar su camino en medio del caos, la confusión y el desorden del mundo. De hecho, en algunas representaciones antiguas, el laberinto y el inframundo aparecen como idénticos (Kerenyi, 2006). De acuerdo con Bologna (2006) , somos y nos movemos en el laberinto, entendido como una condición de existencia y un proyecto de supervivencia que proporciona una representación de nosotros mismos en nuestra condición existencial.
Para Comenio, el peregrinaje en el laberinto se resuelve al encontrar en el centro lo trascendente, que ordena y da sentido a la confusión reinante. Esta trascendencia toma en el moravo una forma cristiana, lo que debe ser entendido en el contexto biográfico del autor. Así, con respecto a la centralidad del cristianismo en su obra, es pertinente recordar su relación con la organización de la Unidad de Hermanos. Este grupo surge del movimiento del reformador Jean Hus (1370-1415), quien antecede a la reforma alemana de Lutero (1483-1546) y que por sus ideas fue condenado por herejía y quemado, dando origen al movimiento husita. Dentro de este se identifica la Iglesia de la Unidad de Hermanos, Unitas Fratum como una corriente moderada y pacifista (Aguirre, 2009). Comenio frecuentó la escuela primaria de esta organización entre 1604 y 1605, hasta que la región fue invadida y quemada por los húngaros en 1605, después de esto retornó a Nivnice para vivir con un tío y dedicarse al oficio molinero, allí Comenio tuvo un acercamiento a la vida campesina y a los artesanos (Cauly, 1995; Runge-Peña, 2012). Entre 1608 y 1611 asistió a la Escuela de Gramática de Prerov, dirigida también por la Unión de Hermanos. En 1611 es enviado a estudiar teología a la Universidad de Herborn en Nassau (Gómez, 1992) y posteriormente, en 1613, viaja a la Universidad de Heiderberg, donde estudió durante un año teología (1613-1614). Una vez terminados sus estudios, Comenio vuelve a la Escuela de Prerov, esta vez como profesor de latín y rector. Trabaja de 1614 a 1616, en este último año recibe la orden sacerdotal y es enviado al norte de Moravia por esta misma organización.
Cabe señalar que al interior de la Unión de Hermanos la educación era central. De hecho, a partir de la segunda mitad del siglo xvi implementan un verdadero sistema escolar, creando tres clases de escuelas: elementales (lectura, escritura, religión); menores (formación elemental y latín); y mayores (artes liberales, latín, griego y hebreo), siendo estas últimas preparatorias para la universidad (Gómez, 1992). Para esta organización se trataba de un aspecto importante que iba más allá de la instrucción, ya que permitía llevar a las almas a la verdad y a la salvación, concentrándose en la personalidad del individuo en su relación con Dios y el mundo (Cauly, 1995). Podemos ver cómo estos elementos marcarán hondamente el trabajo y la vida de Comenio.
Las rocas de Sísifo y la sed y hambre de Tántalo
Sobre Sísifo, Comenio nos recuerda que, habiéndose ganado la ira de los dioses, fue condenado a los infiernos y a hacer rodar una gran roca hasta la cima de una montaña. Cuando llegaba a la cima, la roca bajaba por la otra ladera, por lo que debía volver a comenzar este trabajo. Y así por toda la eternidad. Comenio señala que este mito se refiere al trabajo de los infelices inmortales, que cuando terminan una tarea deben comenzar otra, agotándose. “¡Todos nos hemos convertido en Sísifos!” (I, 7).
Robert Graves relata que Sísifo había vivido del robo y el asesinato de viajeros confiados, también había traicionado los mismos secretos del dios Zeus (Graves, 1985). Otras tradiciones lo presentan como un sabio (Camus, 1981) y el más astuto de los mortales, aunque el menos escrupuloso (Grimal, 1989). Como sea, el hecho es que la imagen de su castigo ha llegado a nuestros tiempos y resuena en nuestras propias historias. Recordemos también que, en su viaje al inframundo, Ulises se encuentra con el alma de muchos personajes de la mitología, entre ellos Sísifo (La Odisea, Capítulo XI).
Camus ve en Sísifo que “no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza” (Camus, 1981, p.157). En particular, piensa Camus, es en el movimiento de descenso, cuando Sísifo se devuelve por la roca, donde la consciencia se hace patente (Camus, 1981). En ese instante, indica el escritor francés, hay consciencia de la tarea, hecho análogo a la experiencia del obrero actual que trabaja todos los días de su vida: “Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la consciencia (…) no es trágico sino en los raros momentos en que se hace consciente” (Camus, 1981, p. 159). Camus realiza una relectura importante de este mito, ligando la experiencia del castigo al sinsentido existencial, lo cual parece estar más cercano de la idea de Comenio.
Finalmente, el caso del mito de Tántalo, quien es condenado a sufrir de hambre y sed eternamente, es ubicado entre deliciosas frutas, árboles y agua pura, que no puede alcanzar y, por lo tanto, no se puede saciar. Comenio nos recuerda que a “Tántalo, su glotonería lo perdió (...) debe soportar el hambre y la sed, en medio de un jardín lleno de árboles frutales apetitosos. Un agua clara como el cristal retrocede cada vez que llega a sus labios” (I, 8). En efecto, según Graves (1985b), Tántalo era amigo del dios Zeus, quien lo admitía en los banquetes de los dioses en el Olimpo, pero lo traicionó revelando sus secretos y robando los manjares divinos que comían para compartirlos con sus amigos mortales. Además, ya había despedazado a su propio hijo para darlo de comer a los dioses. Por sus faltas fue condenado al infierno, donde cuelga de una rama de un árbol frutal sobre un lago pantanoso. Cada vez que quiere beber, el agua retrocede; y cada vez que quiere comer una fruta, la rama se retira, haciéndolo padecer hambre y sed eternas.
Para Comenio, Tántalo es la imagen de la humanidad, siempre ávida de gloria y de placeres, que desconoce la saciedad: “Todos los buscadores de placeres, los ambiciosos, los avaros que existen sobre la tierra, son Tántalos, condenados al hambre y a la sed perpetuas. Pero ya que todos, en menor o mayor grado, somos atribulados por nuestros deseos, y como nadie está nunca satisfecho en esta vida, somos todos miserables Tántalos” (I, 8).
Lo único necesario como respuesta
El laberinto nos habla de la pérdida de referencias en medio de la complejidad del mundo. Sísifo nos recuerda el vacío existencial y Tántalo la frustración a la que nos lleva la búsqueda de la satisfacción de los deseos. Los filósofos —cita, por ejemplo, a Telesio, Campanela, Bacon y Descartes— han buscado antídotos a los errores de la mente y a los sufrimientos de la vida (I, 11). Esta idea es importante ya que parece indicar que el autor considera que la salida del laberinto del mundo tiene que ver con una comprensión adecuada de las cosas. En esta línea, nos dice el moravo, los esfuerzos de los filósofos y sabios no han sido fructíferos, pues al intentar encontrar respuestas, a través de la dialéctica, se han ido creando otros laberintos de los cuáles se hace más difícil salir. Comenio cree que esta problemática también existe en la especialización, ya que a medida que el conocimiento se ha ido desarrollando y se han ido configurando disciplinas como la astronomía, la geografía, la historia, la medicina, etc., han ido apareciendo nuevos laberintos (I, 13). No es extraño, por lo tanto, que reconozca que sus esfuerzos didácticos tienen como objetivo permitir que los estudiantes salgan de los “laberintos escolásticos”, donde se pierde la juventud, ayudándolos así a avanzar en el conocimiento (X, 3).
Para Comenio, la política secundada por las ciencias del derecho, debería permitir mantener los asuntos humanos en orden, paz y tranquilidad, pero dista mucho de hacerlo (I, 14). Asimismo, la religión, que debería ser la cadena de comunicación entre la mente creada y lo increado, y traer consuelo al mundo, se ha transformado, incluso el cristianismo, en el laberinto más perplejo de todos los del mundo (I, 15).
No obstante, el educador moravo no se queda con esa concepción pesimista de la realidad, por el contrario, busca reflexionar y así entregar algunas soluciones. Afirma que debemos “levantar nuestra cabeza, llenos de alegría, esperando encontrar una salida fuera del laberinto de la vida. Para esto debemos buscar concienzudamente el hilo de Ariadna” (I, 22). Este se encuentra al identificar las causas de estos males, una es, por ejemplo, que los hombres no saben distinguir lo preciado de lo sin valor, lo necesario de lo no necesario, lo útil de lo inútil y dañino (II, 2). Hay muchas personas que buscan la verdad, pero desperdician sus fuerzas y se mantienen en el error (II, 3). Se refiere a los relatos bíblicos y argumenta cómo, en el comienzo, lo único necesario para el hombre era servir al Creador, mas cae en esos laberintos, despreciando lo imprescindible y pensando, hablando y haciendo lo que es inútil (II, 19). El ser humano se desgasta buscando lo que no es esencial. A veces con suerte un hombre anciano vuelve a la cordura y, junto con Salomón, puede decir adiós a las vanidades superfluas y dedicarse a lo único realmente necesario en la vida (II, 21).
El arte de las artes, el alfa y el omega (el principio y el fin) de toda la inteligencia humana es, según Comenio, la capacidad de elegir lo necesario en lugar de lo inútil (II, 1). Durante la historia del ser humano esto se ha hecho cada vez más difícil, ya que los laberintos se han multiplicado, así como la cantidad de caminos ilusorios. Sin embargo, y en consecuencia con su optimismo, el autor cree posible identificar esto único necesario, que permite guiar la vida evitando los laberintos, las fatigas sisifeanas y las ilusiones tantálicas (III, 4).
Comenio era consciente de que la tarea no es sencilla. Por ejemplo, es evidente que las cosas no necesarias se pueden dividir en útiles, que no pertenecen a la esencia de las cosas, pero que las mejoran como, por ejemplo, el sabor de una comida; dañinas, las que pervierten la esencia de las cosas como, por ejemplo, los venenos; y las inútiles, aquellas que nos son indiferentes (III, 9). Aparece entonces el problema de encontrar lo necesario dentro de lo útil. Esta pregunta es importante, perderla de vista es perdernos en los laberintos sin fin, ocasiona que terminemos empujando rocas infinitamente y que tengamos siempre “hambre” de las cosas (III, 12). La simplicidad es el hilo de Ariadna que conduce fuera de los laberintos (IV, 6).
Para el autor el elemento esencial de liberación es el conocimiento de uno mismo, que el hombre pueda dominarse y sepa poner en práctica sus talentos (V, 2); debe gobernarse a sí mismo, como un rey gobierna a su reino (V, 3). Por otra parte, debe aprender a buscar la felicidad en sí mismo, en lo que constituye su ser y no en las cosas externas y accesorias (V, 5). De este modo, nos invita a valorar las partes constituyentes del ser humano y, al mismo tiempo, plantea una antropología pedagógica que distingue cuerpo, alma y espíritu (V, 5). Esta manera de ver al ser humano surge de entenderlo como creado a la imagen de Dios, por lo que en su interior existiría una imagen primordial que impulsa nuestros anhelos de perfeccionamiento y formación (V, 7). Asimismo, Comenio identifica la libertad como “la estrella que nos guía en todas nuestras acciones”, siendo esta “dote de la naturaleza humana, el sello de la imagen divina en nosotros” (VII, 2). Como lo indica Cizek (2016) , la antropología de Comenio sufre variaciones a lo largo de sus distintos trabajos; pues no está exenta de contradicciones, se identifica en Lo único necesario con la libertad innata y la voluntad humana. Por otra parte, Hábl (2017) nos señala la importancia que tiene la actividad humana en la visión antropológica de Comenio, en el sentido de su vocación como parte del remedio de los problemas del mundo, que continúa y complementa la actividad creativa de la divinidad.
Por otra parte, con respecto a la juventud, Comenio considera esencial instruir a los jóvenes en las necesidades de la vida y mantenerlos protegidos de las cosas innecesarias (V, 22). Esto incluye la perspectiva del memento mori, la cercanía de la muerte y la propia finitud (V, 23). Para que la vida de adultos no sea una vida en el laberinto, es necesario eliminar las cosas no necesarias, reducirlas a un mínimo y priorizar (V, 27, 29). Hay que huir de los vicios que uno porta en sí mismo (V, 37), ya que para tener una buena muerte hay que haber tenido una buena vida (V, 40).
La humanización del hombre a través de la filosofía, la política y la religión
El hombre necesita adaptarse a las cosas impersonales en este mundo de apariencias, tanto hacia los otros hombres como hacia la divinidad. En consecuencia, con el uso que hace de imágenes tríadicas (Runge-Peña, 2012), el autor relaciona al ser humano con las cosas, los otros hombres y la trascendencia (Dios). De esta manera, el trato con las cosas se denomina filosofía; el trato con los hombres se denomina política; y el trato con Dios, religión (VI, 1). Este triple desarrollo, que se puede denominar sabiduría, humaniza al hombre, lo saca de un estado de animalidad y le permite no seguir ciegamente a aquellos que han estado antes de él, sino que ve con sus propios ojos la vida, puede avanzar prudentemente mientras recuerda el pasado: conoce conscientemente el presente y mira hacia el futuro (VI, 1). De acuerdo con nuestro autor, esta sabiduría se logra a través de: a) la conciencia de la semejanza con Dios, a la que cada uno debe aproximarse con respeto y humildad, la imago dei (Runge-Peña, 2012); b) la oración, que da cuenta de dicha aproximación; y c) el estudio de tres libros que contienen la triple palabra de Dios: en cada ser humano en la luz de la razón, en las criaturas corporales que habitan el mundo y en las escrituras proféticas. De esta manera, el camino hacia la sabiduría es el discernimiento iluminado por la razón, el estudio del mundo y sus criaturas y el estudio de las escrituras sagradas (VI, 2).
Los libros deberían ser los antídotos del error y los directores de la naturaleza humana, pero pueden ser un laberinto sin un buen consejo. Tantos libros pueden desviar al que busca la sabiduría si sólo tienen una función decorativa (VI, 8). Comenio indica que no es necesario leer muchos libros, sino buenos libros. Estos se deben leer con atención y tomar notas sobre lo esencial, repitiendo su contenido para que la memoria se impregne y se pueda así hacer una aplicación práctica de la lectura. Esto permite nutrirse de lo esencial de la sabiduría, la que no estará solo en las notas, sino que también en el corazón y en la cabeza del lector (VI, 9).
Estas palabras nos recuerdan las ideas que posteriormente defenderán otros educadores, entre ellos, Pestalozzi con su conocida síntesis entre cabeza, corazón y mano.
Desde un punto de vista epistemológico, el moravo señala que hay tres directrices que nos pueden llevar a la sabiduría. Primero: si se quiere encontrar algo se debe buscar donde está. Si es en sí mismo, en sí mismo; si está en el mundo, en el mundo; y si concierne a lo divino, en lo divino. Segundo: se deben utilizar los órganos adecuados. Para el mundo, la luz de la razón y los sentidos; para la mente, la luz del discernimiento; y para Dios, la luz de la fe. Tercero: debe haber armonía mutua entre estas tres directrices. No debe haber disonancia entre los sentidos, la razón y la fe (VI, 12).
Por otra parte, el hombre posee desde el nacimiento ciertas ideas innatas que encienden el intelecto, ciertos instintos que lo hacen preferir el bien al mal, y ciertas facultades y órganos que lo llevan a buscar el bien. Si estos tres elementos estuvieran en armonía, el hombre no experimentaría el laberinto. (VI, 14). Poder de discernimiento, voluntad y poder de acción, son a veces denominadas conocimientos, instintos y competencias humanas (VI, 14).
Desde un punto de vista religioso, Comenio nos indica que lo único necesario es saberse ligado a Dios con toda su fuerza, en sus pensamientos y su razón, por su voluntad, deseos y esperanzas (VIII, 2). Nuevamente, vuelve a una analogía geométrica que nos recuerda el desenlace de su obra de juventud El laberinto del mundo y el paraíso del corazón: “porque el mundo se ha alejado de su centro, Dios, y moviéndose en la circunferencia de las cosas, erra en laberintos sin salida, hace rodar piedras sin descanso, busca sus deseos sin satisfacerlos” (VIII, 3). El camino para volver a este centro es necesario. La religión por la que aboga Comenio es la cristiana y aclara: un verdadero cristiano es “un discípulo e imitador de Cristo, es decir, uno que cree en lo que Cristo enseñó, hace lo que comandó, y espera lo que prometió” (VIII, 4).
Comenio, citando el ejemplo de sabios como Solón, Sócrates, Pitágoras, Epicuro y Galeno, aboga por una vida de necesidades reducidas al mínimo necesario, modelo que la vida filosófica nos impone. Hoy en día podemos ver propuestas similares en movimientos como el decrecimiento o la simplicidad voluntaria. Siguiendo esta idea, Comenio se adhiere a la tradición antigua y transmite un mensaje que en nuestros días es más que relevante.
A propósito, citamos este pasaje:
Ciertamente nos reímos del ridículo animalito, la ardilla, que, encerrado en una jaula móvil, por el perpetuo correr se mueve continuamente a sí mismo y a ella y, sin embargo, nunca se mueve de su posición, y no se entristece por ello, porque no comprende su cautiverio. Pero que el género humano, destinado a la eternidad, se haya encerrado de tal manera en la cueva del tiempo, que en tal falta de tiempo y brevedad de vida preste mucha atención a las fábulas y a las bagatelas, casi nada a sí mismo y a Dios, esto sí que hay que deplorarlo seriamente. (IX, 5)
Volver a lo simple huyendo de lo que no es necesario se puede observar en distintos ámbitos de la vida. En la filosofía, no se debería afirmar nada definitivamente, sino solo lo que es claramente posible, fácil y valioso. La política tendría un aspecto muy distinto si su meta fuera la felicidad de toda la sociedad humana. Lo mismo ocurriría con la religión si adoráramos a la divinidad más alta que nos entrega su infinita misericordia, como los rayos del sol que son para todos (IX,6).
En efecto, Comenio nos recuerda que si el hombre pasa su vida buscando incansablemente las cosas que no son necesarias, se encontrará con necesidades sin fin; si desea involucrarse en los inagotables laberintos del mundo, se encontrará en un caos interminable del cual no podrá escapar; si desea empujar su piedra de Sísifo ad infinitum, esta le caerá encima, consumiendo su vida, su fuerza y a él mismo; si alguien piensa que es placentero estar incesantemente inflamado y encendido de los deseos de Tántalo, terminará por ser consumido en las llamas; y si alguien encuentra placer tontamente construyendo sobre arena en vez que sobre roca, construirá hasta que la lluvia descienda y el río inunde su casa, y el viento sobre hasta que se produzca un gran derrumbe (IX, 7). Hoy, nos dice Comenio, el mundo se ha quedado sordo a los gritos de Dios y de sus servidores. Para salir del laberinto es necesario pasar de la rotación en la circunferencia al centro de la quietud, del torbellino del mundo a Cristo (IX, 9). Esta imagen del centro nos recuerda su obra El centro de la seguridad, publicada en 1633, escrita en un período en el que Comenio tuvo que dejar a su familia (y en el que su esposa y dos hijos morirán por causa de la peste), escondiéndose en distintos lugares de Moravia como consecuencia de la derrota del ejército de Bohemia por parte de los Hausburgo en la batalla de la Montaña Blanca (Gómez, 1992, Hábl, 2017). Así, nos dice Comenio, Dios nos guía a través de los pasajes de los laberintos con el fin de que encontremos la sabiduría y que ella nos permita llegar a Él que es la fuente de todo bien (X, 2).
Debemos tornarnos hacia el mundo e incitar a la humanidad a que actúe de manera razonable, esto debe ser proclamado a todas las personas, ya que todos nos sentamos juntos en el gran teatro del mundo y somos una sola humanidad. A medida que las personas se acercan a la sabiduría buscan el bien del otro (X, 6).
Conclusiones
Un elemento que debemos recalcar y que ha sido señalado por otros investigadores es que las ideas pedagógicas de Comenio se insertan en un marco más amplio, que establece reflexiones sobre la finalidad de la educación, sobre la naturaleza humana, el conocimiento y sobre la organización de la sociedad. Desde este punto de vista, como nos indica Moore (1980) , se puede establecer una teoría de la educación, que muestra una evolución a lo largo de la vida del autor (Hábl, 2017; Cizek, 2016). Así, su obra, y en particular este escrito, que recoge sus reflexiones hacia el final de sus días, busca reformar los asuntos humanos a través de la educación y el conocimiento, entendidos desde dimensiones religiosas, pedagógicas y políticas (Jaume, 2014). Específicamente, este escrito apunta a la problemática de la finalidad de la educación, alejándose de un acercamiento instrumental y estableciendo la centralidad de la trascendencia en el ámbito educativo.
Al concebir Lo único necesario como su testamento, es interesante observar cómo se liga directamente con su escrito de juventud El laberinto de mundo y el paraíso del corazón. Podemos, en efecto, utilizar la alegoría del laberinto como hilo conductor entre ambos polos de su biografía. Esta imagen puede ser leída en distintos planos, por ejemplo, uno vocacional, lo que lo transforma en una suerte de Bildungsroman (Cagnolati, 2009) o uno que podríamos denominar existencial, entendiendo que el peregrino busca dar sentido a su propia existencia. Recordemos lo que indicaba Cirlot en su diccionario de símbolos: relaciona el laberinto con la idea del abandono del “dios en nosotros”, que nos hace sentir como peregrinos, fenómeno proyectado en el sentimiento de extravío, caracterizada por una situación existencial (Cirlot, 1992). Considerando este vacío, Comenio claramente plantea una solución que tiene como eje central la trascendencia. El mismo Cirlot cita las palabras de Mircea Eliade: “(…) la misión esencial del laberinto era defender el centro, es decir, el acceso iniciático a la sacralidad, la inmortalidad y la realidad absoluta, siendo un equivalente de otras pruebas, como la lucha contra el dragón” (p. 266). Comenio identifica este centro con Cristo, diciendo explícitamente que “Cristo es todo para él” y que “ha encontrado un cielo bajo el cielo”, pudiendo ver con mayor claridad cuáles son los peldaños que llevan a ese cielo (X, 10).
Lo único necesario incorpora otras dos alegorías míticas, agregando valor al primero, profundizando la idea del laberinto y subrayando la problemática del sentido a través de los mitos de Sísifo y de Tántalo. Con Sísifo, el moravo nos pone frente a la realidad de la repetición y del fruto de nuestros esfuerzos, dentro del laberinto. Tántalo nos muestra que los deseos del hombre son infinitos, y que son puertas para ingresar a nuevos laberintos. Comenio argumenta entonces que, para salir, o tal vez dar sentido a esta realidad, el ser humano debe buscar este único necesario. No se trata de una posición pesimista, donde el laberinto incluso puede ser visto como un inframundo (Kerenyi, 2006), sino más bien una optimista, en la que el ser humano toma un rol de aventurero, que aprende a recorrer la maraña de posibilidades sin fin, buscando el camino hacia el centro (Bologna, 2006).
Comenio señala explícitamente que el punto de partida es el autoconocimiento (V, 2) y el desarrollo de los propios talentos, sin perder de vista el desarrollo de la libertad, la voluntad humana, y aprendiendo a gobernarse a sí mismo (V, 3). Comenio creía fuertemente que el conocimiento y la educación podían mejorar el mundo, no solo las estructuras exteriores, también las personas, para lo cual era fundamental entender que la transformación se da con autoconocimiento (Sitarska, 2020).
Con la premisa del ser humano creado “a imagen y semejanza” de su creador, el moravo exhorta a no depender de las cosas externas, sino a buscar en sí mismo. De hecho, en el relato de su libro de juventud, la llegada al centro del laberinto puede ser vista como el paso del conocimiento terrenal, exterior al conocimiento de sí mismo y de su lugar en el mundo (Aguirre, 2009).
En este camino, el conocimiento es importante, pero no el libresco, sino el global, que permite que el ser humano se acerque a una dimensión trascendente (la pansofía). Como lo señala Jaume: “El concepto de pansofía es equivalente al de sabiduría en grado sumo y perfecto. Por pansofía debemos entender el conocimiento perfecto de todo, de Dios mismo incluso” (2014, p. 158). Esta dimensión no se debe desconocer al referirnos a Comenio como didacta, enfatizando en el acercamiento instrumental (el método) de sus propuestas, sino reconocer que para él lo fundamental era la búsqueda de la trascendencia, la que incluye una organización social y una visión del conocimiento particular: “Comenius declara que la sabiduría total, es decir, la sabiduría universal o pansofía, ayudará a encontrar el camino y a hacerlo accesible a todas las personas en el mundo que quieran conocer y seguir al creador” (Cizek, 2019, p. 212).
La pansofía, en forma de filosofía, se articula con la política y el derecho —la forma en que organizamos la sociedad— y la religión, siendo vehículos de la humanización del ser humano.
El camino anterior lleva, según Comenio, a una disminución gradual de las necesidades por las cosas externas, buscando una vida sencilla y emulando así a los sabios y filósofos del pasado. Sin embargo, esta regla de vida no es un fin en sí mismo, sino que parte del camino de orientar los objetivos de la vida hacia lo trascendente. Este último punto abre una puerta al debate sobre la lectura de Comenio desde puntos de referencia distintos al cristianismo, con el fin de acercar las propuestas del autor a otras tradiciones y públicos.
Citas
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