La educacion en reglas morales
DOI:
https://doi.org/10.17227/rce.num76-7980Palabras clave:
valores morales, bioética, instrucción ética, códigos de ética, revisión de la literaturaResumen
Con el propósito de justificar la importancia de educar e investigar sobre la ética en educación, este artículo explora los posibles orígenes del comportamiento moral a partir de la sociobiología y los mecanismos sociales que sostienen esta forma de actuación mediante la regulación verbal y metarreglas. Se analiza esta aproximación frente al estado del arte de la ética en la investigación educativa y las aproximaciones metodológicas que se siguen para llevar a cabo estos estudios. Los resultados de esta exploración indican que hay poco trabajo investigativo en el área, particularmente en Latinoamérica. Entre los trabajos existentes predominan los ensayos de reflexión y, en menor cantidad, la puesta a prueba de modelos teóricos para probar la eficacia de la formación ética del investigador. Se propone educar en reglas morales a los individuos a lo largo de su ciclo vital, en las distintas instituciones sociales y en su experiencia como investigadores, al igual que orientar la investigación hacia la forma más eficiente de formar en reglas morales que conduzcan hacia la autorregulación.
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Recibido: 16 de mayo de 2018; Aceptado: 28 de junio de 2018
Resumen
Con el propósito de justificar la importancia de educar e investigar sobre la ética en educación, este artículo explora los posibles orígenes del comportamiento moral a partir de la sociobiología y los mecanismos sociales que sostienen esta forma de actuación mediante la regulación verbal y metarreglas. Se analiza esta aproximación frente al estado del arte de la ética en la investigación educativa y las aproximaciones metodológicas que se siguen para llevar a cabo estos estudios. Los resultados de esta exploración indican que hay poco trabajo investigativo en el área, particularmente en Latinoamérica. Entre los trabajos existentes predominan los ensayos de reflexión y, en menor cantidad, la puesta a prueba de modelos teóricos para probar la eficacia de la formación ética del investigador. Se propone educar en reglas morales a los individuos a lo largo de su ciclo vital, en las distintas instituciones sociales y en su experiencia como investigadores, al igual que orientar la investigación hacia la forma más eficiente de formar en reglas morales que conduzcan hacia la autorregulación.
Palabras clave:
valores morales, bioética, instrucción ética, códigos de ética, revisión de la literatura.Abstract
In order to justify the importance of educating on and researching ethics in education, this paper explores the possible origins of moral behavior from the perspective of sociobiology and the social mechanisms that sustain this form of action through verbal regulation and meta-rules. The approach is analyzed as compared to the state of the art of ethics in educational research and the methodological approaches followed to carry out these studies. The results of this analysis show that there is not a lot of research work on this field, particularly in Latin America. Most of the existing work corresponds to reflection essays and, to a lesser degree, the testing of theoretical models to prove the effectiveness of the researcher’s ethical training. We propose teaching individuals about moral rules throughout their life cycle, in different social institutions and in their experience as researchers, as well as guiding research towards the most efficient way to educate on moral rules that lead to self-regulation.
Keywords:
moral values, bioethics, ethical instruction, codes of ethic, literature reviews.Resumo
Com o propósito de justificar a importância de educar e pesquisar sobre a ética na educação, este artigo explora as possíveis origens do comportamento moral a partir da sociobiologia e os mecanismos sociais que sustentam essa forma de atuação mediante a regulação verba e meta-regras. Analisamos esta aproximação frente ao estado da arte da ética na pesquisa educativa e as aproximações metodológicas que seguem para levar a cabo esses estudos. Os resultados dessa exploração assinalam que existe pouco trabalho de pesquisa na área, especialmente na América Latina. Entre os trabalhos existentes predominam os ensaios de reflexão e, em menor quantidade, a prova de modelos teóricos para demonstrar a eficácia da formação ética do pesquisador. Propomos educar em regras morais aos indivíduos ao longo de sua vida em diversas instituições sociais e em sua experiência como pesquisadores, assim como nortear a pesquisa para a forma mais eficiente de formar em regras morais que levem à autorregulação.
Palavras-chave:
valores morais, bioética, instrução ética, códigos de ética, revisão da literatura.El presente artículo se centra en algunas preguntas que deben guiar la formación en reglas de los investigadores de la pedagogía y de quienes van a ejercer como educadores de las nuevas generaciones de ciudadanos. ¿De dónde proviene la moral? ¿Es posible formar en moral? Y, si esto es así, ¿cuáles son los mecanismos que subyacen a la formación moral de las personas? Finalmente, ¿qué se viene investigando acerca de formación moral de los investigadores en pedagogía?
Partimos de entender como moral el campo de discusión de la filosofía ética que busca entender aquello que procede del juicio diferenciador entre el vicio y la virtud, según Gomes (2013). En otras palabras, aquello que debe ser lo mejor, la buena conducta, el buen camino para el hombre, lo que beneficia a la sociedad.
¿De dónde proviene la moral?
La ética como filosofía de la moral o de la conducta socialmente deseable ha sido un campo de reflexión de filósofos y científicos. Se ha intentado dar sentido a los actos morales y delimitar su papel en la sociedad desde la deontología de Kant; el utilitarismo de Stuart Mill; la teoría del contrato social de Hobbes y, más recientemente, de Rawls, su teoría de la justicia; la ética evolucionista contemporánea de los psicólogos evolutivos como Michael Tomasello; los biólogos evolutivos o sociobiólogos como Richard Dawkins y Edward Wilson; y la ética como acto racional, resultado de la autorregulación, de Howard Rachlin.
Según Kant (1785/2007), existen imperativos morales que no deben responder a nada distinto que la “buena voluntad” sin esperar recibir nada a cambio, o algún resultado producto del acto bondadoso, a lo que se suele denominar consecuencialismo. Kant intentó basar una moralidad en el deber, por el bien del deber, en vez del que se deriva de responder a Dios. Su famoso imperativo categórico nos fuerza a “obrar solo según aquella máxima de hacer el bien como un imperativo absoluto inherente a los individuos. Pero ¿de dónde surgen estos imperativos si no es de Dios? conflicto que debió experimentar Emmanuel Kant, no muy adepto a las ideas religiosas. Argumentó, entonces, que debían provenir de la razón.
Para otros, nuestro juicio sobre lo que es correcto o incorrecto moralmente pudo ser resultado de las contingencias por las que atravesamos como especie. Charles Darwin, en su obra The Descent of Man, había propuesto que la moralidad fue un subproducto de la evolución, un rasgo que surge como resultado de la selección natural que moldeó al hombre hacia una especie altamente social. La capacidad moral, argumentó Darwin, radica en pequeñas y sutiles diferencias entre nosotros y nuestros parientes animales más cercanos (Darwin, 1871).
Según el biólogo evolutivo y sociobiólogo Richard Dawkins, la evolución por selección natural podría explicar el origen de la compasión, la bondad, la generosidad y la solidaridad que la mayor parte de los seres humanos experimentamos, a partir de mecanismos genéticos que se manifiestan mediante el parentesco, la reciprocidad -que toma la forma de reputación en las sociedades humanas- y la generosidad conspicua, todas ellas, aunque suene paradójico, manifestaciones del gen egoísta. Según Dawkins (2007), el actuar moralmente responde a procesos de selección natural que han favorecido actuar, por ejemplo, de forma solidaria, por los beneficios que ello ha representado para la supervivencia de la especie.
Argumenta Dawkins que la naturaleza egoísta de nuestros genes, a pesar de parecer extraño, puede ser parte de la explicación de estos comportamientos morales. Al asumir que la función de los genes es reproducirse y dejar copias de sí mismos, lo más adaptativo resulta ser defender estas copias, de tal suerte que favorecer a la familia genética beneficia tales copias. Los animales tienden a cuidar, a defender, a compartir recursos, a advertir del peligro o, de otra manera, mostrar altruismo hacia los parientes cercanos por la probabilidad estadística de que esos parientes compartan copias de los mismos genes, como lo hiciera notar Hamilton (1964, 1970). Otro mecanismo propuesto por Dawkins, también en el marco del gen egoísta, es el del altruismo recíproco, expresado en la teoría de juegos, que no depende tanto de los genes compartidos como de los beneficios que se obtienen cuando se favorece al otro esperando una recompensa por igual (“yo rasco tu espalda y tú rascas la mía”), y es el que se observa, por ejemplo, en la simbiosis entre especies. La tercera manifestación del altruismo sería la de la buena reputación o confianza entre los miembros del grupo. Finalmente, está la generosidad conspicua mediante la cual los genes que favorecen el comportamiento altruista se benefician cuando quien los porta puede tener mayor eficacia reproductiva.
Durante la mayor parte de nuestra prehistoria, afirma Dawkins, los humanos vivieron bajo condiciones que pudieron haber favorecido firmemente la evolución de todos esos cuatro tipos de altruismo. Vivíamos en pueblos o, anteriormente, en distintos grupos errantes como los babuinos, parcialmente aislados de grupos o pueblos vecinos. La mayoría de los compañeros de grupo serían familia, emparentados más cercanamente que los miembros de los otros grupos -gran cantidad de oportunidades de altruismo familiar para evolucionar-. Tanto si son familia como si no, uno tendería a reunirse con ellos una y otra vez durante su vida -condiciones ideales para la evolución mediante la selección, del altruismo recíproco- (Trivers, 1971). Aquellas eran también las condiciones ideales para construirse una reputación de altruismo, condiciones ideales también para publicitar la generosidad conspicua. Por una o todas las cuatro rutas, se habrían favorecido en los primeros humanos las tendencias genéticas hacia el altruismo. Es fácil ver por qué nuestros ancestros prehistóricos serían buenos para su propio grupo, pero malos -hasta el punto de la xenofobia- para otros grupos.
Tomasello (2016) identifica las condiciones ecológicas que tuvieron un impacto sobre los humanos e ilustra de qué manera el comportamiento fue cambiando como resultado de estas transformaciones, incluyendo mecanismos psicológicos resultado de este proceso que dieron lugar a la moralidad. Ante la escasez de recursos para los individuos, estos tuvieron que crear una interdependencia para el forrajeo, incluyendo la caza. De no colaborar unos con otros podían morir. Esta forma de actuación interdependiente explica la evolución de la intencionalidad conjunta y de esta forma pudieron evolucionar las normas de responsabilidades como iguales y las que guiaron el comportamiento colectivo.
La acción colectiva, afirma Tomasello, dio lugar a un arbitraje externo que sancionaba el comportamiento que fallaba en la búsqueda de estos ideales. Estas normas y responsabilidades individuales se extendieron a toda la sociedad como resultado de otro cambio socioecológico crucial que fue el incremento de la población y la competencia entre grupos, lo que daría lugar a intencionalidad colectiva. Para sobrevivir, los humanos dependieron de sus grupos; de esta forma debió ser esencial ser un mimbro eficiente del grupo todo el tiempo. De este modo, afirma el autor, los humanos modernos no crearon las normas que gobernaron la sociedad en un principio, nacieron dentro de ellas y las aceptaron como una realidad objetiva que aplicaron igualmente a todos los miembros del grupo.
Al dar evidencia empírica a sus planteamientos, Tomasello compara la investigación sobre grandes simios (principalmente chimpancés) y niños humanos. Los grandes simios son capaces de impresionantes hazañas de cooperación y parecen tener “amigos” entre sí, por los que albergan sentimientos de simpatía. Sin embargo, la investigación muestra que los niños humanos nacen siendo “máquinas de colaboración” con un genuino sentido de justicia. Los grandes simios, por el contrario, carecen de este y dan prelación, en situaciones límite, al dominio sobre el territorio y el grupo.
Nos preguntamos, junto con Dawkins, ¿por qué -ahora que la mayoría de nosotros vive en grandes ciudades donde no estamos rodeados por nuestra familia y donde cada día encontramos individuos a quienes nunca vamos a volver a ver- seguimos siendo buenos con los demás, incluso algunas veces con otros que deberíamos pensar que pertenecen a un grupo externo? Al parecer estos impulsos se mantienen actualmente como se conserva el instinto sexual, independientemente de la presión darwinista, o de la razón. De tal suerte que el altruismo, la generosidad, la empatía, la compasión, los comportamientos morales se mantienen a pesar de no existir la necesidad biológica que actuó en el pasado. Pero aun así se conserva la regla general, lo que puede verse como fallos genéticos, pero gracias a estos fallos hemos venido construyendo una cultura que busca beneficiar a todos.
De tal manera que las reglas que contribuyeron a la evolución de nuestra especie han quedado codificadas en nuestros cerebros y muchas de ellas, como el altruismo, resultan apropiadas, así las circunstancias actuales las hagan inapropiadas para sus funciones iniciales. Reglas estas que se manifiestan o se filtran en nuestra civilización mediante códigos de conducta, la poesía, leyes, o códigos de ética de las universidades. Prueba indirecta de su fuerza biológica se evidencia en varios trabajos de investigación experimentales como los de Fehr y Fishbacher, (2003); Rosas (2011), a partir del modelo del dilema del prisionero, y antropológicos en los que se explora la universalidad de algunas verdades morales, que actúan a pesar de las diferencias religiosas, geográficas, y culturales (Awad, Dsouza, Kim, Schulz, Henrich, Shariff, Bonnefon y Rahwan, 2018; Hauser, 2006). Para Hauser, por ejemplo, la naturaleza ha desarrollado nuestro sentido del bien y del mal, lo que ha dado como resultado un “órgano” o facultad moral innata similar al instinto del lenguaje. Esta facultad moral está equipada con un conjunto universal de reglas en las que cada cultura introduce determinadas excepciones. Pero al referirse a ese “órgano moral”, lo que interesa al autor es el conjunto de reglas que son propias de todo ser humano perteneciente a cualquier cultura. El estudio más reciente derivado de este planteamiento es el de Awad et al. (2018), en el que se exploran dilemas morales en 2 millones de personas de 233 países y territorios valiéndose de la Máquina Moral, plataforma diseñada para explorar las decisiones morales tomadas por máquinas inteligentes, como los automóviles autónomos, para juzgar cuál es el resultado que el individuo considera más aceptable con base en las decisiones que tomen los vehículos a partir de dos males. A los participantes se les propusieron una decena de dilemas en los que algunas personas o un animal tendrían que morir necesariamente al dirigir el vehículo en una dirección u otra: salvar a un humano o a un animal, salvarse a sí mismo cuando se va conduciendo o matar a peatones, salvar a un niño o a un anciano. El estudio muestra que existen universalidades dependiendo del tipo de personaje. Los que merecen ser salvados en general son: un bebé a bordo de un coche, una niña, un niño y una mujer embarazada. Y los más sacrificables son los delincuentes, los ancianos y los indigentes, aunque se muestran algunas diferencias entre regiones o religiones; los occidentales preferirían salvar a los jóvenes, mientras que los seguidores de Confucio, salvarían más a las personas mayores.
Difícilmente podríamos cambiar nuestros genes. Nuestro cerebro, como afirma Edward Wilson (2012), es resultado de la selección individual, pero, a la vez, del grupo. La selección individual es producto de la competencia para la supervivencia y la reproducción entre los miembros del mismo grupo. Ha moldeado en cada miembro instintos egoístas en referencia a los demás miembros del grupo, pero la selección del grupo ha generado instintos que tienden a hacer que los individuos sean altruistas. La selección individual, afirma el profesor de Harvard, es responsable de gran parte de lo que llamaríamos pecado, mientras que la selección de grupo es responsable de la mayor parte de lo que llamaríamos la virtud. Ambos procesos evolutivos son responsables de nuestros conflictos a la hora de tomar decisiones.
Lograr una verdadera comprensión de este drama por el que atraviesa la sociedad requerirá tratar de entender la naturaleza humana como el resultado de la trayectoria evolutiva para identificar las causas últimas de nuestras formas básicas de actuación, junto a las causas próximas, que regulan nuestro comportamiento como parte de una sociedad y una cultura en el presente. Es en el juego entre estos dos procesos que se ha dado la evolución, la lucha entre el individualismo y la selección del grupo (Gould, 2002). Somos únicos entre los animales en la manera como cuidamos a los enfermos y los heridos, ayudamos a los pobres, e incluso arriesgamos voluntariamente nuestra propia vida para salvar a extraños, y muchos después de haber prestado ayuda desaparecen sin buscar reconocimiento. El altruismo mejora la competitividad del grupo y ha hecho una contribución importante a la evolución humana por la selección natural al nivel del grupo. Las sociedades que más hacen por el beneficio colectivo de sus individuos tienen los mejores niveles de calidad de vida. Si acabara dominando la selección del individuo, desaparecería la sociedad y, si primara la selección del grupo, acabaríamos pareciendo una colonia de hormigas, afirma Edward Wilson.
Puede que este sea el origen de lo que entenderíamos como comportamiento moral, el actuar en beneficio de los demás, lo que se ha codificado en nuestro cerebro como reglas o algoritmos que guían nuestras actuaciones, aunque ya no cumplan funciones tan claras en la selección del grupo. Quizás por ello, Kant afirmaba que la moral impone obligaciones en forma de acciones que deben realizarse por sí mismas, principios que debemos conocer, como conocimiento a priori, sin necesidad de la experiencia; no por una recompensa anticipada o consecuencialismo, sino por un imperativo categórico. Ya sospechaba que la moral era parte de nuestra esencia como seres humanos. No se había propuesto para finales del siglo xviii, cuando Kant publicó su Fundamentación de la metafísica de las costumbres, la teoría de la selección natural de Darwin (1785/2007) y mucho menos se había pensado en su papel para explicar la conducta moral. Se creía que las actuaciones morales deberían valorarse por sí mismas, no por sus consecuencias, lo cual dejaría la moral por fuera de una teoría racional.
Sin embargo, no es necesario sacrificar la teoría racional para explicar el origen evolutivo y el mantenimiento del comportamiento moral. Nuestra especie sigue reglas morales y el apego a ellas puede ser racional, lo que requeriría de consecuencias claras en el presente para mantener el comportamiento de los individuos, y particularmente en nuestro caso, el de los investigadores sociales y de la pedagogía. La sociedad se transforma, por lo que requiere de nuevas regulaciones que contribuyan a preservar la cultura y reorientarla.
Seguir reglas morales es una decisión racional, aunque a veces pareciera que no es así. Nos dice Howard Rachlin (2016), de la Universidad del Estado de Nueva York, que uno de los aspectos misteriosos de la moral es que a menudo se nos pide que actuemos en formas contrarias a nuestros propios intereses. Queremos algo, pero sentimos que la moral nos prohíbe hacer lo necesario para obtenerlo. Hay siempre algo que queremos hacer, pero de lo que debemos restringirnos porque las consecuencias de tal acción suelen verse a largo plazo. Además, la moral se presenta con frecuencia como un deber por cumplir que favorece el interés de otro en detrimento del propio. Lo que se olvida, precisamente, en la formación de la moral de las personas es que, al contrario de la visión individualista, las acciones morales, como por ejemplo las que tienen que ver con la formación del investigador, no ocurren en aislamiento, sino como parte de un sistema generalizado de reciprocidad con la sociedad. Este sistema genera beneficios para todos los involucrados. Así lo fue en nuestro pasado evolutivo y así lo es en nuestro presente social.
Lo que hemos codificado en nuestro cerebro durante miles de años de evolución no solo ha sido el resultado de la interacción con el medio, sino que puede ser regulado por la cultura, como nuestra tendencia a la agresividad o la promiscuidad (Fine y Elgar, 2017). De este modo, nuestra conciencia finalmente es el producto de la interacción entre genes y cultura; los memes, como metáfora de genes, de los que habla Richard Dawkins (2014), son igualmente objeto de selección en la cultura con el mismo tipo de mecanismo de selección; sobreviven aquellos que contribuyen a la subsistencia del grupo, con lo que se explica la evolución de la cultura: los hallazgos científicos, el desarrollo de una técnica, o la idea de lo que consideramos moral, se trasmitirán a la siguiente generación mediante reglas de comportamiento que garantizan una metacontingencia que actúa sobre los integrantes del grupo para su beneficio tanto individual como grupal (Glenn, 2004). Pero las reglas codificadas de la moral no tienen que ser absolutas y deben acomodarse a las distintas circunstancias por las que atraviesa la sociedad, a lo que se denomina consecuencialismo. Las acciones deben ser evaluadas como moralmente aceptables o no, sobre la base de sus consecuencias para la felicidad, la satisfacción, el bienestar o la utilidad de todos aquellos que se ven afectados por dichas acciones, así tengan que sacrificarse derechos de algunos individuos.
Se mencionó antes que biológicamente hemos evolucionado actuando como grupo con disposición a seguir normas con tendencia a imitar y castigar moralmente los desertores de la imitación a la conformidad social. La reciprocidad y el altruismo tienen su base en el ajuste a este tipo de normas sociales, lo cual ha traído ventajas evolutivas. La moral es un vasto artefacto de normas. Los juicios morales tratan sobre las reglas que gobiernan nuestras interacciones y se asume que las personas se sienten obligadas a respetar las obligaciones morales y, en consecuencia, se deberían conseguir beneficios cooperativos cuando todos respetan esas obligaciones. El problema radica, según Rachlin (2016), en la demora para conseguir tales beneficios, que son menos valiosos que los inmediatos. Pero esto se resuelve si los beneficios son compartidos por un grupo y más si hay afinidad entre los miembros del grupo, como lo han mostrado en sus investigaciones Brown y Rachlin (1999). Las personas estarían más dispuestas a esperar por resultados comunes que por individuales si se garantiza el efecto combinado de la espera individual y la del grupo. De este modo, el compartir consecuencias benéficas puede incrementar la autorregulación individual. Si vemos los beneficios de actuar de forma cooperativa o en beneficio de todos, podríamos estar dispuestos a esperar a autorregularnos en pro del beneficio colectivo, lo que se denomina autorregulación ética (Tourinho, Borba, Vichi y Leite, 2011).
Muchos de los problemas que afronta hoy día la sociedad, como el calentamiento global, la corrupción, la sobrepoblación, el agotamiento de los recursos naturales, los hábitos que afectan la salud y la ausencia de metas para la sociedad, pueden ser vistos como resultado de la ausencia de autorregulación ética en la medida en que muchas de las decisiones que tomamos como individuos o como sociedad responden a la satisfacción de necesidades inmediatas de menor valor en sacrificio de las que tendrían mayores efectos, aunque impliquen un esfuerzo mayor en tiempo para obtenerlas. De este modo, aquellas formas de actuación que, por el contrario, están orientadas al beneficio colectivo, a la preservación de la cultura, aunque sus consecuencias sean demoradas, pueden ser vistas como altruismo o autorregulación ética.
¿Es posible formar en moral?
Si asumimos que seguir reglas morales es una decisión racional, ¿cómo se forma a los individuos para que opten por una decisión que los beneficie y a la vez al grupo social al que pertenece? Si bien aprendemos por las experiencias directas que nos provee el ambiente, el mecanismo principal mediante el cual los seres humanos aprenden es el lenguaje. Gracias al lenguaje y a las reglas que creamos, podemos orientar nuestro propio comportamiento, autorregularnos e influir en el de los demás. Este es un asunto de importancia para los interesados en la formación moral de los ciudadanos y, por supuesto, de quienes realizan investigación.
El lenguaje, para la trasmisión de las experiencias de una generación a otra y para mantener las prácticas culturales, toma la forma de reglas verbales. Se entiende por regla una guía para una acción práctica (Ribes-Iñesta, 2000), que generalmente se presenta en forma de instrucciones, descripciones, consejos e indicaciones de las consecuencias que la persona puede esperar, dependiendo de la acción que se tome. Más precisamente, las reglas son descripciones verbales que establecen relaciones de dependencia, entre las ocasiones en que ocurre un comportamiento, el comportamiento mismo y las consecuencias que este produce en el ambiente social. Por consiguiente, actuar moralmente implica actuar sobre el ambiente y evaluar el propio comportamiento. En este sentido, las reglas morales se constituyen en metarreglas mediante las cuales los individuos hacen sus propias valoraciones de su comportamiento, resultado de lo que han aprendido en relación con el ambiente, para juzgar lo correcto o deseable socialmente y lo incorrecto o censurable por parte de la sociedad. Prácticas como ayudar, compartir, cuidar, han sido adquiridas por experiencias positivas socialmente que han conducido al elogio, la aprobación, o muestras de afecto por parte de otros. También se consiguen como resultado de evitar el castigo o la censura social. Pero es la educación moral la encargada de generar las reglas que conllevan a observar la propia conducta que conduce a la autorregulación.
¿Cuáles son los mecanismos que mantienen el seguimiento de reglas en los individuos?
Las reglas indican qué hacer, cuándo hacerlo y qué pasaría al hacerlo. Al enseñar metarreglas morales del tipo: “Cuando trabaje en una investigación que involucre personas, garantice su bienestar y evite una sanción legal”, además de establecer una relación entre la situación, el comportamiento esperado y su consecuencia, se crea un puente entre las ocasiones en que se espera que ocurra el comportamiento moral y sus consecuencias (sociales, que pueden tomar la forma de consecuencias legales), aun cuando tales consecuencias ocurran de forma demorada (Catania, 2003; Hayes y Hayes, 1989). De este modo, el comportamiento moral que supone asegurar el seguimiento de una regla no necesariamente requiere de consecuencias inmediatas o directas ni de la presencia de otro individuo en el lugar para que tal comportamiento moral ocurra.
Las personas aprenden dentro de su comunidad verbal, a partir de la experiencia de otros, sin necesidad de poner a prueba las consecuencias del comportamiento de forma directa. El comportamiento guiado por reglas resulta adaptativo cuando las consecuencias de no seguir la regla pueden ser perjudiciales. Por ejemplo, se educa al investigador cuando se le pide que “haga las citas correspondientes al revisar los trabajos de otro investigador” sin que sea necesario que entre en contacto con la consecuencia legal directa por no hacerlo.
Adicionalmente, muchas reglas verbales morales las deriva el propio individuo de su contacto directo con las experiencias que provee el ambiente. Vemos que muchas actividades guiadas por reglas en la vida cotidiana involucran reglas presentadas por otras personas o instituciones (por ejemplo: códigos de ética, leyes, valores o normas aceptados por la sociedad, etc.), pero también es posible observar que muchas reglas que siguen los individuos son formuladas por ellos mismos, a partir de experiencias con consecuencias usualmente en interacción con otras personas. De acuerdo con Malott (1989), las reglas suministran un mecanismo para entender cómo en una persona los pensamientos o el hablarse a sí mismo pueden regular el comportamiento y guiarlo hacia metas. Las autorreglas pueden expresarse verbalmente y no son únicamente verbalizadas de forma encubierta, también pueden ejercer algún control sobre el comportamiento de otros, a la manera como los padres tratan de formar a sus hijos a partir de sus propias experiencias o de un profesor que orienta el trabajo de investigación de un estudiante.
En este último aspecto las metarreglas se enseñan para influenciar la manera como nos relacionamos con las personas que hacen parte de nuestro estudio, para enseñar diversas clases de comportamientos, incluyendo los moralmente aceptables, y principalmente para autorregularnos. Lo que se busca al pretender valerse de las reglas para guiar el comportamiento moral es que al estar presentes tales reglas en el repertorio verbal del individuo sea este quien se autorregule sin necesidad de controles externos. Finalmente, no son los resultados, sino las reglas que disponen esos resultados, muchas veces demorados, las que influyen de forma más directa sobre nuestras acciones. De este modo, la moralidad puede ser entendida como un sistema de comportamientos guiado por reglas que cumplen diferentes funciones y que están, a su vez, reguladas por diferentes mecanismos. Ejemplo de ello son los procesos de aprendizaje en el desarrollo del individuo a partir de las experiencias que adquiere en la interacción con el ambiente social, que van desde la imitación, la transferencia del aprendizaje y la transformación de la función de la regla, lo que conduce a la derivación de nuevas reglas y a que el individuo cree sus propias reglas a partir de sus experiencias individuales (Peláez, 2001).
En lugar de explicar el desarrollo moral a partir de mecanismos cognoscitivos, como lo presentó Kohlberg (1984), sería importante explorar las consecuencias que regulan el comportamiento del niño en sus primeros años, los cuales parecieran seguir la imitación y evitación de consecuencias sociales, el retiro de privilegios o llamados de atención de parte de los adultos, en donde las acciones morales vienen a estar bajo el control de reglas dadas a él, lo que equivaldría a la moralidad nivel de la moralidad preconvencional de la que hablaba Kohlberg. A medida que el repertorio verbal se vuelve más complejo y que el lenguaje receptivo y expresivo aumenta, las acciones morales del adulto caen más bajo el control de reglas verbales dadas por otros adultos, lo que equivaldría a la etapa convencional de Kohlberg; muchas de ellas ahora con consecuencias sociales demoradas. De este modo, aprende a guiar su comportamiento siguiendo las reglas adoptadas por la sociedad por largos periodos de tiempo sin que requiera necesariamente recibir consecuencias por sus acciones, hasta llegar al punto de su autorregulación y tomar sus propias decisiones a partir de su propia experiencia.
Las reglas pueden clasificarse de varias maneras, se suelen diferenciar entre reglas morales, legales y sociales. Esta distinción la hizo notoria Antanas Mockus al tratar de formar a los ciudadanos en Bogotá, diferenciación que viene de Baumgartner y Burns (1975), entre otros, cuyos planteamientos se iniciaron en los setenta y ochenta. Sin embargo, todas las reglas son, en últimas, sociales, ya sea por la forma como evolucionaron en nuestro cerebro, como lo mencioné anteriormente, o por los mecanismos que las sostienen en el presente, que se refieren a códigos, leyes, tabús o prácticas culturales, mantenidas todas ellas por la comunidad, ya sea que tomen la forma de códigos de ética, o sanciones legales. En últimas la mejor manera de explicarlas es por la consecuencia ambiental que las originó, y que dio lugar a la selección del grupo, y por los mecanismos sociales que las mantiene actualmente, ya sea de aprobación o censura por seguir o no la regla (Hayes, Gifford y Hayes, 1998; Peláez y Gewirtz, 1995). Pero ¿qué hace que las personas sigan reglas de adultos, sin necesidad de experimentar las consecuencias de forma directa, y cuáles pueden ser los impedimentos para seguirlas?
El seguir reglas de comportamiento moral que proveen consecuencias a largo plazo no podrá lograrse si previamente no se ha aprendido a seguir reglas sociales básicas en el hogar o en la escuela, como las que implican el respeto, la honestidad y el apego a la verdad, el cuidado de lo público, que puedan llevar al reconocimiento social, o a la censura, si es el caso. No basta con conocer la regla o ser capaz de verbalizarla para asegurar que el individuo se comportará de manera consistente con la regla, por lo que focalizarse en las condiciones que regulan el seguimiento a la regla resulta esencial. Además, como ya lo mencioné, es indispensable que el individuo se exponga a la observación de quienes siguen reglas y aprenda las consecuencias favorables para sí mismo y para el grupo, así los beneficios por actuar de forma cooperativa los reciba de forma demorada.
Por otra parte, la educación en reglas morales debe abordarse como una acción sobre el grupo, porque, si el problema ético es visto únicamente desde el individuo, difícilmente se podría argumentar que la actuación de esta persona dé lugar a un problema social. En cambio, si se observa que son varios individuos los que se ocupan en prácticas antiéticas, el problema estará impactando a la sociedad, por lo que las estrategias educativas o de política pública deberían orientarse a mostrar los beneficios colectivos de actuar de manera interdependiente para conseguir un beneficio común, propiciando la cohesión social, a lo que algunos han dado en llamar metacontingencia (Glenn, 2004; Todorov, 2006), lo que en la investigación se traduce en conseguir la verdad y el trato respetuoso de los participantes, con lo que gana la ciencia y la sociedad, dando lugar a un efecto acumulativo que será objeto de selección por la cultura (Malott y Glenn, 2006).
Pero ¿qué hace que algunas personas no sigan reglas morales?
Alguna vez un estudiante me preguntó por qué deberíamos seguir las reglas que nos enseñan nuestros padres si el mundo ha cambiado para las nuevas generaciones, en otras palabras: si las consecuencias por seguir las reglas han cambiado. El alumno estaba señalando una razón principal por la cual, en algunos casos, no se justifica seguir la regla porque hay una diferencia entre la consecuencia directa que se experimenta, con respecto a lo que dice la regla. Por ejemplo, cuando se espera una sanción y esta no ocurre, lo cual es impunidad. A lo que habría que agregar otras limitaciones: el individuo no adopta los comportamientos que beneficien a la cultura precisamente porque él o su generación no entrará en contacto con los beneficios que recibiría la o las siguientes generaciones; la ambigüedad con que se formulan algunas de las reglas; el grado de especificidad con que se defina el comportamiento a censurar; la demora con que se obtiene la consecuencia ofrecida en la regla respecto de la demora para otro tipo de comportamientos para los cuales el beneficio es más cercano, el dinero, por ejemplo, que le ofrecen a un funcionario por favorecer un contrato sin respetar las reglas de la licitación; o el reconocimiento académico por unos resultados que no son ciertos, en otras palabras, el tamaño del beneficio obtenido por la consecuencia directa frente al que ofrece el seguimiento de la regla.
Por otra parte, también está la complejidad que reviste seguir la regla y la competencia entre lo que ofrece seguir la regla socialmente deseable respecto de lo que puede obtener el individuo para su propio beneficio (Gómez, Moreno y López, 2006) o la inseguridad o falsa relación entre la regla y la consecuencia poco probable de recibirla, por ejemplo: si se comporta inmoralmente se irá al infierno. También se debería incluir la historia personal por seguir reglas, ya lo mencioné anteriormente, si un individuo ha aprendido a seguir reglas en su hogar y en la escuela es más probable que se ajuste a seguir otras reglas sociales, de no ser así, se le dificulta seguir las reglas que rigen, por ejemplo, la investigación, su comportamiento se supedita a las consecuencias más directas que le ofrece el ambiente, que no son, en la mayoría de los casos, las que benefician a la sociedad. A este respecto resulta importante explorar lo que se viene investigando acerca de la ética en la investigación educativa y de qué manera esta investigación está contribuyendo a mejorar las prácticas morales de la investigación en educación.
¿Qué se investiga sobre investigación pedagógica y comportamiento moral?
Finalmente, con el propósito de explorar el estado del arte acerca de lo que se viene investigando en relación con la formación ética de los investigadores de la pedagogía, se llevó a cabo una revisión sistemática en las bases de datos de Scopus, Scielo, Dialnet, eScholarship, ebscohost, Web of Knowledge y Google Scholar. Después de los filtros de rigor por las palabras clave: “ethics and research education” y “Research ethics and education”, y demás procedimientos propios para la elaboración de una revisión sistemática (Ferreira, Urrútia y Alonso, 2011), que incluyeron filtros de inclusión y exclusión se constituyó una base de 44 artículos (Anexo 1). Se observa que en su mayoría los estudios se centran en poner a prueba estrategias didácticas o módulos para la formación ética de los investigadores, centrados en modelos teóricos propuestos por diversos autores, mediante estudios experimentales y cuasiexperimentales. Otros exploran desde estrategias descriptivas, a partir del uso de cuestionarios y análisis de contenido, el tipo de contenidos o métodos de instrucción, incluyendo los códigos de ética, de los programas académicos de las universidades con los que se están formando los estudiantes e investigadores. Se investiga, además, mediante estudios correlacionales, si los profesores que forman en investigación tienen formación en el campo o cómo se correlacionan las opiniones de los estudiantes sobre casos que implican decisiones éticas o morales respecto a materiales revisados en cursos especializados. Figuran también varios estudios de revisión y reflexiones sobre el papel de la ética en la formación de los profesionales e investigadores de la educación. Se echa de menos estudios sobre el tema en las universidades de Latinoamérica como también sobre la eficacia de la formación moral en el desarrollo de las investigaciones a partir de indicadores que reflejen el compromiso del investigador con el seguimiento de los códigos y principios éticos.
Conclusión
Como se argumenta en este artículo, resulta indefendible que la investigación y las discusiones sobre el comportamiento moral sean un asunto exclusivo de las ciencias biológicas en la medida en que la moral no puede entenderse como un patrón de comportamiento fijo e inmutable. Quizás exista una gramática universal codificada en nuestros cerebros a la manera de reglas o algoritmos que nos preparan para responder ante ciertas circunstancias, pero es mediante el aprendizaje que estas reglas se ajustan a la cultura mediante las experiencias, la religión y la educación, dando un sello propio a distintos momentos históricos y a diferentes grupos humanos.
Una perspectiva educativa orientada hacia la formación moral de las personas y del investigador debe tener presente la importancia de diseñar las condiciones para que las personas evalúen su propio comportamiento, mediante metarreglas que conduzcan a la autorregulación, en función de las consecuencias que producen sus acciones sobre la sociedad y el mantenimiento de la cultura, luchando contra nuestra tendencia a actuar de forma egoísta y fortaleciendo las acciones que benefician al grupo.
El planteamiento de formar en reglas morales busca ser más eficaz al precisar de forma clara el comportamiento esperado y sus consecuencias sociales, con lo que el impacto sobre la sociedad y sobre la generación del conocimiento producto de la investigación sería sostenible y mucho más directo. Al definir con precisión el conjunto de reglas morales de la investigación contribuimos a establecer de forma más eficiente los programas educativos de la formación de los investigadores y a regularnos frente a la manera como debemos relacionarnos con el conocimiento.
La formación moral del investigador deberá estar guiada por la enunciación de las reglas que contribuyen al conocimiento, por el ejemplo, las que le enseñan o practican sus profesores-investigadores, de donde el investigador en formación pueda inferir las reglas y recibir las consecuencias de actuar bien al encontrar el reconocimiento que se espera cuando se hace una investigación sin perjuicio de nadie favoreciendo la búsqueda de la verdad. La efectividad de las reglas morales o metarreglas como guías del comportamiento moral se basa en buena medida en qué tan explícitamente la regla describa la situación moral, la complejidad que revista, la efectividad de las consecuencias que esta anuncie y de las variables contextuales, así como de la manera en que una regla en particular se relacione con la regulación de otras reglas morales.
En consecuencia, con los planteamientos anteriores, la educación moral deberá partir de la formación en el seguimiento de reglas sencillas, de todo tipo, en el hogar y durante los años de la vida escolar. Un segundo nivel de complejidad en la introducción al seguimiento de reglas deberá enfatizar en los beneficios a largo plazo por seguir reglas morales como también en los que se obtienen de manera individual cuando se actúa en forma cooperativa, en beneficio de los demás, y de las nuevas generaciones, nuestros hijos. Un tercer nivel está en hacer ver cómo actúan las contingencias colectivas mediante la regulación verbal, o aprendizaje por reglas, en donde los individuos pueden experimentar beneficios a partir de una acción del grupo. Por ejemplo, haciendo notar que la confianza en la información producto de la investigación contribuye a tomar mejores decisiones en salud, educación y medio ambiente.
Al desarrollar el concepto de metacontingencia en el marco de la formación ética será necesario diseñar estrategias educativas que den lugar a comportamientos de autorregulación ética (Borba y Glenn, 2014) que no solo produzcan un afecto acumulativo que beneficie a la sociedad, sino que se orienten a la acción interdependiente entre las personas para que dichas prácticas sean seleccionadas por la cultura.
Se hace necesario desarrollar investigación empírica sobre la manera de enseñar las reglas morales y las metarreglas que guíen la conducta del investigador. Las publicaciones sobre ética se caracterizan por ser principalmente ensayos y artículos de reflexión, lo que se hace más notorio en el medio latinoamericano en donde figuran muy pocos trabajos empíricos sobre la ética en la investigación educativa.
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