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Colombia, un pueblo que se teje como una gran colcha de colores. Su pluralidad puede leerse en los caminos que recorren los hilos de una mochila wayúu, o en la manera como se cruzan las chaquiras de colores para dar forma a una manilla emberá, o en los cruces de la caña fecha que dan lugar a las figuras en el paisaje de un sombrero vueltiao zenú, piezas que pueden encarnar lo que representa la diversidad desde el color, la forma, el significado, el camino del tejido y el origen de los pigmentos, materiales que se convierten en metáforas del territorio cuando las manos los transforman en símbolo de su cultura. Estas expresiones culturales representan formas de habitar y cosmovisiones de los pueblos, las cuales se materializan y moldean las historias de lucha por el ser y el estar en medio de una globalización arrasadora. De ello dan cuenta los caminos de escape tejidos en la cabeza de las mujeres afro, o el pensamiento de la mujer arhuaca representado en la mochila que lleva por nombre Kumsumana A'mia. Cada trazo se convierte en inspiración y ejemplo de resistencia que revelan lo fuerte que puede llegar a ser el saber cuando se siembra y se cultiva dentro de los planes de vida de los pueblos.

Las comunidades étnicas y campesinas de nuestro país han escrito su historia en el territorio mismo, a través de su simbologia, su organización y su tradición oral. Durante siglos su saber ha circulado y ha logrado mantenerse como una epistemología que hace resistencia a los procesos de segregación históricos, los cuales han dividido el mundo y lo han jerarquizado, negándoles el derecho a existir en la historia narrada por quienes han ostentado el poder desde la fuerza. De acuerdo con Quijano (2014), la idea de razas y su relación con la superioridad estableció un orden social que hasta el día de hoy sigue teniendo incidencia en la forma como se reconocen formas de vida diferentes a las de Occidente. Dichas jerarquizaciones toman partido para fundar órdenes sociales como una forma de establecer distancia entre todo aquello que no se parece a lo establecido por Occidente como "normal"; ese otro que aparece en la escena como inferior por no responder a los patrones de una cultura dominante; la diferencia como forma de nombrar lo "anormal", lo que se sale de esquemas propios de la cultura hegemónica. Bajo esa premisa se han señalado culturas indígenas, afrodescendientes, campesinas y latinas en general como atrasadas, subdesarrolladas o incivilizadas.

La medición del mundo desde parámetros únicos impuestos por Occidente diferencia entre los que cumplen con ese estilo de vida y los "otros", esos a quienes se les ve como amenaza, dado que sus estilos de vida distan de las sociedades capitalistas de consumo. Así, las poblaciones étnicas y culturales representan resistencias que ponen en peligro el statu quo, por ello la diferencia se establece para definir quiénes están arriba y quiénes abajo, dando equilibrio a una organización social inequitativa.

Se propone entonces tomar distancia de la idea de diferencia para hablar más acertadamente de diversidad, y dicho tránsito ha pasado por varios momentos. Un primer paso fue la premisa de multiculturalidad, escenario en el cual se dio lugar a la visibilización de grupos culturales, desde una idea de reconocimiento de su existencia; sin embargo, ello no condujo a la visibilización de sus saberes, historia y formas de vida, la idea de inclusión dio lugar para que dichas culturas pudieran hacer parte de los procesos instaurados por Occidente como cultura hegemónica. El siguiente paso lo da la posibilidad de pensarse desde la interculturalidad, apuesta que parte de comprender que permitir "estar" es diferente a permitir el "ser". Sin embargo, no puede darse una comprensión de las posibilidades de la diversidad sin establecer márgenes de reconocimiento a las formas de vida diversas, y encontrar en ellas conocimientos y prácticas que pueden brindar saber a otras culturas. Por ello, el acercamiento a otras formas de educar cultural y socialmente es fundamental. La propuesta es pasar de reconocer la existencia, a conocer y aprender de los saberes construidos por diversos pueblos respecto a la vida y en particular a la educación.

Para dar lugar a la diferencia en escenarios tan importantes como las aulas de clase, es fundamental iniciar por el reconocimiento de lo que somos, de nuestros orígenes y de los espacios territoriales en los que se construyen nuestras identidades desde la otredad que da lugar a sentir que soy porque somos; sentirnos parte de algo; el primer paso para la edificación de lo que somos. En ese contexto se construyen creencias y formas de ver el mundo que fundamentan nuestras acciones y principios de vida. La identidad es el proceso que nos constituye como sujetos y ello implica el hacer parte de grupos sociales con bases consolidadas históricamente, que los fundamentan de manera individual y como colectivo perteneciente a una cultura. Las identidades se construyen en espacialidades, en lugares cargados de historia y memoria. El territorio entendido desde múltiples relaciones es un concepto fundamental para comprender la forma como entendemos y atendemos el mundo desde diversas perspectivas. Por ello, pensar en lo que somos implica pensar el territorio desde un esfuerzo por descentralizar la mirada de lo geográfico, invita entonces a reconocerlo como un espacio vivo, móvil, activo. El territorio se constituye de los sujetos que lo habitan y hacen historia con él.

La diversidad de los territorios se funda a partir de la posibilidad de establecer formas de vida que se estructuran en comprensiones de la existencia, el trabajo comunitario, la organización económica y dinámicas sociales propias que lo hacen único. Ello pasa por la posibilidad de distanciarse de la idea de desarrollo y proponer formas que dialogan con lo ancestral, como es el caso de los desarrollos alternativos o las apuestas de organización de los pueblos ancestrales, mejor conocidas como el buen vivir.

Contribuir a la apuesta por el reconocimiento de otras formas de estar y ser en el mundo, y entender que estas han pasado por disertaciones que avanzan cada vez más hacia la comprensión de la diversidad y su importancia en el mundo contemporáneo, es el paso que vamos dando hacia el proyecto intercultural como forma de relacionarnos.

Han sido varios los caminos que comunidades, académicos y líderes sociales han recorrido para reivindicar el saber que ha hecho parte de los pueblos ancestrales durante siglos, aquí el lugar de los mayores y mayoras ha sido fundamental, pero ha llevado a pensarse el asunto desde otros protagonistas. Retomando estas ideas, el número que hoy presentamos quiere hacer un recorrido desde lo que significa ser niño y niña en Colombia. Varios han sido los avances en relación con el reconocimiento de las infancias, en una idea por pluralizar una etapa de la vida que desde nociones principalmente desarrollistas y evolutivas, basadas en estudios realizados con niños y niñas de clase media europea, había establecido formas de observar a la infancia desde un solo lugar de enunciación. Pluralizar el concepto conduce a movilizarlo desde el reconocimiento y respeto por los ritmos, culturas y concepciones de infancia, y formas de relacionarse con ella a partir de la cultura.

Estas ideas nos acercan a lecturas de las regiones desde propuestas de educación inicial que parten de los lenguajes de la infancia y la lectura sobre cómo viven los niños y niñas sus territorios en entornos de crianzas colectivas y saberes ancestrales. Estas comprensiones han dado lugar a formas particulares de recorrer el país y reconocerlo en su diversidad de infancias como una promesa para seguirnos pensando en un país diverso que contiene una gran riqueza étnica y cultural.

Con este número invitamos a hacer un recorrido por la educación para la primera infancia con enfoque cultural y por las posibilidades que la interculturalidad en el aula pude brindarle a un país que se ha educado desde la clasificación social, la estratificación y el racismo. Serán las experiencias y apuestas de maestros y maestras en diferentes rincones de la geografía nacional las que hoy hablen sobre una educación que a partir de la diversidad pueda aprender y conocer el mundo desde los ojos del otro, encontrando en ese otro una ventana a mundos posibles desde el diálogo y el respeto por el ser.

Referencias

  1. Quijano, A. (2000). Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. En Edgardo Lander (comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas (p. 246). Clacso, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales.

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Publicado

2021-07-01

Cómo citar

Nudos, N. y. (2021). Editorial. Nodos Y Nudos, 7(51). Recuperado a partir de https://revistas.upn.edu.co/index.php/NYN/article/view/17158

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Sección

EDITORIAL