Pedagogía y Saberes. 25 años
DOI:
https://doi.org/10.17227/01212494.43pys7.8Palabras clave:
educación, pedagogíaResumen
Hace 25 años, un grupo de profesores de la Universidad Pedagógica Nacional, entre los cuales se encontraba la rectora de entonces Graciela Amaya de Ochoa, nos lanzamos a fundar la Revista Pedagogía y Saberes . El tiempo transcurrido desde su primera edición en 1990 parece suficiente para vislumbrar cómo aquello que nos propusimos arraigó, se sostuvo, mutó y se potenció a lo largo de sus 43 apariciones públicas. No se trata, por supuesto, de realizar un balance, sino de celebrar la conveniencia de quien puede mirar desde lejos, a grata distancia, y poder descifrar o incluso actualizar algunos argumentos que nos llevaron a insistir en la necesidad de fundar este proyecto cultural de gran envergadura para la Universidad y para el campo conceptual y estratégico de la pedagogía.
Una revista suele emerger en medio de exigencias, las nuestras trataban de plantear un debate conceptual, incluso estrictamente conceptual, sobre el lugar y el papel de la pedagogía y de los saberes al interior de las prácticas formativas de la Facultad de Educación de la Universidad Pedagógica Nacional. Debate profesoral más o menos restringido a criterios investigativos de quienes alimentaron y orientaron académicamente el horizonte de lo pedagógico a finales de la década de los ochenta e inicios de los noventa.
La potencia de Pedagogía y Saberes coincide con su nominativo, la Universidad ya tenía desde 1978 una publicación seriada dedicada a los asuntos de la educación, hacía falta consolidar otra producción y, con ella, a la comunidad académica capaz de poner en circulación los acumulados pedagógicos de la misma universidad. No sé hasta dónde esta insistencia se haya mantenido en la revista. No creo exagerar si llamo la atención sobre este viejo clamor que aún hoy resulta vital: necesitamos una inteligencia pedagógica, requerimos una élite pedagógica, podemos asumir la responsabilidad de una intelectualidad pedagógica capaz de sostener la osadía de un pensamiento pedagógico contemporáneo.
Propender por esta “excelencia pedagógica” es un sello institucional que insinúa tanto una aspiración como una valoración. Es decir, acciones poco sencillas en un mundo cambiante y acelerado que obliga a maestros y profesores a lanzarse en una carrera por la actualización de sus saberes, carrera que claramente podría estar perdida de antemano. En especial porque muchos de los elementos que servían de paisaje constitutivo a la pedagogía parecen estar en cuestión: las posibilidades de la autoridad pedagógica, los límites de la transmisión cultural, el lugar de la enseñanza, las promesas de la formación, incluso, algunas de las rutinas cotidianas de la escuela. Por eso la valoración, por eso una revista que intente dotar a la escritura de valor, de las potencias de la valoración pedagógica.
Más allá de la crisis que tanto se reitera sobre la pedagogía y la enseñanza, tenemos aún el camino del escéptico: problematizar, escribir, seguir pensando. Pedagogía y Saberes nombra una institucionalidad pedagógica que tiene la obligación de interrogar los claroscuros de discursos y prácticas que todavía se nos presentan con excesiva homogeneidad. Ni la educación, ni el currículo, ni la evaluación, ni el aprendizaje, ni siquiera la propia utopía pedagógica son reductibles a un lenguaje de consenso o a un código de conveniencia. La pregunta acerca de qué entendemos por estas y otras cuestiones merece una amplia discusión académica y social. El calado de las concepciones que se ocultan detrás de algunas respuestas rápidas evidencia que no se trata de un simple debate sectorial, sino que nos jugamos diversas concepciones de lo ético y de lo social.
Alguna relación quisiera advertir entre el impulso de Pedagogía y Saberes y la creación, unos años después, de la maestría en Educación, construcción que obedecía al mismo entusiasmo de afirmación pedagógica que a veces asume la forma de la escritura, pero también la disposición de una empresa cultural novedosa, arriesgada, capaz de resistir la oposición y la falta de liderazgo. Estas aventuras intelectuales merecen un reconocimiento mínimo a quienes ayudaron con la invención, me refiero particularmente a Germán Vargas Guillén y Álvaro Ramírez, así como a aquellos que la han impulsado y garantizado su consolidación, los profesores y editores Tomás Vasquez, Nylza Offir García y Carlos Ernesto Noguera, actual decano.
El debate conceptual propio de esta revista pone en escena un trabajo académico de largo aliento: ¿cómo leer lo más próximo? ¿Cómo leer Pedagogía y Saberes ? No quisiera indicar ningún modo salvo la reiteración de algunas líneas borgianas: eludiendo sinónimos, dejando atrás lo convencional, prefiriendo palabras habituales en lugar de palabras asombrosas, simulando pequeñas incertidumbres, narrando los hechos como si no se entendiesen del todo. Esa lectura, que puede ser otra lectura, muestra que es posible imaginar una revista como una partitura de la inteligencia, gesto colaborativo que se actualiza con sus diversas lecturas, en cuanto sugiere, abre, problematiza, afecta, dispone, desplaza y sospecha.
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