La solidaridad en la vida de los jóvenes de las comunas de Medellín
DOI:
https://doi.org/10.17227/folios.49-9391Palabras clave:
solidaridad, jóvenes, sectores populares, comunas, organización socialResumen
La pregunta que mejor se aviene para expresar el ámbito general de este trabajo es: ¿Qué significa la solidaridad para los jóvenes de las comunas de Medellín que forman parte de grupos o colectivos sociales? La realización del estudio tomó más de un lustro: 2010-2017, y guiados por este interrogante se pudo explorar, mediante la observación directa y la entrevista en profundidad, cómo grupos de jóvenes de sectores populares de la ciudad de Medellín le otorgan sentido a sus días y a sus noches, más allá de la pura sobrevivencia. Por supuesto, la pregunta inicial lleva implícita una parte de la respuesta, pues supone que estos chicos, al estar vinculados a organizaciones sociales, de alguna manera son solidarios, lo que nos obligó, adicionalmente, a preguntarnos: ¿Por qué lo son, cómo lo son y qué importancia o valor le otorgan a ello? El presente texto pretende, mediante una escritura narrativa, situar estas cuestiones, y al hacerlo, darle contexto a otras formas de ser joven en los sectores populares de una ciudad y una sociedad profundamente desiguales. El escrito, en su conjunto, es un intento de ilustrar las apuestas éticas y políticas de los jóvenes de las comunas, a partir de las cuales encaran situaciones marcadas por el dolor y el sufrimiento. De este modo, mientras en la primera parte: La solidaridad del día a día en la comuna, abordamos asuntos tales como la búsqueda de retribución y la experiencia de la mutualidad; en la segunda: Las variaciones de la experiencia solidaria, nuestra atención se centra en las figuras sociales que, de un lado, facilitan sus acciones solidarias y, del otro, la obstruyen. Finalmente, en la tercera parte del escrito analizamos el papel de los sentimientos morales en la justificación de su accionar social y estético.
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Recibido: 22 de mayo de 2017; Aceptado: 20 de junio de 2018
Resumen
La pregunta que mejor se aviene para expresar el ámbito general de este trabajo es: ¿Qué significa la solidaridad para los jóvenes de las comunas de Medellín que forman parte de grupos o colectivos sociales? La realización del estudio tomó más de un lustro: 2010-2017, y guiados por este interrogante se pudo explorar, mediante la observación directa y la entrevista en profundidad, cómo grupos de jóvenes de sectores populares de la ciudad de Medellín le otorgan sentido a sus días y a sus noches, más allá de la pura sobrevivencia. Por supuesto, la pregunta inicial lleva implícita una parte de la respuesta, pues supone que estos chicos, al estar vinculados a organizaciones sociales, de alguna manera son solidarios, lo que nos obligó, adicionalmente, a preguntarnos: ¿Por qué lo son, cómo lo son y qué importancia o valor le otorgan a ello? El presente texto pretende, mediante una escritura narrativa, situar estas cuestiones, y al hacerlo, darle contexto a otras formas de ser joven en los sectores populares de una ciudad y una sociedad profundamente desiguales. El escrito, en su conjunto, es un intento de ilustrar las apuestas éticas y políticas de los jóvenes de las comunas, a partir de las cuales encaran situaciones marcadas por el dolor y el sufrimiento. De este modo, mientras en la primera parte: La solidaridad del día a día en la comuna, abordamos asuntos tales como la búsqueda de retribución y la experiencia de la mutualidad; en la segunda: Las variaciones de la experiencia solidaria, nuestra atención se centra en las figuras sociales que, de un lado, facilitan sus acciones solidarias y, del otro, la obstruyen. Finalmente, en la tercera parte del escrito analizamos el papel de los sentimientos morales en la justificación de su accionar social y estético.
Palabras clave:
solidaridad, jóvenes, sectores populares, comunas, organización social.Abstract
The best question to express the general scope of this work is: What does solidarity mean for the young men and women of the Medellín slums who are part of social groups or networks? The study took was carried out for over five years (2010-2017) and, guided by this question, we were able to explore, through direct observation and in-depth interviews, how groups of youth from poor sectors of Medellín give meaning to their days and nights, beyond mere survival. Naturally, the initial question implies part of the answer, assuming that these guys, by being part of social organizations, are in some way supportive, which also forced us to ask ourselves: Why are they supportive, how, and what is its significance or value to them? This paper aims, through narrative, to situate these issues and, by doing so, to give a context to other ways of being young in the poor sectors of a deeply unequal city and society. The document, as a whole, is an attempt to illustrate the ethical and political stakes of young men and women from the slums, where they have to face situations that are marked by pain and suffering. As a result, in the first section, "Day-to-day solidarity in the slums," we address certain topics such as the search for retribution and the experience of mutuality. In the second section, "Variations of the solidarity experience," we focus on the social figures that facilitate their solidarity actions, on the one hand, and those that obstruct them, on the other. Finally, in the third section, we analyze the role of moral feelings in the justification of their social and aesthetic actions.
Keywords:
solidarity, youth, poor sectors, slums, social organization.Resumo
A pergunta que pode expressar da melhor forma o âmbito geral deste trabalho é: o que significa a solidariedade para os jovens das favelas de Medellín que fazem parte de grupos ou coletivos sociais? A realização do estudo levou mais de um lustro: 2010-2017 e guiados por essa questão, foi possível explorar, mediante a observação direta e a entrevista em profundidade, como grupos de jovens de setores populares da cidade de Medellín dão sentido a seus dias e suas noites, além da simples sobrevivência. Certamente, a pergunta inicial leva implícita parte da resposta, pois supõe que esses jovens, ao estar vinculados com organizações sociais, de alguma forma são solidários, o que nos levou adicionalmente a perguntar: por que são solidários? cómo o manifestam? e que importância o valor outorgam a isso? O presente texto visa, por meio de uma escrita narrativa, situar essas questões, e com isso, contextualizar outras formas de ser jovem nos setores populares de uma cidade e uma sociedade profundamente desiguais. O texto, em conjunto, é um intento de ilustrar as apostas éticas e políticas dos jovens das favelas, a partir das quais confrontam situações marcadas pela dor e o sofrimento. Dessa forma, enquanto na primeira parte, "a solidariedade no dia-a-dia na favela" abordamos assuntos como a busca de retribuição e a experiência da mutualidade, na segunda, "as variações da experiência solidária", nossa atenção está focada nas figuras sociais que, por uma parte, facilitam suas ações solidárias e, por outro, a obstruem. Finalmente, na terceira parte do artigo, analisamos o papel dos sentimentos morais na justificação de seu acionar social e estético.
Palavras-chave:
solidariedade, jovens, setores populares, favelas, organização social.Introducción
Solidaridad está lejos de ser la primera palabra para nombrar la característica más prominente del sujeto contemporáneo; no es un término con el que la sociedad actual identifica a los jóvenes (Arnold, Thumala y Urquiza, 2006; Astorga, 2009; Laitinen y Pessi, 2015; Lipovetsky, 1994; Martuccelli, 2007; Ruiz, 2012) al menos, no mucho más que amenaza, indiferencia, dependencia, consumo o desidia; y no es el tipo de experiencia con el que nuestro mundo profundamente desigual identifica al joven de las comunas de Medellín, las favelas de Brasil, las villas-miseria de la Argentina, las colonias precarias de México, las callampas de Chile, los smulldogs de la India o de cualquier suburbio marginal del globo terráqueo.
Una mirada detenida a esa amplia y poblada parte del mundo, de la que solemos tener acendrados prejuicios, puede cambiar radicalmente nuestra percepción de quiénes son los otros o puede, incluso, permitirnos tomar conciencia de que somos los otros para quienes hoy habitan sociedades más justas, menos desiguales. Un inadvertido y curioso ciudadano norteamericano o europeo, quizás, pueda preguntarse: ¿Cómo es posible que esos colombianos -salvadoreños, venezolanos, haitianos, ruandeses, filipinos, pakistaníes y un largo etcétera-, puedan vivir en medio de tanta violencia?; ¿cómo se explica que sigan siendo estados nacionales, con semejantes niveles de pobreza y desigualdad? Pero, claro, tendría que tratarse de alguien que sabe poco o nada de historia o que nunca ha hecho el ejercicio de escudriñar en el pasado de su ascendencia. Si lo hiciera pronto, se encontraría con innumerables imágenes y relatos de las hambrunas de la gran depresión y los horrores de las guerras internas, externas y mundiales en su propia casa o intencionalmente exportadas. Así que la desgracia no es exclusiva de ningún pueblo y la cooperación para superarla no es, precisamente, un milagro, sino una forma de ser, quizás la única posible de seguir siendo (Giraldo y Ruiz, 2015a; 2015b).
A pesar de ello, salvo contadas excepciones (Apel, 1989; Durkheim, 1993; Honneth, 1997; Rorty, 2001) no es precisamente excesiva la teorización sobre la solidaridad. Por supuesto, hay buenas razones a favor de que la justicia, los ideales de vida buena, la libertad y la igualdad acaparen la atención de filósofos, cientistas sociales y pedagogos, pero habría que pensar mejor si las cargas están bien balanceadas, si conviene mantener en un lugar marginal -como en el que aún se encuentra- el concepto de solidaridad, so pena de despreciar valiosos matices de nuestra humana forma de habitar este planeta (Rorty, 2001).
Nuestro trabajo tiene un alcance restringido. Nos hemos concentrado apenas en un reducido número de personas, una pequeña parcela del mundo y un breve lapso del tiempo: 32 jóvenes de organizaciones sociales; 5 comunas de la ciudad de Medellín (la 1 y la 2 -nororiente-, la 5 -noroccidente-, la 13 -centrooccidente-, y la 15 -suroccidente-)1 y los últimos dos tercios de la segunda década del siglo xxi, respectivamente.
Este escrito, en su conjunto, es un intento de ilustrar las apuestas éticas y políticas desplegadas por los jóvenes en las comunas para enfrentar situaciones adversas marcadas por el dolor y el sufrimiento. La mayor parte de sus acciones solidarias pasan por el cuerpo: la música, el audiovisual, la danza, el grafiti, la ecología, entre otras; desde donde convocan al otro, lo afectan, lo conmueven, lo contagian de sensaciones estéticas, afecto compartido y amor a la vida. Una enorme diversidad se expresa entre una y otra cadena de cerros tutelares, tanta que lo menos impreciso sería decir que se trata de muchas ciudades coexistiendo en una misma jurisdicción. Queremos creer que este escrito se nutre de esas diferencias y que está impregnado de la intensidad propia de los espacios de encuentro cotidiano de los jóvenes. Esperamos poder expresar con justeza la profundidad de sus acciones solidarias situadas, encarnadas y sostenidas en el tiempo: solidaridades desde abajo, desde donde en la noche las luces de la ciudad alumbran con mayor intensidad.
La solidaridad del día a día en la comuna
Para los jóvenes de las comunas de Medellín la solidaridad es una experiencia ética y política profunda. Ellos nos muestran, en su vida de todos los días, que la comuna mucho más que un lugar violento y peligroso es un territorio físico, cultural y simbólico en el que es posible el encuentro con el otro, la amistad, la cooperación y la vida. La solidaridad es también aquí una manera de resistir los efectos negativos de la pobreza estructural, la ausencia de Estado y la presencia de actores ilegales violentos. Es, además -y nos es poca cosa-, un buen antídoto contra el miedo y la mejor manera de habitar, re-significar y re-crear lo propio.
Durante el tiempo que sostuvimos interacción directa con jóvenes de distintas comunas de Medellín -entre 2013 y 2016-2, pertenecientes a las más variadas organizaciones sociales3, pudimos percibir de manera palpitante sus búsquedas; sus propuestas estéticas; sus estrategias de resistencia a la estigmatización social, a la apatía, a la indiferencia; sus luchas por el reconocimiento. El accionar solidario pacífico que les caracteriza es, de manera indirecta, un rechazo a los etiquetamientos externos que asocian morar la comuna con moverse en el mundo del crimen; pero también es una invitación al ciudadano prejuicioso que habita otras realidades a hilar más fino, a valorar sus esfuerzos cotidianos en la construcción de paz, a respetar la dignidad de los más vulnerados.
Su forma otra de habitar el mundo, con sus propios yerros e incorrecciones, está orientada al fortalecimiento de vínculos sociales, a la construcción de la reciprocidad y a la restitución del esquema dar/ recibir/retribuir, propio de quienes, al mismo tiempo, enfrentan decididamente la adversidad, valoran las capacidades de quienes requieren ayuda e intentan realizarse junto a ellos.
En muchos de los estudios sobre la solidaridad, el foco está puesto en el desvalido, quien, en principio, no cuenta con las condiciones económicas, cognitivas o emocionales para superar las situaciones que lo afectan (Castillo, 2012; Chacón et al., 2010; García-Roca, 1994; González et al., 2012; Marta, Rossi y Boccacin, 2006; Meier y Stutzer, 2004).
Los protagonistas de este escrito se centran, en cambio, en las capacidades individuales y colectivas para la transformación de estructuras sociales exclu-yentes e injustas. Sus acciones tienen relevancia en el encuentro con el otro, en el intercambio, en la cooperación y en el aprendizaje individual y colectivo.
Desde distintas expresiones y construcciones estéticas y ambientalistas, estos jóvenes reivindican el derecho a habitar con dignidad y libremente sus comunas y, desde allí, el resto de la ciudad. Eso significa, de un lado, reponerse al dolor y al sufrimiento presentes en sus vidas, y, del otro, la convicción de que quien, de momento, carece de los recursos o condiciones necesarias para enfrentar sus tribulaciones no es, en modo alguno, una discapacitado moral o un impedido material, sino alguien que requiere de una mano amiga para levantarse y continuar el camino.
La solidaridad del día a día produce una recompensa imposible de cuantificar. Sus acciones no prescinden de expectativa de retribución, aunque la mayoría de las veces esta no sea ni material ni inmediata. La autogratificación y el reconocimiento de sus pares suelen ser, la mayoría de las veces, sus principales móviles y el resorte que impulsa nuevos y recursivos intentos. Les enaltece el afecto recibido, la voluntad que se suma, los conocimientos adquiridos, la experiencia de la mutualidad.
Gran parte de sus intervenciones pasan por el cuerpo: la vibración de la música, la atracción del baile, la inquietud del grafiti, la agitación del vídeo, el aroma de la tierra húmeda y la textura de las semillas. Sus iniciativas culturales, estéticas y ambientalistas revelan la estrechez moral y política desde la cual, habitualmente ha sido pensada y teorizada la solidaridad. Desde allí cuestionan una postura ampliamente extendida -por los medios de comunicación y el mundo académico- respecto a la indiferencia y apatía de los jóvenes con la sociedad que habitan, de la cual forman parte (cfr.Chacón et al., 2010; Finkelstein y Brannick, 2007; Nos y Gámez, 2006).
Los jóvenes que llevan a cabo trabajo solidario en sus propias comunas y en las de sus otros parceros (amigos, compañeros) enfrentan innumerables dificultades y reconocidos riesgos: indiferencias de los vecinos, ausencia de apoyo institucional, amenazas de líderes de bandas criminales, entre otras. Sus iniciativas persuaden e incluyen a muchos otros jóvenes, niños y niñas en abierta competencia con propuestas de organizaciones criminales que ofrecen retribución inmediata, mediante el poder de las armas, la lealtad del combo, un reconocimiento baladí, y una vida tan intensa como deleznable y breve. Por esta razón, podemos afirmar que su valentía es del tamaño de su esperanza. La esperanza de la que hablamos acá, la que ellos alimentan en su cotidiano hacer, no sabe nada de pasividad y detenida ensoñación, pero sí mucho de la invitación a participar del toque, de la actuación en una improvisada tarima, de la intervención de una pared, de la producción de imágenes, del cultivo en un solar o en una esquina olvidada. Valentía y esperanza son aquí alternativa a la violencia, desafío de expresión, apuesta de cooperación y opción de vida.
Las variaciones de la experiencia solidaria
Pensadores como Honneth (1997; 2009) han destacado que si cada una de las personas se sabe valorada por los otros en la misma medida -recíprocamente-, sus relaciones adoptan el carácter de solidarias. De este modo, todos se sienten incluidos y reconocidos en el horizonte de valores sociales que enmarcan sus capacidades y cualidades como significativas para la praxis común. La solidaridad adquiere así un carácter singular: el reconocimiento de lo que a cada uno nos hace diferente y un carácter social: la acción es siempre es acción con otros. Estas dos esferas se articulan en las comunas por acción y efecto del trabajo creativo de los jóvenes, a partir de la posibilidad de expresarse, de juntarse para construir con otros, de ayudar a quien lo requiere, de justificarse en dicho apoyo y de hacerse merecedor de reconocimiento. Razón tiene Rorty (2001) al señalar que la solidaridad libera la capacidad imaginativa toda vez que nos permite ver al otro como uno de nosotros, reconocernos en sus necesidades y afecciones, y realizarnos en su encuentro.
En su ejercicio podemos subrayar la relevancia que tiene para estos jóvenes su percepción de la cercanía y la similitud. Los referentes geográficos, culturales y simbólicos compartidos: la comuna, el barrio, la cuadra, el parche (grupo de amigos) configuran la cercanía; las comunalidades compartidas, el altruismo sin miramientos, un sentido amplio de humanidad enlazan la similitud. A sus actuaciones deliberadas -la ayuda planeada, convocada, realizada- subyace la valoración de que algo no está bien y es necesario actuar: alguien que en otro momento puedo ser yo mismo sufre y mi intervención puede mitigar su dolor, se trate o no de un parcero, de un familiar o de un vecino.
El ámbito en el que discurren sus días o una parte importante de ellos: la vida en las comunas, no agota su sentido de la solidaridad. Muchos de estos jóvenes se forman en la universidad, otros ejercen sus profesiones u oficios en distintos lugares de la ciudad; no obstante, su creatividad artística, su activismo cultural, su compromiso político con la transformación de lo cotidiano los habilita para cooperar en lo propio y lo extraño, lo cercano y lo lejano, lo idéntico y lo disímil.
Su sentido de la solidaridad no admite esencialismos, de hecho, la insistencia en su ejercicio es un cable a tierra en los lugares habitados y su principal apuesta ética y política: lucha constante, permanente contra la resignación y entereza frente al imperio de la violencia y la exclusión. Si bien Dukuen y Kriger (2016) y Kriger y Daiban (2015, p. 34), refiriéndose al ejercicio de la solidaridad entre clases sociales desiguales, han advertido que esta puede: "orientarse tanto a comprender y transformar la sociedad como a naturalizarla y reproducirla a través de esquemas morales que legitiman las posiciones establecidas"; en los momentos más aciagos de la vida en las comunas la única forma de resistencia al poder ha sido sobrevivir y el modo más creativo y sensible de cuestionar, y revertir las posiciones establecidas es, justamente, la ayuda mutua.
En la comprensión que estos jóvenes tienen sobre la solidaridad, la valoración que se hace del otro desempeña un papel preponderante. De hecho, perfila el tipo de relación que se establece con sus pares o vecinos y el grado de compromiso que están dispuestos o no a asumir. Aquí se pueden distinguir dos figuras principales, destacadas por los mismos jóvenes participantes: el resistente y el quebrantable.
El resistente sugiere potencia y capacidad de acción. Se trata del tipo de persona que encara, las veces que sea necesario, las dificultades cotidianas con entereza y persistencia; que siempre está dispuesto a ayudar, a poner el hombro, a tender la mano. El resistente participa activamente en la construcción de sentidos compartidos, en el sostenimiento de vínculos, en la re-apropiación de lo público. Además, proyecta y promueve sus propias características en los otros, y pide ayuda cuando la requiere, pues está lejos de considerarse invencible, aunque parezca revotar y ponerse de pie siempre que las cosas se ponen más difíciles.
El quebrantable, por su parte, representa a quien frecuentemente necesita ayuda; es aquel que por su forma de ser o circunstancias está en una marcada condición de vulnerabilidad. Su sufrimiento suele ser el resultado de situaciones que no dependen de él o lo sobrepasan. Si bien, la mayor de las veces es objeto de solidaridad, en algunas ocasiones es sujeto activo de su ejercicio: actúa a favor de otros en su misma o peor situación, siempre y cuando considere que su sufrimiento es claramente inmerecido. En momentos así oscila entre el quebranto y la resistencia, es decir, se hace solidario, a pesar y en contra de sus propias circunstancias.
El resistente y el quebrantable son las dos caras de la misma moneda, favorables al compromiso y la acción solidaria. La violencia -estructural y situacional- marca el acento en una u otra figura y es el sello familiar que moviliza su intención cohesiva y su voluntad cooperativa.
En sentido contrario, otras dos figuras emergen de las valoraciones de los jóvenes sobre los otros, pero esta vez no para favorecer la solidaridad sino para obturarla, se trata de: el peligroso y el ajeno. El primero aparece como amenaza real y concreta a la vida e integridad de los demás. Se trata, la mayoría de las veces, de actores armados vinculados a grupos al margen de la ley -milicias, bandas del microtráfico y mafias urbanas-, quienes imponen una lógica de muerte, destrucción y miedo en el control de los territorios. El peligroso inhibe la acción del solidario mediante el amedrentamiento que produce su presencia armada y la frustración que genera su actuación impune.
Ha habido, y hay, en las comunas largos periodos de tiempo en los que el lugar de la exigencia de justicia lo ocupa la necesidad de supervivencia. En ese infame reino y en su imposición de silencio y pasividad en la mayor parte de la población aparecen con palmaria recursividad las acciones solidarias de las organizaciones juveniles. No se trata de un enfrentamiento abierto a las ofertas o a los efectos del accionar de los peligrosos, pues allí no existe ninguna posibilidad de salir airoso y sí muchas de perecer en el intento. El arte, la cultura y la ecología son aquí las armas de una avanzada simbólica sutil, sensible y pacífica que muchos jóvenes despliegan para enfrentar el binomio muerte/miedo y ganarle más de una partida.
Si del peligroso se sabe siempre qué esperar, del ajeno se sabe poco o nada, por lo que en su contacto solo media la desconfianza. Es un otro raro, infrecuente que no termina de encajar en el horizonte de la familiaridad construida. Es alguien que viene de otro lado, de quien no se conocen con claridad sus vínculos, sus actividades, sus intenciones, de quien es preferible tomar distancia. El ajeno no representa necesariamente a una persona proveniente de otra región o de otro país, de hecho, la mayoría de los foráneos que sostienen relaciones directas con los habitantes de las comunas se adaptan rápidamente y son acogidos sin mayores reservas. El ajeno puede incluso hablar, vestir igual o parecido y frecuentar los mismos lugares, lo que no implica que haya quién dé referencias de él. Su apartada presencia confirma el adagio popular: "Es mejor malo conocido...", ya que en contextos como este, saber a qué atenerse con los habitantes o transeúntes habituales significa reducir incertidumbre y, de paso, ganar -nunca garantizar- seguridad.
La revisión de estudios sobre la solidaridad confirma que la desconfianza no solo limita la cohesión y la integración social (Arnold, Thumala y Urquiza, 2006; Astorga, 2009; Sacavino, 2015; Sandoval, 2011), sino que también obstaculiza el ejercicio de la solidaridad (Krmpotic y Allen, 2014; Román, Ibarra y Energici, 2012). La figura del ajeno marca el límite entre aquellos con quienes estamos dispuestos a trabajar, a colaborar, a parchar (juntarse o reunirse) y aquellos con quienes no.
El vecino de toda la vida en algún momento puede hacerse peligroso, pero nunca ajeno, por lo que en algunas ocasiones es necesario hacerle ver que lo propuesto -cultural, artística, ambientalmente-, en especial a otros jóvenes y niños de la comuna, no se lleva a cabo en su contra, no le marca en la cancha una contienda o una relación de enemistad, aunque, por supuesto, tampoco de similitud de objetivos y menos de complicidad. La propuesta solidaria en las comunas claramente es una opción de vida, no una salida insensata o sacrificial. Estos jóvenes no quieren correr riesgos o intentan permanentemente disminuirlos, de tal modo que la preservación de su propia vida y la de sus compañeros es primordial para emprender acciones de ayuda a los demás, por ello al peligroso se lo acepta en el parche, cuando deja de ser una amenaza.
Al peligroso -y quizás también al ajeno- la solidaridad en la falta y un sentido extremo y tenebroso de lealtad le aleja de fines apacibles, considerados y nobles. El error casi siempre lo conduce a la fatalidad. A los jóvenes que asumen la solidaridad pacífica e incluyente como forma de vida les suele ocurrir justamente lo contrario. Para ellos, la confianza mutua es el motor de todas las tareas, elaboraciones y logros, y cada yerro enlaza nuevos desafíos, aprendizajes y esperanzas; así como otras experiencias y posibilidades de creación y de transformación.
Aunque para estos jóvenes las cuatro figuras esbozadas son fácilmente identificables, ninguna de ellas es estática. En su conjunto, nos ayudan a comprender que la solidaridad no solo es posible en la comunalidad ante el dolor y el sufrimiento del otro (Nussbaum, 2008) o a partir de las capacidades individuales y colectivas de colaboración; sino que, además, depende de la construcción y sostenimiento de relaciones de confianza.
Solidaridad y sentimientos morales
Tanto la valoración de los jóvenes sobre las figuras que facilitan y las que dificultan la solidaridad, como sus realizaciones concretas tienen un fuerte trasfondo emocional. Pensadores como Nussbaum (2008; 2011) han recalcado que las emociones morales amplían o restringen tanto nuestro campo de razonamiento moral, como nuestra acción solidaria. Tales emociones tienen, según su perspectiva, tres elementos centrales: a) son acerca de algo o de alguien, lo que quiere decir que se dirigen a un objeto específico; b) tienen un carácter intencional, su objeto no se encuentra en un punto fijo y varían en función del valor y lugar que le otorgamos; y c) enlazan las creencias asociadas al objeto, por lo que no se trata únicamente de la forma como las percibimos, sino también con cómo conciliamos puntos de vista en torno a ellas (Quintero y Mateus, 2014; Arias Gómez, 2015). En las decisiones y acciones de los protagonistas de esta historia -como en las de todos los seres humanos- subyacen las más diversas y complejas emociones o sentimientos morales, no obstante, hemos querido destacar las más relevantes en el desarrollo de sus intervenciones en las comunas. En su accionar se conjugan principalmente sentimientos morales negativos, como la indignación y el miedo, y positivos, como la admiración y el amor.
En relación a los dos primeros, la indignación aparece como el sentimiento que conmina a la acción solidaria ante la evidencia de la injusticia, la inequidad y la indiferencia en las comunas. La indignación, ha sostenido Strawson (1995), surge como reacción a la ofensa, a la falta de interés en los demás, a partir de la conciencia de que alguien ha padecido o padece un trato injusto por parte de terceros (bien se trate de personas concretas y reales, o de entes despersonalizados). Al sentirse afectados por el dolor del otro, al asumir su sufrimiento, en parte como propio, estos jóvenes toman clara distancia de la pasividad y la inercia, y proponen alternativas concretas, acciones incluyentes y opciones cohesivas.
El miedo, por su parte, está asociado a la expectativa de que algo negativo ocurra en el futuro inmediato o mediato, principalmente, al riesgo de perder la vida, por la presencia amenazadora y arbitraria de los violentos. Si bien la indignación es el motor de su inquietud, pues genera la conciencia de que ante la injusticia es inadmisible no actuar, borrarse o marginarse; el miedo obstruye, cohíbe o restringe la acción solidaria. Los jóvenes que anteponen sus iniciativas al miedo no logran superarlo, a penas lo escamotean, aprenden a vivir con él.
Tal y como hemos mencionado antes, su acción solidaria también es movida por sentimientos morales positivos. Su admiración por las capacidades de los miembros de su comunidad para enfrentar la adversidad y por sus compañeros de lucha; así como el amor propio, el amor por los otros y por lo que entre todos son capaces de realizar, mueve desde dentro los cerros tutelares de Medellín, con la leve pero potente vibración del cuidado mutuo y la imperceptible pero indeclinable fuerza de la transformación.
Mientras la admiración nace del reconocimiento del otro, de la valoración de sus capacidades y talentos; el amor conjuga, equilibra las semejanzas y las diferencias, construye los lazos que enriquecen la vida social y otorga sentido a la existencia. En suma, estos sentimientos hacen de la solidaridad en las comunas una experiencia llena de imaginación y vitalidad.
Conclusiones
Vale la pena enfatizar que la solidaridad no se descubre o se halla oculta en cada uno de nosotros, acaso como parte de una dotación genérica, biológica, transcendental o racional que nos hace especialmente proclives al amor y la cooperación con los otros; la historicidad y el contexto de los individuos y colectivos humanos son determinantes para su desarrollo (Rorty, 2001).
En esta dirección, las acciones solidarias se dirigen a quienes se consideran vulnerables y se estiman valiosos en la construcción de proyectos comunes. Este es, justamente, el fundamento de la idea de reciprocidad (Honneth, 1997). Las intervenciones de estos jóvenes justamente hacen hincapié en la solidaridad como valoración recíproca de las capacidades de las personas y de los colectivos barriales, como principal estrategia para enfrentar las injusticias y la desigualdad. Este tipo de perspectiva plantea una enorme distancia de aquellas acciones y prácticas sociales esencialmente caritativas y asistencialistas, en las que el otro solamente puede ser objeto pasivo de solidaridad.
Estos jóvenes nos enseñan a ver la vida en las localidades y barrios marginales de las ciudades del país y de América Latina con otra lente; proponen desde sus intervenciones comprometidas y creativas modos inusuales de habitar el mundo desigual que hemos construido. La solidaridad, está claro, puede decirse de diversas maneras, pero sin duda es también otra forma de ser joven en las comunas de Medellín.
Citas
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