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Con el Decreto 457 promulgado el 22 de marzo de 2020 por el Gobierno Nacional se oficializaba en Colombia el primer periodo de aislamiento preventivo obligatorio, en línea con lo que once días antes Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la Organización Mundial de la Salud, habría declarado como pandemia mundial. Todas las personas del país entrarían en confinamiento desde el martes 24 de marzo a las 11:59 p.m. hasta el 12 de abril a la media noche. Este periodo, como ahora sabemos, fue alargado por muchos más días.
Colombia no fue la excepción. Aunque en algunos casos nos vimos más adelantados que otros países de América Latina, en otros, simplemente, adaptamos aquel modelo que terminó por encerrar al mundo y lo puso en estado de quietud por un par de meses.
Los días se tornaron en semanas, luego meses y en algunos casos el retorno a esa tan anhelada y temida presencialidad, con sus poliformes y complicadas alternancias y excepcionalidades, duró más de un año, casi dos, convirtiendo la escuela en un lugar deshabitado que mudó a un espacio inasible no solo por lo virtual, sino también por los retos, las demandas, los quiebres, las conectividades, así como las muchas posibilidades y nuevos movimientos que emergieron con esa modalidad que, al igual que el virus, resultaba etérea pero real. ¿Educación virtualizada? ¿Educación mediada por la tecnología? ¿Educación con asistencia de medios tecnológicos? ¿Educación a distancia o remota? ¿Encuentros sincrónicos y asincrónicos?
Las definiciones estuvieron a la orden del día: tan diversas como aquellas situaciones que pretendían concretarlas. En cuestión de días profesores, estudiantes, directivos, padres y madres de familia, desplegaron complejas e improvisadas estrategias para poder adaptarse al aislamiento preventivo. Los espacios se trastocaron, se superpusieron: el hogar se volvió empresa, escuela, centro de cuidado y entretenimiento. Los padres y madres trataban de acompañar a sus hijos en el proceso académico, mientras suplían como podían las demandas de sus trabajos (o renunciaban a estos para dedicarse al cuidado de ellos) así como esa acumulación eterna de los oficios propios del hogar. Los profesores (también muchos de ellos madres o padres), unos más dúctiles que otros en el uso de las TIC, acompañaban, guiaban, orientaban, evaluaban y adaptaban como podían sus contenidos curriculares en un país como Colombia, que en el 2020 apenas el 56,6 % de su población tenía acceso a internet (DANE, 2021), sin mencionar la calidad y la velocidad de conexión que en muchas regiones es precaria, casi una anécdota. Hoy en día la conectividad llega apenas al 60 %, situación similar de otros países de América Latina.
Las sesiones de clase en las diversas plataformas se tornaron áridos territorios, la caricia de la presencia, el gesto, la mirada, se transformó en un espacio de hiper-conectividad plagado de siluetas sin rostro, silencios profundos donde todos aparecían en línea, pero las palabras y comentarios fragmentados apenas le hacían eco a la soledad. La habituación llegó, y en medio de un estallido social sin precedentes, se construyeron y emergieron diálogos, propuestas y apuestas que suplieron la demanda y trajeron consecuencias que hasta ahora estamos vislumbrando.
En muchos escenarios, la pandemia y el aislamiento terminaron por agudizar los problemas y vacíos que la escuela y la educación llevan arrastrando por décadas: la desigualdad, la infraestructura, el número de docentes, su formación y capacitación, la conectividad, la corrupción, la calidad y cobertura en la ruralidad, la nutrición, la salud física y mental de todos los actores, entre muchos otros.
Desde el 2021, con mayor o menor constancia, se comenzó a habitar nuevamente el espacio que denominamos escuela. En medio de las medidas de seguridad (necesarias o innecesarias dependiendo del caso), la escuela como proceso y fenómeno trató de volverse a adaptar a esas dinámicas de la presencialidad, sabiendo que unas cosas resisten a volver a ser como antes y otras serán no cambiarán nada.
Luego de un trabajo riguroso de selección y edición, en el que llegaron más de 35 propuestas, para el equipo editorial es un verdadero privilegio presentar estos siete artículos definitivos que componen el número 54 de la revista Nodos y Nudos.
Presentamos el trabajo de Lesly Sánchez: "La escuela en contingencia: reflexiones sobre educación en tiempos de emergencia pedagógica", en el que se analizan en clave histórica y pedagógica los sucesos de crisis, potenciando el valor de la escuela como un espacio de encuentro, creación y experimentación.
En Rollos Internacionales tenemos dos experiencias: "Aproximación a los núcleos de aprendizaje prioritarios de lenguas extranjeras en la educación Argentina" de Adriana Livia Caamaño y Marcela Calvete; y "Estrategias educativas desarrolladas por docentes rurales de Colombia y México durante el cierre de escuelas derivado del covid-19" de Diego Juárez Bolaños y Jocelin Venegas Martínez. Ambos son aportes valiosos donde vislumbramos puntos de convergencia y diferencias sensibles respecto al contexto latinoamericano en el impacto de la pandemia en las escuelas.
En la sección de Rollos nacionales tenemos el texto de Gloria Sofía Vergara con su provocadora pregunta: ¿La pandemia nos regresó a la escuela tradicional? en la que pone como eje central del análisis la relación con los otros, para brindar herramientas que permitan crear espacios de relación e interacción dentro de la escuela que contribuyan a ser tolerantes ante la diferencia.
También encontrarán "La autobiografía como posibilidad para crear una obra pedagógica" de Paula Martínez Cano; "Del estándar y el lineamiento ¡Es la era de avanzar!" de Maided Alexandra Sáenz Pinzón; y "La formación literaria en primaria: el arte de lo posible" de Jesús Pérez Guzmán, textos con agudos análisis de experiencias pedagógicas, artísticas y curriculares puntuales que hacen pensarnos la escuela en el marco, no solo de lo que sucedió, sino de los retos que brotan de las dinámicas escolares luego de ese momento crítico.
Bienvenidas las lecturas críticas que nos permitan ampliar y seguir reflexionando sobre la escuela más allá de los tiempos de emergencia y crisis.
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